DE OTROS MUNDOS
Muere Carmen Balcells, la gran agente literaria
Vargas Llosa / Queridísima Carmen, hasta pronto
Carmen Balcells / Los secretos de la Mamá Grande
Vargas Llosa / El jubileo de Carmen Balcells
Carmen Balcells / Generosa y terrorista
Carmen Balcells / El hallazgo de representar a Carlos Fuentes
El archivo de Carmen Balcells / Objeto del deseo en Madrid y Barcelona
El último acto mágico de Carmen Balcells
Winston Manrique Sabogal / La risa de Carmen Balcells
Juan Marsé / Antes y después de Carmen Balcells
Carmen Balcells / La partida interrumpida con Andrew Wylie
Vargas Llosa / Vela de armas por una luchadora
Carmen Balcells
(1930 - 2015)
Carmen Balcells
(Santa Fe de Segarra, Lleida, 1930 - Barcelona, 2015) Agente literaria española que con su innovadora gestión modificó radicalmente el mercado de contratación, promoción y edición de libros en lengua castellana.
Carmen Balcells |
Nacida en el seno de una familia de propietarios rurales, estudió peritaje mercantil y a los veinticuatro años se estableció en Barcelona con su familia, donde trabajó de secretaria hasta que su amigo Joaquim Sabrià la recomendó al escritor rumano exiliado Vintila Horia, dueño de la agencia literaria ACER, administradora de autores extranjeros para España.
En esta agencia comenzó a trabajar como corresponsal hasta que, en 1960, Vintila Horia ganó el premio Goncourt y se trasladó a París. Carmen Balcells decidió entonces establecerse por su cuenta: fundó su propia agencia literaria en el piso de alquiler donde vivía, y en pocos años revolucionó el mapa internacional de la edición. Mientras tanto, en 1961 se había casado con Luis Palomares, con quien tres años más tarde tuvo su único hijo: Luis Miguel.
La Agencia Literaria Carmen Balcells comenzó gestionando los derechos de traducción de autores extranjeros. Cuando Carlos Barral, director literario de Seix Barral, le encargó que gestionara los derechos extranjeros de sus autores, Carmen se dio cuenta de que una agente literaria no debía representar a un editor ante otro editor, sino a los autores frente a los editores. De esta forma, los autores firmarían los contratos, y las condiciones de esos contratos las discutirían los editores con el agente.
En los albores del boom de la literatura latinoamericana, Balcells tuvo la idea de vender en el extranjero los derechos de autores latinoamericanos y españoles. El principio del éxito está ligado al nombre del colombiano Gabriel García Márquez, cuyos derechos gestionó desde principios de la década de 1960. A él le seguiría una nómina apabullante de escritores: Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, José Donoso, Alfredo Bryce Echenique, Camilo José Cela, Eduardo Mendoza o Isabel Allende.
Con autores del boom: García Márquez, Jorge Edwards,
Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay
El escritor Manuel Vázquez Montalbán, gran amigo de la agente y uno de sus representados, la definió en cierta ocasión como la “superagente literaria que pasará a la historia de la literatura universal por su empeño prometeico de robarles los autores a los editores para construirles la condición de escritores libres en el mercado libre. Hasta Carmen Balcells, los escritores firmaban contratos vitalicios con las editoriales, percibían liquidaciones agonizantes y a veces, como premio, recibían algunos regalos en especie, por ejemplo, un jersey o un queso Stilton. […] Antes de que lo consiguieran los futbolistas, Balcells limitó el derecho de retención de los escritores y ayudó a los editores a descubrir las buenas intenciones, reprimidas por un mal entendido sentido del oficio”.
Si Manuel Vázquez Montalbán le puso el nombre de “superagente literaria”, fue el premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez quien la llamó por primera vez “la Mamá Grande”. Su personalidad arrolladora, su sensibilidad y su trato personalizado con los escritores contribuyeron a que se crease una extraordinaria complicidad entre los autores y la agente literaria. Balcells, de forma generosa pero firme, hizo siempre todo lo posible para que los autores no tuvieran que vivir agobiados, entregando de cualquier forma una novela cada seis meses, o cada año, para poder llegar a final de mes.
En los años setenta montó RBA, una empresa de servicios editoriales, con Ricardo Rodrigo y Roberto Altarriba (RBA son las siglas de Rodrigo, Balcells y Altarriba). La dejó cuando sus dos socios entraron como directivos en Planeta-DeAgostini por tener que elegir entre la agencia y RBA.
En 1999 Carmen Balcells recibió la medalla al mérito cultural que concede el Ayuntamiento de Barcelona; un año después, el 26 de mayo, el rey Juan Carlos I le impuso la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes. Fue entonces, cumplidos los setenta años, cuando hizo público su retiro, “para seguir mandando pero sin tener que madrugar”, como ella misma dijo.
Lo cierto es que en su despacho del Ensanche de Barcelona continuó recibiendo y asesorando a escritores, editores y políticos. El retiro no llegó a materializarse de forma práctica; al respecto, su escritor-amigo Mario Vargas Llosa dijo bromeando en una ocasión desde Lima: “¡Que nadie aspire mientras la Balcells respire!”, parafraseando el eslogan que el ex presidente de la República Dominicana Joaquín Balaguer utilizó al querer seguir mandando en su país.
En 2004 Balcells creó la empresa Barcelona Latinitatis Patria, que impulsaba el proyecto de crear en Barcelona “un edificio monumental que contenga los manuscritos, archivos y bibliotecas personales de grandes escritores y editores. Una especie de gran centro de lectura […] en el que todo estaría digitalizado, con una librería en la que, gracias a la técnica «impreso sobre demanda», el lector podría adquirir cualquier libro, aunque estuviera agotado, en tiradas de un solo ejemplar”. Otra iniciativa impulsada por la agente era la empresa Barcelona Ad Libitum, dedicada a representar a músicos. Y aún le quedaba tiempo para asesorar a los jóvenes creadores de una nueva editorial barcelonesa, Alpha Decay, de reciente aparición.
En 2005, Balcells fue investida doctora honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) como reconocimiento a su trayectoria en el mundo editorial. Su nombramiento lo decidió la junta de gobierno de la universidad por “abrumadora mayoría”.
En septiembre de 2006 le fue concedida la Creu de Sant Jordi y un mes más tarde, el 14 de noviembre, recibió en Barcelona el premio Montblanc a la Mujer 2006, por ser la principal impulsora del boom de la literatura latinoamericana y, en palabras del jurado, por haberse convertido en “una personalidad de referencia en los últimos cincuenta años en la narrativa de lengua castellana, contribuyendo a su expansión y reconocimiento, consolidando carreras literarias y descubriendo nuevos valores, entre los que figuran varios premios Cervantes y Nobel”.
ENTREVISTA
Carmen Balcells
Autorretrato de una dama
Juan Cruz
El País, 11/03/2007
Dijo un día que se retiraba, pero sigue ahí, al pie del cañón. Carmen Balcells es la agente literaria más famosa del mundo latino, toda una pionera de un oficio sobre el que ella ha impuesto muchas de las reglas. En su archivo se esconden los secretos más jugosos de las letras contemporáneas.
