Isaak Bábel |
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ISAAK BÁBEL
Escritor ucraniano nacido en Odessa, y fusilado en Moscú. De origen judío, pertenecía a la generación de escritores surgidos de la Revolución de Octubre. Sus relatos, de gran maestría literaria, beben de la literatura francesa, en especial del naturalismo; los primeros fueron publicados bajo la supervisión de Gorki, aunque pronto dejaron de aparecer en su periódico debido a su tono erótico y agresivo. Participó en la guerra civil y en la campaña de Polonia, experiencias en las que se basa Caballería roja (1926), donde da parte de las dos facciones de la Revolución, por lo que recibió algunas críticas. En los Cuentos de Odessa (1931), su obra más reconocida, sigue la línea autobiográfica y retrata la vida de la burguesía provincial judía en la Rusia prerrevolucionaria, ambiente que también recreó en piezas teatrales. Con la consolidación en el poder de Stalin fue arrestado y fusilado por el régimen estaliniano, contrario al individualismo romántico de los primeros tiempos de la Revolución.
La brevedad de su obra narrativa no ha impedido que se considere a Babel uno de los escritores más importantes de su tiempo. El laconismo de la expresión, un uso de la ironía que a veces llega hasta lo grotesco y la descripción de paisajes estremecedores y violentos, que mantienen al lector en constante estado de tensión, son las características más sobresalientes de su escritura. Su maestría estilística permite que sus imágenes expresionistas no sean mero ornamento, sino que resulten fundamentales para internarse en la psicología de sus personajes.
Isaak E. Babel cultivó, además, el teatro: El ocaso (1928), obra de carácter simbólico, y María (1935), el drama de las familias burguesas que, incapaces de comprender y aceptar la revolución, se desintegran. En su búsqueda de nuevas formas de expresión, Babel se dedicó al cine, llegando a escribir guiones cinematográficos para filmes de Alexander Dovzhenko, Sergei Eisenstein y Grigori Alexandrov. Pero, al no lograr insertarse en el clima cultural estalinista, a pesar de gozar de un breve período de inmunidad gracias a su posición de compañero de viaje, prefirió encerrarse en el más absoluto silencio. En 1939, en el marco de las purgas de Stalin, Babel desapareció por supuesta tenencia de manuscritos confidenciales; fue ejecutado en 1940 y rehabilitado en 1954.
La brevedad de su obra narrativa no ha impedido que se considere a Babel uno de los escritores más importantes de su tiempo. El laconismo de la expresión, un uso de la ironía que a veces llega hasta lo grotesco y la descripción de paisajes estremecedores y violentos, que mantienen al lector en constante estado de tensión, son las características más sobresalientes de su escritura. Su maestría estilística permite que sus imágenes expresionistas no sean mero ornamento, sino que resulten fundamentales para internarse en la psicología de sus personajes.
Isaak E. Babel cultivó, además, el teatro: El ocaso (1928), obra de carácter simbólico, y María (1935), el drama de las familias burguesas que, incapaces de comprender y aceptar la revolución, se desintegran. En su búsqueda de nuevas formas de expresión, Babel se dedicó al cine, llegando a escribir guiones cinematográficos para filmes de Alexander Dovzhenko, Sergei Eisenstein y Grigori Alexandrov. Pero, al no lograr insertarse en el clima cultural estalinista, a pesar de gozar de un breve período de inmunidad gracias a su posición de compañero de viaje, prefirió encerrarse en el más absoluto silencio. En 1939, en el marco de las purgas de Stalin, Babel desapareció por supuesta tenencia de manuscritos confidenciales; fue ejecutado en 1940 y rehabilitado en 1954.
Isaac Babel |
A LOS SETENTA AÑOS DE LA MUERTE
DE ISAAK BÁBEL
Historia de un
adjetivo
Vio en la Revolución de Octubre la posibilidad de unir sus dos “patrias”: las raíces judías y su amor por la Madre Rusia. Luego de enrolarse con nombre falso en un regimiento de cosacos y retratar magistralmente la vida en el frente de batalla (Caballería roja) y el submundo del hampa en su ciudad natal (Historias de Odessa), se convirtió en uno de los modelos de la naciente literatura soviética. Pero, en 1939, la policía secreta de Stalin lo arrestó, lo obligó bajo tortura a declararse culpable y lo ejecutó. A sesenta años de su asesinato, Radar rinde homenaje a Isaak Babel, y reproduce fragmentos del libro de Antonina Pirozhkova, la mujer que compartió los últimos siete años de vida de Babel.
Por JUAN FORN
Con sus tres hijos (de izq. a der.): Nathalie (París, 1932), Emmanuel (luego bautizado Mijail, 1927) y Lidiya (1936)
Tampoco es mucho lo que queda de las opiniones políticas de Babel en sus últimos veinte años de vida: su segunda esposa, Antonina Pirozhkova, autora de una memoria titulada At His Side. The last years of Isaak Babel (de la que se ofrecen unos fragmentos en las páginas que siguen), cuenta que su marido nunca le confió sus inquietudes políticas, ni a ella ni a nadie, por reserva y por “protección”. Casi todo lo que se sabe de Babel proviene, como suele suceder con los escritores muertos por sus convicciones, de hagiografías: esos recuerdos de amigos, de su viuda y su hija, teñidos por la emoción y también por la idealización que tratan de equilibrar la balanza luego de las acusaciones falaces con que la propaganda del Estado lo convirtió en un “enemigo del pueblo”. En el caso de Babel, a las falsas acusaciones y los excesos de la hagiografía deben sumárseles otros dos obstáculos: las distorsiones que provocan los cuentos “autobiográficos” de Babel (que han tentado a más de un ilustre catedrático a sobreimprimirlos cándida y obedientemente a la vida real de su autor) y la lectura “entre líneas” de sus escasas declaraciones públicas en tiempos de las purgas stalinistas (donde hay que adivinar los momentos en que Babel trata de decir algo “prohibido” por debajo de un mensaje mansamente “optimista”). Lo que hace aun más paradojal el caso Babel es que su vida esa saga de versiones contrapuestas puntuada por largos silencios y misterios haya terminado por convertirse en ese texto de largo aliento que sus amigos y enemigos tanto le reclamaron en vano: no importa quién los cuente, cada uno de los capítulos en esa novela coral adopta una entonación sugestivamente similar a la de aquellos relatos de Odessa o la Caballería Roja. Así, el hombre que declaró que, si alguna vez escribía sus memorias, las titularía Historia de un adjetivo, logra desde su muerte que se reúnan las piezas dispersas de su vida bajo un calificativo tonal unánime: babeliano. Como sinónimo, el más alto sinónimo, de humano.
De derecha a izquierda: Gorki, Malraux, Babel y Koltzov en Peredelkino (1936).
