domingo, 5 de abril de 2020

¿Fue un crimen? de James Hilton




1928. Revell, un joven estudiante de Oxford que ha escrito una novelita de género negro, es reclamado por el nuevo rector de su antiguo instituto para investigar la extraña muerte, aparentemente accidental, de un muchacho apellidado Marshall. Sorprendido por la enigmática carta, decide volver a la institución que habitó en un pasado. Una vez allí, y a pesar del peculiar comportamiento de todos, no le queda más remedio que marcharse. Simplemente, no hay pruebas que permitan siquiera sospechar de que se haya cometido un crimen. Pocos meses después, el hermano del primer Marshall aparece con el cráneo reventado en la piscina del centro.

A partir de aquí comenzará una novela negra donde todo apunta a que se ha cometido, al menos, un asesinato, pero no hay formas de encontrar pruebas. Estas son inexistentes. Sin embargo, Revell está convencido de poder encontrar a un culpable. De esta forma, la obra nos llenará páginas y páginas sobre posibles teorías que se irán resquebrajando a medida que la información se desvele. Sin la certeza del crimen, cualquier explicación puede ser válida, y el rector opta por la que menos puede afectar a la reputación de su centro: un accidente o, como mucho, un suicidio.

Sin embargo, a pesar de todo el juego que se plantea y la inclusión de tantos personajes, la novela se vuelve predecible por momentos y el final no es como para tirar cohetes. Las pistas que va dejando Hilton a lo largo de la historia, ya sean seguidas por Revell o no, son más que suficientes para que los lectores se anticipen. Generan una expectativa que sitúa a un buen lector a dos o tres giros de la trama por delante del investigador. En otras palabras, la trama, sin dejar de ser sólida, no es novedosa ni excesivamente creativa.

Lo mejor de la historia es, a todas luces, los diálogos entre Revell y el detective de Scotland Yard, Guthrie. A través de ellos se nos permite visualizar cómo Revell está a años luz de un verdadero investigador. Y esto nos hace dudar de la pericia y la fiabilidad de nuestro protagonista. Él no es un experto ni su camino tiene por qué ser el indicado. De hecho, no para de errar planteamiento tras planteamiento. Se deja guiar por sus sentimientos y su intuición, y esta no parece estar a la altura. Señala rápidamente a un culpable, aunque todo esto sea también una táctica del autor, que tiene como objetivo cambiarnos el escenario en el último momento. Mientras tanto, Guthrie sabe jugar sus cartas y actúa como una sombra, amparándose en Revell y colaborando con él, al tiempo que no revela sus auténticas sospechas.

Por otro lado, se nota que la novela está escrita con mimo. Pretende imitar a los grandes clásicos de la narrativa negra de su tiempo y transitar a un estilo propio. Por ello, es lógico también encontrarla en esta colección. Sin embargo, en comparación con otras obras de misterio de esta época se queda un peldaño por debajo.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


miércoles, 1 de abril de 2020

Belarmino y Apolonio, de Ramón Pérez de Ayala




Si alguna vez se han preguntado cuál era esa novela que relataba las desventuras de dos zapateros, uno filósofo y el otro dramaturgo, que en algún momento de su paso por el instituto le habrán comentado sus profesores, que sepan que esa novela es la que reseñamos hoy. Belarmino y Apolonio está considerada por la crítica como la obra capital del novecentista Ramón Pérez de Ayala, que pone fin a su etapa simbolista y pesimista y que abre el camino de sus obras más notables, cargadas de un realismo histriónico que roza el absurdismo y reside en el humor, estando en consonancia con las obras referentes de la Europa de su tiempo. 

Toda la historia comienza cuando el narrador conoce en una fonda de Madrid a un extraño personaje, un cura de disparatado nombre compuesto y poderosa atracción, a pesar de su grosería en la mesa. El narrador no tarda en labrarse su amistad y Pedro Guillén Lope Eurípides decide contarle su historia con todo lujo de peros y señales. A partir de él descubriremos a dos seres increíbles, su padre y el rival de este. 