"Creo que fui una niña feliz. Mi mamá me decía: 'Eras una niña extraordinaria. Y a los 14 años te pusiste insoportable"
"Con los grandes editores me llevo generalmente bien; con los pequeños ha habido de todo, hasta batallas campales"
Sólo hace falta decir Carmen Balcells para que se sepa de quién estamos hablando. En agosto va a cumplir 77 años; cuando cumplió 70, y se dijo que iba a retirarse, su amigo y autor (ella llama “clientes” a los autores de su potentísima agencia literaria) Mario Vargas Llosa escribió aquí que teníamos Carmen para rato. Conserva intacta la facultad de la memoria, que es el factor principal de su negocio, pero jamás contará secretos del mundo que ella creó. El silencio es su libro de estilo.
En su despacho hay una inscripción escrita de puño y letra por Gabriel García Márquez en la que el Nobel colombiano declara que algún día él querría montar una agencia literaria... si tuviera un autor como él. Como se adivinó cuando dijo que iba a retirarse, Carmen Balcells no se ha retirado. Es de una estirpe campesina, de Santa Fe de Segarra, en Lleida; la fortaleza con la que sigue tiene que ver con ese origen, con lo que aprendió de sus padres.
Del mismo modo que monta una fiesta o manda flores o botellas de champán para festejar los éxitos ajenos, pone en relación peras con manzanas para dar a luz muchas de esas utopías. Parafraseando a Augusto Monterroso, Carlos Fuentes suele decir que “cuando Cervantes apareció, Carmen Balcells ya estaba allí”. García Márquez les dice a los editores que le quieren que para quedarse con él tendrían que comprar la agencia de Carmen Balcells. Hace 14 años, cuando Juan Marsé cumplió 60, le organizó una fiesta que parecía diseñada por Scott Fitzgerald para El gran Gatsby; una vez, enfrentada al retraso inmisericorde de un autor importante, obligó a los camareros del restaurante que más frecuenta en Barcelona a servir y servir comida y a retirar los platos sucesivamente para que el autor creyera que hasta que él llegó no se había comido nada en esa mesa..., y el autor llegó después de la medianoche.
Ha regalado pianos, pájaros, palomas mensajeras, y ha regalado dinero... Una vez le hizo caso a su más celebrado autor vivo. Le preguntó a García Márquez, hace unos años: “¿Y qué quieres que te regale para tu cumpleaños?”. Y Gabo le respondió: “Tres mil dólares”. Y desde entonces, cuando la ocasión lo requiere -como ahora, cuando el autor colombiano llega a los 80-, Gabo recibe invariablemente esa cantidad simbólica de la mujer que (aparte del Nobel) le ha hecho “pobre con plata”, como dice el propio Gabo.
Hablamos en Barcelona, en su casa; tenía jaqueca, o cansancio, pero a medida que pasaron las horas de charla, la Balcells fue sucesivamente la niña, la joven, la madura agente literaria, y también el ser humano que, incluso los que nunca querrían negociar con ella, aprecian por su vigor intelectual y por su forma casi mágica de juntar peras con manzanas.
El silencio es la zona sagrada de su vida. Casi nunca da entrevistas, para que no se le cuele ninguna confidencia. Ésta la estuvo rumiando mucho tiempo. Empezamos por la infancia, por cómo se hizo. Y enseguida nos dijo que para ella la vida se renueva, cada año, el 1 de octubre.
¿Y por qué?
Una costumbre colegial. Ahí empezaba el curso. Es un tiempo en que se vuelve a poner todo en orden; acaban las vacaciones, vamos a las tiendas.
¿Cómo fue la infancia, el colegio?
Creo que fui muy feliz. Mi mamá me decía: “Eras una niña extraordinaria hasta los 14 años. Y a los 14 años te pusiste insoportable”. Era cariñosísima, amabilísima. Era estupenda.
Santa Fe. Ahí nació, ahí ha vuelto. ¿Cómo era ese mundo?
Tiene una importancia inmensa la casa; era una casa elegante, tenía tres naves. Un comedor inmenso, con unas ventanas de cristales biselados, muy grandes, que se abrían de par en par y que daban a una galería... Y en esa galería había muebles de mimbre. Como mi infancia transcurrió, desde los seis a los nueve años, durante la Guerra Civil, tengo un recuerdo simpático porque todos los primos hermanos de toda la familia estaban refugiados en Santa Fe.
¿Cómo era su padre?
Muy inteligente. Un hombre nada culto, supersimpático, superencantador. Qué recuerdo quieres tú que tenga de un padre que era padre de una hija que ya era su segunda hija mujer -la primera había muerto-, y eso en un macho, y en un heredero, campesino, del mundo rural, es un fracaso tener una mujer como hija. Pero después, como nacieron tres varones, yo recuperé un estatus extraordinario frente a mi padre y me convertí en el ser más inteligente y más encantador a sus ojos.
¿Qué hacía él?
Era propietario rural, pero no cuidaba la tierra. Mi abuelo, sí; mi abuelo fue campesino, de una heredad notable. Y mi padre era mucho más aventurero.
¿Y su madre?
Fue un capítulo aparte, importantísimo. Ella se quedó huérfana. Se crió con una madrastra, y con su marido; eran propietarios rurales, ricos, que no tuvieron hijos. Formaban parte de esas familias muy notables de Lérida. Y mi abuelo era consejero, miembro de una especie de comité de hombres buenos o sabios, que no sé ni qué tan bueno ni qué tan sabio fuera...
¿Cómo era ella?
Mamá escribía un francés impecable, un inglés muy razonable, hizo por lo menos ocho o nueve cursos de piano... Eran educadas como señoritas. En el fondo no eran ricos, pero vivían con los privilegios de clase. Y algunos conflictos que yo vine a tener con mi madre, cuando ya tenía 17 o 18 años, fueron porque ella tenía un sentido de clase exagerado, que yo le criticaba muchísimo. Para ella, lo que definía ese sentido de clase era la educación y no el dinero. Yo tenía más influencia de mi padre, así que cuando la observaba actuar según esas convicciones de clase, me decía a mí misma: ¡si no son ricos ni son nada y se creen los dueños del mundo! Y yo le discutía muchísimo todo eso.
¿En qué le dijeron sus padres que se tenía que fijar?
Para mi madre, las cosas prioritarias eran la moral y las buenas maneras. Pero todo era tabú. Tenías que ir aprendiendo de la vida, como mucha gente de mi generación.
¿Y qué fue aprendiendo fuera de la casa?
Me llevaron interna al colegio. En las teresianas de la calle Ganduxer, de Barcelona. Un edificio de Gaudí, con unos dormitorios fantásticos, enormes, cien camas todas iguales... Un rigor increíble. No podías jamás en la vida ni hablar con una compañera de cama a cama...
¿Y qué quería ser usted cuando estaba en la escuela, en el colegio?
La chica que sale trotando con un cartel que anuncia el número del circo.
Poniendo orden en el circo, también.
¡No! Era la chica que anunciaba los números. ¡El 34! Y salía el número 34. Y después quise ser primera bailarina del Bolshói, pero ésa ya es una broma que teníamos a medias con Manolo Vázquez Montalbán. De veras, de veras, lo que yo quería era tener un despacho. Por lo demás, tuve un novio que me introdujo en la lectura. Él escribía teatro, y me llevó por ese mundo del conocimiento de los libros. Como yo no sabía hacer nada en el teatro, me nombró co-regidora.
Quería hacer todas esas cosas. E iba descubriendo la vida.
Y sobre todo el amor. Tuve una influencia fantástica de un muchacho, hijo de un comunista. Me decía: “Eres la única chica del pueblo a la que se puede agarrar del brazo sin que se ponga histérica”. Una de las primeras cosas que me hizo leer fue No se juega con el amor, de Molière. Aprendí muchas cosas de él.
