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lunes, 21 de diciembre de 2015

Un producto humilde, dos platos de fiesta: crema de remolacha asada, puerro y ajo negro + bizcocho de chocolate y remolacha {Navidad sostenible con Ventanas Verdes}


Lo he repetido tantos años ya que debo resultar cansina, lo sé. No me gustan las Navidades. No. Desde hace unos años tengo mis particulares motivos, pero incluso antes no me gustaban porque el rollito este de la bacanal del consumo no va mucho conmigo. Consumo excesivo en muchos sentidos. En estas fechas compramos demasiado, comemos demasiado, y en muchos sitios mucha de la comida que se prepara, más abundante de lo habitual por ser las fechas que son, se termina tirando. Así que cuando este año surgió la propuesta entre las Ventanas Verdes de hacer un menú navideño "sostenible" me pareció una idea estupenda, que podría ayudar a mucha gente que o bien no quiere o bien no puede realizar grandes dispendios por mucha Navidad que sea.

La idea era preparar un plato y dar ideas de lo que se podría hacer con las sobras, o bien preparar platos festivos sin necesidad de ingredientes caros. Yo opté por esta última opción. Decidí usar un producto humilde, la remolacha, que en mi caso es de mi huerta pero que creo que no supera el par de euros por kilo en el mercado, si no me equivoco. Pues bien, con un kilo de remolacha se puede hacer un primero y un postre, muy resultones, para seis personas. Y además, muy sencillos de preparar.

La base de partida es asar las remolachas. Lo único que hay que hacer es calentar el horno a 200ºC, lavar las remolachas y cortarles los tallos, y ponerlas en una bandeja. Las horneamos una hora-hora y media, hasta que se puedan pinchar fácilmente con un cuchillo. Las sacamos del horno, dejamos que se enfríen, las pelamos, y a continuación podemos hacer estos platos.


Crema de remolacha asada, puerro y ajo negro

Ingredientes:
~750 gr de remolacha asada
un puerro
3 dientes de ajo negro (se pueden sustituir por ajos asados)
un chorrito de aceite de avellana (opcional)
sal y pimienta
yogur natural para acompañar

Preparación:
Rehogar el puerro en juliana con un poco de aceite de oliva. 
Triturar la remolacha con el puerro, el ajo negro y el aceite de avellana, añadir agua hasta conseguir una crema más o menos espesa, según nuestro gusto.
Servir caliente, y acompañada generosamente de yogur natural batido.


Bizcocho de chocolate y remolacha, con glaseado de agua de azahar y semillas de amapola

Ingredientes:
250 gr de chocolate al 70%, troceado 
3 huevos
175 gr de azúcar moreno 
70 ml de aceite de oliva virgen
1 cucharadita de extracto de vainilla
125 gr de harina
1/2 cucharadita de bicarbonato
1/2 cucharadita de levadura de repostería
50 gr de almendras molidas
250 gr de puré de remolacha asada

para el glaseado: mezclamos azúcar glas (~6-7 cucharaditas) con agua de azahar (~2 cucharaditas)
semillas de amapola

Preparación:
Calentar el horno a 180ºC.

Forrar con papel de horno y engrasar un molde de bizcocho.
Derretir el chocolate en un cazo a fuego flojo (o en el microondas si os apañáis bien con él). 
Batir los huevos con el azúcar y el aceite de oliva, añadir la vainilla, la harina, el bicarbonato, la levadura y la almendra, y mezclar lo justo para no tener grumos.
Añadir el puré de remolacha asada y el chocolate.
Pasar la mezcla al molde, y hornear 50 minutos.
Dejar que se enfríe por completo antes de desmoldarlo. Cuando esté frío, echamos por encima el glaseado y espolvoreamos con semillas de amapola.

Como siempre, os invito a que abráis el resto de Ventanas, que tienen unas propuestas maravillosas.  ¡Y aprovecho para desearos un buen (y sostenible) solsticio y un feliz 2016! Yo volveré el año que viene, ¡espero que con más frecuencia!

jueves, 24 de septiembre de 2015

Chutney de ciruelas; Mermelada de tomate, albahaca y vinagre de jerez {Conservas con Ventanas Verdes}


Este mes, siguiendo la tradición, las Ventanas Verdes publicamos nuestras recetas de conservas. Y aunque lleve dos meses sin decir ni mú, os aseguro que he seguido cocinando, conservando, y atendiendo en lo posible la huerta, así que el reto de este mes me pilla preparada.  Cierto es que con la edad que tiene Sami ahora es difícil trabajar la huerta. Está en un momento de actividad febril, quiere explorarlo todo pero aún no camina de manera autónoma, pero sobre todo, por encima de todas las cosas, no soporta estar quieto. Así que pretender ponerte a escardar con él en la mochila es pecar de ingenuo. A menos que haya suerte y se quede sopa (cosa que ya sólo sucede una vez al día) empezará a quejarse a los 10 minutos. Sami es lo que venimos denominando un "bebé-ardilla". Así que este verano nos centramos en los tomates, las calabazas, las berenjenas y poco más.

Hace un par de años ya os expliqué mis motivos para sacar tiempo de debajo de las piedras para conservar mi cosecha. Pese a tenerlo claro, este año, con la dificultad añadida de que hasta no acostar a Sami no podía ponerme a conservar, reconozco que hubo momentos en los que me decía a mi misma ¿por qué?¿por qué te metes en estos líos? Y justo en ese momento, cuando mis ánimos estaban a punto de ser aplastados por unos kilos de tomates, leí esta nueva entrada de Erika: The crush of the harvest. Crush podría traducirse como "colisión" o también en su forma verbal significa "aplastar". Os hacéis una idea de qué va la entrada, ¿no? El "aplastamiento" de la cosecha, o ese momento en el que te agobias sólo de pensar en la pila de verduras que te quedan por procesar. Lo que Erika viene a decirnos es que hay luz al final del túnel, que en cuestión de unas semanas el pico de producción de la huerta habrá pasado, y cuando en invierno abras esos botes de salsa de tomate te alegrarás de haber hecho el esfuerzo de envasarlos. Y sí, así es. Pero de vez en cuando viene bien que te lo recuerden.

La receta del Chutney de ciruelas la he sacado del libro Preserving by the Pint, y la de la Mermelada de tomate, albahaca y vinagre de jerez del libro Canning for a new generation. Ya os hablé de ellos el año pasado. Sigo pensando que son libros fabulosos para los huerteros urbanitas aficionados a conservar una cosecha con superávit pero que no tienen ni el tiempo ni el espacio de hacer toneladas de un sólo producto. Tienen recetas muy originales y bien explicadas, hasta el momento ninguna ha fallado.