El primero de ellos es Apolonio, el hijo del mayordomo de una finca de nobles que rehúsa convertirse en religioso o estudiar ingeniería porque a él lo que le apasionan son los versos y no puede literalmente más que expresarse bajo las normas de la métrica. Según él, si no hay una escuela de dramaturgia en Santiago de Compostela, al menos habrá una de zapatería y así fue cómo se labró a sí mismo como un exquisito zapatero. No obstante, la muerte de su señor lo lleva a depender de su prima, una marquesa poderosa y atrevida que trata a su servicio como si fueran seres de su propiedad. Esta marquesa consigue colocar a Apolonio en una nueva zapatería en la mítica Rúa Ruera de la mítica y pequeña localidad de Pilares, donde competirá con Belarmino, quien pronto, ahogado de deudas, tendrá que cerrar su puesto y aceptar a regañadientes la ayuda de la Iglesia y de los marqueses de Niera, ricos devotos que buscan por todos los medios salvar su alma, creyendo que en el cielo hay diferentes estratos y que ellos han pagado por butacas de primera clase. 

Belarmino es también un tanto peculiar, hasta el punto de que los lugareños no saben si tildarlo de loco o de sabio. Creador de un lenguaje propio que solo él comprende y que identifica con el buen hacer de la auténtica filosofía, dedica la mayor parte de su tiempo, descuidando la zapatería, a cavilar sobre todo tipo de metáforas con el fin de explicarse a sí mismo la complejidad del mundo. Solo escapa de ese lenguaje cuando la ordinaria de su mujer le reprende o cuando busca expresar amor por su "hija". Pongo a esta "hija" entre comillas, pues no queda claro en toda la obra si Angustias es la hija de sangre de Belarmino, ya que él mismo da a entender primero que no, su mujer sospecha que sí y al final de la obra hay una intervención de Belarmino que parece indicarnos que si quizás no es su hija, al menos la quiere como tal. 

Esto me lleva a hablar del cuarto personaje en disputa: Angustias. Esta chica actúa como la enamorada de don Guillén, el cura, aunque lo hace antes de que este llegue a aceptar el sacerdocio. El caso es que por designios del destino, los amantes dispuestos a fugarse acaban separados y la pobre Angustias se convierte en algo parecido a una prostituta, aunque tampoco se deja del todo claro, para poder sobrevivir en la capital de España.

Mientras todo esto ocurre se produce el jugo de la novela, la rivalidad acérrima entre Belarmino y Apolonio. Mientras Belarmino comprende que el fracaso de su negocio se debe al nuevo zapatero, decide no despreciar a este ni a su hijo y se concentra en su pasión filosófica. Esto le lleva a que toda clase de ilustres personajes se reúnan para oírlo hablar de todo tipo de cosas sin que nada se le entienda. La intelectualidad se divide entre los que opinan que Belarmino es el sabio del mañana y los que piensan que es un majadero. Hay incluso una facción intermedia que cree que Belarmino emite enunciados con coherencia en un discurso doblemente sustitutivo, pero que estos enunciados no son más que broza, es decir, no existe ninguna genialidad tras ellos. Así y con todo, esta situación no puede evitar poner celoso al fracasado dramaturgo. Apolonio despreciará a Belarmino por robarle a su público.

Belarmino y Apolonio es una novela que pone de manifiesto la ridiculez de la intelectualidad, constituyendo una sátira y una loa de la misma, no solo por emplear un repertorio léxico y una cantidad de registros más variado que cualquier otra novela, sino porque los prismas representativos del pensamiento quedan reducidos a la función utilitaria de los personajes. El que no fabrica zapatos para que anden otros se encarga de remendarlos. La labor de ambos protagonistas los ata al suelo, a la Tierra y no al mundo de las ideas en el que constantemente viven, con el que sueñan despiertos. La vida se convierte en una batalla dialéctica, donde no importan los vencedores ni los vencidos, sino solo el agua que echarse a la boca. Por otra lado, esta rivalidad de egos, esta lucha por construir un discurso perecedero, trastocará la vida de quienes rodean tanto a Belarmino como a Apolonio. Sus hijos serán separados a la fuerza y obligados a seguir caminos para los que no estaban preparados, caminos que no deseaban surcar. 