¿Se enamoró de él?
¡No! ¡Nunca en la vida! ¡Además, ya estaba enamorada de otro! Me daba lecturas, publicaciones de Sudamericana, de Losada, de Emecé... Yo leí a Faulkner en esa época. Un principio fantástico. Él era un chico modesto, profesor, letraherido; escribía teatro. Y tenía vocación de escritor. Pero, imagínate, un escritor en Cervera... Yo me inicié con él; fue una educación sentimental, y al mismo tiempo literaria.
¿Para qué le servía leer?
Era un placer inmenso. Si lo pudiera describir hoy, te diría que era como una batidora, haciendo ruido ahí dentro... En ese tiempo, hasta los 20 o 25 años, descubrí, en aquel circuito nuestro de Cervera, a Jaime Ferrán, el poeta, que sigue siendo un gran amigo mío, y que entonces me señaló caminos. Íntimo amigo de Alfonso Costafreda, de Carlos Barral... La primera vez que ya vine a Barcelona con espíritu independiente, de chica sola, fue de la mano de Jaime Ferrán. Y me llevó al Boliche del paseo de Gracia. Y allí conocí a la vez a Carlos Barral, a Mario Lacruz... Me sucedió entonces algo que no ha dejado de sucederme nunca. La capacidad de relativizarlo todo. Eso me lleva, en primer lugar, a la movilidad; después, a la contemplación, y en tercer lugar, a la conclusión de que mis horizontes se ensanchan con una coma, con una frase, con un poema. Esto, acompañado de una cierta educación sentimental en la que empiezas amoríos, abrazos, cuando descubres varias cosas a la vez: el placer mental, los otros placeres..., descubres casi al mismo tiempo el placer de la relación de pareja y los estímulos que te llevan a pensar: qué suerte he tenido de caer aquí.
Así que ya percibe aquella señorita sola de qué va la vida...
Me instalé aquí, en la calle Casanovas, al lado de donde ahora tengo mi casa. En la primera comuna avant la lettre. Hice un peritaje en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, de modo que ya circulaba entre los estudiantes de la época. Y el centro de operaciones de todos nosotros era el hogar del SEU. Ahí comíamos garbanzos por cuatro pesetas. En ese ambiente conocí gente, hice amistades... La tendencia a hacer amistades en un instante la he tenido toda mi vida.
¿Cómo empezó a ser agente literaria?
Joaquín Sabriá, muy amigo del grupo de Josep Maria Castellet, tenía una distribuidora, y era yerno del editor Miracle, que había estado exiliado en Argentina. A través de Sabriá Miracle me dijo que tenía un empleo para mí: agente literario. Trabajaría para Vintila Horia, el escritor rumano, que ya tenía una agencia. Era 1956. Yo abrí un libro registro, y escribí los nombres de los originales.
¿Qué le dijo que era un agente literario?
Un señor que elige las lecturas de los demás.
Sigue siendo eso...
Qué va a ser eso. Es un administrador de fincas. No tiene la categoría de un psiquiatra, de un médico..., porque no está estructurado ni apoyado encima de un bachillerato, una carrera y unas oposiciones. Por eso me da tanta risa cuando le ponen solemnidad a nuestro oficio. ¡Si recaudamos menos dinero que las castañeras el 30 de noviembre! Es más importante el gremio de castañeras que el gremio de agentes literarios.
¿Cómo fue la relación con Vintila Horia?
Buenísima. Yo le admiraba muchísimo. La cosa que más he admirado desde la más tierna infancia es la gente culta. Y eso me pasaba con Vintila Horia, qué hombre tan culto. Pero él dejó la agencia, se fue a Francia porque le dieron el Premio Goncourt, al que tuvo que renunciar por colaboracionista. Entonces, él me quiso vender la agencia por 100.000 pesetas, que yo no tenía. Así que me establecí por mi cuenta. Quité el membrete de la agencia que yo representaba en Barcelona y puse mi nombre. Carmen Balcells. Ahí empezó todo. A instalar la agencia de Vintila le ayudó Pancho Pérez González, que, guardada toda proporción, cultiva un estilo que yo también he cultivado: ayudar a todo el mundo, siempre. Un hombre muy generoso.
¿Cuál fue su primera gestión?
Con Carlos Barral, a quien conocía de antes, cuando fui secretaria de un gremio de fabricantes de maquinaria textil, donde yo estuve tres años. Desde esa oficina apareció un señor brasileño a quien le dijeron que yo era una persona muy lista, y me pidieron que le acompañara a tres o cuatro editoriales para que le hicieran unos libros en portugués. Así que fui a algunas editoriales, entre ellas Seix y Barral... Yo ganaba, en aquel primer empleo, 3.000 pesetas al mes. ¡Me alcanzaba para todo! Al lado de donde vivíamos había una enorme panadería. Yo iba hacia allí con el dinero justo para unabaguette, y nunca me he sentido más poderosa, más independiente, más autónoma, más contenta y más libre que comprando ese pan. No me importaba tener o no tener, era la sensación de haber conseguido lo imposible.
¿Cómo era el mundo editorial?
Era como ahora, pero sin demasiado glamour. Excepto el glamour que se creaba en ciertos grupúsculos alrededor de Barral, que cultivaban sus egos de una forma desaforada. Y yo encontré en lo cotidiano las mayores dificultades.
Y los egos parece que deben de ser de los escritores, no de los editores.
¡Los escritores, los pobres, si no les dejan ni tener egos! El ego es de los editores.
¿Y cómo ha ido variando el sector editorial?
Ha crecido. Se ha afianzado. Se ha solidificado al máximo. No hagas estadísticas: en general, ha ido a más de una manera potentísima, cada vez se lee más.
Usted ha dicho más de una vez que no tiene amigos...
...sino intereses. Sí. Es una frase muy feliz.
¿Le representa?
Lo que más me representa. Porque yo tengo delante dos ingredientes fundamentales: la confianza que los autores depositan en mí en las decisiones que yo tome, y después la inmensa responsabilidad que yo siento frente a mí misma de no pifiar esa responsabilidad, de ejercerla bien.
Cuando Marsé cumplió 60, aquella fiesta que usted le hizo parecía simbólica de su manera de agasajar...
Fue fantástico. Hacer una fiesta en la que se concentra un grupo de gente sobre la que gravita de pronto la sensación de que ése es el sitio en el que debes estar. Y para Marsé. Lo estábamos festejando en un momento importante de su vida: su gran amigo, la persona a la que tenía más fidelidad, había muerto hacía poco, Jaime Gil de Biedma. Juan era en cierto modo un huérfano de Jaime. Lo trajimos fabricándole una sorpresa, porque a él le horrorizan las fiestas. Y cuando llegó le recibimos con alguien cantando al piano As time goes by. Una maravilla. Y luego le cantó esa misma canción deCasablanca Mario Lacruz. Organicé una fiesta pensando en la excelencia. Lo que yo tengo de una forma bastante innata es un sentido de las cosas buenas. Mi amiga Nélida [Piñón], que es la persona que ha tenido una mayor influencia intelectual sobre mí, y probablemente la que más me ha dado confianza en mí misma, me dijo hace mucho tiempo una frase que me impactó: “Tienes un mundo interior grandioso”. Cuando oyes algo así no crees que sea verdad, sino que te gustaría que fuera verdad.
La recuerdo aquí, sentada, ante esta misma mesa, el día en que se produjo el sepelio de Manuel Vázquez Montalbán.
