Samanta Schweblin Poster de T.A. |
SAMANTA SCHWEBLIN
Samanta Schweblin Ilustración de T.A. |
12 de diciembre de 2012
La argentina Samanta Schweblin ganó el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo 2012, por su relato Un hombre sin suerte, entre las alrededor de 2200 obras de distintos puntos del planeta que aspiraban al galardón que se entrega todos los meses de diciembre en París desde hace 30 años.
Schweblin, que nació en 1978 en Buenos Aires, donde estudió cine y televisión, recibió el reconocido premio el lunes por la noche, en una ceremonia en la Casa de América latina de París. Con este reconocimiento, la argentina será la última escritora en recibir un Juan Rulfo, debido a que el año próximo el premio cambiará de nombre y adoptará uno nuevo, según informaron Radio Francia Internacional (RFI), el Instituto de México en París y La Maison de l’Amerique Latine de París, los organizadores del tradicional galardón. “A pedido de la familia de Juan Rulfo hemos decidido buscar un nuevo nombre para el premio”, indicó Alexandra Pineda, directora del servicio en español de RFI. El escritor mexicano fue quien entregó el premio en la primera edición, hace 30 años.
Un hombre sin suerte, enviado con el seudónimo Ansia Lenz, fue escogido entre las 33 obras finalistas de esta edición, en la que participaron 2200 obras de diferentes países, principalmente de México (606), Argentina (374), Colombia (272), España (191) y Venezuela (103). El Juan Rulfo, que está dotado de cinco mil euros, no es el primer premio que recibe Schweblin: su primer libro, El núcleo del disturbio (2001) obtuvo los premios del Fondo Nacional de las Artes y el Haroldo Conti, mientras que su segunda obra, Pájaros en la boca (2009), ganó el premio Casa de las Américas, se tradujo a once lenguas y fue publicado en veintidós países. La escritora reside actualmente en Berlín, donde se encuentra terminando de escribir su tercer libro.
Samanta Schweblin en Berlín. Fotografía de Julieta Rabinovich. |
La escritora argentina que da miedo en todo el mundo
Cómo es la vida en Berlín de la narradora argentina más prestigiosa, premiada y traducida del momento.
Juan María Fernández
11 de febrero de 2018
Samanta Schweblin había llegado hacía poco a Berlín cuando notó que faltaban algunas cosas: ruido y luz. Era 2012, cuando el verano había terminado. “En otoño, la ciudad se encapota de nubes que no se van hasta marzo y está muy poco iluminada. Me llamó la atención que fuera tan oscura y silenciosa”, dice. “En ese clima, parece que algo tenebroso se está urdiendo todo el tiempo”. Quizá por eso se quedó. Hoy Schweblin, una de las jóvenes escritoras argentinas más reconocidas, vive de este lado de un muro que alguna vez dividió el mundo en dos. El departamento está en el barrio de Kreuzberg, en un edificio típicamente berlinés, de colores pastel y cuatro pisos de escalones altos y crujientes. En el living, las paredes blancas, las cortinas blancas y los pisos claros reflejan algo de la poca luz que queda a las 4 de la tarde. En la habitación, su pareja, Maximiliano Pallocchini, se cura de una gripe a puro reposo frente a la serie Stranger Things, que Samanta dejó de ver un rato por la nota.
Una digresión: en la literatura de Schweblin hay algo de Stranger Things. Sus historias indagan en la frontera entre la vida ordinaria y una realidad inquietante donde mandan el miedo, la locura, la incomprensión. Para ella, el portal que une las dos dimensiones siempre está abierto y, así, en sus libros, un oficinista puede quedar varado eternamente en una estación de tren por no tener cambio para pagar el boleto, una adolescente puede empezar a alimentarse de pájaros vivos de un día para el otro, una mujer puede salir a mirar casas en barrios ricos y redecorar los jardines a su gusto. Cosas extrañas que suceden porque ese otro lado también está acá nomás.
“Me interesan los momentos cotidianos que se mezclan con lo extraño, lo insólito, la duda. Lo que llamamos la normalidad, en la que nos sentimos tan cómodos, es un acuerdo social que uno va aceptando con los años."