Ambas recetas son espectaculares como aperitivo, para acompañar carnes o arroz en una cena rápida. Por cierto, animo a quien pruebe a hacer el Chutney de ciruelas a que me deje un comentario diciendo si el sabor le recuerda a algo. D. desde el momento que lo probó dijo que le recordaba a un sabor de nuestra infancia. Tardó un poco en dar con qué era, pero cuando por fin dio con ello..... ¿a qué no os imagináis qué es?

Por cierto, antes de empezar a hacer las conservas os animo a leer este tutorial. Y si os interesa el tema, aquí podéis encontrar todas mis recetas de conservas.


CHUTNEY DE CIRUELAS (3-4 botes)

1 kilo de ciruelas, deshuesadas y troceadas
170 gr de pasas
120 gr de cebolla picada
la ralladura y el zumo de 1 limón
240 ml de vinagre de manzana
225 gr de azúcar moreno
1 trozo de raíz de jengibre (~3 cms) pelada y rallada
2 cucharaditas de café de semillas de mostaza
1 cucharadita de café de clavo molido
1 palo de canela
1/2 cucharadita de chile (opcional)

Mezclar todo en una olla y llevar a ebullición. Bajar el fuego y dejar que se cocine, removiendo a menudo, durante una hora más o menos, o hasta que tenga consistencia de mermelada. Esto se puede comprobar poniendo una gota en un plato, dejando que se enfríe y viendo si gotea.
Para el envasado y el conservado, podéis ver este tutorial.


MERMELADA DE TOMATE, ALBAHACA Y VINAGRE DE JEREZ (4-5 botes)

950 gr de tomates, troceados
600 gr de manzanas, troceadas
1/2 limón, troeceado
225 gr de azúcar moreno
50 ml de vinagre de jerez
2 cucharadas soperas de albahaca fresca picada

Poner en una olla los tomates, manzanas y limón, a fuego medio. Cuando los tomates hayan soltado su jugo y las manzanas estén blanditas y se les haya separado la piel, quitar del fuego y pasarlo todo por el chino. El jugo resultante, mezclarlo con el azúcar y el vinagre y volver a ponerlo al fuego, hasta que alcance el punto de mermelada. Esto se puede comprobar poniendo una gota en un plato, dejándola enfriar, y viendo si gotea. 
Para el envasado y el conservado, podéis ver este tutorial.

¡Os animo a que abráis el resto de Ventanas Verdes!

jueves, 23 de julio de 2015

De la huerta a la mesa: judías verdes con flores de cebollino y ajedrea


Esta es una receta muy sencilla, como casi todo lo que estamos cocinando últimamente, pero que dentro de su sencillez encierra el gran lujo que representa tener una huerta. Porque a pesar de que es de esas recetas que llevan sólo tres ingredientes, su éxito, precisamente, se basa en la calidad de los mismos y en el tratamiento que se les de. Es absolutamente de temporada, con habichuelas recién recogidas, flores de cebollino y la ajedrea, que es nuestro último gran descubrimiento. Esta hierba los ingleses la llaman savory, y los alemanes bohnenkraut, que significa, literalmente, hierba de las judías. Esto nos lo contó Rosi, que desde su puesto en el mercado de Tegueste, siempre con una sonrisa, ilumina nuestro conocimiento huertil y siempre tiene una buena recomendación sobre como utilizar los productos de la huerta. Nos sugirió que probásemos la combinación de ajedrea, con su sabor a medio camino entre el orégano y el tomillo, y judía verde, ya que según nos dijo parecían hechas la una para las otras. Y así es.


Algo muy importante en este plato es el punto de cocción de las judías. En España, lamentablemente, tendemos a sobrecocerlas. Nosotros hemos aprendido a tratarlas casi como si fueran pasta fresca, tienen que estar al dente. Hay que esperar a que el agua esté hirviendo a todo trapo, cocerlas sin tapa, ya que el vapor y la acidez tiende a cambiar el color de la judía, dejarlas sólo de 3 a 5 minutos, y luego cortar la coccion con agua fría para mantener un verde brillante. Tampoco las cortamos para cocinarlas, y es que nos parecen preciosas tal cual salen de la planta y, además, Nigel Slater, uno de nuestros chefs de cabecera, dice que la parte del tallo es la más dulce. En este caso, en particular, es muy importante dejar las habichuelas al dente ya que luego vamos a rehogarlas con la ajedrea fresca. 

Así que una vez cocidas las habichuelas, las rehogamos un momentito con la ajedrea en una sartén bien caliente. Y antes de servir, espolvoreamos con las flores del cebollino. Estas flores son deliciosas, tienen todo el sabor del cebollino pero con una textura muy delicada, son casi como fino papel. Y además crecer cebollino en una maceta es muy fácil, así que es un ingrediente sorprendente pero que puede estar al alcance de cualquiera, aunque no tenga la oportunidad de tener una huerta.
  
Creo, sinceramente, que esta es la manera más deliciosa de cocinar las habichuelas. Probadlo y ya me diréis.

Por último una recomendación para los que tenéis huerta: coged tantas como podáis cada vez que vayáis al terreno. No hay habichuela pequeña, cuanto más pequeñas más tiernas son. Y, además, cuanto más cojas más produce.

Espero que no vuelvan a pasar dos meses antes de la próxima entrada, pero supongo que os figuráis el motivo por el que el blog está un poquillo abandonado. Sami crece a toda pastilla. Ya gatea (más bien repta). Dice pa-pa y mah-mah, y otro montón de sonidos indescifrables. Come como una lima, sonríe a diestro y siniestro a todo el que se le cruza, ríe a carcajadas. Ayer me dio su primer beso. Este es, sin duda, el periodo de su vida que se desarrolla más rápido, parece que a velocidad supersónica. Cada día hace algo nuevo. Y quiero perderme lo menos posible. Dentro de nada, antes de que nos demos cuenta, preferirá irse a jugar con sus amigos al parque. Así tiene que ser. Y entonces ya tendremos tiempo de escribir y escribir. Pero, por ahora, la arrolladora vitalidad del cachorrillo le gana a todo lo demás.


jueves, 28 de mayo de 2015

De la huerta a la mesa: quiche ligera de guisantes y hierbabuena {tartas saladas con Ventanas Verdes}

Este año tenemos la huerta un poco asilvestrada (por decirlo suavemente). Estamos salvando a duras penas las temporadas, conseguimos plantar las cebollas y los tomates en su momento, pero tenemos malas hierbas a tutiplén, y la mitad de las camas sin sembrar. La verdad, da un poco de pena verla. Sin embargo, creo que lo importante es que hemos sido capaces de no rendirnos y perseverar. Es cierto que nuestro ideal de autosuficiencia no lo estamos cumpliendo, pero la primera calabaza o los primeros puerros que ha probado Sami han sido los de la huerta y eso, qué queréis que os diga, ya justifica que continuemos aunque sea sacando tiempo de donde no lo hay.