Ah, Manolo. Un ser especial. Cuántos recuerdos. Una persona que siempre estuvo al lado; en los momentos malos, en los buenos. Cuánto echo de menos a Manolo. Era seco, poco hablador. Un silencio habitadísimo. Esa premonición que tuvo de su muerte. Muchas cosas diría de él.
Vargas Llosa.
Él ha contado tantas veces mi viaje a Londres para convencerle de que se dedicara por entero a la literatura. Leí La casa verde, no entendí nada de las 45 primeras páginas; pero se me abrió el texto con una lucidez extraordinaria, ¡éste es un genio! Cambiaba el tiempo narrativo, el tiempo objetivo y el tiempo verbal, lo más innovador... Eso me afectó mucho. Me dije: Mario vive en Londres, necesitará dinero y vive en el país de los agentes; el día menos pensado tendrá un agente en Londres. Así que fui a buscarle. Le dije: “¿Cuánto necesitas? ¿Quinientos dólares? Pues 500 dólares”.
Gabo.
Qué larga historia. ¿Quieres que diga algo de su cumpleaños? ¡Felicidades!
Usted ha demostrado una gran capacidad para convertir su intuición en negocio.
En un negocio es más difícil... Es una forma de orden. ¿Si el orden es la base de mi personalidad? Un psiquiatra te lo dirá. Yo no tengo ni la menor idea. Soy una fanática del orden, pero si tú vieras el estado en que tengo los papeles..., son la evidencia absoluta de lo contrario, del desmadre.
¿Y cómo ve usted el mundo editorial?
Se lee cada vez más. Lee gente que jamás había leído antes. Y hay una sobreproducción, eso es indudable.
¿La recortaría usted?
Para nada. Sería en detrimento de los autores que no tienen salida o que venden poco.
¿Y cómo ve este país?
Enredado.
La he visto cabreada y la he visto feliz. ¿Qué es lo que la saca de quicio?
En el día de hoy estoy muy cerca del final de la vida para que no me afecten las cosas que se refieren a la muerte, y sobre todo las cosas que debes dejar en orden cuando te mueres. La sensación que tengo yo es que ¡Dios me libre de morirme con el follón de cosas que puedo dejar sin arreglar!
La gente del mundo editorial se quedó estupefacta cuando se dijo que usted se retiraba. Es obvio que no se ha retirado.
Sí, me he retirado. De la agencia. Ahora hago otras cosas. No dentro de la agencia. Siempre hay proyectos. En este momento he perdido el impulso que tenía hace tres años para un proyecto que llamo Barcelona Latinitatis Patria. Uno de los proyectos más bellos y singulares en la ciudad de Barcelona. Irrealizable.
¿Cuál es su mayor utopía?
Convertir a los escritores en estrellas.
Hay una foto en la que se ve usted, muy alegre, con García Hortelano, en Formentor. Recuerde esa foto, se le ve muy joven.
El único atractivo que puede tener es el testimonio de que fui joven. Y como yo nunca me he gustado, ver que yo estaba estupenda en aquella foto me hace decir: “¡Si seré idiota, cómo no has detenido el tiempo!”. Pero a la fotografía que verdaderamente le tengo aprecio es una foto mía cuando nació mi hijo. Es lo más parecido a una foto que yo le hice a mi nuera cuando ella tuvo su primera hija. El milagro de la maternidad, que no tiene nada que ver con la paternidad. El momento estelar de una mujer es el posterior a tener un hijo, cuando lo ve a su lado. Vivo, maravilloso. No se puede explicar la emoción que da.
Y en el ámbito profesional, ¿qué le da alegría?
Una negociación nítida, bien hecha. La satisfacción de otro. Ésa es tu satisfacción. La eficacia del resultado. Me vuelve loca. No conseguirlo me deja furibunda durante un rato. Se me va enseguida.
Su silencio sobre los autores, sobre sus intereses. Ése es su libro de estilo.
Yo considero que ése es el primer paso de la lógica de las relaciones.
¿Para todos?
Para todos.
¿Incluidos los editores que se cabrean con usted?
Se cabrean porque algo de lo que propongo les es contrario, les rompe esquemas.
¿Cómo se ha llevado con los editores?
Depende. Con los grandes, generalmente bien; con los pequeños, ha habido de todo, desde relaciones encantadoras hasta batallas campales.
Porque los grandes tienen muchos más recursos para todo, y a los pequeños, cualquier cosa les hace sentirse lesionados.
Desde el punto de vista humano, ¿cómo debe ser la relación con un autor para que sienta que está como en su casa? Antes, la casa del escritor era la del editor.
Hasta cierto punto. Porque a un autor no le puedes exigir que esté en el lado que es su contrario o su explotador. Esa relación es muy antigua, debe venir del Renacimiento o de la Francia inteligente de hace muchísimo tiempo.
Frases de autores suyos. Una es de Juan Carlos Onetti. “Gracias a Carmen Balcells voy al mercado cada mañana”.
Fue una sorpresa para mí. Él entendió lo que yo hago por él. Y la dedicatoria de su último libro: “A Carmen Balcells, porque me da la gana”. Una de las dedicatorias que más me han emocionado. Antes lloraba siempre por todo. Lloré en ese momento. Ahora lloro menos, por un tratamiento que me ha secado las lágrimas. Pero aún lloro. Es una maravilla llorar.
¿Qué ha aprendido de los escritores?
No hay cosa más singular que un escritor o un artista. Hay también muchísimo oficio que también merece un enorme respeto. Y este oficio llega a colmar las expectativas y los placeres de miles de lectores. Pero los grandes genios son media docena.
¿Y a usted le hubiera gustado ser escritora?
Sí. Lo era, pude haberlo sido. Iba en bicicleta, de mi pueblo a Cervera; mientras viajaba, inventaba relatos, los escribía en el aire, pude haberlos escrito. Y siempre tenían que ver con mi familia. Lo que Mario llama los demonios interiores no son más que las incógnitas que despierta la observación de la propia existencia. Eso es lo que hacía yo. Pedaleando, imaginando.
¿Y hubiera tenido como agente a Carmen Balcells?
¡No!
¿Y García Márquez le hubiera tenido en su agencia?
No sé. ¡Esto parece un sudoku, yo nunca he hecho un sudoku!
¿Cuántas veces le habrán preguntado si este año, o en cualquier tiempo, Gabo y Mario se van a reconciliar?
Mario y Gabo están reconciliados desde hace muchísimo tiempo. Una pequeña divergencia la tiene cualquiera con cualquiera. Y la historia de la literatura, y de la vida, y del cotidiano está llena de casos en los que uno se pelea con un hermano por una herencia y después vuelven a ser amigos. Lo que ocurre es que no se debe convertir esto en un asunto de prensa rosa y amarilla. Eso los pone a los dos a cien y a mí a tres mil. Porque es una chorrada impresionante, y además ninguno de los dos tiene que dar explicaciones de nada ni a nadie.
Usted es una maestra en el arte de felicitar. Aparte de eso, ¿qué regalo para García Márquez...
Tres mil dólares.
¿Por qué?
Una vez le pregunté qué quería, y me dijo esa broma. Yo siempre la he seguido.
Le ha dado mucho más que 3.000 dólares.
Le he dado todo, todo lo que he podido. Y él a mí, también.
Un año especial para Gabo. ‘Cien años de soledad’, 40 años; 80 años de Gabo. ¿Qué diría de él hoy?