Con todo esto, deciros que la obra me parece de lo mejorcito que he leído en lo que va de año. Entiendo la reedición de Cátedra de hace algún tiempo y la agradezco. Sin embargo, también Belarmino y Apolonio tiene una serie de pecados que la han hecho envejecer mal. Para empezar, muchas veces recurre a términos que ya eran arcaísmos en la época en la que se escribió y que por más que he intentado buscar me ha resultado prácticamente imposible encontrar. Esto nos lleva al segundo punto, una lectura que te remite constantemente al diccionario, por muy bien hilada que esté, puede poner en jaque a más de uno. El tercer punto es la profusión innecesaria de algunas partes, en ocasiones marcadas como fragmentos que el lector puede tomarse el lujo de omitir por el mismo autor. Lo que me ocurre a mí, en lo personal, con esto es que después de leer Amor y pedagogía de Unamuno soy partidario de pasar de largo cualquier recomendación que me haga el autor y, claro, luego pasa lo que pasa. Aún así, y con todo, he de reconocer que es un novelón y que el esfuerzo que se invierte en leerla va de la mano con una satisfactoria recompensa personal. Tenéis otra reseña en el blog de Villa Molina (donde ponen a parir el libro, para  que veáis que no todo son críticas positivas). 

Y dicho esto. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

jueves, 26 de marzo de 2020

Los oscuros años luz, de Brian W. Aldiss




En un futuro no muy lejano, el ser humano ha desarrollado el viaje transponencial, que le permite navegar por el espacio a una velocidad muy superior a la de la luz. Gracias a esta tecnología, la tripulación de un cohete del Exozoo de Londres, que se dedicaba a capturar animales extraterrestres para exhibirlos, hace contacto con una raza que parece tener una inteligencia propia: los utods. No obstante, estos seres, a pesar de tener un cerebro superior a los de nuestra especie, presentan una serie de costumbres que resultan para cualquiera repulsivas, entre ellas se encuentra un rito de baño en sus propias heces. Los utods se comunican a través de ocho orificios, incluyendo su ano, situado en una segunda cabeza, y dominan un registro de fonemas que supera lo que el oído humano puede identificar. Además, desconocen lo que es el miedo y el dolor: los dos pilares que han llevado al ser humano al lugar que ocupa en su propio hábitat. Ante la falta de comunicación y la necesidad de encontrar un espacio para llevar a cabo las guerras humanas, el triple sistema solar de los utods se ve amenazado.

Estamos ante una novela de ciencia ficción estelar antiantropocentrista, cuyo objetivo es reflexionar sobre la existencia de seres racionales muy distintos a nosotros al tiempo que se critica la fuerte intolerancia del ser humano y su egocentrismo. Tendemos a ver todo bajo patrones humanos y queremos que los demás se adecuen a nosotros. Cuando la comunicación era un problema entre los indígenas americanos y los colonos europeos, estos últimos no tuvieron reparos en pasarlos por el garrote, en muchas ocasiones por mero deporte. Los viajeros del Gansas saben que los utods (u hombres-rinocerontes, como los llaman ellos) son, al menos, tan inteligentes como los hombres y esto provoca repulsión entre sus filas. La esperanza de obtener una buena comunicación se pierde porque no hay parecidos entre una especie y otra. Diría que hasta se rechaza, se pretende mirar a otro lado y justificar bajo la mentira del no raciocinio la inferioridad de los utods para así poder manejarlos y asesinarlos a voluntad, muy en sintonía con los indígenas y los negros que eran enviados a América. 