La temporada de guisantes acaba de terminar. Este año plantamos unos guisantes "del país" que crecieron de maravilla y tienen una flor morada muy bonita, como podéis ver en la foto de arriba (los de la izquierda son los guisantes del año anterior, de otra variedad y con la flor blanca). Decidimos usar unas ramas de higuera en lugar de una malla de plástico para que se enganchasen y el resultado fue estupendo, crecieron enramándose a la higuera dando una mata preciosa, cargada de flores. Pero nos han resultado un poco rústicos de sabor. Los que nunca habéis probado guisantes frescos quizá no entendáis a qué me refiero. Los que sí, sabéis que los guisantes según se arrancan de la mata tienen un dulzor natural que los convierte en auténticas "golosinas" hortícolas. Un dulzor que les dura sólo unas horas, por eso hay que procesarlos lo antes posible. Lo mejor es blanquearlos y congelarlos si no van a ser consumidos de inmediato. Estos no estaban tan dulces, pero aún así tienen más sabor que los comprados.

Aprovechando que es temporada preparé esta tarta, para nuestro reto mensual con las Ventanas Verdes. Este mes el tema son las tartas saladas. Esta es mi versión aligerada de una quiche que encontré en la revista Saveurs, cambié el queso y la nata por yogur y créme fraîche porque la quiche tradicional siempre me ha parecido muy pesada. Ahora que ya hace buen tiempo, las tartas saladas dan mucho juego, así que seguro que sacáis un montón de buenas ideas de cara a los futuros picnics veraniegos.




Ingredientes,

2 huevos
1 yogur
150 gr de créme fraîche
250 gr de guisantes
un buen manojo de hierbabuena fresca
masa quebrada

Calentamos el horno a 210ºC.
Estiramos la masa y la ponemos en un molde (mejor si es desmontable). Blanqueamos los guisantes un par de minutos en agua hirviendo, escurrimos, dejamos enfriar y reservamos. Batimos los huevos junto con el yogur y la créme fraîche y añadimos la hierbabuena picada.  
Horneamos 30 mino hasta que esté la masa dorada y el relleno asentado.

Como siempre os invito a que visitéis el resto de Ventanas Verdes.


jueves, 15 de enero de 2015

De la huerta a la mesa: brécol con salsa de tahini dulce - Ottolenghi´s broccoli & sweet tahini



"Cuando tengas un hijo tendrás que abandonar la huerta", me decían. "No volverás a ir al monte", añadían a continuación. "Se acabó la buena vida", terciaba otro...... vaya, que parecía que en lugar de un hijo lo que nos iba a caer encima era una maldición azteca. No digo que la vida no cambie. Por ejemplo, este año no hemos podido ir al Keroxen, y estas navidades en Madrid no ha habido Filmo ni cañas hasta altas horas de la madrugada. Pero Sami acaba de cumplir 3 meses y ya hemos retomado la huerta (y eso que el abandono no fue por su culpa, sino porque en los últimos dos meses no ha parado de llover en Tenerife), y en breve también retomaremos las caminatas por el monte (abandonadas temporalmente por la misma razón). Por no decir lo de la cocina. Que no iba a tener ni tiempo para cocinar, aseguraban. Ya he hecho 4 roscones de reyes, muchos panes, galletas en navidad para toooooda la familia...... En fin, supongo que, como todo en la vida, es cuestión de organización y de prioridades. Ni veo la tele ni duermo siestas. Eso sí, por la noche caigo en la cama como un plomo.

Creo que lo que pasa con los niños es lo mismo que sucede con los propósitos de año nuevo, la gente pretende hacer cosas que antes no hacía, en plan "ahora que soy padre voy a llevar una vida sana, iré al campo y tendré una huerta". Y claro, si antes no sacabas ganas de madrugar un domingo para ir al monte, y preferías pedir comida al chino en lugar de cocinar, no pretendas hacerlo ahora que hay que hacer un sobre esfuerzo de logística y energías. No "tienes" tiempo no por tu hijo, sino porque son cosas que, en realidad, antes tampoco hacías.

Y ahora centrémonos en la receta. De nuevo la he sacado de Plenty More, el último libro de Ottolenghi. Es sencilla a más no poder (para dejar sin excusas a quien diga que no tiene tiempo para cocinar ;) muy rápida de preparar y como no podía ser de otra manera con este cocinero, muy resultona y con una combinación de sabores muy acertada. Por cierto, para quien no lo sepa, las judías verdes son muy diuréticas. El único problema que tuve durante el embarazo fue de retención de líquidos en cuanto empezó el calor. Como coincidió con la temporada de habichuelas en la huerta, me cenaba muchos días un plato de judías verdes, y era mano de santo. Y además si son de vuestro huerto, mucho mejor.



Ingredientes,

un brécol
200 gr de judías verdes francesas (habichuelas)
1 cucharada sopera de aceite de nuez
20 gr de cilantro fresco picado
2 1/2 cucharadas soperas de semillas de sésamo blanco y sésamo negro
1 cucharadita de semillas de ajenuz (nigella sativa)

para la salsa,

50 gr de tahini
1 diente de ajo machacado
1 cucharadita de salsa de soja tamari
1/2 cucharada sopera de miel
1 cucharada sopera de vinagre de manzana
sal y pimienta

Primero preparamos la salsa mezclando todos los ingredientes junto con un par de cucharadas de agua, hasta obtener la consistencia deseada.
Troceamos el brécol y lo hervidos durante un par de minutos, para que quede al dente. Hacemos lo mismo con las judías verdes.
Pasamos todas las verduras a un colador, y cuando estén secas las mezclamos en un bol con el aceite de nuez. Espolvoreamos con las semillas y el cilantro. La salsa podéis servirla a parte o aliñar con ella las verduras antes de servir.