RETRATO DEL ARTISTA CACHORRO
Isaak Emmanuelovitch Babel nació en Odessa en 1894, pero casi de inmediato su familia se trasladó a Nikolaiev, otra población portuaria del Mar Negro. El retorno de Babel a su ciudad natal ocurre luego de que cumpla diez años, en 1905, y ya delata las primeras distorsiones que muestra su autobiografía: el sector de la Moldavanka donde se instala su familia ya no es el colorido antro de hampones que Babel luego describirá en forma magistral como su barrio de infancia en los Cuentos de Odessa, así como el pogrom de 1905 tan vívidamente relatado en los cuentos “autobiográficos” Historia de mi palomar y Primer amor no produjo la muerte del abuelo de Babel ni destrozó el negocio de su padre. Sí parece ser cierto el anhelo familiar de que el pequeño Isaak se convirtiera en un virtuoso del violín, que “llegara a tocar para la reina de Inglaterra” (el cuento Despertar describe en forma hilarante, sea realista o no, aquella “fábrica” de aspirantes a niños prodigio y la incapacidad de muchos de ellos para “sacar otra cosa que limaduras de hierro” al pasar el arco por las cuerdas del violín), además de someterlo al estudio del Talmud e intensas lecciones de francés para acceder al Liceo.
El numerus clausus del zar Nicolás restringía la cantidad de niños judíos en cada escuela (nunca más del 5 por ciento). Si bien Babel logró sortear este obstáculo e ingresar al Liceo Comercial, posteriormente no pudo entrar a la Universidad de Odessa por ese motivo. Contra la voluntad paterna, quería estudiar psiquiatría (quince años más tarde, en Caballería roja, haría decir a su alter ego Lyutov: “Quisiera saber a toda costa qué es lo que el hombre lleva dentro”), pero terminó marchando a Kiev y se inscribió en el Instituto de Estudios Financieros y Comerciales, donde conoció a la que sería su esposa, Eugenia Gronfeyn. Antes, en 1915, parte a San Peterburgo, donde presenta sus primeros relatos a diferentes editores con escasa suerte: apenas un periódico menor llamado Zhurnal Zhurnalov le publica las “Páginas de mi Cuaderno” (donde Babel incluye su manifiesto Odessa: “¿No es cierto que, si nos ponemos a pensar, no existe en la literatura rusa una verdadera descripción del sol, vívida y exultante? Muchos comparten el deseo de sentir renovada su sangre. El mesías literario aguardado durante tanto tiempo vendrá del sur, de las soleadas estepas bañadas por el mar”). Todo parece ir mal para el joven Babel hasta que Máximo Gorki lo toma bajo sus órdenes en la revista Letopis y le publica un par de textos, que le valen al joven autor una acusación de sedición y pornografía. Para evitarle el proceso, y “cuando se hizo evidente que mis experimentos juveniles sólo alcanzaban el éxito de manera accidental, Gorki me envió a que me mezclara con el pueblo”.En 1917, Babel se enrola en el ejército y parte al frente rumano, donde contrae malaria. Vuelve a Odessa a recuperarse y un año después, antes de cumplir su palabra con Eugenia Gronfeyn y casarse con ella, acude nuevamente a Petersburgo y, bajo la tutela de Gorki, posterga su proyecto de ser un poeta del sol para convertirse en cronista del caos: publica seis piezas periodísticas sobre las miserias de la ciudad regida por los victoriosos bolcheviques (“Hace mucho tiempo había fábricas, y lasfábricas eran la sede de la injusticia. Luego se hizo justicia. Pero se hizo mal”, escribe en Evacuados, uno de los vívidos retratos donde se “sacrifica tanto el honor como las vidas del proletariado”, en palabras de Gorki). Desencantado, Babel vuelve a Odessa y se casa en 1919. Pero ante la cercanía cada vez más evidente de la guerra civil, corrige su posición hacia los bolcheviques, logra ser admitido como corresponsal de la agencia de noticias ROSTA y se suma a la legendaria Caballería Roja del general Budyonny cuando ésta marcha al frente polaco, un hecho decisivo en su vida.
CABALGANDO CON EL ENEMIGO
¿Cómo logró un judío asmático y miope de los confines del Sur ser admitido como un par por los cosacos de la caballería de Budyonny? Fraguando en sus credenciales un alias insospechable: Kyril Vassilievitch Lyutov (el apellido Lyutov significa feroz en ruso). Al parecer, eso y una serie de gestos “iniciáticos” de los que se hablará en breve alcanzó. A lo largo de esos meses, Babel lleva un diario, garabateado casi telegráficamente sobre la montura de su caballo, pero no se puede decir que fuera un auténtico corresponsal de guerra: mientras cabalgó con los cosacos, aparecieron sólo cinco piezas en el periódico que ROSTA enviaba a las tropas (y que los soldados letrados debían leer a los soldados iletrados): un réquiem a un oficial muerto, dos descripciones de atrocidades cometidas luego de la batalla, un elogio a las valerosas enfermeras del frente y una carta de amarga queja al editor (“El último mes no hemos recibido un solo periódico, no tenemos idea de lo que pasa en el resto del mundo y yo ni siquiera sé si mis informes llegan a destino”).
Finalmente, el asma lo vence y es autorizado a recuperarse en una casa de su familia política en Batum, sobre el Cáucaso. Allí, partiendo de aquel diario, Babel empieza a escribir los cuentos que conformarán Caballería roja. Si hasta 1920 aspiraba a profundizar en su literatura la veta picaresca del último Scholem Aleijem combinándola con Maupassant (el hecho de filtrarse entre los cosacos con una identidad falsa era algo así como el recurso extremo del pícaro narrador de los Cuentos de Odessa), las escenas a las que había asistido con la caballería cosaca redefinen su proyecto literario. En 1923 escribe un relato titulado “Eran nueve” (conocido como Y luego no quedó ninguno), que quedará fuera del libro, pero que definirá su tono y propósito (y teniendo en cuenta la rigurosa economía expresiva de Babel puede suponerse que quedó fuera precisamente por esa retórica): “Los prisioneros están muertos. Me lo dice el corazón. Esta mañana decidí que debía hacer algo en su memoria. Nadie más haría esto en la Caballería Roja”.