Algo muy especial y muy auténtico. Como él ha sido tan constante en derivar hacia mí cualquier asunto que le concierna, de cualquier tipo, yo podría contestarte que me ha dado una identidad absolutamente de lujo.
¿Qué le devuelve hoy su espejo, Carmen?
Bastante más serenidad de la que creía. Si consigo mantener una cierta buena salud, no puedo hacer una queja demasiado grande. Nunca me he cuidado, no he hecho el menor esfuerzo para caminar, me he ido instalando de acuerdo con la situación de la forma más confortable para mí.
La Balcells
Claro, ustedes no la han podido ver en la televisión, tampoco la han escuchado en la radio, y si han leído algunas palabras suyas en la prensa habrá sido sólo por la insistencia de Rosa Mora, que es la periodista que más ha hablado con ella. La Balcells, quién no ha oído hablar de ella. Gabriel García Márquez la representa llorando, y José Luis Sampedro también; muchos la hemos visto llorar, y es, en efecto, esa mujer bañada en lágrimas de la que ya hablan la leyenda y Vázquez Montalbán, pero no llora por cualquier cosa; no hay un gesto de Carmen Balcells que no responda a una historia o a un razonamiento, y jamás me la he encontrado, en ninguna circunstancia, en que no supiera exactamente no sólo qué tenía que hacer ella, sino qué tenían que hacer las cuatrocientas personas, una a una, que tuviera alrededor. Su trabajo es su persona, y su personalidad es arrolladora: cuando digo que trabaja uno a uno, persona a persona, estoy describiendo un modo de ser que ella ha aplicado con vehemencia racional a su propia relación con los escritores, que son su fuente, su cruz y su vocación. De todos ellos sabe sus gustos y sus disgustos, sus puntos flacos y sus puntos fuertes, y su psicología bien trabajada ha fabricado un modo de empleo para las manías de cada uno; sabe cuándo ha de guardar silencio o cuando les tiene que mimar, y los trata como si fueran hijos a punto de descarriarse, como a los editores, por otra parte; ella puso ante una mesa de escribir, y con un salario entonces virtual, a Mario Vargas Llosa, y le permitió ser el escritor a tiempo completo que aspiraba ser el novelista peruano, pero ése no ha sido el único caso.
Carmen Balcells tiene un enorme despacho, de cuyas paredes cuelgan todos y cada uno -están todos y del mismo tamaño- de los autores a los que representa; el despacho está dividido en dos: ante ella, el visitante, y a espaldas del visitante, cajones en los que se guardan manuscritos, cartas, fichas, documentos que serían un secreto si no fuera porque la memoria de la Balcells los tiene registrados uno por uno en su memoria privilegiada; y detrás de Carmen se mantiene intacto un mundo al que no accede el visitante, su enorme mesa abigarrada dibuja en este espacio una frontera, una zona sagrada, que es el criterio tenue de autoridad que ella manifiesta nada más abrirte la puerta de su casa.
Tiene ocurrencias geniales, y sólo por eso habría que quererla. Muchas figuran ya como anécdotas célebres: durante años se dijo que Onetti tenía un supermercado en Montevideo, que había montado con Carmen Balcells; la realidad fue que el gran escritor uruguayo dijo un día: "Gracias a que entró en esta casa Carmen Balcells podemos ir al supermercado". Pero hay una que no se ha contado nunca: fue una noche de viernes, en Barcelona. La Balcells esperaba a uno de sus grandes escritores, Carlos Fuentes, que debía llegar de Madrid con su mujer, Silvia, para asistir a una cena que Carmen organizaba en su honor. Dispuestas las sillas presidenciales para la pareja que debía llegar, la Balcells predijo el retraso y ordenó al maître que sirviera todas las viandas para que fuéramos comiendo; como eran crustáceos y otros mariscos, la operación resultaba sencilla: cuando acabábamos con una remesa de viandas, la mesa se dejaba impoluta otra vez, para que los que faltaban, atascados en Madrid, consideraran, al llegar, que habíamos tenido la delicadeza de disculpar su tardanza. A las doce y media vinieron los esperados, y cenamos, en medio de esa sensación de homenaje que siempre se siente cuando esta mujer dirige la orquesta.
Ella misma divulgó la noticia de que se retira; Vargas Llosa le recordó el otro día desde Lima el eslogan con el que el veterano ex presidente dominicano Balaguer quería seguir mandando en su país: "Que nadie aspire mientras Balaguer respire". Salvando las distancias lógicas, el peruano cambió así el eslogan y lo aplicó a la suposición de que la Balcells se retira: "¡Que nadie aspire mientras la Balcells respire!". Sigue ahí, en el puesto de mando, oliendo a la fragancia japonesa que se pone encima, inteligente como un águila, y con la mirada azul y dulce, pero sobre todo cuando está con la nieta. Pero no lo deja, qué lo va a dejar, que nadie aspire mientras la Balcells respire.
Carmen Balcells Barcelona, 2009 |
En el epicentro del 'boom'
Encendidas expresiones de amistad, confesiones y luchas de egos salpicaron siempre la relación de Balcells con las mejores plumas de América Latina
TEREIXA CONSTENLA Madrid 17 NOV 2011
Sus talentos explotaron más al unísono que sus formas y sus ideas. El caso es que se convirtieron en uno de los fenómenos literarios cumbres del XX: el boom latinoamericano. En el epicentro estaba la catalana Carmen Balcells. Un solo nombre, Gabriel García Márquez, le habría bastado para enriquecerse y hacerse un hueco en la historia. Pero Balcells tuvo el olfato de ficharlos a casi todos: Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, José Donoso, Augusto Monterroso, Miguel Ángel Asturias, Isabel Allende, Mario Benedetti, Julio Cortázar, Jorge Edwards, Juan Carlos Onetti o Augusto Roa Bastos. Entre las referencias a derechos, tiradas y proyectos, los escritores van desgranando en sus cartas grandezas y miserias.
MARIO VARGAS LLOSA
"Harto de dar clases"
El 24 de marzo de 1970, el peruano Vargas Llosa nombra agente a Carmen Balcells. Antes ya mantenían un contacto fluido, a tenor de las desnudas confidencias que le hace el escritor, frustrado por no poder dedicarse en exclusiva a escribir. "Ocurre que cada día estoy más harto de dar clases y de vivir como un gitano, y cada día más dispuesto a llegar al asesinato para poder mandar al diablo los trabajos alimenticios y dedicarme solo a escribir", le contaba desde Puerto Rico el 25 de marzo de 1969.
Tras haber publicado La ciudad y los perros (1963), traducida casi de inmediato a una veintena de lenguas, y La casa verde (1966), Vargas Llosa se enfrenta a una de las peores calamidades de un novelista en mayo de 1969. "Ocurrió una espantosa tragedia. La mitad de la novela que debía estar ya en manos de Carlos anda extraviada en algún lugar del mundo por culpa de una irresponsable azafata de Eastern Airlines. Tengo otra copia felizmente pero tú imagínate si con este precedente me voy a atrever a empaquetarla y despacharla. Fuera de eso me parece de mal agüero que el manuscrito esté siendo manoseado y ojeado por forasteros". Lo más factible es que se trate del texto de Conversación en La Catedral, publicada ese mismo año y a la que alude reiteradamente en las cartas enviadas a su agente durante 1970 desde el King's College de Londres. Poco después se escinde Seix Barral. Vargas Llosa tiene claro a qué bando apuntarse: "Yo fui publicado gracias a Carlos, y a su empeño y a su fe en mí se debe en gran parte lo que les ha ocurrido a mis libros". Es un año vital para el peruano: "No olvides que he renunciado al Kings y que a partir de julio dependo solo de los libros para sobrevivir".