viernes, 12 de diciembre de 2014

De la huerta a la mesa: bizcocho especiado de calabaza para nuestro pequeño Sami


Este otoño está siendo especial. La huerta tiene una nueva boca que alimentar. En realidad, todavía no come, tan sólo bebe leche (¡mucha!), cada pocas horas sin importarle que sea de noche o de día. Pero en cierto modo él también está alimentándose de lo que produce la huerta, ya que lo que como yo, al final, es lo que come él. Y bueno, ese es el motivo por el que el blog está un poco parado, mientras nos reorganizamos y el cachorrillo va creciendo y cogiendo fuerzas para incorporarse a la vida hortícola. Que un par de manos pequeñitas van a venir estupendas para escardar las zanahorias ;)


Por ahora el gotxito demanda mucho tiempo, no tanto como para no tener tiempo para cocinar pero sí como para no poder hacer cosas complicadas. Estamos preparando muchas ensaladas, verduras a la plancha, tirando de recetas de archivo de esas que podríamos hacer con los ojos cerrados. Aprovechando las conservas que preparé en septiembre (Sami se adelantó pero tuvo la paciencia de esperar a que terminara la temporada conservera, nació pocos días después de terminar la última tanda de mermeladas y chutneys) y la cosecha que tenemos en el congelador. Muchas noches cenamos un enorme bol de fruta, kéfir, avena y halva, sin más. Ya sabéis, cualquier cosa es mejor que dejarse tentar por el canto de sirenas del fast food. Sin embargo, esto de alimentarle a él a mi me da un hambre de lobo, así que en cuanto tengo media hora preparo bizcochos sanotes, con harina integral y manzana, remolacha, calabacín o, como este, con calabaza. No se tarda nada en prepararlos y vienen de maravilla cuando no hay tiempo para desayunar tranquilo o aprieta el hambre a media tarde. Con unas hermosas calabazas que nos regaló la huerta. Hermosas, enormes, y de carne prieta que son las mejores para repostería. En los últimos dos meses ya he preparado este bizcocho al menos 4 veces, así que se ha convertido en el favorito de la temporada otoñal.



Ingredientes,

2 tazas harina integral
1 1/2 cucharaditas de levadura
1/2 cucharadita de bicarbonato
2 cucharaditas de canela
1 cucharadita de nuez moscada
1/4 cucharadita de clavo
1/4 cucharadita de jengibre
1 taza de puré de calabaza
2/3 de taza de aceite de oliva virgen
1 1/3 tazas de azúcar moreno
3/4 cucharadita de sal
3 huevos

Calentar el horno a 170 ºC.
Mezclar en un bol los ingredientes secos (excepto el azúcar). Batir bien en otro bol el puré de calabaza, con el aceite, el azúcar y los huevos. Añadirle poco a poco la mezcla de harina y especias, removiendo lo justo para tener una mezcla homogénea. Verter en un molde de bizcocho forrado con papel de horno y hornear 1 hora. Una vez fuera del horno, dejar enfriar 10 minutos antes de desmoldar.

Supongo que a más de uno le habrá sorprendido la noticia, ¿no? Con lo calladito que me lo tenía.... aunque seguro que no os sorprenderá si en breve me oís despotricar contra los potitos industriales y las leches de fórmula, ¡volvemos al ataque!

lunes, 6 de octubre de 2014

De la huerta a la mesa: tatin d'aubergines aux pignons {tarta tatin de berenjenas y piñones}


Mientras preparo una entrada con un resumen de todas las conservas que hemos preparado este año (si tengo que publicar una entrada para cada conserva, tendría que ocupar el blog hasta el mes de diciembre) os traigo esta tarta tatin de berenjenas, que es súper fácil y rápida de hacer, que está buenísima y que además utiliza el que es el producto estrella de la huerta en estos momentos: la berenjena. Sí, una vez terminada la temporada tomatera, las berenjenas empiezan a producir a mansalva. Aunque este año como el calor de retrasó lo más probable es que la temporada sea bastante corta, porque se nos va a juntar con el fresquito del otoño. Pero bueno, esto es lo que tiene la huerta, que ningún año es igual a otro.

La receta la saqué de la revista Saveurs del mes de mayo (me la traje de Lyon) y estaba esperando inquieta a que llegara la temporada de berenjenas para prepararla, porque me llamó la atención nada más verla. Echando un vistazo en Internet me di cuenta de que es una receta provenzal muy popular en Francia, y finalmente tomé lo que más me gustaba de unas recetas y otras e hice mi propia versión, menos azucarada que las que veía por ahí. Con una ensalada con los últimos tomates de la huerta, fue una memorable cena de adiós al verano.  


Ingredientes,

1 lámina de hojaldre
3 berenjenas medianas
50 gr de piñones
1 cucharada sopera de azúcar moreno
unas ramitas de romero
aceite de oliva virgen, flor de sal y pimienta

Calentar el horno a 200ºC.
Cortamos las berenjenas en rodajas, sin pelarlas, y las pasamos por la plancha con un poco de aceite de oliva hasta que estén doradas.
Tostamos los piñones en una sartén sin aceite.
Ponemos algo de aceite en el fondo de un molde de tarta desmontable, esparcimos el azúcar moreno, el romero y los piñones. Disponemos por encima las rodajas de berenjena.
Ponemos por encima de las berenjenas el hojaldre, remetiendo los bordes hacia dentro.
Pinchamos el hojaldre, y horneamos 30 minutos, o hasta que esté dorada.
Una vez que la masa esté bien dorada, sacamos del horno, dejamos enfriar 5 minutos, y desmoldamos con cuidado, dándole la vuelta con ayuda de un plato. Salamos con unas escamas de flor de sal y pimienta al gusto.

Lo ideal es comerla tibia, acompañada de una sencilla ensalada, pero fría al día siguiente también estaba muy buena, así que se ha ganado por méritos propios su puesto en la lista de tuppers&picnics.

jueves, 22 de mayo de 2014

Lo que todo el mundo debería saber antes de lanzarse a tener un huerto familiar, y una receta de zanahorias asadas con miel y guisantes {Ottolenghi's carrots & peas}


Sigo en Lyon, pero en realidad podría estar en cualquier sitio, porque aún no he tenido demasiado tiempo para disfrutar de la ciudad. Ya os conté que he venido por motivos de trabajo, así que aún no he podido darme un paseo o hacer fotos. Pero en breve espero una visita con quien seguro que pasearé bastante y haré montones de fotos. A ver si recupero la inspiración y empiezo a hablaros de esta ciudad, que me encanta.
Mientras tanto, voy a aprovechar para hablar de un tema que teníamos pendiente desde hace tiempo. Últimamente varios colegas que están planteándose montar un huerto familiar nos han preguntado por el nuestro. Qué cuanto tiempo dedicamos, si nos sale rentable.... esas cosas. Es gracioso que me encuentre yo dando consejos sobre agricultura cuando he vivido más de media vida a orillas de la M-30. Mucha gente parece tener la impresión de que tener un huerto es muy complicado y requiere un sacrificio enorme. Así que hemos pensado que sería una buena idea hacer una entrada con lo que todo el mundo debería saber antes de empezar con uno. He aquí las preguntas más comunes organizadas por bloques:

  • ¿Cuanto pagas por tu huerto al mes? ¿Produces suficiente para autoabastecerte? Con la cantidad de economía que nos chupamos en el día a día, no es raro que la gente se interese por aspectos económicos. No creo que sea el enfoque correcto: nunca me he planteado si los 40 pavos al mes que pago, se “amortizan” en producción, porque la huerta me proporciona un montón de cosas extras que no pueden valorarse. Se tiene que disfrutar con la huerta, y si no, no merece la pena. Dicho lo cual creo que ahora, al menos viviendo en Canarias (que no hay parón invernal) cubrimos aproximadamente el 60% de nuestra comida con lo que producimos. O sea que sí, ahora que tenemos experiencia y un huerto a pleno rendimiento (cosa que nos ha llevado unos años) nos sale rentable. No tenemos frutales ni cereal, aunque nos encantaría, pero toda la verdura y todas las legumbres que comemos son de nuestro huerto, y conservamos mucha producción (por ejemplo, salsa de tomate para todo el año). Así que sólo compramos fruta, leche y huevos semanalmente.
  • ¿Cuántos metros hacen falta para una familia? ¿Cómo empiezo? ¿De dónde saco la información? Salvados los aspectos económicos llegan los aspectos prácticos en los que la experiencia sí que te otorga capacidad de contestar. Tenemos 50 m2, y son  suficientes para darnos de comer y para tener bastante excedente, que o bien conservamos o bien regalamos (todas las semanas varios colegas reciben alguna lechuga, zanahorias, acelgas, guisantes... nos encanta compartir). Yo creo que con 50 m2 puede autoabastecerse de verdura una familia de 4 miembros. Nosotros tenemos 4 camas (bancales) de metro y medio de ancho por 7 metros de largo, con pasillos de medio metro entre ellos. Se aprende a base de experimentar, de leer en libros o en blogs y foros, de preguntar a colegas que tengan huerta… es algo que engancha. Pero por lo general os diría que la huerta es fácil y muy intuitiva, y cada día que pasa aprendes más y desarrollas tu intuición.
  • ¿Cómo y cuanto se riega? A no ser que tengáis el terreno al lado de casa, lo mejor es instalar riego por goteo con un temporizador. Supone una inversión inicial pero para los que trabajéis de lunes a viernes como nosotros, y sólo podais ir a la huerta el finde, es absolutamente necesario. El tiempo de riego depende de lo que llueve, de la temperatura exterior, de lo que tengas plantado… es una cosa que te da la experiencia, pero por lo general se pone el riego al final del día entre 5 min (invierno) a 35 min (verano).  
  • ¿De verdad que no le echas nada de nada? Hay gente que te pregunta con escepticismo, creyendo que los de tu “secta” no son más que un atajo de farsantes… No, no le echamos nada de nada de química de síntesis. Los únicos tratamientos que hacemos son a base de infusión de ajo u ortigas. La agricultura ecológica es lo más sencillo que te puedas imaginar, simplemente haces que exista un equilibrio con el campo que te rodea,  y lo mejor de todo es que funciona. Cuantas veces me he encontrado en Canarias a incrédulos que cuestionan que mis tomates no se los coman los lagartos. Los lagartos que vienen de visita prefieren comerse gusanos, hormigas, babosas que les aportan más proteína, y jamás he visto tomates comidos.
  • ¿No te matas a currar? ¿Cuántas horas dedicas a la huerta? Dedicamos 3-4 horas por semana a la huerta, generalmente los sábados o domingos por la mañana. Curramos de lunes a viernes todo el día, y es cuando únicamente tenemos tiempo libre. Que nadie se crea que nos sobra el tiempo. Hay findes que no estamos, y al siguiente tienes que dedicarle horas extra. Con ese tiempo es suficiente para tener los 50 m2 en plan jardín zen, como nos dicen nuestros colegas que visitan el huerto. Pero hay que puntualizar: ese es el tiempo de huerta, que no el del procesado de los productos. El “procesado” consiste en dejar los alimentos listos para comer/cocinar que comprende desde un simple limpiado de tierra y gusanos de las lechugas (media hora es suficiente), hasta pelar toneladas de guisantes, escaldarlos y congelarlos cuando tienes un pico de producción (a veces hasta 4 horas procesando comida en casa). Y eso es bueno ser consciente de ello, al menos si os planteais el tema desde el punto de vista de la autosuficiencia, como nosotros. Ojo que no estoy tratando de disuadir a nadie, porque pelar guisantes con buena compañía y buena música es una tarea perfecta para los domingos por la tarde. Ahora que estoy en Lyon, y recorro con amor los pasillos del mercadillo de los productores de la Croix-Rousse me doy cuenta que los compradores necesitarán procesar la comida casi como lo hago yo con los de mi huerta. Y esto me ha llevado a ser consciente de que en tan poquito tiempo se haya perdido tanto contacto con el producto: con la tierra que lo ha criado, con el gusano que alojaba, o las temporadas cuando crece. Una lástima. 
Resumiendo: para decidir la cantidad de metros que vais a plantar, y la cantidad de tiempo que estáis dispuestos a dedicarle, lo importante es que tengais una idea clara de vuestros objetivos. Si queréis tener un huerto para aprender y relajaros en contacto con la tierra, o si no tenéis mucho tiempo, con 20 m2 son suficientes, de ese modo os evitaréis agobiaros y terminar abandonando abrumados por el trabajo. Si ya desde el principio tenéis claro que lo vuestro es el autoabastecimiento, y que no os importa echarle más horas, pues id a por los 50 m2, y paciencia porque lo de autoabastecerse requiere tener el huerto a pleno rendimiento y eso lleva su tiempo.