En cuanto a los gestos “iniciáticos” que permitieron a Babel camuflarse entre los cosacos sin delatar su identidad judía, pueden citarse tres momentos decisivos. En Mi primer ganso, el recién llegado Lyutov es recibido por el jefe del regimiento con la frase: “Un hombrecito puede ser muerto aquí sólo por usar anteojos, pero deshonre usted a una dama y verá cómo lo aprecian los soldados”. El escuadrón al que es adjudicado empieza a burlarse cuando el hambriento Lyutov pide comida a una mujer del pueblo y ésta se la niega. Acto seguido, levanta un ganso que vaga entre las piernas de la dama, con un sablazo le corta limpiamente la cabeza y se lo tiende a la mujer: “Cuécemelo, patrona”, le ordena y sólo entonces empieza a ser visto con buenos ojos por el escuadrón. Poco después, en La muerte de Dolgushov, un cosaco gravemente herido en el vientre y con las tripas derramándose entre sus dedos pide a Lyutov que lo mate; él sólo es capaz de traer a otro cosaco para que lo haga. Éste dispara y luego dice a Lyutov con desdén: “Ustedes, los bastardos con anteojos, tienen tanta compasión como el gato por el ratón. Lo que pretenden es vivir sin enemigos, es lo único que les importa”. El tercero y más impresionante momento ocurre en Después de la batalla: el regimiento ha sido repelido con fuego de ametralladoras polacas, “sin haber enrojecido el sable en la sangre de los traidores” y, en un descanso antes de arremeter nuevamente, Lyutov es encarado por un cosaco, que lo acusa, no de cobardía en el enfrentamiento sino de haber cargado contra el enemigo con un arma sin balas. Lyutov no tiene más remedio que callarlo a golpes, pero en el final del cuento, a solas, implora al destino “la más simple de las capacidades: no la de morir sino la de matar a un hombre” (a diferencia de otro de los relatos seminales que quedó fuera del libro, El cuáquero, a quien “sus creencias religiosas no le permitían matar, pero sí dejarse matar”).
Cada uno de los relatos de Caballería roja, así como cada una de las anotaciones del Diario de 1920 muestra en su centro una avidez por descubrir cierta cualidad que parece ocultarse en la violencia, algo no necesariamente violento en sí, y que resulta de particular desvelo para Babel, como intelectual, como artista y como judío. En busca de esa esquiva cualidad, Babel se sumerge y por momentos podría decirse que se contagia, al menos literariamente de la crudeza, la pasión animal, el rústico honor y esa suerte de gracia desbocada que ve en los cosacos. Sin embargo, para su sorpresa, la aparición de los primeros cuentos de Caballería roja en Lef, la revista dirigida por Maiacovski (el libro recién saldría en 1926), despierta las iras de los altos mandos militares y del propio Budyonny, que en una carta a Gorki lo considera “un libelo contra mis valientes, escrito por un cobarde que siempre se mantuvo en la retaguardia”. Gorki le contesta que el autor de Guerra y paz nunca había participado en la guerra contra Napoleón, para luego afirmar que el libro de Babel no tenía paralelo en la literatura rusa: como evidencia citaba el hecho de que las propias tropas de Budyonny, como miles de jóvenes en toda la Unión Soviética, recitaban de memoria fragmentos del libro. Aquella admiración no se restringiría a la Unión Soviética. Al leerlo en París, Hemingway le confesó a Ilya Ehrenburg que, si él había sido criticado por escribir de manera concisa, Babel demostraba que se podía ir aun más allá: “Nos enseña como un maestro que, aun cuando se le ha quitado todo el jugo, hay manera de exprimir un poco más la naranja”.
Paralelamente a la escritura de Caballería roja, Babel había empezado ya a publicar los primeros relatos de Cuentos de Odessa, duplicando los elogios a su originalidad y rigor estilísticos: en la segunda mitad de los años ‘20, su nombre se inscribía junto a los de Pasternak y Maiacovski como los sucesores indiscutibles de Gorki, Gogol y Tolstoi que construirían la nueva literatura soviética.
EL PASO MAS LARGO
¿A qué aspira Babel cuando se instala en Moscú con su esposa, su hermana y su madre en 1924 (el padre había muerto en Odessa un año antes)? La filiación que comparten Caballería roja y Cuentos de Odessa (cada uno a su manera) con el Taras Bulba de Gogol es evidente, así como con Gorki y con Tolstoi (aunque más con Hadji Murad que con los textos más célebres del conde). Más compleja es su relación con Chejov, y quizá señala el siguiente paso estilístico que se proponía dar Babel: durante mucho tiempo sospechó de su fascinación hacia Chejov, comparándola con la que sentía por Maupassant y comentando: “¡Pero es una buena persona!”. Ehrenburg cuenta que, en su última estadía en París en 1935, Babel le dijo: “Todo lo que hacía Maupassant estaba bien, pero le faltaba corazón”.
El sionismo que había irrumpido a partir de principios de siglo en territorio ruso propugnaba la elección del hebreo como lengua, si bien consideraba el ruso como una alternativa progresista al yiddish. Pero la elección de la lengua rusa en Babel no es sólo temporaria: su proyecto narrativo se basaba en ella, así como se proponía evidentemente investigar con ella el mundo judío, desde adentro (en los Cuentos de Odessa y los textos “autobiográficos”) y desde afuera (relatando las innumerables crueldades que le propinan los cosacos a los judíos ucranianos que encuentran a su paso en Caballería roja). Como ya se ha dicho, la revolución bolchevique ofrecía, para Babel, la oportunidad de que se unieran sus dos “patrias” en esa Internacional que redefiniría los lazos entre los hombres del mundo y daría como resultado el Hombre Nuevo. En ese sentido es especialmente significativo un texto que nunca vio la luz en ruso, y que Babel al parecer abandonó en 1934, cuando la situación política soviética hacía casi implausible su continuación argumental. Veamos por qué: el texto (rescatado por su hija Nathalie en la compilación Debes saberlo todo) se llama La judía, es más largo que todos los demás relatos de Babel y se interrumpe bruscamente en un momento decisivo de su trama. La historia comienza con una mujer judía que se levanta, al octavo día de su duelo, y va a rendir sus respetos a la tumba de su marido. El escenario no es Odessa sino un agonizante shtetl ucraniano. Cuando la viuda vuelve a casa, ve que ha llegado su hijo Boris, por quien el moribundo clamó en vano (la mujer simuló la voz del hijo para que el hombre muriera en paz). Boris ignora los reproches de la madre y anuncia a ambas mujeres que se las llevará consigo a Moscú. Lentamente el relato se traslada del punto de vista de la madre al del hijo. Vemos que es un oficial del ejército, vemos que no es insensible sino que necesita imponer a sus mujeres la necesidad de mirar adelante y no atrás (“Tu hijo me lleva a Moscú”, dice la viuda a la tumba del marido, “¿cómo perdonarle que me lleve a morir a tierras extrañas? ¿Y cómo perdonarle si la vida en Moscú me gusta?”). En ese momento empieza a develarse el extraordinario propósito de Babel: Boris se perfila como una cruza avanzada entre el Lyutov de Caballería roja y el Benya Krik de Cuentos de Odessa, el coraje vital del pícaro, pero al servicio de un ideal. Luego de graduarse en el Instituto Neurológico, Boris coincide en el shtetl con Alyosha, con quien se une a los bolcheviques “cuando se hizo evidente que ningún otro partido en el mundo lucharía, destruiría y construiría como éste”. Alyosha inicia a otros jóvenes del shtetl, consigue caballos y, después de la Revolución, forman un “regimiento insurgente” enteramente judío, que muestra inusitado valor en combate, “quizá porque durante tanto tiempo se le había negado a su pueblo uno de los sentimientos más nobles: el de la camaradería en el campo de batalla”. A tal punto llega su coraje que ambos jóvenes son ascendidos a comandantes y sus proezas tácticas son estudiadas en la Academia Militar. Boris instala a su madre y a su hermana en su piso de Moscú porque sus camaradas (los admirados “mariscales rojos”) necesitan mantener las costumbres judías (no ocultarlas: he ahí un hecho clave) y así se incorporan a la rutina de esas reuniones el samovar y el pescado relleno a cargo de “la reconfortante mano de una anciana”.