“Me interesan los momentos cotidianos que se mezclan con lo extraño, lo insólito, la duda. Lo que llamamos la normalidad, en la que nos sentimos tan cómodos, es un acuerdo social que uno va aceptando con los años. Los niños, por ejemplo, todavía no hicieron ese aprendizaje. Como los locos, ellos tienen su propia verdad y se relacionan con lo natural, con lo sensato, de una manera maravillosa. Jugar desnudo es divertido cuando uno es niño, pero hacerlo de grande está mal. ¿Por qué? Se me ocurren muchas razones, pero me intriga ese límite”, dirá ella más adelante.
Cuando llegó a Alemania, Schweblin tenía dos libros de cuentos publicados y premiados –El núcleo del disturbio (2002) y Pájaros en la boca (2009)–, y era considerada una de las escritoras más promisorias de Latinoamérica. Si bien iba a quedarse en Berlín sólo por un año, escribiendo, gracias a una beca del gobierno alemán, pronto se encontró envuelta en una rutina que le sentaba muy bien. Ella trabajaba en sus cuentos, leía, daba talleres literarios; su pareja, mientras tanto, soñaba con un restaurante que hoy ya tiene dos locales que no paran de despachar empanadas. En Alemania, Schweblin terminó los dos libros que completan su bibliografía, la novela Distancia de rescate (2014) y los cuentos de Siete casas vacías (2015). El primero –que relata la pesadilla de una madre y su hija en unas vacaciones campestres y tóxicas– fue editado en 23 idiomas y, en abril de 2017, fue elegido finalista del Man Booker International Prize, quizá el premio literario más prestigioso de la actualidad. Por esos días el diario inglés The Guardian usó tres adjetivos para describir la novela: terrorífica, breve, brillante.
Aquella chica de Hurlingham. Mucho antes de los elogios, las traducciones y los premios, Samanta fue una chica de Hurlingham que odiaba el colegio. La sola idea de compartir un recreo con sus compañeros era el horror. Ellos trataban de integrarla, pero Samanta prefería quedarse en el aula, dibujando, escribiendo, sobre todo, leyendo. “Si estaba sola, sin hacer nada, me convertía en un problema para mis compañeros y los profesores. En cambio, si abría un libro, nadie me molestaba porque me veían ocupada. Los libros eran una capa que me volvía invisible, un truco mágico que me permitía desaparecer del mundo y que me hacía muy feliz.” Durante años, su abuelo Alfredo de Vicenzo –artista plástico, maestro de grabado– fue su mejor aliado. Los fines de semana Samanta se mudaba a su departamento en la ciudad y juntos iban al teatro y al cine o visitaban museos. Al final del día, registraban en un diario todo lo que habían hecho. Si habían pasado la tarde en un museo, ella tenía que elegir la obra que más le había gustado y explicar por qué había preferido ésa y no otra. Entonces llegaba el momento cúlmine: de pie, el abuelo tomaba un libro de alguno de sus poetas favoritos –Alfonsina Storni, Almafuerte, Gabriela Mistral– y se ponía a recitar, casi a los gritos. En la hondura de los versos, se ahogaba, gemía, lloraba de emoción, hasta que juntos elegían el poema que mejor simbolizaba lo que habían vivido ese día. “Mi abuelo era pésimo leyendo, pero yo, con 7 años, quedaba fascinada ante semejante show. Sentía que, al leer, mi abuelo experimentaba algo en el cuerpo que yo no podía entender, pero que estaba buenísimo”, recuerda. “Entonces, la literatura me empezó a dar una curiosidad tremenda”. Se convirtió en una lectora voraz.
"Si estás preparado para la tristeza, la vida te sorprende con alegrías cada día."
Lavar los platos la inspira. “Mis padres me dieron la primera biblioteca hogareña, que tenía los libros del boom latinoamericano que se compraban en los supermercados. Mi generación está cansada de escuchar hablar de esos autores, pero García Márquez y Vargas Llosa estaban en todos lados. Ellos, como Cortázar o Bioy Casares, fueron los primeros que leí”, cuenta.