De esta forma, lo que parece una historia interestelar se convierte en un relato sobre el hombre mismo y sus errores históricos, sus vergüenzas. El resto de la descripción que se hace de la evolución no es tampoco halagadora. La Tierra se encuentra superpoblada y contaminada por todo tipo de gases que hace que sea obligatorio llevar puesta una máscara para ir a cualquier parte. Los alimentos son en su mayoría sintéticos, pues no hay espacio para cultivar o criar ganado y los océanos están tan contaminados que pocas son las patrullas de pesca. Tras una Tercera Guerra Mundial, prosiguen los conflictos políticos que ahora se resuelven en un distante  planeta llamado Charon: un lugar congelado de cabo a rabo donde los gobiernos se turnan para librar enfrentamientos bélicos que les sirven entre otras cosas para controlar su población. En definitiva, el ser humano se encuentra solo y solo se siente sin nada más que destruir.

Los personajes de la novela se mueven en base a intereses propios y no tienen un fuerte impacto en la obra. De hecho, su desarrollo es muy pequeño. Esto se debe a que la novela no pretende desviar la atención del conflicto real: el de los humanos y los utods. Unos son movidos por la curiosidad y otros por el miedo. Unos se aceptan tal y como son y otros viven infelices. Unos tienen sed de sangre y los otros solo quieren cumplir con su ciclo vital. 

He disfrutado mucho esta novela breve de Aldiss. Ya estaba avisado por el comentario que Cities había hecho a la misma en Das Bücherregal, pero no esperaba que me iba a gustar tanto. Por otro lado, no he podido localizar más reseñas de esta obra, así que este espacio queda una vez más vacío.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

viernes, 20 de marzo de 2020

Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno




Avito Carrascal está obsesionado con los hitos de la nueva pedagogía y piensa que gracias a ella es posible instruir a los genios del mañana. Su sueño a partir de entonces será casarse y engendrar uno. Esto lo consigue con prontitud y sin muchos preámbulos; Apolodoro (bautizado en secreto como Luis por su madre) llega al mundo. Sin embargo, la educación que su padre le administra, fuertemente influenciada por las sentencias de Fulgencio, filósofo de pueblucho, lo convierte en un bicho raro. Su infelicidad y su fracaso (amoroso e intelectual) conducirán a Apolodoro a la desesperación y a replantearse seriamente acabar con su vida.

Estamos ante una de las primeras novelas (o nivolas) de Unamuno, donde ya se apunta el estilo singular del vasco y su tendencia a lo filosófico y a la metaficción. La obra construye una batalla dialéctica entre sus personajes que se oponen en su forma de ver la vida a través de las relaciones entre pedagogía y amor. Apolodoro es criado por su padre, Fulgencio y Epifiano (profesor de pintura) en la más rigurosa ciencia. Todo lo que adquiere de ellos son fríos cálculos que deberían llevar a la perfección del hombre, pero que le dejan un fuerte vacío en el estómago. Por otro lado, está el amor de su madre y de su pretendida que lo enloquece y lo hace titubear. 

Apolodoro abraza las letras, se vuelve escritor para oponerse a su padre, se enamora de un arte, considerado menor por casi todos los demás, salvo para el poeta del pueblo. Se rebelión es tomada en casa como un desprecio y Avito debe convencerse de que su hijo también podría ser un genio de las letras. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Apolodoro fracasa en la profesión y es objeto de burla por todos. Aún es joven, pero no está preparado para el error. Entrenado para saber de todo y ser perfecto, se hacen patentes sus limitaciones y sus sueños se rompen en pedazos. 

También los de su padre se deshacen. Aunque lo cierto era que nada podía mantenerlos en pie. Avito se culpa por no haber aislado lo suficiente a su hijo del mundo que lo rodeaba. Achaca el fracaso a la religiosidad de su mujer, al recalcitrante amor del hijo por la hija del pintor, a los juegos de la infancia. Avito creía que la unión de Materia y Forma engendraría la Perfección, que bien guiada no dejaría de ser perfecta. Y cae en sus debilidades humanas. 

