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lunes, septiembre 12, 2022

La forja de España (1): La macedonia peninsular

La macedonia peninsular
El merdé navarro
El enfrentamiento fraternal
Se vende finca catalana por 300.000 escudos de oro
El día que los catalanes dieron vivas a la Castilla salvadora
El lazo morado (o Cataluña es Castilla)
A tocar fados con la cobla
Los motivos de un casorio
On recolte ce que l'on seme
Perpiñán, o el francés en estado puro
La guerra civil
El expediente nazarí
Las promesas postreras del rey francés
La celada de Ana de Beaujeu
El rey pusilánime y su sueño italiano
Operación Chistorra
España como consecuencia



La península ibérica, como buena península, tiene algo que mueve o fomenta su posesión global. La quisieron para sí los romanos y, en un detalle que a menudo olvidamos, los godos la poseyeron en una extensión que ni siquiera los Reyes Católicos habrían de alcanzar; extensión que, incluso, sobrepasó la frontera natural de los Pirineos y se extendió por la Narbonense. Así pues, en la península ibérica existe un código geográfico, por así decirlo, que tiende a que toda ella forme parte de unidades de poder unificadas; sí, incluyendo Portugal.

lunes, marzo 15, 2021

Islam (24: el shiismo y la ijtihad)

 El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro


El califato fatimí se fue al carajo en el año 1171, dejando a los ismailitas huérfanos del que había sido su principal stronghold; y entregando el testigo de esta secta a los conocidos como asesinos. Éstos tenían varios puestos fuertes en la zona montañosa del Irán oriental, y allí Hulegu los sitió y venció definitivamente en el 1256, dos años antes de que consiguiera tomar Bagdad. En el 1271, los mamelucos egipcios tomarían la mayoría de los asentamientos asesinos cerca de las costas sirias. Como ya hemos visto, al Islam le costó imponerse entre los mongoles pero, finalmente, Ghazan se convirtió y comenzó a favorecerlos claramente en contra de los budistas, que hasta entonces habían contado con cierta comprensión, como poco, del poder.

miércoles, julio 22, 2020

La Mesta


Ni el más desmotivado e inútil de los estudiantes de ESO y Bachillerato que pudiera estar leyendo este texto se debería llevar una sorpresa al leer que la economía ibérica, en la Edad Media, era, fundamentalmente, una economía agraria. Pero podemos ser un poco más precisos y decir que aquella economía medieval se basaba en la explotación de las tierras que se llamaban de pan llevar, expresión que nos viene a decir que el cultivo fundamental eran los cereales. El clima y el hecho de que toda Castilla, casi sin excepciones, fuese tierra de secano, impuso esa especialización. Sin embargo, muy desde el principio, el cultivo de cereales se complementó, allí donde era posible, con los viñedos. Para que el vino fuese un cultivo viable hizo falta que pasaran algunos siglos y, sobre todo con la llegada de la llamada Baja Edad Media, medrasen las ciudades, mejorase algo el tono de la economía y apareciese el consumo suntuario que, entre otras cosas, demandaba, como ahora, buenos vinos en su mesa.

lunes, marzo 25, 2019

El cisma (6: la vuelta al redil)

Sermones ya pasados

La declaración de Salamanca
El tablero ibérico
Castilla cambia de rey, y el Papado de papas
Via cessionis, via iustitiae y sustracción de obediencia
La embajada de los tres reyes

Todo en esta vida tiene pros y contras. Desde 1399 hasta el año 1403, cuatro años por lo tanto, Pedro de Luna fue un preso de lujo en su palacio de Aviñón y gran parte de la cristiandad se quedó sin Papa. Esto tuvo sus cosas buenas, pero también las tuvo malas. La principal consecuencia de la sustracción de obediencia fue un regalismo descarado y, cuando menos en mi opinión, preparado.

miércoles, marzo 20, 2019

El cisma (5: la embajada de los tres reyes)

Sermones ya pasados

La declaración de Salamanca
El tablero ibérico
Castilla cambia de rey, y el Papado de papas
Via cessionis, via iustitiae y sustracción de obediencia


Enrique III de Castilla tardó en recibir, por la vía oficial, la noticia de la estrategia que habían muñido Ricardo y Carlos, Carlos y Ricardo, y para la que querían su colaboración. Desde el principio, el tema recibió un nombre: la embajada de los tres reyes. Los efluvios le llegaron en las primeras semanas de 1397, por lo tanto como dos meses y pico después del bodorrio donde todo se había muñido.

miércoles, marzo 13, 2019

El cisma (4: via cessionis, via iustitiae y sustracción de obediencia)

Sermones ya pasados

La declaración de Salamanca
El tablero ibérico
Castilla cambia de rey, y el Papado de papas

[Yo lo aviso: a partir de aquí, el temita del cisma se pone teológico y tal. Comienzan los repechos. Lo digo por si te quieres bajar de la bici, vaya.]

Pedro de Luna, pleno conocedor del hecho de que le debía el solio a los franceses, se mostró rápidamente como un Papa decididamente partidario de la política gala. Ésta, sin embargo, necesitaba de aliados en Europa que contrarrestasen el poder inglés, y es por ello que el primer y fundamental reto que se planteó Benedicto fue lograr un acercamiento con Castilla y con Aragón. La operación, además, para salir verdaderamente bien, debería garantizar dichos acercamientos a la vez, sobre todo en lo que se refería a la patria chica del pontífice, para así lograr un espacio geopolítico procismático coherente, continuado y multinacional.

lunes, marzo 04, 2019

El cisma (3: Castilla cambia de rey, y el Papado de Papas)

Sermones ya pasados

La declaración de Salamanca
El tablero ibérico

El 9 de octubre de 1390, en el teatro de Castilla y de Europa se produjo una inesperada novedad: el rey Juan I murió tras caerse del caballo. El trono de Castilla quedaba ahora ocupado por un niño. Ni qué decir tiene que esto incrementó la inestabilidad en una Corte que precisamente acababa de orillar los problemas derivados de las pretensiones dinásticas de Lancaster. Aunque lo realmente importante a efectos de la historia que aquí vamos contando es que la desaparición de Juan I excitó las ilusiones del bando papal romano en el sentido de ganarse a los regentes; mientras que le puso las pilas al bando aviñonés, consciente de que necesitaba contraprogramar todos esos movimientos. La principal decisión en este sentido por parte de Clemente fue enviar a las Cortes castellanas de 1391 a Domingo, obispo de San Ponce. San Ponce vino a Castilla no sólo a contrarrestar las presiones urbanistas, sino para tratar de normalizar la situación en Castilla y, consiguientemente, mejorar la capacidad del reino a la hora de financiar al papado cismático.

lunes, febrero 25, 2019

El cisma (2: el tablero ibérico)

Sermones ya pasados

La declaración de Salamanca



El Cisma de Occidente, más vale que nos lo vayamos metiendo en la cabeza porque si no las notas que vienen va a ser difícil que se entiendan, fue superficialmente un problema sobre visiones en torno al presente y futuro de la Iglesia; un enfrentamiento entre posturas reformistas o conservadoras. Pero fue, fundamentalmente, la disculpa que buscaron las potencias europeas para enfrentarse y pelear por el poder. La Francia del siglo XIV no había olvidado que ella había fundado el Sacro Imperio (de hecho, nunca lo han olvidado); mientras que los Estados Pontificios se creían ya una entidad política por sí misma, sin necesidad de más muletas.

lunes, febrero 04, 2019

El cisma (1: la declaración de Salamanca)


El 27 de marzo de 1378, el Papa Gregorio XI falleció en Roma. Este Pierre Roger de Beaufort, el último Papa francés que ha habido hasta el momento, fue un tipo curioso que fue elegido por unanimidad en el cónclave, el cual, sin embargo, tuvo que esperar algunos días para proclamarlo porque en el momento de la elección ni siquiera era presbítero. Goyo se pasó la mayor parte de su pontificado intentando que las potencias católicas se portasen como tales y dejasen de darse de hostias para dárselas al turco; pero no lo consiguió porque, ya se sabe, la exhibición religiosa a todo rey le gusta pero, al fin y a la postre, la pela es la pela y en aquella Europa ingleses y franceses se llevaban peor que mal.


lunes, julio 03, 2017

1453 (3)

(Vaya, he metido el dedo y he publicado esta toma, que era para el miércoles. Pues eso: que la disfrutes, y el miércoles viviré de las rentas...)