También su abuela, Susana Soro, hizo su parte. “Siempre me decía que hay que saber que la vida es un lugar espantoso, gris y triste. Porque si uno espera una felicidad plena, la vida no para de defraudarte. En cambio, si estás preparado para la tristeza, te sorprende con un par de lindas alegrías cada día”. Hoy, cada día, Samanta se despierta, desayuna, responde mails y se pone a trabajar. “Escribo”, dice, pero nada es tan sencillo. “Escribir”, para ella, es muchas cosas: es poner una historia en palabras, claro, pero también es pasear, leer, salir a correr, corregir, lavar los platos. También lavar los platos. “Es un estado mental, es estar disponible para la historia. Cuando ‘escribo’, mi cabeza está ahí. Hago cosas que me abren puertas desconocidas; son momentos en que una idea se cruza con otras de manera casual. En ese sentido, lavar los platos puede ser un gran disparador”, sonríe.
¿De dónde surgen tus historias?
Hay demasiadas dando vueltas, más bien, busco un narrador, un ritmo. La historia de Distancia de rescate, por ejemplo, no me interesaba: lo importante es el modo que elegí para contarla.
Más allá de las formas, en la novela aparece el poder destructivo del glifosato en los campos de Argentina…
Era una buena manera de poner el tema sobre la mesa. Es un problema que, más allá de lo que pasa en Argentina o en otros países, dice tanto de nosotros… Somos una especie que envenena su propia comida: ¿hay algo más interesante y literario que eso?
Cuando Samanta escribe, lo hace acá, en el living de su casa. Frente a la pared blanca, un escritorio blanco. Bajo la mesa hay un Scrabble; sobre la mesa, un monitor, el teclado, una notebook, papeles y un cuaderno oficio garabateado. Según dice, es su controlador aéreo. Ahí registra, aunque sea en una línea, lo que escribe cada día y lo que va a escribir al día siguiente. El truco lo aprendió de su abuela –también artista– que dejaba de pintar sólo si sabía cómo seguir más adelante. Para corregir, prefiere algún café: leer sus textos en un lugar distinto le permite tomar distancia y reescribir lo que sea necesario. “El problema es que tengo un olfato enorme para los bares condenados al fracaso”, dice. “Como tengo que concentrarme, busco lugares sin música, con poca gente y muy buen café. Y esos locales, en general, se funden. Me duran poco.”
Taller para expatriados. Por las tardes, un par de veces a la semana, Samanta dicta talleres de escritura a expatriados argentinos, mexicanos, españoles, guatemaltecos. “Un lío de lenguajes espectacular”, se ríe. Algunos recién empiezan y otros ya piensan en publicar su libro, pero entre todos se genera una atmósfera de camaradería e intimidad. “La literatura es un ejercicio de mucha soledad: uno está solo contra sí mismo, contra sus expectativas, contra las pesadas ganas de escribir genialidades. En el taller podemos hablar de esas cosas. Más allá de eso, y aunque suena tonto, lo más importante para alguien que quiere escribir es aprender a leer lo que dice su texto.”
Ella misma empezó a formarse en talleres literarios cuando tenía 12 años. El primero, en el colegio, fue algo rudimentario. En dos cuatrimestres leyeron apenas un par de cuentos, pero eso bastó para que ella alucinara y escribiera sus primeras historias acostada en el piso del aula.
"En 'Distancia de rescate' aparece el poder destructivo del glifosato en los campos de Argentina…Era una buena manera de poner el tema sobre la mesa. Es un problema que, más allá de lo que pasa en Argentina o en otros países, dice tanto de nosotros… Somos una especie que envenena su propia comida".
Ya a los 17 empezó a madurar su textos en talleres más formales, en el centro de Buenos Aires. Para llegar hasta ahí desde Hurlingham tomaba un colectivo, el tren y el subte, una viaje sin fin que ella vivía como una aventura. Por esa época, cuando terminó el colegio, pensó en estudiar Letras, pero lo descartó después de presenciar un par de clases como oyente. “Lo que pasaba ahí era interesante, pero no tenía nada que ver con el acto de la escritura, con la cocina literaria. Era algo absolutamente distinto de lo que yo buscaba, que era aprender a contar una historia.”
Así, siguió haciendo su propio camino y, a los 24, llegó al taller de Liliana Heker, donde cambió su manera de trabajar para siempre. “Fue la única escuela seria que tuve”, dice. “Fue fundacional no sólo porque Liliana es una gran autora y una gran maestra –dos cosas que no siempre van de la mano–, sino también por los pares que encontré ahí, grandes escritores como Pablo Ramos, Inés Garland, Romina Doval, Azucena Galettini.”
