Con La caja negra son cinco las obras entre cuentos, novelas y ensayos que he leído de Amos Oz. Lo cierto es que cada vez que leo algo del israelí me va gustando más que lo anterior. Pero, ¿de qué trata La caja negra? Estamos ante una novela epistolar ambientada a mediados de los setenta, en el Israel que arranca poco después del conflicto conocido como la guerra del Yom Kippur, que motivó el auge de la derecha sionista en el país. La sociedad se haya completamente dividida. Por un lado, están todos los lastres conservadores y la búsqueda de la identidad judía en el rechazo al otro y, por otro, el discurso contracultural hippie que pretende crear lazos entre las diferentes culturas. En un lugar demasiado alejado por su idea, pero con unas miras muy próximas, se encuentra el reconocido Alexander Gideon, un ensayista emigrado a Estados Unidos y que se ha convertido en todo un escritor superventas gracias a sus ideas contra el fanatismo. Quiero hacer aquí un inciso, porque creo conveniente hacerlo. En mi opinión, la falacia biografista que defendían los new critics a mediados de los 1950s del siglo pasado suele ser acertada, pero en este caso es inevitable no mencionar los tremendos parecidos entre este tal Alexander Gideon y el propio Amos Oz, cuya carrera política y sus textos orientados a la vertiente de no ficción giran una y otra vez en torno a este vocablo para él obsesivo. Fanatismo, y de él fanático, es un término clave para entender no solo esta obra, sino buena parte de la mentalidad del propio Oz. Y no quiero ponerme pesado con rollos de la Estilística Idealista y toda esta parafernalia del autor implícito, pero hay mucha miga que académicamente puede trabajarse aquí tirando y tirando del hilo.
El caso es el siguiente. Alexander Gideon es rico, pero tiene un pasado cuanto menos turbio: una ex-mujer a la que casi lapidan por su culpa y un hijo despreciado que ha crecido sin un padre y una madre y que se ha convertido en un joven macarra de dos metros. El armario empotrado, que a partir de ahora llamaremos Boaz, causa estragos allá por donde pasa y su madre y su padrastro ya no saben qué demonios hacer con él, por lo que le piden dinero a Gideon. Todo con humillaciones y amenazas de por medio. El lector incluso puede sorprenderse al inicio con las misivas y el tono hiriente y cargado de rencor por cada una de las partes. Podría esperar que en cualquier momento Gideon se negase, pero esto no ocurre. El escritor accede a depositar cantidades millonarias en la cuenta de Sommo, el marido de su ex-mujer, a pesar de que es consciente de la verdad de este. Sommo es un auténtico fanático religioso que planea usar ese dinero para convertir al hijo de Gideon en un devoto sionista y poder comprar territorios "sagrados" a los árabes.
Sin embargo, este dinero (que Sommo considera mancillado) será la ruina del matrimonio en lugar de su salvación, lo que hará gravitar la atención de Ilana, la esposa, hacia su ex-marido, a pesar de todo el daño que le causó durante el divorcio. A todo esto, Ilana me parece uno de los personajes, sino el mejor construido de esta obra de largo. Al igual que los demás arrastra una culpa con la que no puede acarrear sola, pero decide rebelarse contra una ley patriarcal muy dura que le exige la religión. Se vuelve la "ramera de Babilonia" para eliminar un vacío dentro de sí y sentir que puede respirar en libertad. Duda sobre si hace las cosas correctamente, baraja bien sus opciones y siente y se expresa con más lirismo que cualquier otro de los personajes. Esto no es nada nuevo en Oz, que suele construir personajes femeninos muy creíbles, pero se agradece la profundidad que se le otorga aquí, ya que es el eje sobre el que gira la historia más que Gideon o Sommo, que actuarían cada uno como antítesis del otro.
Sommo desprecia enormemente a Gideon por el daño que ocasionó a su mujer y a su hijo y al mismo Sommo indirectamente. Lo señala como alguien que es incapaz de remendar sus pecados, pero, al mimo tiempo, acepta todo el dinero que este le cede. Es curioso y hasta cierto punto exasperante contemplar cómo el escritor cede al principio a todo lo que le dicen, aceptando palabras muy duras. Sin embargo, lo hace por una buena razón que se revela a mitad de la novela más o menos y que me voy a cuidar de comentar aquí, porque podría arruinar parte de la trama. Puede parecer absurdo, pero, a pesar de lo antagónicos que puedan resultar ambos maridos, su fin es el mismo: la redención. Porque La caja negra es ante todo una gran novela sobre la redención, ya sea esta de cara a los demás o de cara a Dios. Los personajes hacen acopio de sus pecados, de sus culpas, de sus errores y de sus decisiones más infames y tratan de salir a flote como buenamente pueden. Los tres ejes del triángulo protagonista se mueven por y para ello: acabar en paz con los demás y con sus propios remordimientos. Por otro lado queda Boaz y su filosofía de vivir el momento sin entrar en conflicto con los demás. El hijo de Ilana y Gideon es un pequeño hombre sin rencores que piensa que la vida ha sido dura para él por dos motivos: 1) no se lo han puesto fácil y 2) se ha metido en demasiadas peleas que lo han llevado siempre a estar peor que antes. Por ello, abraza la contracultura hippie, se empapa de ella y decide no atacar y siempre defender lo que es suyo, su familia y amigos.
También hay momentos en la novela para la comicidad. Esta suele venir de la mano de Zakheim, un abogado que parece fiel a Gideon, pero que también flirtea con Sommo. Sus conversaciones telegráficas con el escritor son la sal de la novela y sirven de contrapunto perfecto para el dramatismo de la misma. Otro elemento fuerte en este sentido, y que también da mucho realismo, son las cartas plagadas de faltas de ortografía de Boaz y cómo Sommo lo llama burro ortográfico una y otra vez. Aunque a mí me ha resultado muy divertido, lo cierto es que el pobre hasta pilla complejo y se pone a estudiar muy seriamente.
En definitiva, que creo que me estoy extendiendo más de lo habitual. Como ya he dicho al comienzo de la reseña, he disfrutado muchísimo con la lectura de La caja negra, una novela muy completa, pero que no va a gustar a todos. No es tan fácil empatizar con los personajes de primeras, el comportamiento de Gideon se nos puede antojar errático y misterioso de partida. Hasta que no he superado las primeras cien páginas, me he pasado toda la lectura odiando a todos y a cada uno de los personajes. Esto le resta, pero luego todo tiene una excusa y un fin y está milimétricamente programado. La única pena de esta novela es que Oz ya no está con nosotros para escribir más maravillas. Lo bueno es que aún tengo una buena cantidad de sus obras pendientes. Estas irán apareciendo por este espacio a su debido tiempo.
Lean mucho, coman con moderación y namasté.
Reseñas de otras obras de Amos Oz en esta esquina: Una pantera en el sótano, La bicicleta de Sumji, Conocer a una mujer, Queridos fanáticos,