¿Qué pasa en tu interior?
Te esforzaste demasiado. Superaste tus límites. Fuiste más allá de lo posible.
Subiste a la cima con tu último aliento, confiando en lo no visible, y aún no sale el Sol.
¿Acaso es desilusión lo que muestran tus ojos? ¿Estás preguntándote de que sirvió tanto sacrificio?
Aunque pueda parecerte una locura, la respuesta la encontrarás al descender de la montaña.
Comprendo que puedas enojarte. Tanto dolor y entrega para subir y ahora hay que bajar.
¿Suena incomprensible, no? ¿Por qué la sonrisa se escapó de tu rostro? ¿Descender suena a derrota? ¿No ver el Sol implica que subir no valió la pena?
Este es el instante en donde se ponen a prueba las enseñanzas recibidas.
Cada paso que te animes a dar te volverá más luminoso.
Ascender es animarse a dejar. Descender es retomar lo dejado sin apegos. Si creíste que subiendo trascendías la opinión de los demás, sólo bajando, y reuniéndote con quienes te criticaban, podrás saber si lograrás moverte sin que las palabras te hieran.
¿Crees que así estás retrocediendo?
El que baja no es el mismo que quien sube.
La montaña que uno asciende no es la misma por la que uno desciende.
La transmutación ocurre en múltiples direcciones. No hay separación entre el hombre y la montaña.
La verdad no anida en las alturas, allí sólo se consigue mayor claridad para poder percibirla. Subir y bajar son excusas para movilizarnos y mantenernos despiertos.
El Sol que fuiste a contemplar no se veía con los ojos. Ahora lo sabes, podrías haberlo visto sin dar un solo paso. Sólo tenías que mirar en la dirección correcta, hacia el centro exacto de tu propio corazón.
Si ascender te humaniza, descender te otorga alas. Nada podrá retenerte ahora.
Sos libre como el viento. Aunque desde abajo no lo parezca, la trampa más sutil está en la cima. Ahora que regresaste, conoces la respuesta: sólo descendiendo se asciende más alto. Porque se trasciende al apego a la cima.
Esta es la respuesta que buscabas para volver a sonreír.
Te esforzaste demasiado. Superaste tus límites. Fuiste más allá de lo posible.
Subiste a la cima con tu último aliento, confiando en lo no visible, y aún no sale el Sol.
¿Acaso es desilusión lo que muestran tus ojos? ¿Estás preguntándote de que sirvió tanto sacrificio?
Aunque pueda parecerte una locura, la respuesta la encontrarás al descender de la montaña.
Comprendo que puedas enojarte. Tanto dolor y entrega para subir y ahora hay que bajar.
¿Suena incomprensible, no? ¿Por qué la sonrisa se escapó de tu rostro? ¿Descender suena a derrota? ¿No ver el Sol implica que subir no valió la pena?
Este es el instante en donde se ponen a prueba las enseñanzas recibidas.
Cada paso que te animes a dar te volverá más luminoso.
Ascender es animarse a dejar. Descender es retomar lo dejado sin apegos. Si creíste que subiendo trascendías la opinión de los demás, sólo bajando, y reuniéndote con quienes te criticaban, podrás saber si lograrás moverte sin que las palabras te hieran.
¿Crees que así estás retrocediendo?
El que baja no es el mismo que quien sube.
La montaña que uno asciende no es la misma por la que uno desciende.
La transmutación ocurre en múltiples direcciones. No hay separación entre el hombre y la montaña.
La verdad no anida en las alturas, allí sólo se consigue mayor claridad para poder percibirla. Subir y bajar son excusas para movilizarnos y mantenernos despiertos.
El Sol que fuiste a contemplar no se veía con los ojos. Ahora lo sabes, podrías haberlo visto sin dar un solo paso. Sólo tenías que mirar en la dirección correcta, hacia el centro exacto de tu propio corazón.
Si ascender te humaniza, descender te otorga alas. Nada podrá retenerte ahora.
Sos libre como el viento. Aunque desde abajo no lo parezca, la trampa más sutil está en la cima. Ahora que regresaste, conoces la respuesta: sólo descendiendo se asciende más alto. Porque se trasciende al apego a la cima.
Esta es la respuesta que buscabas para volver a sonreír.