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Robo en el hotel
Es probable que la estrecha y larga amistad entre el Nobel colombiano y la agente catalana haya dado más de sí de lo que figura en el archivo vendido a Cultura. Balcells se ha reservado originales de libros y cartas que estima demasiado como para deshacerse de ellos. Eso puede explicar la escasez de cartas personales entre ambos existentes en las cajas de Hispanoamérica, pese a la abultada correspondencia profesional que se genera entre ambos debido al éxito mundial de las novelas de García Márquez. En la agencia se va creando la llamada biblioteca secundaria de García Márquez: 700 cajas con ejemplares de todas las ediciones de sus obras en el mundo. Balcells le informa el 23 de agosto de 1973 de la mudanza de la oficina. "He tomado la decisión de cambiar de oficina y tengo un tembleque incontenible de haber tomado una decisión de tal naturaleza sin tu bendición. Desearía que pudieras ver el piso y saber si te gusta". Le pide "como favor especial" que lea la novela de Luis Goytisolo, Recuento. "Si te gusta te pediré una frasecita...". La agencia gestiona las innumerables invitaciones que recibe el escritor, parte de las cuentas y tarjetas y, por supuesto, todos los negocios relacionados con los derechos de autor. En el archivo se pueden leer también detalles del robo que sufrió el escritor el 14 de octubre de 1985 en el hotel Princesa Sofía de Barcelona. Su esposa, Mercedes Barcha, presenta una denuncia en comisaría, por la sustracción de anillos, collares, pendientes, un bolso de viaje con pasaportes (recuperados finalmente) y una caja con 10 discos de computadora con la última novela inédita, sin corregir, del Nobel. El valor de lo robado es de ocho millones de pesetas. Desde la agencia se envían libros al escritor durante sus estancias a La Habana. Uno de los lotes: Orlando, Memorias de Adriano, Biografía de Lorca (Gibson), Vidas de filósofos de Diógenes Laercio. Hay notas manuscritas de Gabo y de su esposa, que las firma como "Gaba".
PABLO NERUDA
"Ese editor sueco es un fresco"
El poeta chileno da poderes a Carmen Balcells el 29 de octubre de 1971. Mientras ocupa la embajada en París, parte de la correspondencia se realiza a través de su secretaria. A través de ella escribe el 18 de noviembre de 1971: "Estimada señora Balcells: Me es muy grato dirigirme a usted por encargo del señor embajador para decirle. 1. Que el adelanto le parece exiguo. 2. Que la cláusula sobre ediciones fuera de USA no debe incluir cesión de derechos ni pagar a la editorial". En diciembre de ese año, la agente le informa de que Tàpies ilustrará una edición de Veinte poemas... Neruda es consciente de los enredos de su representación. En una carta manuscrita desde su refugio en Normandía admite el 6 de marzo de 1972: "Ya sé que mi representación te da incalculables trabajos. Perdona. Pero creo que cuando se desenrede la madeja todo será más fácil. Por ahora haré solo lo que tú hables mejor para mí. Aunque haya apelaciones, estas serán redirigidas a ti". Apenas un mes después, el embajador confiesa: "Tus cartas en el sentido de horrorizarme sobre mis anteriores compromisos no cumplen su objetivo porque ya estoy bastante horrorizado (...) Mientras duren los entuertos que tendrás que ir arreglando poco a poco, tendrás que tener un pellejo de rinoceronte. Ese editor sueco es un fresco de marca mayor. Se comprende que esa concesión que hice para la traductora era por una sola vez y lo demás es sencillamente estafa. No es el único editor que merecería ser procesado. Te recomiendo que a Bellini lo trates con guante de seda. Estoy de acuerdo con tu porcentaje y tu control, pero debes recordar que él nunca me quiso cobrar porcentaje, a pesar de mi insistencia. Esto merece un trato especial". Balcells prosigue la representación del poeta tras su fallecimiento.
MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS
"Nuestra palabra es mayor"
El autor de El señor presidente recibió el Nobel en 1967. Fue el primero de la larga lista de latinos en manos de Balcells que recibirían el máximo galardón literario del mundo. Además de parquedad, Asturias no parecía sobrado de humor. El 21 de diciembre de 1973 escribe desde París, donde había sido embajador durante cuatro años: "Le contesto de inmediato para que no dé usted más pasos con la editorial Lumen, que parece no darse cuenta que se trata de un libro escrito por dos premios Nobel. En principio, más por Pablo, que ya no puede opinar [Neruda fallece ese año], que por mí, no me gusta ir en una colección que se llama Palabra Menor. Nuestra palabra siempre ha sido mayor de edad".
JUAN CARLOS ONETTI
"Vio a un anciano decrépito"
El escritor uruguayo cayó en brazos de Carmen Balcells a principios de 1970, aunque ambos no se conocerían hasta el verano de ese año en Montevideo. Tras el encuentro, el autor de Cuando ya no importe le escribió el 13 de noviembre: "En primer lugar es mentira. Usted nunca vio a Onetti sino a un anciano decrépito, semidestruido por los antibióticos y enfundado en una cama que los buenos novelistas calificarían de dudosa limpieza y que yo prefiero llamar mugrienta. Será para otra vez". Un año después, tras recibir la liquidación de Salvat, escribe con tierna ironía: "Acabo de recibir su carta del 5 de agosto, una de las más bellas que me haya escrito jamás una mujer". A comienzos de 1974, con la dictadura enraizando en Uruguay, la agente anima a Juan Carlos Onetti y su esposa, Dorotea Murh, a instalarse en España, algo que finalmente ocurriría: el autor murió en Madrid en 1994. Como en otras ocasiones trata de vencer los escollos económicos y, al tiempo, salvaguardar la autonomía del escritor. "Yo reitero mi ofrecimiento de ayudaros a financiar vuestra estancia en España y tened la seguridad de que en el momento en que decidierais venir, encontraría la fórmula mágica para que el dinero saliera de alguna parte, ya que no me parece conveniente hipotecarse con un editor ni venderle un libro que todavía no está terminado", escribe la agente. Onetti se demora lo suficiente para ser encarcelado durante meses en Uruguay tras haber premiado como jurado un cuento considerado pornográfico y subversivo por la dictadura. Su mujer escribe a Balcells el 19 de marzo de 1974: "Juan sigue en el sanatorio, detenido (...) Te manda un gran abrazo, anda mal (que es su estado normal, dirías tú), pero multiplicado por cien. Dios sabe qué novelón deprimente le saldrá después de esta".
Durísima negociadora
Balcells fue siempre una dura negociadora. Pelear por sus autores era pelear por su porcentaje (10%), pero más allá de eso dignificó los ingresos de los escritores, hasta entonces atados a contratos vitalicios. Este telegrama a la editorial Bruguera en 1982 es todo un puñetazo en la mesa: "Tanto García Márquez como Cela deberán percibir sus derechos íntegramente. Como está previsto en los contratos. Y no la mitad. ¿O es que los fabricantes de papel os regalan la mitad para promociones?").