Después de esta tremenda chapa, os cuento una de esas recetas que hace que te enganches con la huerta. Hace dos fines de semana terminamos de retirar las matas de guisantes. Regalamos unas cuantas bolsas, pero sacamos varios sacos de vainas que exigían un procesado inmediato.  Los guisantes tan pronto son recogidos comienzan a convertir los azúcares en almidón, y por eso es muy importante que los que no vayas a consumir de una manera inmediata los blanquees y congeles sobre la marcha, para que no pierdan nada de sabor.
Después de la cosecha de las habas, ahora con los guisantes tenemos el congelador que no cabe ni un alfiler. También en ese momento las zanahorias estaban llegando a su fin, y encontré esta receta, “Carrots & peas”, en el primer libro de Ottolengui, que nos venía como anillo al dedo. Esto es lo que me parece sensacional: no leo una receta, hago una lista y me voy a buscar ingredientes, sino que es la huerta la que me pide dar salida a dos productos frescos, y de pronto sale una receta al paso que cumple con tus objetivos y con los de tu huerta :-) 


La receta emplea en la presentación hojas jóvenes y brotecillos (zarcillos) en crudo de las plantas de guisantes. Son varios libros que he leído que hacen uso de esta parte de la planta: parece ser que los japoneses lo llaman “oro verde” por ofrecer un potente sabor a guisante mezclado con berro de agua. Tanto es así que parece que hay gente que brotaguisantes en casa para utilizarlo en ensaladas.
Allá vamos con la receta. Consiste en elaborar una salsa dulce y asar unas zanahorias, para finalmente añadir los guisantes al final. 

Ingredientes, para 4 personas

el zumo de una naranja
60 ml de vino tinto
50 gr de miel, que no sea fuerte
1 palo de canela
4 anises estrellados
1 ½ cucharadita de semillas de cilantro
1 kg de zanahorias, peladas y cortadas en ángulo en franjas de 1 cm de grueso
90 ml de aceite de oliva
3 dientes de ajo, aplastados
450 gr de guisantes pelados
un manojo de brotes de guisante (hojas nuevas y zarcillos)
sal y pimienta
 
Comenzamos haciendo la salsa dulce para asar las zanahorias. Mezclamos el zumo de naranja, el vino y la miel en una sartén, añadimos el anís estrellado y la canela, y cocemos a fuego suave sin que entre en ebullición. Lo coceremos sin tapa durante 20-40 minutos (dependiendo del tamaño de tu sartén y el calor del fuego) hasta que se reduzca aproximadamente a un tercio del volumen inicial. Reservamos.
Precalentar el horno a 230º C. Calienta a fuego fuerte una pequeña sartén, y tuesta durante 3 minutos las semillas de cilantro moviéndolas sin parar. Pon las semillas en un bol junto a las zanahorias, el aceite de oliva, el ajo, la sal y la pimienta mezclándolo todo bien. Espárcelo en una fuente amplia y mételo en el horno. Después de 15 minutos (las zanahorias deberían de tener ya un color tostado) retira la fuente y añade la salsa dulce que reservamos anteriormente (incluyendo la canela y el anís estrellado), mezclándolo bien y metiéndolo de nuevo al horno durante 7 minutos, hasta que las zanahorias estén cocinadas pero no pasadas. Lo retiras y dejas que se enfríe un poco.
Vierte los guisantes en una cazuela con mucha agua salada en ebullición durante un par de minutos.  Sácalos y ponlos en un colador de una sola vez, haciendo correr agua fría encima suya para parar la cocción. Déjalos escurriendo bien.
El plato se sirve templado. Mezcla bien las zanahorias junto a los guisantes. Corrige el punto de sal y pimienta. Sírvelos con los brotes de guisante encima, y arroz blanco al lado. 

Es este tipo de recetas sencillas en donde más se luce el producto. La diferencia entre que sea espectacular o mediocre radica en la calidad del producto que uses. Y no hay mejor producto que el que acabas de sacar de tu huerto, eso os lo aseguro.

viernes, 14 de febrero de 2014

De la huerta a la mesa: hamburguesas vegetarianas de garbanzos con tzatsiki de remolacha


Sí, otra receta con remolacha. Y lo que os queda. Ya sabéis que aquí se cocina con lo que produce la tierra, y ahora no es momento de berenjenas ni tomates. Es momento de hortalizas de raíz, tubérculos, y mucha hoja verde. En breve llegarán las habas y los guisantes, pero por ahora hay que conformarse con las humildes remolachas, las zanahorias, las acelgas, los tatsois, las espinacas, las lechugas.... una de las cosas buenas de vivir en Tenerife es que la temporada de huerta es todo el año. Cada momento tiene su cultivo, y desde luego ha habido inviernos en los que no hemos podido trabajar demasiado ni sembrar gran cosa porque llovía todo el rato. Pero pese a eso si te apañas para sembrar en un día soleado, la huerta seguirá produciendo aunque esté totalmente asilvestrada. Eso sí, no pretendas cultivar tomates en invierno. Aquí hay estaciones, pese a lo que muchos puedan pensar, y si no las respetas tendrás un desastre asegurado. Aún me río cuando pienso que hace años, cuando empezamos con la huerta, se nos ocurrió plantar espinacas en agosto. Las pobres no crecían de ninguna de las maneras, se quedaron enanas y se espigaron, y nosotros con cara de lelos sin saber qué pasaba ahí. Ya no cometemos esas torpezas, aunque esto es un aprendizaje constante. Pero al menos hemos aprendido a respetar las estaciones. Y ahora lo que toca son remolachas.


Esta es una receta del libro Tender de Nigel Slater. Es una receta muy rápida de hacer si tenéis los garbanzos ya cocidos. Lo que más tiempo lleva, y más engorroso es, es quizá rallar la remolacha. Todo lo demás es fácil, es una de esas cenas que se preparan en media hora. El libro está lleno de recetas resultonas y relativamente rápidas. Además como son recetas basadas en lo que saca de su huerta, están ordenadas por ingrediente, lo cual es muy útil para nosotros. Por cierto, que yo he traducido "patties" como hamburguesas, porque la verdad no se me ocurre otra palabra, ¿algún traductor por ahí que me pueda decir un nombre más adecuado?

Ingredientes, para dos con hambre

para las hamburguesas

400 gr de garbanzos, cocidos y escurridos
2 dientes de ajo
1 cucharadita de comino
1 cucharadita de cilantro en polvo
1/4 cucharadita de pimentón picante
1 huevo
un buen manojo de cilantro fresco
un puñado de hierbabuena fresca
aceite de oliva virgen

para el tzatsiki de remolacha,

1 remolacha
2 yogures naturales
1 diente de ajo
hierbabuena fresca al gusto

Es una receta "dead easy", como dirían en inglés. O sea, chupada. Hacemos primero las hamburguesas. Ponemos en la batidora los garbanzos, los ajos, las especias, y el huevo, y lo trituramos todo, pero no demasiado, es mejor dejar algunos trozos de garbanzo para darle textura a la masa. Por otra parte picamos las hierbas frescas a golpe de cuchillo. Yo en esto soy una fundamentalista, no me gusta nada picar las hierbas con picadora (y tampoco hago nunca el guacamole "a máquina"). Mezclamos las hierbas con el resto de los ingredientes y dejamos reposar 10-15 minutos.
Mientras, hacemos el tzatsiki. Pelamos la remolacha, la rallamos, y mezclamos con el yogur, el diente de ajo machacado y la hierbabuena fresca picada.