En la Transoxiana, al sur de Samarkanda, surgió en el siglo XIV un jefe guerrero. Era, probablemente, de origen mongol, pero había sido totalmente influido por la cultura turca. Su nombre era Timur, aunque todo el mundo lo conocía como Timur el Cojo, Timur Lenk, nombre que al parecer los europeos no podíamos pronunciar tal cual y, por eso, convertimos en Tamerlán.

miércoles, junio 28, 2017

1453 (2)

Tras la victoria de Maritsa, los turcos tuvieron el campo abierto al oeste de sus posesiones balcánicas. Diversas poblaciones fueron cayendo una a una y, lo que es más importante, la nobleza local tomó conciencia de que no le podía hacer la guerra a los islamitas. Lázaro, rey de Serbia, aceptó pagar tributo a los otomanos; y Juan Chichman III, rey de Bulgaria, le entregó a su hermana Tamara al sultán para que se casara. En toda Bulgaria, el único Estado no tributario de los turcos era Vidin, cuyo rey Stratsimir aceptaba la soberanía del rey de Hungría.

lunes, junio 26, 2017

1453 (1)

1453 es una de esas fechas mágicas de la Historia. Esto es así porque alguien decidió que había que tomarla como punto de partida del Renacimiento; lo que ha hecho a muchas personas creer desde entonces que la Edad Media terminó por decreto en Constantinopla el día que los turcos la tomaron. La verdad es que esa afirmación es muy aventurada y discutible pero, qué le vamos a hacer, algo hay que decirle al educando que todo lo que quiere es que le den una pregunta que tenga que contestar acertadamente para pasar un examen.

lunes, febrero 06, 2017

Cuando el criminal es un animal (literalmente)

La actitud del hombre medieval hacia los animales no es la misma que tenemos nosotros; algo que es importante comprender para todo aquél que se acerque a esa civilización y forma de ver el mundo. Para empezar, para muchos hombres medievales los comportamientos antropomorfos de los animales no eran algo imposible. Hay que entender que el hombre medieval creía que la serpiente le había hablado a Eva (aunque también hay que reconocer que mucha gente que tiene perro y gato cree que les entienden). Por otra parte, los animales formaban parte de la cotidianeidad de la gente. Los villanos vivían con sus animales, no los tenían apartados en establos, por lo que tenían una cotidianeidad con ellos. Una cotidianeidad que, por otra parte, también hacía que la posibilidad de que los animales les hiciesen daño era más elevada.

lunes, enero 09, 2017

Los cátaros (y 3)

No te olvides que ésta es una segunda parte de una primera parte y de una segunda parte.

La primera guerra entre los franceses del norte y los cátaros duró veinte años, y no fue capaz de desalojarlos. La verdad es que los herejes del Languedoc contaban con muchos recursos y, además, muy pronto contaron también con eso que hoy denominaríamos una reacción nacionalista por parte de la nobleza local, ya que tanto Raymond VI como Raymond-Roger de Foix se sintieron casi invadidos por los sucios borgoñones (lo fueron) y excitaron su propia reacción. Además, la nobleza de segundo nivel, sobre todo el muy batallador vizconde de Béziers, estaba completamente a favor de la herejía. Muchos de ellos, además, dominaban poblaciones, como Béziers, Fanjeaux, Duns o Laurac, donde el catolicismo había desaparecido por completo.

lunes, noviembre 21, 2016

Trento (10)

Recuerda que en esta serie hemos hablado ya, en plan de introducción, del putomiérdico estado en que se encontraba la Europa católica cuando empezó a amurcar la Reforma y la reacción bottom-up que generó en las órdenes religiosas, de los camaldulenses a los teatinos. Luego hemos empezado a contar las andanzas de la Compañía de Jesús, así como su desarrollo final como orden al servicio de la Iglesia. Luego hemos pasado a los primeros pasos de la Inquisición en Italia y su intensificación bajo el pontificado del cardenal Caraffa y la posterior saña con que se desempeñó su sucesor, Pío IV, hasta conseguir que la Inquisición dejase Italia hecha unos zorros.

Bueno, una vez pergeñada esta introducción de varios capítulos para que os podáis imbuir del espíritu del siglo y del pedazo de follón que tenía montado Europa con la coña del luteranismo, ha llegado al momento de que nos metamos con lo que viene siendo el Concilio de Trento en sí. A ver si la descripción, que diría un taurino, nos sale importante.

lunes, octubre 24, 2016

Patarinos

De alguna manera, o de muchas, estas notas has de contemplarlas en relación con algo que ya hemos escritoaquí sobre los paulicianos; y. sobre todo, los bogomilos.


No hace mucho rato hemos asomado por la ventana de este blog a dos de las mayores herejías maniqueas de la Edad Media europea: los paulicianos y los bogomilos. A los bogomilos los dejamos, de hecho, amplia y sólidamente establecidos tanto en Constantinopla como en Bulgaria, que verdaderamente parecieron, en algún momento del siglo XII, sus sedes centrales permanentes. Pero las cosas iban a cambiar un poco; el bogomilismo estaba llamado a ser más multinacional.

lunes, julio 21, 2014

La aventura veneciana

A los ojos de este simple lector de historias pasadas, resulta sorprendente lo poco, por no decir poquísimo, que habitualmente se habla de la república veneciana cuando se tratan los ejemplos del pasado, digamos, meritorios. Quien no encuentra interesante la historia de la aventura veneciana está dando de lado un experimento que consiguió, entre otras cosas, mantener un monopolio económico durante un milenio; esto es algo que está fuera del alcance de la mayoría de los mortales que viven fuera de El Vaticano.

viernes, diciembre 07, 2012

Bowmen

En la Historia de la Humanidad ha habido muchas bombas atómicas. La bomba basada en la fisión del átomo no es, ni de lejos, el único arma que, con su aparición, ha cambiado completamente el signo de las guerras y la capacidad de hacer daño. Antes que la bomba atómica, la aparición de la artillería moderna mudó la faz de la guerra. Pero, antes aun de ello, debemos hablar de la artillería antigua; del uso del arco. De eso van estas notas.

El arco bélico ha dado, históricamente, una ventaja inusual a aquél que sabe manejarlo. El manejo del arco está, por ejemplo, en el fondo del éxito de las hordas de Atila el huno contra los romanos, porque los hunos usaban un arco asimétrico (no disparaban la flecha apoyándola en el centro de la longitud del arma, sino más arriba), que les permitía dispararlo sin bajarse del caballo. Los romanos sabían bien que los hunos eran soldados del montón cuando se bajaban del caballo, igual que eran verdaderamente temibles cuando permanecían en él.

El término artillería, artillerie, es un término francés que deriva de archerie, esto es uso del arco. Esto nos da la pista de que fueron los franceses, o más concretamente francos y borgoñones, los primeros que, en Europa, rescataron el arco como herramienta bélica. Los arqueros eran llamados artillier du roy, lo cual es, también buena demostración de que los arqueros eran tan importantes en los ejércitos medievales que el rey, que combatía con infantes y caballeros aportados por los nobles, quería a los arqueros bajo su directa dependencia. Ésta es la razón original de que el Arma de Artillería, en ejércitos como el español, ha sido Real desde sus inicios, como bien nos recuerda el general Jorge Vigón en su Historia de la artillería española.