Avito, junto al resto de personajes, constituyen una sátira. Son tomados como maniquís que espetan ideologías, creencias, gustos, etc. que pueden llegar a lo obsesivo. Solo Rosita constituye la excepción. Su existencia es una mera justificación de los actos de los demás. Nos da a entender el amor y la devoción que siente Apolodoro por su hermana y la misoginia de Avito. Este último punto es importante. Avito desprecia a su hija desde el día de su nacimiento porque cree que las mujeres no pueden ser genios. Solo son Forma. Su labor para él es la procreación y la crianza. Lo mismo piensa Fulgencio, que es realmente quien influye en Avito, haciéndole de guía sin tener una idea muy formada de lo que dice. De aquí deducimos que no solo se deja influir por la ciencia, sino que alberga una serie de prejuicios y una idea muy concreta de cómo debería ser el futuro.

En la obra está muy presente también el determinismo. La idea de que las circunstancias vitales nos llevan a un destino irrevocable, que es lúgubre, triste y frío. Estas circunstancias parecen ser las que determinan a quién se ama y a quién se odia y con qué grado. Apolodoro no fue concebido por Avito para ser feliz, sino para convertirse en un sabio y justificar así todas las teorías esquizofrénicas de su padre. Su existencia tiene una misión imposible de cumplir, una misión que él no ha elegido seguir, que le han impuesto. Como Apolodoro hay tantos otros en la Tierra, siguen los designios de sus padres, les pertenecen como objetos y existen solo para paliar los errores que estos cometieron en el pasado. Apolodoro-Luis es un mero paradigma, una representación de una tesis: la idea de que no se puede desligar amor y pedagogía. Hay que aprender a través del amor, o amar a través del aprendizaje, porque de lo contrario se garantiza un fin ominoso. Tristemente, esta conclusión no será la que extraerá su padre, el pedagogo. 

Hay que tener cuidado con esta novela y leerla hasta el final. Quiero decir, hasta el verdadero final. Unamuno va a jugar con el lector y va a colocar distintos momentos en los cuales nos va a anunciar que la narración se ha acabado, aunque no sea así. De hecho, entrará (igual que en Niebla) como personaje en la narración para hablar sobre la redacción del libro, colocando escusas que no sé si serán verdaderas o no, porque te hacen dudar como lector, pero que aportan unos giros de guión a la trama tremendísimos. Se puede decir que esta es una obra que se crece a cada capítulo, teniendo uno de los finales más extraños y originales de la historia de la narrativa española.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Miguel de Unamuno en esta esquina: Abel Sánchez, Niebla


jueves, 12 de marzo de 2020

El año del hambre, de Aki Ollikainen




El año del hambre supone mi primer contacto con la literatura finlandesa. Nunca he sentido especial devoción por la literatura escrita en estas latitudes, a excepción de las obras de Ibsen. Esto, quiero pensar, puede haberme privado de ciertas referencias sin las cuales este libro no puede resultarme más que indiferente, sin sustancia. Nada ha despertado en mí el menor interés aquí. Solo he visto una trama pobre y unos personajes mal dibujados. Todo ha sido para mí tan carente de interés que, aunque el libro sea breve, he estado deseando que acabara lo antes posible. Me repetía una y otra vez lo siguiente: vaya, otra vez un puñetero cuento mal alargado. ¿Había necesidad de esto? Imagino que sí. Para la editorial al menos. Aki Ollikainen es un autor muy famoso a nivel nacional en su país, pero es quizás porque habla de las cosas de su país y se recrea en lo típico y lo, para nosotros, exótico. Grandes paisajes nevados. Heladas que no acaban jamás. Como la muerte. Como el corazón roto por el amor. Como la opresión a las mujeres. Y como, qué sé yo, los abusos de poder. Porque en la obra también hay mucha corrupción y muchos abusos de poder.