Una larga historia de dinero,
política, literatura y amistad
Las cartas entre Balcells y los escritores reflejan por igual luces y sombras
TEREIXA CONSTENLA Madrid 19 NOV 2011
Cartas de desacuerdo, misivas de auxilio económico, confesiones, alegrías, pesadumbres... la correspondencia entre Carmen Balcells y escritores como Mario Benedetti, Ernesto Sábato, Augusto Roa Bastos, Jorge Edwards, José Donoso o Isabel Allende, incluida en el Archivo Balcells y a la que ha tenido acceso EL PAÍS, constituye una muestra más de su papel como guardiana de los dineros... y de los estados anímicos de los grandes literatos.
MARIO BENEDETTI
"Quiero mantener mi libertad"
En 1973 la censura española prohíbe la publicación de Gracias por el fuego(1965), a pesar de que ya se había distribuido la edición uruguaya en tiradas cortas. Al uruguayo le sorprende: todavía no se había dado el golpe militar en su país y todavía dirigía el departamento de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Montevideo. "En nuestro medio sería inconcebible que la censura vetara un texto de ese tenor", sostiene. Círculo de Lectores le había ofrecido un anticipo de 65.000 pesetas por la obra.
Benedetti es uno de los pocos autores que no sucumbe a la oferta de Balcells. Desde Buenos Aires, ya en el exilio, le escribe el 19 de marzo de 1974: "Le agradezco mucho su ofrecimiento para una representación de toda mi obra en todas las lenguas, pero en esto soy bastante maniático y nunca he querido tomar un agente total. No se me escapa que es una mala decisión en lo económico, pero en este campo al menos, quiero mantener mi libertad".
JOSÉ DONOSO
"Carmen, estoy muy pobre, más que nunca"
Los intercambios epistolares entre Donoso y Balcells son pura literatura, incluso cuando se ciñen a lo mercantil. Atrapado entre el talento y las necesidades económicas, Donoso confiesa a menudo sus angustias. "Estoy muy pobre, más que nunca. Espero el dinero de Buñuel. Te quiero pedir el favor de que no me cobres de golpe la deuda", le escribe a comienzos de 1972 desde Calaceite, el pueblo de Teruel donde se ha instalado junto a su esposa, Pilar, y donde recibe un día la visita de Luis Buñuel: "Pero es imposible hablar de nada con él, por sordo y por fregado.. Que si... que no... que el aguardiente y el marrasquino, y nada. Quedamos en las mismas".
Donoso escribe en 1972 Historia personal del boom, donde habla de sus colegas con los que mantiene intensas relaciones de amistad y competencia. En junio de 1973 se queja a su agente de que Seix Barral lanza su obra, Novelitas burguesas, a la sombra de Mario Vargas Llosa: "La estupidez es lanzar a dos latinoamericanos juntos, dándole importancia a uno y ninguneando al otro". Pero quizás la carta que mejor ayuda a entender al complejo Donoso es la que escribe en Calaceite el 30 de julio de 1974 para rechazar una invitación de la televisión francesa a tener una entrevista política sobre Chile y donde expone las razones, que acaban siendo un autorretrato psicológico. "Como sabes -y quizás por eso no me quieres como me podrías querer-, mi ferocidad se manifiesta en el sarcasmo: el sarcasmo de Casa de campo es feroz. Pero yo no soy hijo de les evenements de Mai, ni aspiro a mártir, ni que se me recuerde como el hombre más idealista ni más comprometido del mundo, ni como un ser moralmente perfecto: soy imperfecto, mis ferocidades tienen la forma que tienen...".
ERNESTO SÁBATO
"Es triste salir en una editorial de segundo orden"
Con el autor de Abaddón el exterminador hubo sus más y sus menos. Se percibe en una carta que le escribe el 9 de abril de 1978: "Con respecto a la filmación de El túnel, en el largo periodo en que no recibí respuesta suya, y ante la presunción de que usted no se interesaba por mis cosas, acepté una gestión que está en desarrollo. Si eso no resulta, con gusto pondré el asunto en sus manos, ahora que se han aclarado los malentendidos".
El autor argentino se queja del maltrato que está recibiendo en el mercado anglosajón: "Usted comprende, Carmen, que tampoco estoy en situación de tener que dar exámenes ante cada lector norteamericano o inglés, bastante a menudo discutible y aun mediocre, es muy triste para una novela que ha tenido la crítica mundial de Sobre héroes y tumbas salir en una editorial de segundo orden, pero qué le puedo hacer, algo verdaderamente demoniaco se ha interpuesto entre la obra y los editores en lengua inglesa".
AUGUSTO ROA BASTOS
"No es que me repelan las desnudeces femeninas"
El autor de Yo, el Supremo acepta con humildad lo que parece haber sido una regañina de Carmen Balcells en julio de ese año por la publicación de artículos en Interviú México: "Desde ahora en adelante me atendré a tus instrucciones de no enviar más artículos para esa revista (...) al ver por los números que me enviaste el carácter bastante burdo y sensacionalista de la revista de México, me alivia enormemente no tener que aparecer más en dicha publicación. No creo que nos hagan ningún favor de prestigio ni a la Agencia ni a mí. No es que me repelan las desnudeces femeninas y otros encantos, pero no creo que funcione en ningún sentido que mis artículos aparezcan en este despampanante sándwich".
JORGE EDWARDS
"Nuestras lunas de miel políticas no coinciden"
El autor chileno firma el contrato con Balcells el 24 de marzo de 1971, unos meses antes de que Pablo Neruda, embajador chileno en París con el que trabaja, reciba el Nobel de Literatura (8 de noviembre). En una carta escrita en 1982, año en que otro latinoamericano (Gabriel García Márquez) recibe de nuevo el Nobel, expone Edwards: "Lo admiro como escritor y le tengo simpatía personal. Lo único que sucede es que nuestras lunas de miel políticas no coinciden".
ISABEL ALLENDE
"Aguanta el contrato, ¡hazte de rogar!"
Las cartas de la escritora chilena rezuman el toque mágico de sus primeras novelas. La relación entre ellas es tan estrecha que Allende le envía tarjetas de felicitación el Día de la Madre. En junio de 1997, Allende escribe: "¡Aguanta el contrato, hazte de rogar! No me gusta el antecedente de que ofrezcan la mitad de lo que pagaron antes. Tampoco quiero que ellos hagan el libro si no que acepten nuestro proyecto. No seas avara, mándales una copia a COLOR!!".
Gabriel García Márquez y Carmen Balcells |
La alegría de la casa
Ha muerto una inteligencia que no ha conocido muchos pares
en el oficio de intermediario
entre el talento y el lector
JUAN CRUZ 21 SEP 2015 - 20:26 CEST
Cambió la cultura literaria en lengua española, dice el Nobel Vargas Llosa. Y cambió, sobre todo, la vida de todos aquellos cachorros del boom que la siguieron adonde ella quiso. Del boom y de los escritores en lengua española que acogió en su seno. Les dedicó su tiempo y sus sueños, y ella fue la pesadilla de todos ellos, pero también su alegría. Cuando Juan Marsé cumplió sesenta años le organizó en su casa de Diagonal una fiesta sorpresa en la que el editor Mario Lacruz tocó al piano As time goes by en una atmósfera que se parecía a una fiesta sin fin de las que organizaba Gatsby en su casa llena de melancolía. Cuando a Gabo le dieron el Nobel en Estocolmo ella removió el mundo de las floristerías para que la ciudad sueca se llenara de las flores amarillas que degustaba el de Aracataca. Cuando sus amigos festejaban el cumpleaños y cualquier circunstancia feliz de la vida, ella se las arreglaba para que hubiera champán llegado directamente desde una cava catalana. Su pasión por la amistad convertía la casa en una fiesta movible, continua, de la que no se escapaban los secretos. Estaban por allí los autores, los amigos, las canciones, la cocina que ella controlaba como una chef de gusto extraordinario; y a nadie se le ocurría irrumpir con insinuaciones sobre el negocio.