Francia, sin embargo, acabaría por verse superada por Inglaterra. Guillermo el Conquistador, en la batalla de Hastings, se presentó con una considerable compañía de bowmen (Bowman, de hecho, es un apellido muy común en Reino Unido). No parece estar del todo claro, sin embargo, si aquellos arqueros usaban un crossbow o un longbow. Lo más probable es lo primero. El crossbow, también denominado artalest, es una ballesta larga. La conversión del arco en algo parecido a una ballesta es una innovación interesante porque permite que cualquiera pueda ser arquero, puesto que es mucho más fácil disparar una ballesta que un arco. Por esta razón, conforme fue avanzando la Edad Media, también en parte gracias a la dominación franca en el continente, el crossbow se fue imponiendo. El rey inglés Ricardo V, nos dicen las crónicas, murió a causa de una fecha disparada por uno de estos arcos desde las murallas de Limoges, ciudad que estaba sitiando.

Los ingleses, sin embargo, abandonan, en algún momento, el uso del crossbow para pasarse al arco largo o longbow. Y la primera razón para hacer esto fue, probablemente, muy inglesa.

El artalest no era un aparato fácil de manejar. Era grande, un tanto aparatoso, difícil de proteger; mucho más que el arco largo (de hecho, los archeros de este tipo de armas combatían acompañados de un pavesero, que era una especie de paje que llevaba un escudo grande, llamado pavés, con el cual les protegía mientras cargaban el arco, labor larga y tediosa). En 1346. ingleses y franceses se enfrentaron en la batalla de Creffey y, en lo que a los arcos se refiere, la cosa parecía estar bastante clara. Inglaterra había conseguido reclutar, en todas las villas de su reino, 4.000 arqueros. Los francos, por su parte, tenían 15.000 arqueros mercenarios genoveses. Pero los ingleses ganaron. Y ganaron por la sola razón de que llovió de la hostia.

Cuando empezó a jarrear, los genoveses dejaron que sus artalestes se mojasen. Lógico: era muy difícil protegerlos. Los ingleses, en cambio, envolvieron sus arcos, mucho más manejables, y los mantuvieron secos. Como consecuencia, nos dicen las crónicas, al llegar el turno de los disparos, los arcos francos habían perdido distancia: sus cuerdas estaban empapadas. Los de los ingleses no, y eso les permitió obtener una ventaja decisiva.

Eduardo V de Inglaterra, ya en el siglo XV, es reputado para muchos como el rey que introduce definitivamente el arco largo en el ejército isleño. Y lo hace, probablemente, tras su esperiencia en las Cruzadas, donde pudo observar la elevada efectividad que los persas obtenían del arco largo. La sustitución del arco largo usado hasta entonces por los ingleses por éste nuevo, de factura asiática, más potente, cambió la capacidad de la artillería inglesa.

Sin embargo, poco podría haber hecho esta novedad de no haber caído en un pueblo como el inglés, para el cual el arco era una especie de deporte nacional. En 1363, Eduardo III, en un decreto en el que prohíbe la práctica de un montón de deportes rurales, prohíbe también el uso del arco. Pero un signo del caso que le hicieron los aldeanos ingleses es que en 1365 tuvo que volver a publicar la misma orden, signo de que el personal pasaba de él. En 1392, bajo Ricardo II, las cosas habían cambiado, y de hecho este rey decretó que todos los sirvientes de su casa viajasen siempre acompañados de arco y flechas, animándolos a usarlos en cuanto pudiesen. Una ley posterior obligaba a todos los sirvientes a ejercitar el arco los domingos y fiestas. En el enfrentamiento entre los rebeldes del duque de Exeter y los partidarios del rey Enrique IV, en Cirencester, la victoria de este último se produjo gracias a la intervención de los arqueros y arqueras del pueblo; hasta el punto de que Su Majestad decretó que la villa se beneficiase, a partir de entonces, de una entrega anual equivalente a cinco patos y un odre de vino que, conociendo a los ingleses, lo mismo sigue recibiendo.

La superioridad inglesa alcanza su punto más elevado en la batalla de Agincourt, 1415, que durante mucho tiempo fue para los ingleses como una especie de Waterloo; batalla en la que la capacidad de los arqueros ingleses detuvo a la caballería francesa, algo totalmente inesperado para los gabachos, que todavía creían en la guerra antigua, en la que los caballeros con armadura, si eran suficientemente numerosos, resultaban imparables. En realidad, desde Agincourt algo muy esencial cambia en la guerra del hombre, pues los combatientes de siempre, los nobles y gentes de alcurnia, fueron, primero parados, y luego masacrados, por unos puta base como los arqueros, todos ellos aldeanos sin historia.

Aquellos tipos, sin embargo, eran capaces de disparar nubes de flechas a razón de una tanda cada seis segundos. Sus flechas eran con seguridad mortales a unos 50 metros de distancia, incluso aunque el cuerpo en que impactasen llevase armadura, y seriamente dañosos hasta los 150.  Como digo, hasta Agincourt, se consideraba que una masa suficiente de humanos con armaduras subidos en sus caballos era una presión insostenible e imparable. Sin embargo, el poder del arco largo demostró lo contrario.

La enorme victoria en Francia, que dio a los ingleses la oportunidad de dominar porciones muy importantes de dicha nación durante mucho tiempo, entró, como digo, en la mítica nacional. Haber estado allí se convirtió en timbre de gloria y para los ingleses tardomedievales o renacentistas, aquella batalla adquirió los tintes que tendría, siglos después, Trafalgar. Agincourt ascendió a los cielos de la fama, y con ella el arco largo.

Enrique V admite el papel fundamental del arco largo en la victoria francesa dos años después, en 1417, cuando redacta una serie de instrucciones para los sherives de la nación, de forma que se regule definitivamente la formación de arqueros en Inglaterra. Entre otras cosas, esas instrucciones establecen que han de tomarse para cada flecha, del ala de los gansos, seis plumas destinadas a mejorar la precisión del dardo, y que se obtenían a expensas del rey. Teniendo cuenta que cada arquero iba a la batalla con 48 flechas, que los reclutados podían ser miles, etc., cabe considerar que la corona se gastaba una pasta en plumas (aunque parece ser que pagaba de puta pena, como siempre).

Además, el uso de las plumas en las flechas fue asimismo regulado, aunque no por leyes sino por las prácticas de los fabricantes. Las seis plumas usadas eran siempre la segunda, tercera y cuarta de cada ala.

Para satisfacción de los ingleses, los franceses, siempre tan dados a oponerse a que les cambien el paso, siguieron creyendo en su crossbow, incluso después de Creffey, Poitiers y Agincourt.

Cuando llega el reinado de Eduardo IV, rey que consiguió frenar el ímpetu de los enemigos lancastrians, los arqueros volvieron a marcar la diferencia en los enfrentamientos, con la novedad de que, ahora, ya no son sólo ingleses, sino también irlandeses. Una ley de ese reinado, conocida como The Irish Statue of Edward the Fourth, establece que todo ciudadano inglés, o irlandés que viva con ingleses, debe poseer un arco largo de la longitud de su talla (para el cual tallaría flechas con una longitud de la mitad del arco), y que debía estar hecho de tejo, avellano, fresno o, nos dice la ley, "cualquier otro árbol razonable". Todas las villas quedan obligadas a organizar pequeños torneos para ejercitar el arco en los días de fiesta, con una multa de medio penique para la que no lo hiciera.

