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sábado, 13 de febrero de 2016

LA PESADILLA, de Graham Masterton (Planeta)

Título: La pesadilla
Autor: Graham Masterton (1946-)
Título original: The sleepless (1993)
Traductor: Sofía Coca y Roger Vázquez de Parga
Cubierta: Jordi Vallhonesta
Editor: Planeta (Barcelona)
Edición: 1ª ed.
Fecha de edición: 1996-11
Extensión: 421 p.; 11,5x18,5 cm.
Serie: Planeta bolsillo #111
ISBN: 978-84-08-01891-9 (84-08-01891-4)
Depósito legal: B. 39.598-1996
Estructura: 19 capítulos
Información sobre impresión:
Impresión: Liberduplex, S.L.
Encuadernación: Encuadernaciones Roma, S.L.

Información de cubierta:
El mundo bajo dominio del mal

Información de contracubierta:
Graham Masterton nació en Edimburgo, Escocia, en 1946, estudió periodismo y fue editor de la revista Penthouse. Empezó a escribir novelas en 1975 y ha publicado thrillers, novelas históricas y de terror. Ha recibido varios premios, entre ellos el Special Edgar, y es el único escritor que no siendo francés ha ganado el Prix Julia Verlanger.
España es uno de sus países favoritos y sus intereses incluyen la cocina y conducir su Cadillac blanco. Está casado con su agente, Wiescka, y vive con sus tres hijos en Epson, Inglaterra.

El juez O’Brian, famoso por su lucha contra el narcotráfico, es nombrado para ocupar una vacante en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Pero el helicóptero en el que se dirige a Washington junto con su mujer y su hija se estrella.
La compañía de seguros encarga el caso a un investigador, Michael, caso que, en principio, no presenta grandes dificultades: tanto las Fuerzas Aéreas como la policía defienden la hipótesis de que el siniestro fue un accidente. Pero las cosas se complican cuando, pasado algún tiempo, aparece la hija de O’Brian con señales de haber sido cruelmente torturada.
Extraños individuos de tez pálida, en los que no hacen mella las balas, empiezan a perseguir a Michael. Una serie de coincidencias acabarán poniendo el descubierto una poderosa organización responsable de magnicidios a lo largo de la historia. La suerte está echada y la sombra del mal sumerge al lector en una verdadera pesadilla.


MI COMENTARIO:
Un libro sorprendente. Lo terminé muy motivado, contento de encontrarme con una novela de terror estimulante, muy distinta de otras farragosas que representan al género. Dista de ser una obra maestra, más bien es un amague de obra maestra, pero un amague placentero. Trataré de explicarlo.
Michael Rearden es un investigador retirado de una gran compañía de seguros. Vive en una modesta casa cerca de la costa del mar con su familia, en la zona de Boston, sobreviviendo con la producción de inventos de dudoso éxito. Carga con el horror de haber investigado la caída de un avión con centenares de pasajeros, lo que le generó un trauma del cual no puede salir. Es contactado por un ex compañero de trabajo, Joe Garboden, para que se involucre en el supuesto accidente que sufrió el juez John O’Brien y su familia. O’Brien se dirigía en helicóptero a la toma de juramento para integrar la Corte Suprema de Estados Unidos. Los investigadores creen que fue un accidente, pero el lector de la novela sabe que no fue así; en un primer capítulo demoledor, Masterton muestra que los pasajeros y el piloto del helicóptero fueron brutalmente asesinados por un individuo extravagante, “muy blanco, vestido de negro y con gafas negras”, que los destroza con una cortadora de metales. Sin embargo, antes del incendio de la nave, se lleva a la hija del juez, Sissy. Michael decide participar de las pesquisas de su ex compañía, creyendo que exorcizará sus demonios; no hace más que multiplicarlos: la policía de la zona de Boston encuentra el cadáver de Sissy, marcado por las torturas más aberrantes y con un gato introducido en su recto. También se encuentra el cadáver de otra chica, que había estado en el vuelo que en su momento investigó Michael, con los mismos daños corporales de Sissy, lo cual habla de casos relacionados.
Por casualidad, Michael accede a las fotos de la tripulación del helicóptero, y se da cuenta que fueron asesinados. Sin embargo, la policía, las autoridades forenses y la misma compañía de seguros insisten con la hipótesis del accidente, lo que le lleva a pensar que se encuentra en medio de una conspiración. Por otro lado, continúa con sus sesiones de hipnosis; en sus estados hipnóticos, tiene contacto con el “señor Hillary”, un individuo bizarro, alto, extremadamente pálido, de cabello color hueso y ojos rojos, y con un irresistible atractivo bisexual. En la vida real, comienzan a sucederse los asesinatos, entre ellos el de Joe, e individuos parecidos al asesino de O’Brien aparecen vigilando en todo lugar los movimientos de Michael y su esposa Patsy. Paralelamente, estalla en Boston una revuelta racial, luego que un policía mata accidentalmente a un bebé negro durante un operativo antidroga. En cierto momento, un dúo de esos hombres pálidos de gafas negras toma de rehén a una mujer, exigiendo la devolución de un dinero que, dicen, les pertenecía. Un policía trata de liberar a la mujer, pero cuando dispara contra los secuestradores, las balas no los hieren; estamos en presencia de seres inmortales.
Joe, antes de morir asesinado por los hombres pálidos, le deja a Michael un juego de fotos que muestra la presencia de esos personajes el día del magnicidio del presidente John F. Kennedy, en Dallas. A su vez, Marcia, la esposa de Joe, le brinda una carta de su marido donde aparece una lista de nombres y fechas; Michael no tarda en darse cuenta que son los nombres de famosos líderes políticos y sociales asesinados, una lista que va desde Lincoln hasta Indira Gandhi. Va quedando claro que el “señor Hillary” comanda una conspiración a través de la historia, ayudado por sus secuaces vestidos de negro. Michael se entrevista con Matthew Monyatta, líder de la comunidad afro de Boston, quien le da la verdadera identidad de Hillary: es Azazel, ese misterioso ser que aparece en el libro de Levítico, cuya identidad es un secreto imposible de desentrañar para los estudiosos bíblicos. Según él, Azazel era el ángel caído cuyo sacrificio llevaría a la expiación de pecados de Israel:

—Bueno —dijo Matthew—, pues la gente escogió a Azazel para que expiase todos los pecados, porque era diferente y porque le tenían miedo. Aarón puso las manos sobre la cabeza de Azazel, luego un hombre se lo llevó a rastras hasta el interior del desierto atado al extremo de una cuerda y lo arrojó por un precipicio. Todo el mundo bailó, cantó y gritó en hebreo algo así como: “Estupendo, es el final, todos nuestros pecados han sido expiados.” Pero resultó que no era así, porque Azazel sobrevivió. Estaba herido, maltrecho, pero todavía con vida. Y Azazel se pasó veinte años vagando por el desierto como un nómada, como un vagabundo, y durante todo ese tiempo tuvo los pecados combinados de todas aquellas personas, de toda la tribu de Israel, encerrados dentro de él. Sin haber cometido ninguna falta propia, Azazel era la encarnación de la maldad. Mataba ovejas y camellos, violaba a mujeres, a niñas pequeñas, perros, a muchachos; pero no se le puede culpar por ello. Hay que culpar a Dios, hay que culpar a Aarón, porque Azazel había hecho que la tribu de Israel quedara absuelta de toda culpa, fuera lo que fuese. Azazel había asumido todos sus vicios, todas sus perversiones, todas sus culpas.

Los hombres de negro serían los descendientes de la cruza entre ángeles y mujeres humanas, que siguieron a Azazel como líder a través de los tiempos. Michael ve que se enfrenta a fuerzas sobrenaturales, pero tiene que actuar de todas formas: Hillary/Azazel secuestra a su esposa y a su hijo Jason, y los retiene en un faro abandonado, su cuartel general. Para liberarlos, tendrá que pasar por una verdadera ordalía de sexo, placer y dolor.
Sexo, placer, dolor. Masterton elabora un relato con muchas aristas, personajes que van y vienen, subtramas como la rebelión de los negros o la conspiración a través de los siglos. Sin embargo, terminan teniendo una importancia secundaria, hasta terciaria: el autor guarda lo mejor para las instancias de tortura y muerte, para el hallazgo de los cadáveres; y para el sexo: brutal, extremo, tan doloroso como exquisito. Hay un momento magistral en la novela: Michael se encuentra en la casa de un policía; cuando éste se retira, se queda a solas con su esposa Megan, una mujer paralítica. Ella también practica la hipnosis; ambos acuerdan tener un trance juntos, donde vuelven a encontrar al señor Hillary y sienten su poder. Cuando salen del estado hipnótico, inesperadamente caen en un irrefrenable deseo mutuo:

Sin decir palabra, Megan se levantó de la silla de ruedas y, con dificultad, se deslizó sobre la alfombra. Con una mano retiró la silla de ruedas, y con la otra se levantó la falda.
Michael se desabrochó de un tirón los botones de la camisa y el cinturón, y se quitó los pantalones. Se daba cuenta de que lo que hacía no estaba bien. Estaba traicionando a Patsy, estaba traicionado al Jirafa. Pero la sangre le bombeaba a través de las arterias como el agua de lluvia cuando cae por los canalones, y la cabeza le retumbaba a causa de la excitación.
Megan gritaba como un pájaro herido. Bajó las dos manos y se quitó las bragas de encaje. Tenía la vulva hinchada y sonrosada, y muy brillante a causa de la excitación. Desnudo, Michael se puso encima de ella, con el pene erecto en la mano, y se lo introdujo a la mujer hasta que el vello púbico de ambos quedó entrelazado y él ya no pudo empujar más.
La besó, le lamió el cuerpo y le mordió los lóbulos de las orejas. De un tirón abrió los botones de la blusa, le metió la mano dentro de las copas del sujetador y le apretó los pezones. Y durante todo el tiempo la penetraba con fuerza, una y otra vez, con la erección más enorme e indomable que había experimentado en toda su vida. Megan no tenía el uso de las piernas, pero tenía el uso de los labios y de los dedos, y le besaba, le mordía los labios y le recorría la espalda con las manos. Le separó las nalgas y empezó a tocarlo, a arañarlo y a hacerle cosquillas hasta que Michael comprendió que no iba a poder contenerse más.
Megan debió de notarlo también, porque dijo:
—¡Trae!
Y cogió el pene de Michael con la mano, y le urgió para que se moviera hacia arriba hasta que consiguió tenerlo montado encima. Comenzó a besarle el pene y a frotárselo con la mano, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. La lujuria combinada de los dos era como dos trenes expresos lanzados el uno contra el otro por la misma vía. Cada vez más fuerte, cada vez más rápido.

Llegado a este punto, Masterton remata la escena con el porno más directo y glorioso:

Michael llegó al clímax, un clímax bombeante, espeso y blanco, chorro tras chorro. Megan, presa del éxtasis más extraño, dirigió la eyaculación hacia su propia cara: las pestañas, las mejillas, el pelo, los labios. Cuando todo hubo terminado parecía que la hubiesen decorado con temblorosas perlas.

Inmediatamente, Megan afirma que fueron poseídos por Hillary para tener sexo, mientras que Michael le pide disculpas por haber violado su matrimonio. Me parece que aquí Masterton juega con la culpa de la misma forma que hizo con todos los grandes y pequeños temas que aparecen en la novela: la presenta formal y decorosamente, pero en el fondo es simplemente un señuelo para incitar al lector a iniciarse en el morbo de las bajezas y placeres humanos. Masterton se muestra como un maestro juguetón, que simplemente da muestras de un conocimiento amplio y profundo del fantasma universal de la libido y el terror. Es como si dijera: “Pude haberles dado una obra maestra, pero preferí dejarles una novela retorcida, constipada de escenas y argumentos, pero que deja abiertas algunas ventanas a lo atávico y a lo demoníaco que todos tenemos”. Quizás esa sea la clave de todo gran escritor de terror: hacernos creer que alguien como Masterton es, en realidad, el inmortal Azazel.
Miremos alrededor que nos vigilan unos tipos de anteojos oscuros.

SOBRE EL AUTOR:
Realmente es una pena que los libros de Graham Masterton traducidos al español sean tan pocos. Publicó ficción histórica en la línea de Harold Robbins (Heartbreaker, Rich, Railroad, Solitaire, Lady of Fortune, Lords of the Air), crimen (la saga de Katie Maguire), desastres naturales (Plague, Famine), thrillers de intriga política y espionaje (The Sweetman Curve, Ikon, Condor, Sacrifice, Chaos Theory) y hasta guías para tener buen sexo. Pero sobre todo es conocido por sus novelas de terror, empezando por The Manitou (1976), ya un clásico del género, que derivó en una saga de siete títulos. Novelas llamativas son The Hell Candidate (1980), publicada bajo el seudónimo de Thomas Luke, donde el mismo Satanás se candidatea a la presidencia de Estados Unidos, o Tengu (1983), donde los poderes de un demonio son convocados para vengar al Japón de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.