Leticia Escario, amiga suya "desde tiempo inmemorial", recuerda esa atmósfera, y añade un dato que prolonga el carácter de Carmen, tan severa, como una amiga a la que le gustaban los guiños del juego. "Como éramos Leo, así que mandonas las dos", decía ayer Leticia, "habíamos decidido un pacto en virtud del cual un día tomaba una el mando y otro día era la otra quien mandaba". El mando era sobre cualquier cosa, sobre lo que se comía, sobre lo que se hacía. "Era un mando doméstico". En ella, como agente, como ser que organizaba la vida de los autores, mandaba ella sola, y de qué manera; el sustento de su mando era, sobre todo, el secreto; de aquellas reuniones, de las que tenía con escritores o con periodistas, no se filtraba nada que ello no quisiera que fuera conocido, y a veces hablaba más de la cuenta haciendo creer que hablaba más de la cuenta, cuando en realidad se estaba guardando, astutamente, toda la sustancia. "La amistad y el trabajo", decía Leticia Escario, "eran dos mundos". Es muy difícil hallar fisura alguna en ese recuerdo de su extrema profesionalidad.
Su pasión por la amistad convertía la casa en una fiesta movible, continua, de la que no se escapaban los secretos.
Estaba en la fiesta. Y estaba a las duras también. Hizo lo imposible, cuando murió Manuel Vázquez Montalbán, para que uno de sus ahijados más cercanos fuera traído a Barcelona desde el lejano Bangkok en el que se había cumplido la tremenda premonición de un poema propio. Ese día en que ya Manuel era pasado y tristeza en su alma, Balcells comió a solas en su casa; al fondo del salón en el que transitaba de la melancolía al repertorio de órdenes que daba siempre, una fotografía gigante de Manolo V subido a una escalera. En un momento dado de esta ceremonia casi secreta de despedida, ella levantó su mano y le dijo, dirigiéndose al hombre que ya era memoria y fotografía: "Acá estamos, Manolo, nos vemos".
Cuando le dieron a Mario Vargas el Nobel, hace cinco años, ella se desplazó a Estocolmo, igual que iba a todas partes, desafiando la ley de la gravedad de sus propias dolencias, y nadie supo que se iba, se fue con la elegancia con la que disimuló la angustia y el dolor pero (como aquella mujer de la que escribió Hemingway) nunca estuvo triste una mañana. Y es que había muerto su marido. Era discreta como un secretario de Estado, y locuaz tan solo para disimular con palabras y carcajadas lo que no quería que se supiera. Ella tenía un negocio, decía, y eso era incompatible con compartir secretos y con tener más amigos que los que cabían en su agenda chiquita y de bolsillo.
Cuando le dieron a Mario Vargas el Nobel, se desplazó a Estocolmo desafiando la ley de la gravedad de sus propias dolencias
Cuando estuve en su casa, hace algo más de un mes, siguiendo ese dictado suyo que convocaba con imperiosidad a la gente, para saber de ellas, para resumir lo que pasaba, para saber más de lo que ocurría en el periodismo o en la vida, organizó el almuerzo como si estuviera llevando a cabo una obra de ingeniería. Siempre era así. Empezaba y acababa bien las cosas, y en aquel momento ya la salud la llamaba imperiosamente al pesimismo, del que nunca hizo gala. Cualquier cosa, la más simple, la más complicada, tenía en ella a una experta en algo inasible, casi secreto: la capacidad de ordenar, de poner en su sitio las palabras, las broncas y los sueños. Esa vez solo soñaba, añadiendo misterio al futuro. ¿Por fin, venderás la agencia, Carmen? "¡Eso te lo voy a decir a ti, que eres periodista!"
Reía como vi reír, con tantas ganas, a poca gente; tenía una memoria que no se basaba tan solo en su capacidad para anotarlo todo todo el tiempo, sino en la intuición, en la habilidad para juntar un punto con otro y rellenar los vacíos con el interrogatorio eficaz al que te sometía. No solo ha muerto Carmen Balcells; ha muerto, sobre todo, una inteligencia que no ha conocido muchos pares en el oficio de intermediario entre el talento y el lector; una labor que fue decisiva y que desarrolló con un talento feroz y emocionante. Además, y esto parece mentira que se pueda decir de alguien que con tanto filo desarrolló el oficio, fue siempre, también, la alegría de la casa, de cualquier casa en la que estuviera.
12 ENE 2016 - 17:31 COT
Desde hace un tiempo me resulta muy duro ir a Barcelona no solo en razón de la fractura de la sociedad catalana por la dosis excesiva de esencias identitarias y escasez de razonamiento ni por la colonización de mis barrios preferidos por turismo de masas sino por la cancelación dolorosa de uno de los ritos obligados durante mi estancia en la ciudad: mi visita al 580 de la Diagonal, sede de la Agencia Carmen Balcells y del piso en el que su excepcional fundadora me recibía.
Tengo horror a redactar necrologías que certifican la muerte de alguien que para mí sigue vivo, y cuando me he visto obligado a redactarlas lo he hecho forzándome a mí mismo y reprochándome en mi fuero interno su composición. La imagen de la persona querida permanece incólume en nuestra mente y su fallecimiento imprevisto no afecta a nuestra inmediatez con ella. Desde que recibí la para mí increíble noticia no he cesado de subir como siempre la escalera de la Agencia, saludar a los amigos que trabajan en ella, aguardar el momento en el que me comunicaban que podía subir a verla arrancándome a la contemplación de las fotografías de quienes componían su plantel de autores: García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Donoso, Marsé, Mendoza y un largo etcétera. Luego, ya en su casa, el abrazo cordial con su estampa de reina madre en el trono de su silla de ruedas, viva, prodigiosamente viva pese a la edad y sus achaques.
¿Cómo resumir en un par de cuartillas una relación estrecha de más de medio siglo? Entré en contacto con ella en los últimos años de la dictadura, cuando mi obra estaba prohibida en España, y me ayudo a encontrar editores en Hispanoamérica. Eran los tiempos del boom y gracias a ella Barcelona se había convertido en la capital editorial de los países de lengua española en virtud de una apertura y un cosmopolitismo que ahora echamos de menos. Carmen reinaba en ella con un instinto infalible, mezcla de perspicacia y olfato: imponía sus reglas en la relación entre editores y autores, preveía el curso de los acontecimientos, sellaba alianzas en función de estrategias a largo plazo y de tácticas negociadoras según soplara el viento. La defensa de sus autores cambió las normas abusivas que les perjudicaban. Su generosidad con ellos no tenía límites. No era una simple agente sino algo más vasto y profundo. Nos aconsejaba y compartía nuestra intimidad. Fue testigo de mi matrimonio civil en España y la primera en felicitarme si la suerte se mostraba favorable conmigo. Mientras escribo dificultosamente estas líneas la veo con nitidez ante mí con su expresión inolvidable de astucia y complicidad y no me resigno a aceptar que haya desaparecido para siempre. Carmen, repito, sigue viva y bien viva en nuestros corazones y su obra, la Agencia, continúa y continuará su labor eficaz para esta pléyade de autores que encontró en ella a quien mejor podía representarlos en la defensa de la literatura en el complejo entramado del mercado global.