La fama y valor de los arqueros largos ingleses queda atestiguada por el envío, hecho por este mismo rey, al duque de Borgoña, de 1.000 arqueros; los cuales, según nos dicen las crónicas, cobraron 6 peniques por día; el salario de un soldado inglés doscientos y pico años después. Luego, con la llegada de la artillería, el arco perderá importancia bélica, pero ya no abandonará las costumbres inglesas; personajes de la corte o reyes tan "modernos" como Carlos I o Catalina de Portugal eran arqueros, o gustaban de las competiciones de arco. Enrique VIII, por su parte, además de permitir a los miembros de la artillería vestir de cualquier color menos púrpura y escarlata, les otorgó el privilegio de no disparar sólo a dianas, sino también a pájaros; y de poder hacerlo en el entorno de dos millas de los palacios reales, donde estaba prohibido para el resto. Asimismo, el rey de las muchas esposas reguló el pago de indemnizaciones del erario público para todas aquellas personas que resultasen muertas de un flechazo por haber pasado entre el arquero y la diana; siempre y cuando el artillero pudiese demostrar que había gritado ¡Fast! (posiblemente, una abreviación de: ¡stand fast!)

¿Cuál es la gran ventaja aportada por el longbow? Según los ingleses que han escrito sobre el tema, la gran novedad introducida por esta arma tiene que ver con la forma de disparar.

Todo parece indicar que el arco, en la Antigüedad, se ha disparado llevando la flecha al pecho. Esto lo sabemos, entre otras cosas, por el mito de las amazonas, que nos dice que se amputaban el pecho de su mano diestra para que no les molestase al apuntar (unum execta latus pugnae pharetrata Camilla, nos dice Virgilio). Las condiciones del arco largo, y la pericia adquirida, una generación tras otra, por los ingleses, les permitió, sin embargo, llevar la flecha to the ear, esto es, hasta la oreja. Durante mucho tiempo fue famosa en Inglaterra, hoy perdida supongo, la historia del forzudo Topham, que solía hacer exhibiciones de su potencia en Islington como los culturistas hoy en las playas de Río de Janeiro. Y que un día, coincidiendo con uno de los entrenamientos de los arqueros de Finsbury, fue retado por uno de ellos, delgaducho y retaco, a ver si era capaz de disparar una flecha que tuviese dos tercios de su altura. Topham aceptó el reto, confiado, pero no fue capaz de disparar el dardo. Acto seguido, su escuchimizado competidor tomó su arco, una flecha larga en dos tercios de su altura, y, estirando el arco hasta su oreja, la disparó, aparentemente sin esfuerzo.

El buen arco largo, así acabó consolidándose la tradición de los ingleses, debía pesar una onza. Asimismo, el ganso que aportase las plumas debía de tener entre dos y tres años de edad; y las plumas usadas deberían de haberse caído por sí mismas. Asimismo, si algún día leéis la balada de Cheviot Chase (también conocida como de Chevy Chase), allí podréis aprender que dos de las tres plumas que se conseguían de cada ala habían de ser blancas; pero la tercera debía de ser marrón o gris. Y la cosa no es baladí, porque la diferencia de color ayudaba al arquero a alinear correctamente la flecha.

Como podéis ver, pues, el mito de Robin Hood no cayó, precisamente, del cielo.

jueves, octubre 25, 2012

Masones



La tabla de Van Eyck retratando a Santa Bárbara reproduce, tras la santa, una catedral en construcción. A la derecha de la perspectiva del espectador, adosado al edificio religioso, se ve un cobertizo. Un cobertizo modesto cuya función era guardar las herramientas de los canteros, reunirlos antes y después del trabajo, y facilitar la labor de los escultores en los días de lluvia. Ese cobertizo tan modesto, llamado por los italianos loggia, es el origen de la masonería.

Las logias, pues, no son, en su origen, sino el lugar donde se reúnen los artesanos, a descansar y discutir de sus cosas; así pues, cualquiera de nosotros que se acerque por cualquier bareto de España a la hora de comer y se encuentre a un grupo de gentes de mono, mecánicos, pintores, fontaneros, etc., comiendo juntos y hablando de sus cosas, está contemplando una logia. En ocasiones, en esos sitios se discutía de la leche. En 1283, en la logia llamada de la Asunción, anexa a las labores de Notre-Dame, ser montó una mundial de tal calibre que tuvo que intervenir el ejército.

A pesar de estas diferencias, el tener un lugar concreto donde reunirse y preocupaciones comunes (allí se discutía mucho sobre la mejor manera de tallar la piedra, así como de otras cosas) generó pronto, en los albañiles y canteros, en los masones al fin y al cabo, el sentido de corporación. En la segunda mitad del siglo XIV, ya existe en Londres el embrión de un colegio profesional de masones. De hecho, es en Inglaterra donde la profesión se va definiendo mejor, y son los ingleses los primeros que distinguen al tallador de piedra que se encarga de las molduras de la iglesia del que tiene habilidades para realizar trabajos delicados. Los talladores dedicados a las obras más bastas solían trabajar una piedra del condado de Kent conocida por su dureza y eran, por ello, denominados hard hewers. Los canteros capaces de realizar trabajos más delicados sabían esculpir piedras más blandas y eran por ello llamados freestone masons.

Cada vez más, el freestone mason fue denominado, por economía, freemason. En el siglo XVIII, cuando surja la moderna masonería en Francia, esta palabra se maltraducirá por francmasón; palabra ésta que es totalmente desconocida en la Edad Media europea.  Aunque cierto es, sin embargo, que en el Medievo había artesanos que eran conocidos como sculptores lapidum liberorum, que los franceses traduccían como tailleur de pierre franche, o sea algo así como piedra franca. 

Sé que lo que mola al escribir de los primeros masones es inscribirlos en una novela de Dan Brown y hacerse un par de pajas con la idea de que pudieran ser guardianes de secretos arcanos donados por extraterrestres o así. Pero la verdad es mucho más prosaica y, a la vez, interesante. Con la pérdida de conocimientos adquiridos por las sociedades europeas provocada por la gotificación del continente, la construcción se convierte en un problema, especialmente desde el momento en el que una serie de dinámicas socio-religiosas impulsan la multiplicación de construcciones monumentales. Edificios enormes que han de sostenerse, lo cual no es fácil. Como dice el gran experto en construcción medieval Violet le Duc, en realidad no podemos saber cuántos ensayos fallidos están detrás de cada una de las iglesias que conocemos; pero debieron de ser muchos. En la Europa posromana, debieron de derrumbarse iglesias y edificios a puñados antes de que sus arquitectos comprendiesen los porqués.

Los masones no son sino las personas, profesionales les llamaríamos hoy, que en virtud de su curiosidad aprendieron esas claves que a los demás se les escapaban. Y no se lo contó ningún descendiente oculto de Jesucristo ni nada que se le pareciese, sino la simple, pura y universal técnica de la prueba y el error: se te caen 27 arcos de medio punto hasta que, en el 28, aprendes lo que tienes que hacer para que se sostenga.

El masón medieval es el artista total renacentista en mucha mayor medida que éste. Resulta curioso que en el mundo moderno todo el mundo conozca el nombre de Leonardo da Vinci pero no el de Villard de Honnecourt, quien en su cuaderno de viajes mostró una curiosidad ecuménica y una capacidad de penetración intelectual, como poco, comparable a la del artista italiano. Los dibujos de Honnecourt demuestran bien a las claras que sabía pintar; pero es que, además, en su cuaderno, concebido como una especie de libro de instrucciones para constructores, se plantea un montón de problemas prácticos de la construcción, retos ingenieriles les llamaríamos hoy, y dibuja los planos de los aparatos que construye para solventarlos. No contento con esto, a lo largo de sus viajes anota información sobre la fauna y la flora que se encuentra a su paso.

Este cuaderno de Villard de Honnecourt es, además, de gran valor para hacernos entender a las personas de hoy el que es el centro de la sabiduría masónica: la comprensión de las proporciones.