Nathalie Babel comenta al respecto: “Boris no permite que su madre y su hermana lloren el pasado; trata de integrarlas a un nuevo mundo. Comprende que la historia las ha dejado de lado y que, abandonadas a sí mismas, están condenadas. Con ellas a su lado, confía en que será capaz de poner su herencia cultural al servicio del nuevo orden y constituirse en eslabón entre ambos mundos. La paradoja es que, para que esto ocurra, el nuevo mundo debe aceptar al nuevo judío. Si el nuevo mundo lo rechazara, ¿qué elección le quedaría a un hombre como él?”.
Babel con su padre, en el puerto de Nikolaiev (1902). | Babel con su hermana Mariya en Bélgica (1928). |
CRÓNICA DE UNA MUERTE
ANUNCIADA
Con la muerte de Lenin en 1925 muchos creen que la situación política se volverá inquietante: la madre y la hermana de Babel parten a Bélgica y deciden exiliarse allí, y Eugenia pide a su marido pasar una temporada en París. Él accede al viaje, pero vuelve a Rusia; no puede escribir en ningún otro lugar, especialmente las piezas que propondrán un tercer viraje estilístico a su producción: una serie de estudios ficcionales sobre su niñez. Según su segunda esposa, Antonina Pirozhkova, la idea de Babel era armar el libro que tenía casi listo (Nuevos cuentos) cuando fue arrestado: un volumen que incluiría “Despertar”, “Historia de mi palomar”, “Primer amor”, “En el sótano”, “El fin del asilo”, “Di Grasso” y “Guy de Maupassant”, para diferenciar estos textos de las otras historias de Odessa, donde se narraban las aventuras de Benya Krik, el rey de los bandidos, y los demás integrantes del hampa de la Moldavanka.
Con su familia instalada en el extranjero, Babel no tiene más remedio que empezar a escribir guiones de cine, para mantenerla y pagar sus visitas a Francia. Entre 1928 y 1929 pasa más tiempo en Europa que en suelo ruso (de una de esas visitas nacería Nathalie, la hija francesa que tanto haría más adelante por el rescate de los inéditos de su padre). En la Unión Soviética, mientras tanto, comienzan los primeros e inequívocos síntomas de la presión a los artistas que impondría Stalin. Aun así, Babel desoye los pedidos de su esposa y su madre y se niega al exilio. Trata de convencer a Eugenia de que vuelva a instalarse en Moscú con la pequeña Nathalie. Y, cuando ésta se niega, comienza su romance y vida en común con Antonina Pirozhkova, una joven ingeniera que luego brillaría en la construcción del enorme subterráneo de Moscú. Aparentemente, la negativa de Eugenia a volver, así como su partida a París, se debió al menos en parte a un romance de Babel con la actriz Tamara Kashirina, quien tuvo un hijo de él y luego se unió al escritor Ivanov y le cambió al niño el apellido así como el nombre (el ruso Mijail por el judío Emmanuel). Según Pirozhkova, hasta el fin de su vida Babel ocultó la existencia de ella en sus cartas a su primera mujer, a su hija y a su madre, incluso cuando tuvieron una hija juntos, Lidiya. En cambio, mantenía a Pirozhkova al tanto de cada una de las noticias que recibía de la pequeña Nathalie desde Francia y de su madre desde Bélgica.
Babel casi no publica nada desde el comienzo de los años ‘30. Sí empieza a interesarse en la colectivización como ambiente de sus ficciones (aunque terminaría volcando esas experiencias en el guión cinematográfico de La pradera de Bezhin, que Serguei Einsenstein filmó en 1936, en Odessa y Yalta, y cuyo material le fue arrebatado en pleno montaje por los comisarios stalinistas). Si bien en 1934 abandona la escritura de La judía, continúa la redacción de sus cuentos “autobiográficos”. A pesar de que no publica casi nada, recibe trato de escritor consagrado: en 1933 es autorizado a pasar una temporada en Sorrento con Gorki; recibe una dacha en Peredelkino (la villa de escritores adonde Babel se resistía a vivir por su desprecio hacia la “cháchara entre literatos”; razón por la cual elige una de las más modestas y alejadas); incluso es autorizado a ocupar un departamento “para extranjeros” en Moscú, que comparte con un ingeniero austríaco llamado Steiner. Sin embargo, las primeras señales de acoso empiezan a manifestarse.
En su discurso durante el Primer Congreso de Escritores Soviéticos en 1934, luego de elogiar formulariamente el estilo literario de Stalin (apelando al cliché oficial: “Esa capacidad para forjar como en acero sus frases”), dice sugestivamente que el Partido y el Estado “nos lo dan todo menos el derecho a escribir mal”. Y agrega, más sugestivamente aún: “Camaradas, no es poca cosa perder ese derecho. Pero hay que renunciar a él y que Dios nos ampare. Y si Dios no existe, que seamos capaces de ampararnos a nosotros mismos”. En ese contexto, y disfrazada de humorada, tiene lugar la famosa declaración de que estaba practicando un nuevo género literario, “en el cual creo estar alcanzando cada vez más maestría: el género del silencio”.
A mediados de 1935, cuando se celebró en París el Congreso por la Defensa de la Cultura y la Paz, la llegada de la delegación soviética (a la que se le sumó Ilya Ehrenburg en Francia) desató una airada reacción de los participantes al notar la ausencia de Pasternak y Babel. Por eseentonces obtener un pasaporte o una visa de salida de la URSS demandaba meses, según Pirozhkova, pero el trámite para ambos escritores demoró exactamente dos horas: la orden venía directamente de Stalin. Cada entrega anual de los premios de literatura ignora sistemáticamante dos nombres: Pasternak y Babel. En ese mismo año, 1935, Babel finalmente entrega una obra teatral para su estreno en Moscú (Mariya), pero las funciones son canceladas sin explicación luego de la prueba de vestuario. Para entonces, los juicios a los llamados “enemigos del pueblo” incluyen cada vez más conocidos y amigos de Babel, sean escritores, periodistas, militares o funcionarios. Aun así, él se niega a creer que el Estado soviético repitiera los procedimientos zaristas de obtener confesiones bajo tortura. Incluso llega a comentarle a su esposa: “No temo que me arresten, si me dejan seguir escribiendo”. Pero a mediados de 1936, con la muerte de Gorki, presiente que las cosas se pondrán realmente difíciles y confiesa a Pirozhkova: “Ahora no me dejarán en paz”.