El portero que detecta a los nazis. Algunas noches, cuando los talleristas se van, Samanta termina el día en Gloria, el restaurante de su pareja frente al Görlitzer Park, donde la bartender la recibe con una copa de su vino favorito y un vaso de agua . Allí siempre encuentra a algún amigo y, si no, se queda hablando con Dieter, el portero del edificio –Samanta lo dice en alemán, “Hausmeister”–, que ella adoptó como un nuevo abuelo. “Es un amor. Cada dos días, sin exagerar, nos hace una torta. Tiene 90 años y siempre vivió en el mismo lugar. Nos ha contado cosas increíbles; sus historias son oro puro. A veces, se sienta en la vereda y, cuando pasan otros viejitos del barrio, los va marcando: nazi, no nazi, nazi, no nazi.” El otro lado, siempre, acá nomás.
Schweblin habla de los textos que está escribiendo como si fueran caballos. Siempre hay uno, dice, que lidera la tropilla, mientras otros cuatro o cinco le muerden los talones. El primero, por supuesto, es al que más tiempo le dedica y, a medida que se acerca al final, concentra más y más su atención. En este momento, hay un claro ganador: desde hace unos años, todos los esfuerzos de Schweblin están puestos en una novela que espera publicar este año o el que viene.
"Para mí, incluso hoy, lo natural es pensar historias que ocurren en Buenos Aires, no en Berlín. No es una decisión que tome, sino algo que exuda el texto: mi bagaje es el lugar donde nací, la clase media, la provincia de Buenos Aires".
Por supuesto, ya recibió ofertas de varias editoriales para publicar el texto, pero por el momento prefiere evitar compromisos. “Lo hago por cagona”, confiesa. “Quiero tener completo control sobre lo que hago hasta último momento. Me gusta la libertad de poder tirar todo a la basura si al final el texto no me gusta.”
Vivís en Berlín, pero tus historias siguen atadas a Argentina. ¿Por qué?
Argentina es mi país. Para mí, incluso hoy, lo natural es pensar historias que ocurren en Buenos Aires, no en Berlín. No es una decisión que tome, sino algo que exuda el texto: mi bagaje es el lugar donde nací, la clase media, la provincia de Buenos Aires.
¿De dónde creés que surge tu impulso de contar?
Es algo que siempre me gustó. Cuando era chica, tenía una colección de 50 autitos, algo inédito para una nena. Los varones se acercaban entusiasmados para jugarme carreras, pero a mí no me interesaba: yo hacía actuar a los autos. En una hoja dibujaba el escenario –una casa, por ejemplo– y empezaba la acción. Cada auto era un personaje con una personalidad particular: no era lo mismo un Mustang que un Fitito. Los hacía actuar, los ponía en crisis, al borde de la muerte. En un momento me sentía súper adulta porque leía a Stendhal y, al mismo tiempo, me preguntaba por qué seguía jugando con autitos mientras otras chicas tenían novios. Me daba mucha vergüenza. Después me di cuenta de que, en ese momento, estaba jugando a escribir. Evidentemente, siempre tuve el impulso de armar lío sobre el papel.
Son las 6 de la tarde y, del otro lado de la ventana, en Berlín, hay silencio y oscuridad. Pero un sonido se repite al otro lado de la pared, hasta que se hace reconocible: una tos ronca que llega desde la habitación. Indica que la maratón de Stranger Things debe continuar.
FICHA: SAMANTA SCHWEBLIN
Ocupación: Escritora
Oficio anterior: Diseñadora
Nació: en Buenos Aires, en 1978
Vive: en Berlín, desde 2012
Estudió: Imagen y sonido en la UBA
Premios: Fondo nacional de las artes (2001), Casa de las Américas (2008), Juan Rulfo (2012), Narrativa Breve Ribera del Duero (2015), finalista de Man Booker International (2017).
Libros: El núcleo del disturbio (2002), Pájaros en la boca, Distancia de rescate (2014), Siete casas vacías (2015)
CLARÍNAl servicio de la historia
Alfredo Núñez LanzFotografía de Adrián Duchateau
11 de julio de 2018
En tiempos en los que la novela es el género que reina el mercado editorial, Samanta Schweblin es una escritora que solamente publica cuentos.
