Cumplirías 86 años y hace cinco que nos dejaste
El vacío de mi corazón sigue intacto, te sigo extrañando como el primer día.
Sigo extrañando nuestros llamados de cada día, cuando me contabas que habías trabajado mucho y estabas descansando, sentada en el patio mirando con
orgullo tu hermoso jardín lleno de flores, rosas, malvones, conejitos, acompañada por nuestro amado “Colita” un perro marca perro y “Cleopatra”, un nombre rimbombante para una gatita que un día apareció con su pata herida y que nunca más se fue.
Aunque vivías con Liliana, tu hija, mi hermana menor, estabas todo el día prácticamente sola y siempre me decías que yo te escuchaba, te entendía, te protegía.
Extraño las comidas ricas que me hacías porque sabías que me gustaban cuando iba a visitarte, el café siempre en la cafetera sobre la cocina, el regalito siempre útil, una carpeta hecha al crochet por tus manos, una bolsita para guardar la lavanda en el placard, un par de hermosas pantuflas.
Extraño cuando algún fin de semana venías a casa, yo salía a recibirte y bajabas del taxi, con tu pelito blanco, toda impecable, la boca pintada de rojo, abría mis brazos para recibirte en ellos y te llenaba de besos y percibía tu piel blanca y suavecita llena de perfume, mientras en tu mano sostenías siempre, siempre, un ramito de flores, pero de tu jardín.
Yo vivía sola y recibirte para mi, era una fiesta, creo para ti también, tomábamos mates y nos cansábamos de tanto charlar, a veces te llevaba al cine, otras a pasear a algún lugar, que a medida que pasaba el tiempo se iban acotando, dado el grado de inmovilidad que ibas teniendo.
Seguir sería interminable, dado que la lista es infinita, desde que tenía cinco o seis años y me llevabas con vos en el sulky a hacer las compras al pueblo, hasta esas vacaciones que pasamos juntas en Santa Teresita.
Algunas cosas han cambiado, no conociste a Ernesto, con quién ahora estoy compartiendo mi vida, viajo poco a la que era tu casa, porque los recuerdos de tus últimos días que no estabas bien, a veces me invaden, como la de tu carita de dolor y espanto pocos momentos antes de morir.
Ahora, y cada día que pasa más, estoy convencida que las almas de todos nosotros son eternas, entonces prefiero recordarte bien, y cuando a veces me siento en la más profunda de las soledades, cierro los ojos y me veo en tus brazos protectores, veo tu alma que me ilumina, veo tu sonrisa preciosa que me dice “hola gorda” y nuevamente siento que todo vuelve a su lugar.
Felíz cumpleaños mamá. Te amo , te amo por siempre.
El vacío de mi corazón sigue intacto, te sigo extrañando como el primer día.
Sigo extrañando nuestros llamados de cada día, cuando me contabas que habías trabajado mucho y estabas descansando, sentada en el patio mirando con
orgullo tu hermoso jardín lleno de flores, rosas, malvones, conejitos, acompañada por nuestro amado “Colita” un perro marca perro y “Cleopatra”, un nombre rimbombante para una gatita que un día apareció con su pata herida y que nunca más se fue.
Aunque vivías con Liliana, tu hija, mi hermana menor, estabas todo el día prácticamente sola y siempre me decías que yo te escuchaba, te entendía, te protegía.
Extraño las comidas ricas que me hacías porque sabías que me gustaban cuando iba a visitarte, el café siempre en la cafetera sobre la cocina, el regalito siempre útil, una carpeta hecha al crochet por tus manos, una bolsita para guardar la lavanda en el placard, un par de hermosas pantuflas.
Extraño cuando algún fin de semana venías a casa, yo salía a recibirte y bajabas del taxi, con tu pelito blanco, toda impecable, la boca pintada de rojo, abría mis brazos para recibirte en ellos y te llenaba de besos y percibía tu piel blanca y suavecita llena de perfume, mientras en tu mano sostenías siempre, siempre, un ramito de flores, pero de tu jardín.
Yo vivía sola y recibirte para mi, era una fiesta, creo para ti también, tomábamos mates y nos cansábamos de tanto charlar, a veces te llevaba al cine, otras a pasear a algún lugar, que a medida que pasaba el tiempo se iban acotando, dado el grado de inmovilidad que ibas teniendo.
Seguir sería interminable, dado que la lista es infinita, desde que tenía cinco o seis años y me llevabas con vos en el sulky a hacer las compras al pueblo, hasta esas vacaciones que pasamos juntas en Santa Teresita.
Algunas cosas han cambiado, no conociste a Ernesto, con quién ahora estoy compartiendo mi vida, viajo poco a la que era tu casa, porque los recuerdos de tus últimos días que no estabas bien, a veces me invaden, como la de tu carita de dolor y espanto pocos momentos antes de morir.
Ahora, y cada día que pasa más, estoy convencida que las almas de todos nosotros son eternas, entonces prefiero recordarte bien, y cuando a veces me siento en la más profunda de las soledades, cierro los ojos y me veo en tus brazos protectores, veo tu alma que me ilumina, veo tu sonrisa preciosa que me dice “hola gorda” y nuevamente siento que todo vuelve a su lugar.
Felíz cumpleaños mamá. Te amo , te amo por siempre.
Silvia