En septiembre de 1937 acepta, por presión de la Unión de Escritores, contestar por primera vez en su carrera preguntas sobre su oficio, en una entrevista para la revista Literaturnaya Ucheba. El texto aparece en la compilación de inéditos Debes saberlo todo, realizada por Nathalie en 1969: si bien Babel hace malabarismos para ser fiel a sí mismo sin autoincriminarse ni ser servil, aun así el texto resultó tan “delicado” para los editores que recién se publicaría en 1964 y en otra revista. El reportaje comienza informando a Babel que sus lectores están inquietos por su silencio. Él contesta: “Yo también lo estoy, de manera que en ese sentido no diferimos mucho. A decir verdad, sencillamente no estoy equipado para este trabajo, y no lo haría si estuviera mejor equipado para dedicarme a otra cosa. Pero es el único trabajo que, con gran esfuerzo, puedo hacer más o menos bien. Vivimos una época revolucionaria y tormentosa y no puedo precipitarme a escribir bajo los efectos de la admiración o el odio o la compasión, como algunos de mis camaradas, porque por temperamento estoy interesado en el cómo y el porqué de las cosas. Esas preguntas necesitan cuidadosa reflexión y gran honestidad para poder responderlas en forma literaria. Así es como me explico mi silencio a mí mismo”. Luego dice que, a diferencia de Tolstoi, que podía recordarlo todo, él sólo es capaz de recordar cinco minutos, y quizá por eso ha elegido el formato cuento. En cuanto a su relación con las palabras, afirma que si alguna vez escribe la historia de su vida la llamará Historia de un adjetivo, y agrega: “Toda mi vida he sabido, con unas pocas excepciones, qué escribir. Pero como he intentado decirlo todo en doce páginas, he debido escoger palabras que fueran en primer lugar significativas, en segundo lugar sencillas y en tercer lugar hermosas”.
Aun después de la intempestiva cancelación de su obra teatral y del amargo episodio con la película de Eisenstein, Babel confiaba en poder publicar el ciclo de textos autobiográficos en que estaba trabajando y durante 1938 se encerró a escribir febrilmente en Peredelkino, en los momentos libres entre guión y guión (que despachaba a toda velocidad para poder cobrar algo de dinero y enviarlo a su familia en Europa). A principios de 1939 comenta a Pirozhkova que ya tiene fecha de publicación para el libro y que sólo restan correcciones menores. Pero en la madrugada del 15 de mayo de 1939 dos hombres uniformados de la NKVD se presentaron en el departamento de Moscú en busca de Babel. Cuando Pirozhkova les dijo que no estaba allí sino en Peredelkino, la llevaron con ellos hasta allí y la obligaron a despertarlo. No sólo arrestaron a Babel sino que se llevaron todos sus manuscritos. Babel sólo dijo dos cosas. La primera, a nadie en especial: “No me dejaron terminar”. La segunda a su esposa, antes de separarse, en el cuartel de la Lubyanka: “Trata de que no hagan miserable la vida de nuestra hija”. No fue fácil para Pirozhkova. Luego de quince años de desesperada incertidumbre logra arrancarle a las autoridades la exoneración de su marido y la información (nunca confirmada por escrito oficial) de que Babel había sido ejecutado, en enero o en marzo de 1940. Sus empeños no se detuvieron allí: continuó solicitando empecinadamente información sobre Babel (el patético informe que relata el interrogatorio, la aceptación bajo tortura de las acusaciones y la posterior retractación, antes de morir: “Pido que se revisen mis declaraciones. La idea de que no sirvan para establecer la verdad sino que induzcan a error me atormenta sin cesar. Atribuí acusaciones y tendencias antisoviéticas a escritores y periodistas que conocí como ciudadanos honrados y abnegados. Ni ellos ni yo somos culpables de nada. La calumnia se debió a mi comportamiento cobarde durante los interrogatorios”). Pirozhkova también hizo lo que pudo por reunir los inéditos de su marido, año tras año, hasta que abandonó Rusia en 1993 con su hija Lidiya (la publicación de su libro es de fines de 1998). Destino similar le cupo a la hija francesa de Babel, Nathalie, quien confesaba, en el prólogo de Debes saberlo todo: “Durante mucho tiempo esperé que la puerta de casa se abriera y allí estuviese mi padre, con quien nos reconoceríamos de inmediato y a quien le diría: Al fin llegaste, me tuviste intrigada durante tanto tiempo, dejaste tanto y al mismo tiempo tan poco para saber de ti. Siéntate y cuéntamelo todo”.
ISAAK BÁBEL o LA ESCLAVITUD DEL OFICIO
Con la obra narrativa del escritor ruso-judío Isaak Babel sí que puede afirmarse aquella famosa sentencia del discípulo que supera con creces al maestro. Porque fue nadie menos que Gorki quien publicó en 1916 en su revista Crónica los primeros cuentos del joven Babel después de que fueran rechazados en la mayoría de las redacciones de Moscú, persuadiéndolo para que mejor se empleara como tendero. De allí entonces los sentimientos constantes de amor y veneración, además de la protección política bajo Stalin, que siempre experimentó mientras vivía el célebre autor de La Madre. Pero la inicial inclinación de Gorki por retratar el mundo de los oprimidos fue decayendo en una literatura penosamente realista, carente de inventiva en sus fidedignas transcripciones de la realidad. En cambio, Babel logrará llegar mucho más lejos.
Jaime Carbonell
20 de marzo de 1994
No fue fácil, sin embargo, su oficio. Porque asumió con una insólita seriedad su tarea y la lucha cotidiana con las palabras lo fatigaba hasta el punto de confesar que después de cada cuento envejezco varios años , o me he sometido al arte como un esclavo, como una mula de carga. Le he vendido mi alma y debo escribir del mejor modo posible . También se enfrentó contra los censores puritanos, quienes juzgaron como peligrosamente pornográficos algunos de sus cuentos. Y en una época marcada por la violencia, las purgas, los gulags, las desapariciones y las emigraciones en masa de escritores atemorizados, Babel sufriría la misma suerte trágica de sus colegas Pilniak o Veseli, al morir fusilado en 1941 en un campo de concentración, aunque todavía las versiones contradictorias cubren con un velo de sombras su triste final.