Sorteando las vicisitudes de la crisis europea, la editorial Páginas de Espuma, consagrada a la publicación del género cuentístico dentro de un mercado que apuesta cada vez más por las novelas, otorgó en 2015 el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero a la escritora Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) por su libro Siete casas vacías. Una colección de relatos que disecciona los terrores cotidianos, centrándose en la locura, la muerte y las complejas relaciones familiares, como si fuera una “científica cuerda contemplando locos o gente que está pensando seriamente en volverse loca”, escribió Rodrigo Fresán.
Schweblin es una pluma que goza de un lugar destacado gracias a los reconocimientos internacionales que ha obtenido. En 2008, su segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca, fue acreedor del Premio Casa de las Américas, en Cuba, y en 2012 logró el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, en México. Esta serie de reconocimientos le abrieron las puertas hacia nuevos lectores gracias a la intensa campaña emprendida por Páginas de Espuma en España, Argentina, Chile y México.
En Siete casas vacías, Schweblin trabaja con el tema de la familia desde ángulos decididamente obtusos, que muestran esa parte abyecta de las relaciones entre padres e hijos, parejas consolidadas o incluso entre vecinos, personajes con los que uno está obligado a convivir. Sus personajes están circunscriptos a un concepto de familia que actualmente está en crisis, y atraviesan los horrores de los malos entendidos, las consecuencias del exceso de confianza o incluso los silencios. “Cuando formamos al otro, cuando tratamos de prepararlo para el mundo, también lo deformamos. Lo estructuramos. Y en ese afán, le heredamos nuestros miedos y vicios. Es algo inevitable”, dice la escritora argentina en entrevista para Gatopardo. “Este libro se relaciona con el fenómeno de la comunicación. Creo que jamás podremos comunicar algo con exactitud y fidelidad. La manera más efectiva que yo encuentro para comunicarme es con la literatura”.
Aunque el libro se siente argentino, en los personajes y en las situaciones que viven, no cae en el exceso de los localismos ni dirigirse a un público específico. “No podría escribir en una lengua que no sea la mía. Tengo la idea de un lector, un tipo de lector, pero no es otra cosa que la imagen de mí misma, el espejo de cómo soy mientras leo. Cuando los argentinos publicamos en España muchas veces los editores deciden cambiar palabras para adaptarlo a las formas locales. Entiendo la necesidad, pero en este caso, Juan Casamayor fue muy respetuoso conmigo. Lo agradecí porque normalmente los latinoamericanos somos quienes debemos adaptarnos a las traducciones españolas, por ejemplo”, comenta la autora.
Las estructuras de sus cuentos son lineales, con un enfoque minucioso que nos conduce siempre a un inquietante final. Esto responde más a la historia misma, que a una poética. En palabras de la autora, “ningún recurso puede ser caprichoso. Todo tiene que estar al servicio de la historia”. Con un énfasis en la dualidad, los personajes de Schweblin poseen una mirada atenta que les permite indagar en el otro, calificarlo o incluso desconfiar de él, como en el caso de “La respiración cavernaria”, el relato más extenso y ambicioso del volumen, en el que una mujer enferma depende de su marido para las actividades más básicas que poco a poco se convierten en siniestras pruebas de lealtad. Aquí la autora explora la prolongación de la vida que nos ha legado la modernidad y los adelantos médicos en contraste con la calidad y plenitud.
“No se alarga la vida, sino se alarga la muerte. La agonía resulta sumamente cruel. En mi familia ha habido muchos casos de mujeres a quienes les ha llevado mucho tiempo morir, era casi una lucha para ellas. Es un tema que me preocupa a nivel personal. No me asusta la muerte, en ese sentido soy fatalista. La pesadilla verdadera es la conciencia de que uno está muriendo muy lentamente”.
Con una prosa limpia, aguda y atenta a las emociones, Samanta Schweblin profundiza en la pérdida, el desconcierto, la enfermedad y la violencia afectiva. Siete casas vacías demuestra la buena salud que goza el género cuentístico en Latinoamérica.
*Texto publicado originalmente en diciembre de 2015, en el número 167 de Gatopardo.