Para freír las hamburguesas calentamos un poco de aceite de oliva en una sartén a fuego medio. No pongáis mucho aceite, el truco para que las hamburguesas no se deshagan es que sea sólo un poco para que no se peguen a la sartén. Echamos cucharadas de masa en la sartén y las aplastamos un poco. Hay que hacerlas unos 3-4 minutos por cada lado, debe formarse una capa crujiente y dorada, y hay que darles la vuelta con cuidado pero con decisión.

Servimos las hamburguesas acompañadas por el tzatsiki y unas rodajas de lima. Os recomiendo de verdad que probéis todo junto, porque ya sabéis que los garbanzos suelen aportar una textura un poco seca (los falafel, por ejemplo, nunca se comen sin salsa). Sin embargo, como suele ocurrir con las recetas de Nigel Slater, cada elemento combina perfectamente y le aporta al otro lo que le falta, de manera que el conjunto es equilibrado. Y en este caso es así. Probadlo todo junto y ya veréis.

miércoles, 5 de febrero de 2014

De la huerta a la mesa: bizcocho de remolacha y chocolate con masa madre integral


Este invierno está siendo bastante lluvioso, y nuestra isla está verde como hace tiempo no la veíamos. Da gusto pasear por cualquier parte, incluso por el sur que normalmente es árido y marrón (a los que vivís aquí os recomiendo especialmente el paseo hasta el faro de Rasca, está espectacular). El pasado fin de semana aprovechamos que las lluvias dieron un descanso para caminar un rato por Teno Alto. Al principio el cielo estaba azul, pero a medio día en menos de media hora se metió una nube que nos rodeó por completo, dándole al paisaje el aspecto misterioso de una isla de cuento. Si en cualquier momento hubiese aparecido por allí un dragón o un hobbit no me habría sorprendido. Sé que esta no es la idea que tiene de Tenerife la mayor parte de la gente, por eso no me canso de enseñar en este blog su otra cara, menos conocida pero sin duda alguna mi favorita. Si sigue así, esta primavera va a estar todo espectacularmente bonito. Avisados estáis.


Y bueno, vamos a la receta. Como ya sabéis me encanta poner hortalizas en los bizcochos, porque además de hacerlos más saludables y nutritivos les aporta una humedad que me gusta mucho. Y porque así uso los productos de mi huerta, y en estos momentos lo que está de temporada son las hortalizas de raíz (remolachas y zanahorias) y la hoja verde. En este caso además decidí usar mi excedente de masa madre. El motivo es que ya siempre uso harina integral en los bizcochos. Pero no una harina "presuntamente" integral, de esas que venden por ahí. No. Uso harina totalmente integral, molida en molino de piedra y con todo el germen y el salvado. Como ya expliqué hace tiempo, el salvado de los cereales contiene importantes cantidades de potasio, magnesio, hierro y zinc, pero también contiene ácido fítico, que inhibe la absorción de dichos minerales. En presencia de ácido fítico los minerales se unen a este y se hacen insolubles, de manera que nuestro intestino no los absorbe. La deficiencia de magnesio es un problema muy habitual y el cereal integral es una fuente de este mineral, sin embargo nuestro cuerpo no lo absorberá a menos que el ácido fítico haya sido neutralizado. Los lactobacilos se encargan de eso, ya que son una fuente de fitasa, la enzima que cataliza los compuestos formados por el ácido fítico y los minerales, rompiendo esa unión y haciendo que los minerales sean de nuevo solubles y puedan ser absorbidos por nuestro organismo. Así que pensé que hacer bizcochos con masa madre sería la manera óptima de aprovechar todos los nutrientes de esa maravillosa harina. El resultado ha sido un bizcocho nutritivo y lleno de fibra (un trozo en el desayuno y no tienes hambre en toda la mañana) pero al que en cuestión de sabor no le haría sombra ningún brownie cargado de azúcar y harina refinadas. Y del que espero que Lucía esté orgullosa, porque va dedicado especialmente a ella, para agradecerle la preciosa reseña sobre este humilde blog que ha hecho en la web Alimmenta. Su blog es el lugar perfecto para aprender de nutrición de manera rigurosa y clara, y nunca me cansaré de recomendarlo.



Ingredientes,

150 gr de masa madre
75 gr de harina de trigo integral
50 gr de cacao puro en polvo
1/2 cucharadita de levadura de repostería
1/2 cucharadita de bicarbonato sódico
2 huevos, separadas yemas y claras
170 gr de aceite de oliva
200 gr de panela rallada
50 gr de almendra laminada
media remolacha cruda, rallada (~150 gr)

Calentamos el horno a 170ºC, y preparamos un molde redondo forrando con papel de hornear el fondo y untando de aceite los laterales. 
Mezclamos en un bol la harina, el cacao, la levadura y el bicarbonato. En otro bol mezclamos bien la masa madre, el aceite, las yemas de huevo, la panela y la remolacha rallada. A ser posible, dejamos reposar media hora (la hidrolización también es una manera de descomponer los fitatos, y para eso es conveniente el remojo). Añadimos las almendras, y, poco a poco, la mezcla de la harina, hasta que se integre pero sin trabajarla demasiado.
Montamos las claras a punto de nieve, y cuando tengan consistencia de picos duros lo añadimos al resto de ingredientes, en varias tandas, con una espátula y cuidadito, haciendo movimientos envolventes, sin trabajar mucho la mezcla. 
Pasamos la mezcla al molde y horneamos 50 minutos o hasta que al pinchar con una aguja el centro del bizcocho esta salga limpia. Si veis que se el bizcocho se oscurece demasiado por encima pero aún no está hecho tapadlo con un papel de hornear.
Dejamos que el bizcocho se enfríe por completo antes de desmoldar.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Rotolo de pasta fresca de escanda integral, con calabaza y espinacas {Menú de Navidad con Ventanas Verdes}