En este breve volumen se recogen algunos de sus relatos, reunidos anteriormente por el autor en Cuentos de Odessa, donde recrea su infancia y años de juventud en el asfixiante ambiente judío de aquel puerto sobre el Mar Negro. A lo largo de estas páginas se contraponen los olores a cebolla y sudores de las buhardillas a media luz, el puesto en el mercado de un anciano vendedor de palomas y los caprichos infantiles con el temprano descubrimiento de la literatura, a la que posteriormente entregará todas las horas de su no muy larga vida.
Dos relatos, Mamá, Rimma y Ala y La calle de Dante, permiten ahora comprender las preocupaciones adultas del escritor, principalmente cuando lanza su penetrante mirada sobre los juegos eróticos de unas parejas, protagonistas en el relato, quienes logran calmar sus ardores en los estrechos escenarios de una pensión moscovita afligida por dificultades económicas, o en los pasillos de un vetusto hotel parisiense frecuentado en siglos anteriores por la figura severa de Dante y convertido con el paso de los años en sitio de encuentro para los retozos amorosos de parejas furtivas. En estos escritos, donde se advierten trazos autobiográficos, el escritor juega alternativamente con la belleza y la fealdad, a la vez que su gusto estilístico por la concisión le rinde un merecido homenaje al cuentista francés Guy de Maupassant cuyo notorio afán por la verdad lo roza desde sus veintinueve tomos en un pequeño estante sobre la mesa .
Al lado de otros autores mejor conocidos de la llamada Literatura de la Revolución de 1917 como Mayakovski, Pasternak, Sholojov, Leonov o PaustovskiBabel ha conseguido asegurarse una sólida posición en la prosa de la actualmente descuadernada nación, gracias a su preocupación por la claridad, contención estilística propia del enfermo de asma, similar a Proust, férrea disciplina creadora y natural descripción despojada de falsos moralismos acerca de los apetitos sexuales de sus inquietos personajes, mientras afuera, en un paisaje cubierto por la nieve, caen fusilados los zares y corren ríos de sangre derramada por la barbarie estalinista.
EL TIEMPOIsaak Bábel según David Levine |
Revolución rusa y el escritor forajido
“La ciencia de la historia nos deja en la incertidumbre respecto de los individuos. Sólo nos revela los aspectos que los relacionaron con las acciones generales (…) El arte es todo lo opuesto a las ideas generales: sólo describe lo individual y no desea más que lo único. No clasifica, desclasifica”.
Marcel Schwob
Guillermo Fernández
Una efeméride siempre es una ocasión para la memoria y la reflexión. Este octubre 2017 se cumplieron cien años de la revolución bolchevique. Y en este caso, por tratarse de un hecho histórico tan trascendental, las posibilidades de análisis son prácticamente infinitas. En línea con el epígrafe del autor de Vidas imaginarias, prefiero dejar a un lado las ideas generales y adoptar un punto de vista particular: el de la literatura.
Si el discurso histórico es un discurso escrito por el poder, la literatura es el discurso de la subversión. Por esta razón autores como Isaak Babel, Víctor Shklovski o Boris Pasternak han resultado tan difíciles de aprehender por los diferentes poderes de turno.
La relación entre arte y política es por demás compleja y fascinante. En el centro del debate está la cuestión de la autonomía del arte. La revolución rusa por supuesto no inaugura este debate, que es tan antiguo como la misma literatura, pero lo reactualiza de un modo dramático.
Trotski y Tolstoi: el arte y la esfera social.
En 1924, en la Introducción a Literatura y revolución, texto escrito al fragor de los primeros años de la revolución soviética, León Trotsky escribe:
“Es ridículo, absurdo y hasta estúpido en el más alto grado pretender que el arte permanecerá indiferente a las convulsiones de nuestra época. Los acontecimientos se preparan por los hombres, se realizan por los hombres y reinfluyen a su vez sobre los hombres y los hacen cambiar. El arte, directa o indirectamente, refleja la vida de los hombres que hacen o viven los acontecimientos. Esto es verdad de todo arte, desde el más monumental hasta el más íntimo”.
Trotsky está polemizando, entre otros, con la escuela de los formalistas rusos y más personalmente con Víctor Sklovski, a quien considera su jefe y principal mentor. Sklovski, cuyos escritos teóricos serían introducidos muchos años después en occidente por Tzvetan Todorov para constituirse en un clásico de la teoría y crítica literaria moderna, había afirmado: “El arte ha sido siempre independiente de la vida y su color no ha reflejado nunca el color de la bandera que ondeaba sobre la fortaleza de la ciudad”.
Antes, hacia el final de su vida, cuando era no sólo el mayor escritor vivo de Rusia, sino toda una celebridad a nivel mundial, León Tolstoi publica ¿Qué es el arte?, una serie de ensayos donde se interroga sobre la naturaleza del arte. Despliega en este libro una serie de críticas severas a la concepción del arte por el arte, para concluir abonando la teoría de un arte no autónomo sino orientado hacia un fin: el mejoramiento de la humanidad. En su caso, el humanismo de Tolstoi está atravesado por profundas convicciones religiosas ligadas al cristianismo. Desde esta tan personal concepción, el anciano Tolstoi no sólo apostrofa como decadente a la mayor parte del arte occidental sino que llega a renegar incluso de sus propias obras de juventud.
Así, desde posiciones ideológicas totalmente distintas, Trotski y Tolstoi se rebelan contra la idea del arte como fin en sí mismo y postulan la necesidad de algún tipo de relación entre éste y la esfera social, ya sea religiosa o política. En el marco de un proceso revolucionario tan drástico como el ruso, esta dicotomía en torno a la función del arte se volvió más tajante y puso a los artistas –escritores, músicos, pintores- en un lugar incómodo y peligroso.
Isaak Babel: el escritor forajido
La figura del escritor judío de origen ucraniano Isaak Babel es paradigmática en este sentido: simpatizante primero de la revolución y luego del régimen soviético, intentó toda su vida defender los fueros de su literatura haciendo frente a múltiples presiones, siempre corriéndose, desmarcándose, poniéndose fuera de la lógica maniquea imperante en cada momento de la historia.
Isaak Babel es el escritor forajido mencionado en el título.