Samanta Schweblin inauguró el Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura de Chaco
La magia entre el autor y el lector fue lo que desarrolló en la conferencia inaugural del evento que reúne a autores con docentes, bibliotecarios y mediadores
Frente a una multitud de docentes, bibliotecarios y mediadores, la escritora Samanta Schweblin inauguró el Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura en la ciudad de Resistencia con una conferencia magistral en la que exploró la relación entre literatura y lectura, y definió la práctica lectora como un momento de “suspensión” en el que la “magia” sucede en ese encuentro y en las preguntas que se hace el lector sobre el texto que está leyendo.
En este agosto primaveral de lapachos florecidos y el calor que empieza a marcar el clima de las provincias del norte, abrió la 27.ª edición del foro que desde el año 1996 organiza la Fundación Mempo Giardinelli. Un foro que quieren quienes ya estuvieron alguna vez y con el que se encariñan los que llegan apenas se encuentran con un masivo auditorio en silencio, repleto de personas que se inscribieron para pensar en conjunto en torno a la lectura y la literatura a partir de talleres, conferencias magistrales, mesas plenarias y tertulias literarias. Porque no hay forma de convidar el placer por la lectura si no es con lecturas.
En su regreso a la presencialidad luego de dos ediciones en formato virtual por la pandemia, el Foro comenzó con sus altibajos, con esos sinsabores que deja el aislamiento. Por un cuadro de COVID, el escritor anfitrión del evento, Mempo Giardinelli, no pudo estar de manera presencial y lo hizo de forma virtual con una breve bienvenida. “Volver al foro presencial y con ustedes, con miles de personas participando, compartiendo experiencias y escuchando a profesionales de la lectura y de la literatura es incomparable. El único que se la pierde soy yo, por esta peste”.
Con autores y autoras y especialistas de China, República Checa, Colombia, México y distintos lugares del país, el foro enuncia a la lectura con un sentido profundo: “Como acto de soberanía”. Desde esa perspectiva, para Giardinelli la misión continúa siendo “mejorar el nivel de educación en la Argentina que se sigue desmoronando” y “sacudir la inevitable superficialidad acrítica que vienen sembrando los poderes fácticos desde la universalización de las llamadas redes sociales”. Desde la primera fila, lo escuchaba el gobernador Jorge Capitanich. Invitado a subir al escenario por otra organizadora central del evento, Natalia Porta López, el mandatario sostuvo que “leer es un mensaje que nos inspira”.
Desde Berlín, Samanta Schweblin llegó para participar por segunda vez del foro, en esta oportunidad a cargo de la conferencia inaugural y tras el gesto de haber donado su biblioteca a la fundación, cuando decidió mudarse a Alemania. Acompañada por los aplausos de bienvenida y luego de algunas selfies con lectores de las primeras filas, Schweblin inauguró el evento con una charla a la que llamó “Un paseo por la imaginación del lector”: una conferencia en la que imaginó a la literatura como un “baile” con bailarines y reglas fijas, pero también una invocación del poder de las palabras y, sobre todo, de las preguntas como potencial de incertidumbre y de atención lectora.
“La literatura es un secreto. Una novela, un cuento, adentro de un libro cerrado, es un texto muerto. Ideas más o menos extraordinarias que no le pasan a nadie. La literatura sucede durante la lectura. Estoy convencida que es algo que sucede de a dos: está el que escribe y está el que lee. Y si alguno de los dos está ausente no hay literatura”, sostuvo la escritora multipremiada con galardones de todo el mundo, gracias a las numerosas traducciones que tuvieron sus celebrados libros. En especial, su novela Distancia de rescate, recientemente llevada al cine.
“La literatura sucede a un ritmo de baile de a dos, un paso el escritor, otro paso el lector. Y la principal regla del baile es la misma que en la escritura: se baila de a dos pero sin pisarse”. Para Schweblin, la “magia” de la escritura ocurre cuando el lector hace sus movimientos. “Estoy convencida de que más allá de la historia, de los personajes o de la musicalidad de un narrador, hay algo en este baile, entre el que escribe y el que lee, en esta resistencia de dos impulsándose, sosteniéndose y desafiándose, hay algo ahí que nos despabila, que nos saca del lugar común, que nos alarma en el mejor de los sentidos y nos obliga a pisar cerca”.
Para Schweblin, es ahí cuando sucede “la magia”. En ese constante “sentido de intuición y en esa entrega del goce a la sorpresa por parte del lector. El salto que damos entre palabras es tan magnífico porque no es ni del escritor ni del lector. Es un salto con el otro”.