Exactamente igual que Leibnitz (y Pitágoras) pensaba que la música son sólo números, en realidad la construcción es sólo cuestión de proporciones. Si una columna soporta un peso es porque ese peso es proporcional a las dimensiones y material de la columna; y así mucho. El arte románico es como es, con esas paredes tan anchas y ausencia de ventanas al exterior, como consecuencia del conocimiento deficiente que los constructores medievales tenían de las proporciones, que les impedía ambicionar diseños más elegantes.

Además, hay que tener en cuenta que los constructores y artistas medievales (en realidad, ésta última es una expresión moderna; en la Edad Media no existe el artista como tal) no eran libres. Una de las muchas decisiones tomadas en ese momento crucial para la Historia de Occidente que fue el Concilio de Nicea, fue canonizar el concepto de que los artistas no son libres de pintar o esculpir lo que quieran, sino que han de fabricar la obra bajo los cánones de la Iglesia. En realidad, el fenómeno no es nuevo. También los artistas del Antiguo Egipto sabían pintar La Gioconda; pero servían a una estética superior, estatal.

Así pues, las obras de la Edad Media responden a conceptos teológicos y sociales que no tienen que ver con un Moneo haciéndose una paja mental en su estudio, sino con el respeto de determinados objetivos y necesidades litúrgicas. Si Girolamo Savonarola pudo liderar un proceso revolucionario en Florencia fue por la capacidad de impactar con sus sermones. Y si podía impactar con sus sermones es porque casi toda Florencia cabía en el Duomo. Y es que las iglesias y catedrales medievales, no lo olvidemos, están conceptuadas para ser capaces de albergar a todos; para ser la sede de auténticas asambleas (ecclesiae) de creyentes. Para construir una catedral hoy en Madrid con principios medievales, habría que concebir un edificio del tamaño de Eurovegas, con un majestuoso altar de unos 100.000 metros cuadrados desde donde la imagen de los oficiantes se transmitiese por Skype a las más de 50.000 megapantallas que, en la monstruosa nave central de más de un kilómetro y las decenas, sino centenares, de capillas, permitiesen seguir la ceremonia a los más de cinco millones de asistentes.

El concepto de simetría y proporción es intrínseco a la búsqueda de la belleza, como bien sabían los artistas griegos que, desde su laicismo, perseguían la proporción áurea en sus obras. El creador medieval, el masón, es bastante más básico porque sus conocimientos también lo son (así pues, para desgracia de mistabobos, lejos de ser intelectualmente privilegiados, eran todo lo contrario), y es por ello que las proporciones que se encuentran en sus construcciones son bastante más sencillas.

Bastante más sencillas, sí. Pero muy por encima de la media de tu tiempo.

El gran secreto masón por excelencia es el de la duplicación del cuadrado. Es un problema que hoy, en realidad, nos parece bastante sencillo, gracias a nuestra amiga la hipotenusa.

La duplicación del cuadrado es compleja porque las cosas en las superficies no van como intuitivamente se podría pensar. O sea: si dos metros son el doble de un metro, para tener el doble de un cuadrado de un metro de lado hay que tener un cuadrado de dos metros de lado. Pero eso, en realidad, no es así, porque el cuadrado de dos metros de lado tiene cuatro metros cuadrados de superficie; el cuádruple, no el doble.

Para los masones medievales como Hannecourt, la proporción doble era muy importante porque marcaba la elegancia básica de muchos edificios; por ejemplo, los claustros. El claustro tenía que tener un jardín central importante (sin el cual la iluminación de las estancias resultaba complicada) pero, al mismo tiempo, tenía que tener espacio suficiente para el claustro propiamente dicho, el pasillo bajo, las celdas, etc. Si se utilizaban proporciones elevadas (uno a cuatro, por ejemplo) se obtendrían edificios carísimos y excesivamente suntuosos (los monjes, en lugar de celdas, tendrían suites).

El cuaderno de Hannecourt, en su comentadísima plancha 39, contiene instrucciones precisas para construir un claustro en proporción de 1 a 2, esto es: que su superficie sea el doble que la del jardín central. Está esquematizada en la pollada que os he pegado.

Un cuadrado de lado uno tiene superficie 1. Si trazamos la diagonal del cuadrado, el teorema de Pitágoras nos dice que la longitud de esa diagonal será raíz de dos. Entonces, creamos un cuadrado a partir de esa diagonal; un cuadrado todos cuyos lados medirán raíz de dos. Cuando lo tengamos, si hallamos su superficie, veremos que es el cuadrado de raíz de dos, ergo dos. Dos, que es el doble que uno. Ya no tenemos más que coger el cuadrado nuevo y el antiguo, y colocarlos uno encima del otro.

Bueno, Villard lo anotó de otra forma...








 De Hannecourt explica este hecho en su cuaderno porque él es un arquitecto medieval. Esto quiere decir que ni se considera arquitecto ni tiene espíritu corporativo alguno; toda su voluntad es que otros no se vean obligados a tropezar donde ha tropezado él. Pero esto cambia rápidamente. La duplicación del cuadrado, y el nivel de dominio geométrico que presupone, es una herramienta fundamental para la elevación del plano, que es, al fin y a la postre, el conocimiento que acaba distinguiendo a los masones de los que no lo son. Como explica muy bien el dibujo de Hannecourt, si inscribes un cuadrado dentro de otro vas creando cuadrados más pequeñitos y proporcionales; si los colocas uno encima del otro, acabas teniendo una torre que, por mor de la proporcionalidad, es estable; y, lo que es más, dibujando esos cuadrados inscritos, estás dibujando la torre.

Conforme el mundo se fue haciendo más complejo, en el Renacimiento, poseer ese secreto pasó a valer dinero.

Tanto es así que en 1459, durante una reunión multinacional de corporaciones de masones centroeuropeas, convocadas para unificar sus estatutos, se toma una decisión, que se pone por escrito, de que nul ouvrier, nul maître, nul "parlier", nul journalier, n'enseignera à quiconque n'est pas de notre metier et n'a jamais fait travail de maçon, comment tirer l'elevation du plan.

Voilá el auténtico, prosaico, origen del mito de los masones como tesoreros de conocimientos arcanos: protegerse de la competencia. Hay que entenderles. Si los taxistas poseyesen el conocimiento monopolístico de cómo conducir un vehículo a motor, con seguridad también establecerían la norma interna de no contárselo a nadie, y convertirían su gremio en un oficio de padres a hijos, en el que se sería difícil, cuando no imposible, entrar.

Pero siempre hay "traidores". Un cuarto de siglo después de la reunión de Ratisbona, un arquitecto alemán, Matías Roriczer, escribe un libro dedicado a la arquitectura de pináculos, Büchlein von der Fialen Gerechtigkeit, en el que describe, con diseños muy parecidos a los de Hannecourt, el proceso.

Los secretos de los masones, pues, no tenían nada de esotéricos. Eran secretos del oficio. Es cierto que los masones desarrollaron todo un lenguaje propio de signos, que tallaban en la piedra, que también ha dado para muchas hipótesis y, sin embargo, se basa en la misma realidad.

La práctica de marcar los masones sus trabajos con extraños pictogramas nació en Escocia. Los canteros escoceses se dividían en varias categorías, una de ellas inexistente en otros mercados: los entered apprentices, una especie de becarios de la piedra; además de los cowans, nombre que recibían los canteros bastos sin demasiado expertise. A ello hay que unir que en  Escocia no se daba la freestone, la piedra blanda que reclamaba para ser trabajada de masones especialmente habilidosos.

Puesto que no había piedra blanda, a la hora de contratarse canteros para una obra, era muy difícil, en ocasiones imposible, distinguir a aquellos becarios de los masones experimentados. Fue por esta razón que éstos comenzaron a firmar sus obras con signos especiales. De esta manera, los masones se reconocían entre ellos, y evitaban que les diesen cowan por liebre. De aun a principios del siglo XVIII se conservan estatutos masónicos escoceses que recuerdan que ningún cowan deberá ser empleado sin habérsele preguntado una contraseña.