Una aclaración: la acepción más usual de “forajido” es la de delincuente o persona que está fuera de la ley. Pero en su sentido etimológico es una contracción de fuera exido, salido fuera. Esta última -aunque la primera no le será tampoco ajena, como veremos- es la significación preferida para Babel: alguien que decide salir afuera por propia voluntad, que resiste las etiquetas y normatividades. Alguien que, ante la coerción, elige la intemperie:
“En noviembre me ofrecieron el cargo de oficinista en la fábrica Obujov. El puesto no era malo, eximía de la obligación del servicio militar. Rehusé ser oficinista. Ya en aquel tiempo –a los veinte años de edad- me había dicho a mí mismo: más vale el ayuno, la cárcel, el vagabundeo, que estar diez horas al día sentado tras la mesa de una oficina. No había mucho coraje en este voto, más no lo infringí ni lo infringiré. La sabiduría de mis antepasados moraba en mi cabeza: hemos nacido para disfrutar con el trabajo, con las riñas, con el amor, hemos nacido para esto y nada más.” (De su cuento “Guy de Maupassant”)
Quien publicó sus primeros relatos a Babel fue el luego célebre Máximo Gorki, en 1916. Por estos cuentos fue procesado bajo los cargos de intento de “derrocar al régimen establecido” y “pornografía”. Como se ve, desde el mismo comienzo, los diferendos con la ley acompañaron la carrera literaria de Babel. Afortunadamente para el joven escritor, en febrero de 1917 estalló la revolución que derrocó al zar (preludio de la revolución socialista de octubre) y el juicio en su contra nunca llegó a celebrarse.
En el cuento “El despertar” relata su iniciación en la escritura de la mano de un personaje llamado Nikítich, quien al leer sus primeros esbozos reconoce en el pequeño Babel “una chispa divina” y lo conmina a salir a la naturaleza: “El hombre que no viva en la naturaleza como viven en ella una piedra o un animal, no escribirá en toda su vida dos líneas que valgan la pena…”
Similar consejo le dará Gorki años más tarde y Babel lo seguirá al pie de la letra: “Durante siete años –de 1917 a 1924- estuve por el mundo. (…) Y sólo en 1923 aprendí a expresar mis pensamientos con claridad y sin demasiada extensión. Entonces me puse de nuevo a escribir”.
Lo que escribió fueron los magníficos “Cuentos de Odessa”, que pueden leerse asimismo como una genealogía. Personajes como Benia Krik, Reb Arie-Leib, Froim Grach y otros habitantes de la Moldavanka (el barrio bajo portuario de la ciudad ucraniana de Odessa) junto con miembros de su propia familia (“mi loco abuelo Mevi-Itsjok” y el impresentable tío Simón-Volf del cuento “El sótano”, el tío abuelo Choil de “Historia de mi palomar”) configuran un peculiar árbol genealógico poblado de rufianes, aventureros, mentirosos, sacrílegos y desertores. Babel se incorpora e inscribe así la figura del escritor en la serie familiar de los forajidos y los excéntricos.
Partidario de la revolución, Babel fue enviado como corresponsal de guerra a cubrir el frente polaco del Ejército Rojo. Fruto de esta experiencia son los relatos de Caballería Roja, que le trajeron tanta fama como dolores de cabeza. Los cuentos son breves obras maestras cuyo fulgor poético aún perdura, pero en ese momento los generales del ejército pusieron el grito en el cielo y acusaron a Babel de “contrarrevolucionario”. Nuevamente, fue Gorki quien salió en defensa de Babel y la sangre no llegó al río.
En aquellos años, el Partido Comunista no se había adherido aún a ninguna tendencia artística concreta. Eran tiempos de efervescencia y eclosión tanto en la vida política como en el campo del arte.
En 1921, Lunacharski, ya en el cargo de Comisario del Pueblo para la Educación, había publicado un artículo titulado “La libertad del libro y la Revolución” en el que afirmaba que nunca puede olvidarse una clara y elemental verdad: a la tesis de que el fin justifica los medios ha de añadirse “excepto cuando los medios destruyen el fin”.
A partir de 1924, con la muerte de Lenin las cosas comenzarían a cambiar, y terminarían de hacerlo con el ascenso de Stalin a la cima del Politburó. La expulsión de Trotsky de la Unión Soviética en 1929 y el establecimiento del Realismo Socialista como estética de estado terminaron de configurar un cuadro de situación que resultaba asfixiante para un escritor como Babel y a la postre acabaría con él.
No obstante, por sus convicciones, Babel seguía apoyando los lineamientos originales de la revolución; y, por sus obras ya consagradas, seguía ocupando un lugar de relevancia entre los escritores soviéticos, aun en el extranjero.
En 1934, nuestro Jorge Luis Borges escribe una reseña sobre Babel donde destaca “la musicalidad de su estilo” y agrega: “Uno de los relatos (de Caballería Roja) –‘Sal’- conoce una gloria que parece reservada a los versos y que la prosa raras veces alcanza: lo saben de memoria muchas personas”.
La clave de la música de Babel que destaca Borges está en la puntuación. En el ya citado cuento “Guy de Maupassant” el personaje que interpreta Babel se refiere al estilo como “un ejército de palabras en que se manejan toda clase de armas”, y sentencia: “No hay hierro que pueda penetrar de forma tan fulminante en el corazón humano como un punto colocado a tiempo”. De igual modo que en la oralidad el sentido se encuentra en la entonación y en las inflexiones de la voz, en la escritura el sentido se distribuye mediante la puntuación. La puntuación configura un ritmo, una respiración, que se constituye como un tono de la escritura. A veces la puntuación desmiente a las palabras generando el efecto de la ironía. Otras veces otorga un matiz poético a palabras en sí mismas prosaicas. La puntuación escande y esparce el sentido, como semillas sobre tierra labrada.
Isaak Babel y Boris Pasternak, por mediación de André Malraux, fueron invitados en el año 1935 a un Congreso Antifascista en París. Cuando le tocó su turno de hablar, Pasternak dijo: “tengo entendido que esta es una reunión de escritores para organizar la resistencia al fascismo. Sólo tengo una cosa que decir sobre esto. No os organicéis. La organización es la muerte del arte. Sólo cuenta la independencia personal. En 1789, en 1848, en 1917, los escritores no se organizaron en pro ni en contra de nada; os lo imploro, no os organicéis”. Babel y su concepción de la literatura, rubricaban por entero las palabras de Pasternak.
El forajido: el condenado.
Malversando la advertencia de Lunacharsky, la revolución fue perdiendo el rumbo hasta caer en gulags y purgas, palabras que llevan para siempre el sello de Stalin. Pasternak se salvó de milagro y luego el Nobel le sirvió de salvoconducto para sobrevivir. Babel no tuvo tanta suerte. El 15 de mayo de 1939 fue detenido y no se supo más de él por mucho tiempo. Recién en 1954, tras la muerte de Stalin, se revisó su proceso y fue rehabilitado de toda culpa y cargo. Tarde, demasiado tarde. Babel había sido fusilado en marzo de 1941. (Al año siguiente, un esbirro del régimen asesinaría a Trotski en su exilio mexicano).