Las preguntas: el camino de gracia
“Todo lo que escribo y lo que leo lo hago para llenar ese estado de gracia, en donde no tengo las respuestas y lo único que me queda es hacerme preguntas. Pero preguntas como corresponden: abiertas, con desesperación vital y con la divina esperanza de que algo de todo lo que se me está escapando en ese momento de pronto, entre el entramado de las palabras, podría serme revelado”.
En ese sentido, la escritora recordó la enseñanza de su maestra, Liliana Heker, de que el escritor antes de entregar cualquier información debe generar en quien lee la pregunta. “La pregunta –explicó– es una sensación: qué es esto, qué está pasando, cómo es posible. La certeza del lector de que con la información que tiene no puede anticipar lo que sigue”.
Por otro lado, la autora jugó con las palabras tensión y atención: “Desnudos de todos nuestros prejuicios, estamos desesperados por entender. Y por eso hay una parte del mal que muere en nosotros. Vivimos saturados de información y es en el silencio, en la suspensión de un espacio al fin vacío donde nos despertamos. Es en este estado de atención absoluta, casi de alarma, donde yo encuentro como lectora una suerte de descanso. Un tipo de verdad más abstracta que casi se puede tocar”.
Y también, “incluso las sensaciones e ideas más complejas pueden sostenerse en el aire durante un muy buen tiempo siempre y cuando estemos conectados por la imaginación y el poder narrativo de las palabras. El problema es que estas maquinarias narrativas y esta tecnología maravillosa, que es el acto de la lectura, es algo muy complejo de explicar”, concluyó.
Bajo el lema “Lectura, imaginación y conocimiento”, este Foro seguirá hasta el viernes con conferencias magistrales, talleres, tertulias literarias y visitas a escuelas en las que participarán desde Argentina María Cristina Ramos, Graciela Bialet, Salvador Biedma, Juan Carlos Moisés, Nelvy Bustamante, Hinde Pomeraniec, Andrés Sobico, Mario Méndez, María Fernanda Maquieira, Fernando López y Liliana Ancalao, entre otras y otros.
Desde Perú participará la escritora de libros orientados a infancias Micaela Chirif; de Colombia, Carolina Sanín y Evelio Cabrejo; y de Brasil, el escritor y periodista Eric Nepomuceno. Pero también participan autores y especialistas de otros lugares, como Rey Andújar, dominicano y docente en Estados Unidos, o Laura Emilia Pacheco, Marcia Paraquett y Angie Tongxin Fan, de la República Popular China.
Las actividades se concentrarán a la mañana en talleres de distintos temas, desde Malvinas hasta cómo recomendar libros, y por la tarde, tendrán lugar los plenarios donde, por ejemplo, Sanín estará en un uno titulado “Leer e imaginar otra Latinoamérica”.
El cierre estará a cargo de la argentina Dolores Reyes, autora de Cometierra, una primera novela con múltiples reediciones y traducciones, quien anunció que publicará la próxima, llamada Miseria, en abril de 2023.
- 2014: Distancia de rescate
- 2018: Kentukis
- 2002, El núcleo del disturbio
- 2009, Pájaros en la boca
- 2015, Siete casas vacías
- 2001: primer premio del Fondo Nacional de las Artes por El núcleo del disturbio
- 2001: primer premio del Concurso Nacional Haroldo Conti por «Hacia la alegre civilización de la Capital»
- 2008: Premio Casa de las Américas por La furia de las pestes
- 2012: Premio Juan Rulfo por «Un hombre sin suerte»
- 2014: Premio Konex, Diploma al Mérito por su trayectoria como cuentista durante el periodo 2009-2013
- 2015: Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero por Siete casas vacías
- 2015: Premio Tigre Juan por Distancia de rescate
- 2018: Premio Tournament of Books por Distancia de rescate
- 2018: Premio Shirley Jackson a la mejor novela corta por Distancia de rescate
- 2020: Premio Mandarache por Kentukis
- 2021: Premio IILA-Literatura por Kentukis
- 2022: Premio O. Henry por «Un hombre sin suerte»
- 2022: Premio José Donoso
- 2022: National Book Award por Siete casas vacías