El mundo masónico es apasionante; aunque no por las razones que los pollas piensan. De hecho, es que el hombre, el mundo, la Tierra, no necesitan de misterio alguno para ser interesantes.

miércoles, febrero 22, 2012

Un escalón en la creación de España


Durante lo que habitualmente conocemos como Baja Edad Media, Europa dilata. Cada vez en periodos más cortos y de forma más violenta. Finalmente, se produce el alumbramiento; un alumbramiento enormemente doloroso y en el que se acumulan toneladas de sangre y que, desde mediados del siglo XIX, conocemos como Guerra de los Cien Años, la primera auténtica guerra europea que registra nuestra Historia. La Guerra de los Cien Años es un enfrentamiento bélico intermitente cuyos principales protagonistas son Inglaterra y Francia; sin embargo, de una forma o de otra, implica a todos los países de Europa y, además, como fenómeno que es de madurez de las monarquías frente al poder feudal que identifica los tiempos medievales, en realidad es el proceso más, por así decirlo, visible, de una serie de procesos en todos los países que avanzan en una dirección parecida.

España no es una excepción. El tiempo de la Guerra de los Cien Años viene a coincidir con nuestro propio tiempo bélico; una guerra en la que se ventilará, en buena medida, la relación de fuerzas entre las coronas de Castilla y Aragón que acabará decretando, pocas décadas después, cierta dependencia de ésta respecto de aquélla, comenzando con ello el proyecto de la nación española. Pero esta dinámica no es ni fácil ni incruenta. Es, como casi siempre, una guerra. La guerra entre los dos Pedros: el Cruel, en Castilla; y el Ceremonioso, en Aragón.

Alfonso IV, rey de Aragón, conocido como El Benigno, casó en segundas nupcias con Leonor de Castilla, que aportaba al matrimonio, como en la serie Los Serrano, hijos ya bastante maduros. Leonor ambicionaba para sus vástagos un papel de árbitros en la política peninsular, razón por la cual, a base de presiones y zalamerías sabiamente administradas, fue arrancando de su marido sabrosas donaciones para ellos, especialmente para el mayor, Fernando. De hecho, el rey Alfonso convirtió a Fernando en poco más que una especie de rey de Valencia, si tal cosa existiese, pues le cedió terrenos amplísimos en dicha demarcación. Lo que no sabemos, a día de hoy, es si Fernando se pagaba sus trajes.

La hostilidad de Pedro, el heredero de la corona maña, hacia los apliques entre su padre y su madrastra, debía ser bastante obvio, porque Leonor y su prole, nada más enfermar el rey, se refugiaron ipso facto en Castilla. El rey castellano Pedro I los recibió con los brazos abiertos, aunque ni los respetaba ni en realidad tenía planes para ellos; en su mente, el infante Fernando traía consigo tierras que él ambicionaba, tales como Alicante, Orihuela o Játiva.

Pedro I había llegado a rey con 16 años, tras la muerte de su padre Alfonso XI. Todo nos hace indicar que era persona de escaso miedo y bastante falta de escrúpulos; condiciones que le vinieron muy bien para ser rey de una nación en la que las revueltas nobiliarias eran frecuentes y, además, existían alternativas a su persona en la de los hermanastros bastardos del rey, sobre todo Enrique de Trastámara. Prueba inequívoca de esa propensión a hacer lo que le daba la gana es el famoso episodio en el que el rey, apenas a los dos días de su boda con Blanca de Borbón, se empalma dubidú al ver a María de Padilla, y se va con ella.

El conflicto entre Castilla y Aragón tuvo desde el principio una importante implicación internacional, pues fue por proteger a un aliado histórico como Génova que Castilla inició las hostilidades. El navegante catalán Françesc de Perelló atacó dos embarcaciones aliadas de Génova en Sanlúcar de Barrameda; gesto que fue contestado por el rey castellano con el embargo de los bienes de todos los comerciantes catalanes residentes en Castilla (a tomar por culo el consumo de cava en las behetrías). En agosto de 1356, aduciendo este episodio y la huida de Leonor de Castilla entre otros temas, Pedro I le escribe a su homólogo aragonés una carta que termina d’aquí adelant no nos haiades por amigo. Pedro reunió a sus asesores y, tras largas discusiones, decidió aceptar el desafío y declarar, por su parte, la guerra.

La guerra entre Castilla y Aragón fue desde el principio una guerra sucia, pues ambas partes hicieron todo lo posible por atizar los problemas en el seno de su enemigo. El más hábil en este punto fue Pedro el Ceremonioso, quien rápidamente atrajo hacia su zona de influencia a Enrique de Trastámara y al infante Fernando. A finales de 1356, Enrique pasó a Aragón con sus mesnadas, que eran numerosas, atraído por una serie de promesas territoriales en varios puntos de la corona aragonesa. Asimismo, Pedro inició acercamientos hacia Fabrique y Tello, los dos hermanos de Enrique; y tramó un alianza secreta con nobles castellanos para apoyarlos en una rebelión en Andalucía a cambio de la cual Aragón recibiría Sevilla, Algeciras, Cádiz, Jaén y Tarifa; casi nada. El Ceremonioso, por lo tanto, tenía todo un plan para penetrar en el poder castellano por su trastienda. La movida, sin embargo, fracasó. Pedro I, además, incitó al infante Fernando, cabreado por la preferencia aragonesa por Enrique, a montar bulla dentro del reino enemigo.

En marzo de 1357, los ejércitos castellanos toman Tarazona, en medio de los intentos de Guillermo de la Jugue, legado pontificio, para negociar una paz. El rey aragonés presentó batalla en Magallón, pero el Cruel la rechazó. Finalmente, el papado forzó una tregua, que se hizo efectiva en mayo de aquel mismo año, por la cual los territorios invadidos por Castilla quedaban bajo custodia pontifical.

La tregua fue usada por ambos bandos para buscar aliados. Castilla buscó la amistad, fundamentalmente, de Inglaterra, mientras que Aragón consolidaba su relación con Navarra y alguno de los reinos musulmanes de la península. Sin embargo, la principal alianza fue la alcanzada entre El Ceremonioso y el infante Don Fernando, quien aceptó pasarse a Aragón para hacerle la guerra al castellano. Pedro I reaccionó muy violentamente, temeroso de que la defección de Fernando le crease una oposición interior. Puso en marcha la rueda de reprimir y se apioló a los críticos a cientos; entre ellos, a Fabrique, hermano de Enrique de Trastámara; y a Juan, hermano de Fernando. Al tercer Trastámara, Tello, lo buscó pero no lo encontró. Algo más tarde, fue Leonor de Castilla la asesinada, convirtiéndose con ello en una de las escasas mujeres de estirpe real (pregunta a mis lectores: ¿acaso la única?) muertas violentamente en nuestra Historia.

Los castellanos rebeldes realizaron una operación semi-coordinada de pinza. Enrique atacó por Soria y Fernando por Murcia. Pedro, mientras tanto, siguiendo su táctica habitual de rehuir en lo posible el combate ofrecido por el contrario, decidió cambiar el teatro del enfrentamiento. Así, aprovechando la condición de potencia naval de su aliado portugués, organizó una expedición por mar para pillar a los aragoneses por su culo. Lo intentó en Guardamar, sin suerte, pero con el tiempo la flota se consolidó, de modo que en junio de 1359 tenemos a la armada castellana en la bocana del puerto de Barcelona. Ciertamente, la expedición fracasó en el ataque a la ciudad y, tras diversas vicisitudes, acabó licenciando a los marinos en Cartagena; pero para los catalanes fue una mala noticia, pues les demostraba que Castilla, cosa que ellos no habían esperado, estaba en condiciones de hablarles de tú a tú en el Mare Nostrum.

