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viernes, 20 de abril de 2012

BRODSKY Y GARBO


No sé por qué entro siempre en los museos. Quizás la misma inexplicable razón me lleva a los cementerios de casi todas las ciudades que visito. En ambos lugares se respira esa quietud tan cercana a la muerte. En ambos sitios se busca un reconocimiento, una huella, algo que perdure de la vida que conocimos o creímos conocer.
El Museo de la Academia sueca no es un lugar que merezca la pena visitar. Está lleno de nombres y fotografías de muertos, como un cementerio. Una copa conteniendo radio es tal vez el único elemento misterioso, casi funerario. Por lo demás, alguna que otra pequeña curiosidad capaz de satisfacer al insaciable buscador de tesoros: las gafas del Dalai Lama, un manuscrito de Pasternack, otro de Tranströmer... y la máquina de escribir de Iosef Brodsky.
Por una extraña asociación de ideas, recordé un librito encantador de Brodsky que leí hace algún tiempo: Fondamenta degli incurabili, un paseo ensimismado y dulce por la ciudad más hermosa del mundo. Allí, el poeta contaba cómo siendo apremiado de forma insidiosa por unos amigos para que definiese Venecia, él respondió: "Es como tener a Greta Garbo en una bañera"






El cementerio de Estocolmo se encuentra en medio de un bosque al que llegas después de atravesar una extensa pradera. Un inmenso bosque silencioso, tapizado de lápidas.



En un pequeño claro de ese bosque, bajo una sencilla lápida roja reposa la que fue considerada una de las mujeres más bellas de su tiempo. No sé si Brodsky tenía razón en su comentario, Greta Garbo siempre me pareció algo irreal, algo gélida en su hierática perfección, lejana e inalcanzable como una leyenda.


De regreso a casa, caminando por un bosque sembrado de muertos, bajo un tímido sol primaveral, pienso que tal vez en ningún otro lugar como éste se puede sentir que uno vuelve a la tierra de dónde procede. Y me gustaría creer que la belleza no es efímera ni se deteriora, que permanece de alguna manera transformándose una y otra vez: en un rostro perfecto, en una ciudad imposible, en unos versos perdidos, en la frondosidad de un extraño bosque.

domingo, 15 de abril de 2012

ESTOCOLMO POR FUERA



Palacio Real al fondo


Greta Garbo


Gatan significa calle


El Ayuntamiento al anochecer


La mejor vista del Gamla Stan desde el Museo de fotografía


Velero


Strindberg bajo la luna


Wifi en la terraza del Södra Teatern


Isla


Curva


Simetría sueca


Bajo el sol de abril


La foto más repetida


Atardeciendo en Söfo


Siempre Julio


Buena temperatura


De vuelta a Axelsberg

viernes, 13 de abril de 2012

GAMLA STAN


Hace mucho frío. Un aire demoledor se apodera del cuerpo y paraliza los músculos. No sé por qué me gusta tanto esta ciudad complicada y gris.
Gamla Stan, el barrio antiguo, silencioso y fascinante, está situado en una de las decenas de islas sobre las que se asienta Estocolmo. Por todas partes aparecen plazuelas encantadoras, callecitas estrechas y empinadas, fachadas coloreadas y árboles pelados que se alzan hasta cielo






Anochece, pero Gamla Stan se resiste a desparecer bajo las sombras. La luz es plana, gris, sin apenas una leve graduación que te permita adivinar en qué momento del día te encuentras. No acaba de hacerse de noche. Mucho después de ponerse el sol, el cielo aparece azul y resplandeciente. Sigo vagabundeando, soñando quizás con la calidez que se adivina detrás de algunos escaparates, detrás de algunas ventanas que muestran sin reparo la intimidad de sus moradores.









Esta noche mis pasos terminan en el Glydene Freden, un pequeño restaurante de leyenda. Me reconforta el calor que se siente nada más entrar y con el que llevo soñando toda la tarde de vagabundeo gélido. Apenas un susurro llega de las mesas ocupadas en el primer salón. Penumbra, velas y un barman italiano -Paolo- sirve una cerveza mientras preparan mi mesa. Dicen que en este local, los miembros de la Academia sueca suelen reunirse para cenar y que entre plato y plato, copa y copa, van saliendo los nombres de los afortunados merecedores del Nobel.





Paso mis ojos por estas paredes mudas, intentando descubrir algún signo, algún misterio, alguna huella, alguna olvidada conspiración, algún mensaje escondido bajo el impenetrable silencio de la noche.
Ha oscurecido por fin cuando salgo a la calle. Nieva con una delicadeza de cuento y sonrío.

domingo, 8 de abril de 2012

PRIMERAS IMPRESIONES


Nieva. Copos diminutos me reciben en el aeropuerto de Arlanda. Es de noche. Todo está oscuro y el taxi se desliza silencioso por autopistas silenciosas. La casa tiene un aire sobrio y confortable. Huele a lavandería, a cereales, a algo indescifrable que me habla de otro país: hace calor, el suelo es de madera, las paredes son blancas, no hay cortinas, los edredones son inmensos y la nevera está llena de salsas desconocidas.
Escucho a Billie Holiday mientras algunos copos se arremolinan en torno a la farola que ilumina la calle. Todavía se ve algún transeúnte en la oscuridad. Aquí dentro resulta difícil recordar el frío gélido que soplaba hacía unos instantes. Conecto internet y me entero de que es el aniversario de la muerte de Wilder. La voz de Billie sigue susurrando por dentro en la calidez de la noche. En todas las ventanas de los edificios colindantes brilla una tenue luz.

Podría estar aquí o en cualquier otro sitio. Estocolmo se convierte de pronto en una ciudad de cualquier parte. Una ciudad hermosa y hostil, difícil y práctica, silenciosa y alegre a la vez.
Un extraño lugar por descubrir.