Un año más las Ventanas Verdes os presentamos nuestro menú de Navidad, para inspiraros ideas saludables a la hora de preparar cenas o comidas en estas fechas. Sé que soy pesada pero voy a volver a decirlo: soy cero, pero cero pelotero, pro-navidades. Yo soy de celebrar lo bien o lo mal que vayan las cosas a diario, no me gustan las fechas señaladas, ni las comilonas, ni el consumismo desaforado, ni el despilfarro energético de la iluminación navideña, ni tener que estar feliz por decreto. Pero lo cierto es que para los que vivimos lejos de "casa" (o sea, del lugar en el que nacimos, porque como dijo Liberty Valance "mi casa está donde cuelgo mi sombrero") estas fechas son una excusa para juntarnos con la familia y con los amigos que tenemos repartidos por todo el globo. Y qué mejor lugar para reunirse que en casa, entorno a una mesa con platos saludables. Como los que propone nuestro menú de este año:



El plato que he elegido este año ha sido un rotolo de pasta fresca, relleno de sabrosa calabaza asada y espinacas, horneado en una salsa de tomate casera. Es un primero ligero, vegetariano, pero lleno de sabor si los ingredientes son de buena calidad. Hay que elegir una calabaza de carne prieta y con mucho sabor, y haber hecho la salsa de tomate con unos tomates bien maduros. O sea, es la ocasión perfecta para usar uno de esos botes de salsa que hicimos con los tomates del verano, para que se luzca en todo su esplendor. En nuestro caso, la calabaza es del tipo "dulce de horno", de las que plantamos este verano. Es como la Ruperta pero un poco más verde, y es una calabaza cuya carne tiene poca agua, perfecta para este tipo de platos y también para dulces. La verdad es que nos gustó mucho su sabor. Y pesaba nada más y nada menos que 6 kilos. Y las espinacas son de las que se llaman "de Nueva Zelanda", son rastreras y en nuestra huerta crecen como malas hierbas. Tienen más sabor que las espinacas normales, así que si vais a usar de las otras quizá os convendrá poner más cantidad.

La pasta la preparamos con escanda integral 100%, y aunque el sabor quedó estupendo tengo que avisaros que trabajar esa masa es más complejo que usar sémola de trigo o harina 00. La escanda tiene menos gluten pero más extensibilidad que el trigo normal. Eso hace que la masa no se pueda dejar tan fina, porque se rompe con más facilidad. Sin embargo, en este plato eso no es un problema porque la masa va a absorber la salsa de tomate y se quedará bien hecha, con una sabor estupendo y nada pesada. Pero a los que nunca hayáis hecho pasta fresca, os recomiendo que uséis harina 00 o sémola de trigo duro, y cuando ya tengáis confianza os lancéis a usar otras harinas.


Esta es una manera de preparar un delicioso plato de pasta fresca para muchos comensales sin tener que pasaros tres horas en la cocina. No os dejéis intimidar por la lista de ingredientes ni por la longitud de la receta. La mayor parte de las cosas se pueden preparar el día antes, de manera que lo único que tendréis que hacer en el momento será estirar la pasta, montar el rotolo y hornear. Como dice Su, vamos a ello.
Ingredientes, para 6 personas

para la salsa:

1 litro de salsa de tomates asados (o la mejor salsa de tomate que podáis conseguir)
media cebolla picada
aceite de oliva virgen

En una sartén a fuego medio rehogamos la cebolla en el aceite de oliva. Cuando esté transparente añadimos la salsa de tomate. Dejamos que reduzca unos 15 minutos y reservamos.
(Yo la preparé el día antes) 

para el relleno:

750 gr de puré de calabaza asada (necesitaréis una calabaza de 1 kilo, más o menos)
400 gr de espinacas frescas
un poco de requesón o ricotta
sal y pimienta

Asamos la calabaza durante una hora, en el horno calentado a 180ºC. Le quitamos la piel y las semillas, y ponemos la carne en un colador para que suelte el líquido. Trituramos la carne  con un tenedor, salpimentamos y reservamos.
Lavamos bien las espinacas, las cortamos y rehogamos en una sartén con un poco de aceite de oliva. Reservamos.
(Esto también lo preparé el día antes)


para la pasta:

150 gr de harina de escanda integral
150 gr de sémola fina de trigo duro
3 huevos
un chorrito de aceite de oliva virgen
una pizca de sal
agua, la que haga falta

Os recomiendo que si nunca habéis hecho pasta fresca os leáis antes el tutorial.
Se mezclan la sémola y la harina de escanda con los huevos, la sal, y el chorrito de aceite de oliva. Si la masa está seca, añadirle un poco de agua. Si usáis escanda, al principio la masa debe quedar algo pegajosa. Dejadla reposar antes de añadir más harina, ya que la masa cambia mucho de textura con el reposo. Debe quedar elástica, si está muy seca no será posible trabajarla para dejarla fina. Si después de dejarla reposar una hora sigue pegajosa, entonces sí añadimos sémola hasta que tengamos una masa que justo no se nos pegue a las manos.
Dejamos reposar unas horas, aunque es mejor prepararla la víspera y dejarla en el frigorífico bien envuelta y dentro de un tupper para que no se seque.


montaje del plato y horneado:

Calentamos el horno a 180ºC.
Ponemos la salsa de tomate en una fuente de horno.
Cortamos la masa en seis trozos. Los estiramos con el rodillo o con la máquina de pasta hasta hacer láminas de unos mm de grosor, y de unos 20 cm de ancho. Yo utilicé la máquina de pasta, y pasé las láminas por la posición 3 (en la Imperia).
En una superficie enharinada (bien enharinada si usáis escanda, qué buen sabor tiene pero cómo se pega la condenada) ponéis las láminas de pasta. Repartís el puré de calabaza, (como veis en la foto) ponéis encima espinacas y unas cucharadas de requesón o ricotta. Enrolláis sin presionar. Cortad cada rollo de pasta en tres trozos y, con mucho amor, los ponéis verticalmente en la bandeja, bien pegaditos unos a otros. Como el cilindro se habrá aplastado al cortarlo, una vez colocados los trozos de pasta en la bandeja, tratad de abrir los extremos para que cada trozo quede como una flor. Mis colegas han rebautizado este plato como "rosas de pasta".
Cuando la bandeja esté llena, la metemos en el horno.
Horneamos 40 minutos.


Animaos a preparar este plato, a mis amigos les gustó mucho. La parte de arriba de la pasta queda crujientita pero no dura, la pasta absorbe la salsa de tomate y el sabor se combina genial con la calabaza y las espinacas.

Como siempre os animo a que abráis el resto de Ventanas y descubráis los platos de nuestro menú de Navidad.