En septiembre de ese mismo año, los castellanos son derrotados por Enrique de Trastámara cerca de Moncayo, en Araviana. Esta derrota enervó a Pedro I de tal manera que intensificó la represión de los elementos contrarios a él en Castilla, con asesinatos masivos que están en la base del sobrenombre con el que ha pasado a la Historia. Sin embargo, esta represión consiguió taponar la rebelión de la nobleza enriquista que se estaba preparando y, de hecho, hizo zozobrar la invasión de Castilla que éste preparaba. En abril de 1356, Pedro I había recuperado el resuello y derrotó a las tropas de Enrique en Nájera.

Una vez más cambian las tornas, y de tal forma que Pedro el Ceremonioso de repente pierde el culo por firmar una paz. Ya está a punto de hacerlo cuando una novedad le detiene: en el reino de Granada (que entonces abarca todo el sur y parte del centro de Andalucía), Mohamed VI, El Rey Bermejo, aragonesista hasta las cachas, le arrebata el poder a Mohamed V, aliado de los castellanos. Este cambio debilita notablemente la posición de Castilla, que es ahora la que corre para lograr una paz, que de hecho se firma en Deza-Terrer (mayo de 1361). Bajo los eternos auspicios del inevitable legado papal (en este caso, Guido de Bolonia), ambas partes se devuelven terrenos conquistados y prisioneros y se prometen amigos para siempre will you always be my friend. No obstante, Pedro I, como Vito Corleone, sólo estaba firmando una paz falsa y, de hecho, mientras abrazaba a sus hermanos castellanos y aragoneses, pensaba en la venganza; pocos meses después, Mohamed V recupera el poder en Granada con apoyo castellano, y es el propio Pedro I quien traspasa con su lanza, cual pincho moruno (broma cruel), al Rey Bermejo, en Tablada.

Cubiertas las espaldas, Pedro I invade Aragón, llegando hasta Calatayud, que sitia con éxito (por lo que se ve, de aquélla los calagurritanos todavía no eran lo suficientemente tercos…) Este movimiento pilló a Pedro el Ceremonioso sin pasta y sin tropas, pues las había licenciado. Es por ello que llama a Enrique de Trastámara y se echa en sus brazos. En las Cortes de Monzón, el hasta ahora resistente se ha convertido, sin ambages, en candidato al trono de Castilla, por encima de todos los demás. El Trastámara, pues, ganó la preminencia en el trono castellano gracias a su tropa de marines.

En 1363, Pedro I realiza una nueva campaña en Aragón que llega a amenazar Zaragoza; aunque luego vira hacia Levante, donde llega incluso a asediar Valencia. En lugar de presentar batalla a la oposición castellana que apoyaba a los aragoneses, se refugió en Murviedro donde, tras semanas de gestiones y cartas, se llegó a la paz de tal nombre, que establecía la entrega a Castilla de Calatayud, Tarazona y Teruel; condiciones que, de todas formas, nunca se cumplieron.

En el bando aragonés, aquella paz humillante afectó sobre todo a los castellanos que se habían refugiado en el Este de España por ser opositores a la política de Pedro I. La mayoría de esos castellanos en guerra con Castilla eran partidarios del infante Fernando, al que consideraban con más sólidas credenciales para ser rey de Castilla; y el apoyo decidido de Pedro el Ceremonioso a Enrique Trastámara les jodía. La bomba estalló cuando Fernando anunció su marcha a Francia con sus tropas. El rey aragonés trató de retenerlo y, cuando vio que no podía, solucionó el problema de forma categórica: lo hizo asesinar.

Hecho esto, Enrique de Trastámara tenía las manos desatadas para convertirse en el líder de la oposición castellana; y contaba, además, con la ventaja de que Aragón seguía necesitando sus tropas. Por ello, el bastardo inició una operación de limpieza de los partidarios de la paz con Castilla, especialmente el consejero del rey Bernat de Cabrera; quien primero fue convertido en súbdito de Navarra en el pacto entre dicha corona y Aragón (Tratado de Uncastillo, agosto de 1363): y después, tras un proceso por traición, ejecutado en Zaragoza.

A finales del mismo año de 1363, Castilla realizó una nueva campaña de invasión en tierras aragonesas, de modo que a principios de 1364 estaba de nuevo sitiando Valencia. El Ceremonioso contraatacó, obligando a los castellanos a abandonar el sitio y, posteriormente, comenzó a recuperar ciudades, mientras Pedro I se refugiaba en Murviedro.

Más o menos por aquel tiempo se produjo el hecho que habría de desequilibrar definitivamente la balanza de aquella guerra tan compleja: la entrada en Aragón de las llamadas compañías blancas, tropas mercenarias francas a la orden de Bertrán de Duguesclin. La implicación de Francia con infantería propia obligó a Pedro I a volver grupas hacia Castilla.

La entrada de Duglesclin, que se venía a combinar con la presencia en el ejército castellano del llamado Príncipe Negro (el delfín de la corona inglesa, llamado así por la color de su armadura), despeja toda duda que pudiera caber frente a quienes dudasen de que el episodio de la guerra entre los pedros fue, en realidad, uno más de los escenarios de lo que conocemos, desde mediados del siglo XIX, como Guerra de los Cien Años. Y también fue el punto culminante de la guerra civil castellana, pues lo que aquí hemos llamado guerra de los pedros es, en realidad, dos guerras: una, la de Castilla y Aragón, en la que se ventila la dominación en la península; y otra, entre Pedro I y el Trastámara, en la que se ventila el poder en Castilla.

Para entender la dedicación con que los franceses se aplicaron en apoyo de los aragoneses debemos de tener en cuenta que la primera mitad del siglo XIV, o sea los primeros actos de la Guerra de los Cien Años, no son sino un rosario de victorias inglesas, que varias veces provocaron el colapso de la caballería franca, que aún vivía en el pasado, bajo las flechas de sus compañías de arqueros. Todo eso había cristalizado en la paz de Brétigny, en la que Francia tuvo que aceptarlo todo menos que su rey tuviese que lamerle el culo al inglés cada mañana antes del desayuno.

Pero, más allá de la implicación internacional, lo que se produce en Castilla desde 1366 es una situación típica de guerra civil, es decir dos Españas, o mejor dos Castillas, enfrentadas frente a frente. Pedro I es el Ricardo II español (aunque no tuvo un Shakespeare que lo cantase en términos, la verdad, bastante poco históricos). Igual que el malhadado rey inglés poco tiempo después del que relatamos, Pedro es un rey que quiere serlo, que reclama para sí el poder absoluto que tendrán sus sucesores en el trono algunos siglos después, y que por lo tanto se cree con derecho para gobernar el país con la colaboración de su estrecha camarilla de amiguetes. Enrique de Trastámara, por su parte, acepta la jefatura del partido de los nobles de toda la vida, que quieren recuperar los tiempos pasados y probablemente por eso elijen a un descendiente de Alfonso XI. Facción enriqueña y nobiliaria le llama al partido Trastámara el medievalista Sánchez Albornoz.

A finales de 1365, notablemente reforzado con ese ejército de desharrapados y soldados de fortuna que se han quedado sin trabajo tras Brétigny, Enrique de Trastámara decide invadir Castilla. Entra por Cataluña, dejando tras de sí los relatos de los rosarios de violaciones, robos y destrozos causados por los franceses, que de toda la vida se han llevado con los catalanes como los catalanes creen que se llevan con ellos los españoles. Llegada la armada a Calahorra, y por presión de los capitanes extranjeros, Enrique se proclama rey de Castilla con el nombre de Enrique II. Fue coronado de nuevo semanas después, en Las Huelgas, tras el arrollador avance de norte a sur de sus tropas y la toma de Burgos. En mayo entra en Toledo y en junio en Sevilla, forzando la huida del rey Pedro a Portugal.
Pedro I, huido, se llegó a Bayona, entonces dominada por los ingleses. Allí le recibió el senescal de Aquitania, Thomas Felton, en nombre del Príncipe Negro. En septiembre de 1367, Pedro firma con Inglaterra el tratado de Libourne, en virtud del cual Londres le prestaba a Castilla los marines a cambio de que Castilla se deshiciese de Vizcaya y la villa de Castro Urdiales… ¿alguien se imagina a Bildu yendo a montarla a Westminster con pancartas de We are Basque, not British? Guipúzcoa, Treviño y Vitoria serían para el tercer firmante del acuerdo: Navarra.