La trama es más o menos la siguiente: una familia trata de emigrar en pleno invierno desde el norte de Finlandia hasta San Petersburgo porque la otra opción es quedarse y morirse de hambre. De ahí, el título de la obra. Nada demasiado original que digamos. Su historia de pérdidas y miserias se alternará con la de Teo y Lars Renqvist, dos hermanos de clase media que, creo que, viven en Helsinki. Teo es un médico que está enamorado de una prostituta, aunque no puede fugarse con ella porque nadie querría sus servicios. Lars es el ayudante de un senador y ya está, no tiene mucho más fondo. De esta forma, se nos muestran dos perspectivas sociales muy dispares. A todo esto, la acción se sitúa en mitad del siglo XIX (1866), algo que tampoco sé si aporta mucho o poco a la trama. A mí me da lo que viene siendo igual. 

Las dos historias convergen en un punto y hay una especie de sentimiento patrio en algún momento y que se ve reflejado en la figura de Juho, el hijo del matrimonio emigrante. Esto da como resultado un final optimista que desentona completamente con el resto de la obra, de un tono más bien gris y crudo, donde se hacen explícitas situaciones límite y se muestra sin tapujos tanto el sexo como la muerte. Esto es un punto a favor de la obra; la hace morbosa. Sin embargo, no solo del morbo se vive. Incluso estas situaciones más subidas de tono son pronto olvidadas por el lector. Le falta cuerpo y forma. Y sobre todo, y a pesar de la selección de sus temas, universalidad.

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

jueves, 5 de marzo de 2020

Cuentos completos, de Carmen Martín Gaite



Hago mi primera aproximación a la obra narrativa de Carmen Martín Gaite a través de sus Cuentos completos recopilados en los años setenta y publicados por Alianza, y lo cierto es que me han encantado. Martín Gaite escribe llenando todo de color, con un léxico preciso y apabullante, donde las sensaciones construyen historias que prevalecen en la memoria de quien las lee. Su pluma inunda la narración y hace posible contar historias desde puntos de vista que no eran los habituales en la época en la que se producen. Aporta una mirada femenina y denuncia los abusos del nuevo sistema de la dictadura franquista con sutileza y con un claro toque de melancolía y tristeza sin meterse en temas a priori políticos. Cada relato se encuentra ordenado por temáticas, o experiencias, y no por orden cronológico, aunque se vienen a tocar casi siempre los mismos temas: el éxodo rural y el hormigueo incesante de ciudades como Madrid o París, el choque del deseo con la realidad, la pérdida de seres queridos, el orgullo contra la vida, la añoranza de la infancia, la dilatada y pesada vida adulta, el miedo a la vejez, el poder de "el qué dirán", la necesidad de escapar/ la fuga, entre otros. Los textos son de tinte realista, muy en consonancia con las obras características de los 1950s, que siguen la idea de cuento  literario propuesta por Chéjov como mejor herramienta para lograr la identificación de los lectores con los personajes. Sin embargo, hay algunos, especialmente los que pertenecen a los años 1960s en adelante, donde se juega mucho con el sueño y lo fantástico. El ejemplo más claro de esto es La mujer de cera, donde se nos presenta una historia muy cercana a lo que nos tiene acostumbrado autoras más contemporáneas como Samanta Schweblin o Cristina Cerrada. Los narradores y protagonistas suelen ser mujeres o niños, pero también hay espacio para otros seres marginados socialmente como los artistas o los desempleados. Sobre la figura del desempleado y su inseguridad nos deleita Gaite con uno de sus cuentos más logrados: Un día de libertad. Entre mis relatos favoritos situaría En la oficina, El balneario, La chica de abajo y Las ataduras, aunque el nivel se mantiene muy alto en todos. Esto es especialmente extraño en una colección de cuentos, que normalmente tienen sus altibajos, y es de agradecer. Como no tengo mucho tiempo, no voy a extenderme más, pero no quería dejar pasar la oportunidad de recomendaros esta magnífica recopilación que hace la autora. Una auténtica joya, que me incitará a volver a leerla en un futuro.

Y eso es todo, lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Carmen Martín Gaite: Entre visillos