En una bella semblanza biográfica de Babel, seca y conmovedora, fiel a su estilo, Sklovski relata su último encuentro, en 1937, en Yasnaia Polaina: “Babel marchaba cabizbajo, tranquilo, hablaba de cine; parecía muy cansado, hablaba con tranquilidad y no acertaba a ligar, a decir hasta el final lo que ya comprendía”.
Cabe pensar que Babel lo comprendió todo desde el principio. En cada uno de sus personajes habló de sí mismo. Debió saber que el lugar del escritor como el del forajido es también el del condenado.
Revolución, ideas y arte: una memoria luctuosa.
De los hechos históricos relacionados con el desarrollo y final de la revolución rusa parece dimanar una memoria luctuosa que, sin dejar de ser inobjetable, no le hace entera justicia. O al menos no hace justicia a las ideas que originaron y llevaron adelante la revolución. La teoría marxista más ortodoxa concibe al arte como parte de una superestructura en dependencia directa de la estructura material y económica de una sociedad. Elemento en función de una base.
Es muy difícil que en una discusión un contrincante otorgue la razón al otro. Al calor de la polémica, los ánimos se exaltan y demasiado a menudo los puentes de la comunicación y la comunión se rompen. Ahora que ha pasado suficiente tiempo, hoy, que el mercado y los medios masivos de comunicación se calzan un sayo de “estructura” que ni Marx ni Engels jamás se atrevieron a soñar, no parece que hubieran estado tan lejanos y enfrentados los puntos de vista y argumentos de los otrora adversarios. No podemos, ya, lamentablemente, sentar a una misma mesa a Trotsky, a Babel, a Tolstoi y a Sklovski. Si no, qué jugoso programa prime time sería.
Pero sí podemos volver a sus obras, a revisitar sus postulados, a disfrutar de su literatura y su enjundia, de la luminosidad de sus ideas. Para revisar nuestras propias ideas, las de hoy. Ver con los ojos de ayer nuestra realidad actual, la más crasa, la que bajo el peso de una nueva ortodoxia –más superficial y banal, no menos dañina- nos aqueja y abruma. Sería un saludable ejercicio. Encontraríamos, seguramente, alivio y razón, vindicación y fe para enfrentar el futuro.
Clásico inédito
Isaac Bábel, ese que mentía por haber leído tanto
Historia de mi palomar presenta crónicas de infancia y recuerdos personales del gran maestro ruso Isaac Bábel, autor de Cuentos de Odesa y Caballería Roja.
Asistía a los tribunales los días de audiencia para escuchar las quejas de comerciantes y matrimonios. Le gustaban los caballos y pasaba tiempo en el hipódromo de Moscú entre cuidadores y jinetes. Proclamó que Maupassant estaba bien, pero le faltaba corazón. Fue traductor para los servicios de contrainteligencia soviéticos. Fue amigo y protegido de Máximo Gorki. Trabajó en una imprenta. Confesó que si escribía sus memorias las titularía Historia de un adjetivo.
Los quince años que separan al primero del último de los textos de Isaac Bábel en Historia de mi palomar y otros relatos (1915 y 1930) fueron para Rusia un pequeño siglo revolucionario. Bábel fue de los que nació en un país y murió en otro, sin moverse un paso. Rara clase de inmigrante que ha hecho de la escritura un pasaporte para cruzar las fronteras de la guerra, la victoria, la decepción, la consagración y la purga.
En sus relatos utilizó todos y cada uno de los componentes del testimonio –primera persona, cercanía, intimidad– para hacer ficción. De lo confesional se quedó con la estrategia, el modus operandi, y a cambio otorgó unas pocas experiencias para escribir otra cosa.
A poco de leerlo es inevitable pensar –más bien creer, así de religiosa resulta la lectura de este ruso– que habla de sí mismo, que el hombre que escribe y el narrador son uno y el mismo, que ha abierto su pobre alma. Es cautivante como ha conseguido un efecto tan profundo, pero sobre todo tan inmediato. Bábel era de los que le alcanzaba con poco para llegar lejos.
Cada relato de Historia de mi palomar es en rigor un testimonio. Juega con la ambigüedad de la verdad. Como los mejores mentirosos que saben que para ser más persuasivos, más verosímiles, deben entregar una porción de verdad, hacer pie en lo real, Bábel escribe: “Yo era un muchacho mentiroso. Eso me pasaba de tanto leer”.
Sus textos tienen la fuerza remota de la infancia, del recuerdo de la infancia (hasta los nombres conspiran “El primer amor”, “Infancia con la abuela”), combinada con la claridad boreal, invernal, que solo los rusos han logrado conquistar. De ahí que sus textos suenen mitad a fábula, mitad a memorias.
Poco importa que Babel, en cierto modo precursor del formalismo –él ya descubre que un texto es una forma, que lo autobiográfico no es más que una combinación de elementos formales y no su contenido– no haya vivido lo que cuenta. O no lo haya vivido así al momento de certificar texto y biografía. Por ejemplo, en el primer relato –que da nombre al libro– agrega la muerte de su abuelo para imprimirle dramatismo a una escena que ya de por sí era dramática, pero no tenía una víctima tan clara como un muerto. Corrige las pruebas de imprenta de la realidad.
En rigor, lo que interesa de Bábel es que cuenta historias que nacieron clásicas, levemente bíblicas. No sería lejano que un relato suyo se llamara “el regreso del hijo prodigo” o, a la inversa, más de uno podría pensar que Historia de mi palomar es la reescritura de un pasaje bíblico de violencia contra el pueblo judío.
Cuenta como si los lectores fueran conocidos suyos, con un tono directo, borrando aquí y allá cualquier pista de mediación, de artificio, de lenguaje antinatura, para las pequeñas historias familiares, crueles y tiernas; combinación que solo es santificada en un niño como el de Bábel.
Proclive a las frases mesuradas y claras, es de los pocos que logró la proeza de escribir bien sin querer escribir bien, a lo Kafka. Como otros rusos inolvidables, lo suyo fueron los textos breves, aunque no es a lo único que se dedicó: redactó novelas, guiones con Einsenstein, teatro y crónicas militares.
En “Guy de Maupassant”, magistral mezcla de narración y ensayo, deja una revelación casi al pasar entre forma y contenido o, para decirlo mejor, sobre cómo la emoción es un efecto formal: “No hay hierro que pueda helar el corazón humano de forma tan penetrante como un punto puesto a tiempo“. Escribió también, epigramático y fulminante, que solo los niños valoran lo nuevo. En cierta medida, Historia de mi palomar será siempre un libro nuevo, sólo valorable para quien aun se permite el privilegio de ser una criatura, en el sentido más animalejo del término.
Historia de mi palomar, Isaac Bábel. Trad. Ricardo San Vicente. Editorial Minúscula, 152 págs.
CLARÍN