Mientras el Príncipe Negro reclutaba unos 10.000 combatientes en Aquitania, en España, una parte relevante de las Compañías Blancas era licenciada, básicamente por los desafueros que seguían cometiendo allí donde iban. En enero de 1367, las tropas inglesas cruzaron la frontera navarra hasta San Juan de Pie de Puerto.  Entraron en Álava en marzo. El 3 de abril, en Nájera, las tropas de ambos bandos castellanos se enfrentaron. Fue una victoria sin paliativos de los ingleses, que casi lograron capturar a Enrique de Trastámara, quien hubo de huir a Francia a uña de caballo.

Dado que Pedro I, su sobrenombre lo deja claro, era propenso a la brutalidad, no le importó que las tropas anglo-gasconas que le habían dado la victoria en Nájera se desempeñasen en tierras de la actual comunidad autónoma riojana con una violencia similar a las compañías blancas. Lo cual no le ayudó precisamente a allegar partidarios en la guerra civil castellana.

En Francia, el huido Enrique estrecha lazos con los francos. En el tratado de Aigües-Mortes, agosto de 1367, el bastardo consigue una nueva ayuda militar. En paralelo, en el otro bando las cosas se ponen chungas pues, cuando el inglés se quita la armadura negra y reclama su soberanía sobre los vizcaínos, Pedro va y dice que va a ser que no, que es que se pasó de frenada, que si tal, que si pascual. El mismo mes de agosto que el Trastámara estaba reclutando los soldados franceses, el Príncipe Negro abandona Castilla. En septiembre, tras la entrada de Enrique en tierras castellanas por Calahorra, el Cruel se da cuenta de la capullada que ha hecho tangando al heredero de la corona inglesa, y trata de atraerlo de nuevo para su causa. Pero el Príncipe Negro no era persona a la que se pudiese sacar dos veces a la pista a bailar el mismo vals. Como resultado de la situación, Enrique barre las tierras castellanas de norte a sur, y en abril de 1368 está echando lapos en las murallas de Toledo. Pedro I se refugió en Andalucía, al calor del califato nazarí, desde donde intentará liberar Toledo a principios de 1369.

En el campo de Montiel, las tropas de Pedro y Enrique se encuentran, y del enfrentamiento se produce una victoria sin paliativos del Trastámara. Pedro se refugia en el castillo de Montiel y envía a uno de sus hombres a contactar con el francés De Duglescin, al que ofrece el oro y el moro por pasarse a su bando. El taimado gabacho hace como que acepta y cita en su tienda al rey castellano para sellar el pacto. Pero es una celada. En la noche del 22 al 23 de marzo de 1369, entrando Pedro I en la tienda del francés, allí le está esperando Enrique de Trastámara quien, tras una pelea de cine, acaba con la vida de su hermanastro.



Hay que ser muy cuidadosos a la hora de valorar las consecuencias de la guerra castellano-aragonesa. Digo esto porque lo que os acabo de relatar es un caso muy curioso de la Historia en el que quien pierde, gana. Porque, increíblemente, para mí no hay duda de que el gran ganador de aquella guerra entre Castilla y Aragón sería la primera; que, formalmente, la perdió.

Las razones son varias.

Pocas décadas después de la celada de Montiel, Castilla, por obra y gracia de su reina Isabel, ejercería la fusión por absorción de la corona de Aragón, con la aquiescencia de la dinastía reinante en dicho reino, que sabía lo suficiente de geopolítica como para entender que su futuro estaba en la asociación con el gigante castellano. ¿Cómo pudo ser esto, pues, si Pedro el Ceremonioso había terminado por ganar la guerra pretérita entre los dos pedros?

Pues por la sencilla razón de que Aragón, en el objetivo de vencer sobre los castellanos, primero; y apoyar el partido del bastardo golpista, después, se dejó su capacidad de tener algún día soberanía económica suficiente como para ser independiente. Un problema que comenzó a sufrir Aragón en los albores del siglo XIV y que permanece vivo en los discursos del actual molt honorable president de la Generalitat catalana.

Aragón salió de la guerra literalmente drenado de todo recurso importante. Hay que decir, en todo caso, que las raíces de este problema ya existían antes del conflicto. Un aspecto que sería interesantísimo estudiar (de hecho, si me tocara el Euromillones, es, probablemente, a lo que yo me dedicaría) y del que, cuando menos en mis lecturas, se habla poco, es de la prevalencia de Castilla sobre Aragón por razones fiscales. En mi opinión, uno de los factores principales que fortalece a Castilla en el siglo XV es el hecho de que se trata de una nación con un sistema tributario mucho más eficiente que su vecino aragonés. Las muy queridas libertades territoriales de los catalanes, valencianos, aragoneses y baleáricos fueron un lastre para su nacimiento como nación fuerte, porque el sistema constitucional aragonés tendía a la confederación y, como demuestra muy bien la guerra civil estadounidense, cuando una coalición está confederada, es muy difícil coordinar adecuadamente los recursos. Castilla, en cambio, tenía un sistema fiscal mucho más eficiente, centralizado, que le garantizó, durante toda la tardo Edad Media, un flujo de recursos adecuado para construir su poder.

Castilla salió de la guerra con Aragón razonablemente bien desde el punto de vista económico, a pesar del tristísimo espectáculo que debían ofrecer las plazas mayores de sus villas, petadas de hombres ociosos, con los pies o las manos cortadas tras las numerosas represiones masivas dictadas por el rey cruel. En cambio, Aragón ingresó en la incapacidad de financiarse y, en esas circunstancias, su asociación a una potencia mayor era sólo cuestión de tiempo.

Para colmo, esta situación situó a los aragoneses ante una disyuntiva fatal que explica una parte importante de la geopatía del nacionalismo catalán: castellanos, o franceses. No por casualidad decía Françesc Cambó que Francia es la principal razón de que los catalanes no deban coquetear con dejar de ser españoles. La política de alianzas de Enrique de Trastámara (que tampoco es reprochable; se alió, literalmente, con el que quedaba en el marco de un enfrentamiento europeo) hizo que Aragón entrase en la órbita francesa; en una órbita que, la Historia lo demuestra, no admite hermandades ni colegueos; cuando se está con el francés, se le rinde pleitesía, y punto.

El final de la guerra con Castilla colocó a Aragón en una vía de sentido único cuya estación terminal era acabar en los brazos (literalmente) de aquél a quien había combatido.

Castilla, en cambio, se encontraba en la típica situación de quien ha resuelto una guerra civil con la derrota de una de las partes, dispuesta a mirar hacia adelante, sin grandes obstáculos interiores. Es cierto que tenía compromisos con Francia, y de hecho los cumplió en la batalla naval de La Rochela y probablemente, por esa causa, perdería Portugal, otro predio que naturalmente le debiera haber pertenecido, por cuanto cuando Juan I se quiso ceñir la corona lusa, con rapidez llegaron en ayuda de los locales las tropas inglesas, que dieron su medida en la mítica batalla de Aljubarrota y comenzaron, con ello, la secular alianza entre británicos y portugueses.


La guerra de los pedros, y la guerra civil castellana que le siguió o más bien se confundió con ella, es, por todo ello, un episodio fundamental en el nacimiento de esa cosa que llamamos España.