1. INFANCIA Y JUVENTUD
Charles Henry Bukowski nace en 1920 en Andernach (Alemania). Hijo único, se traslada con sus padres a la edad de tres años a California (Estados Unidos). Su padre, un autoritario ex combatiente de la Primera Guerra Mundial, educará al pequeño Bukowski con severidad. Durante esos primeros años, Bukowski se revela ya como un niño atípico, proclive a pelearse y de temperamento agresivo. Quizás como reacción a la violencia ejercida por el padre en casa, comienza a beber muy joven, apenas con trece años.
Su padre, incapaz de controlar al joven Bukowski, le propinará palizas por cualquier motivo. Esta educación oscurantista y represiva, unida al escaso afecto mostrado por sus padres, le marcará durante el resto de su vida. Las palizas cesan a los catorce años, pero no los castigos. Así, el joven Bukowski debe dormir en el garaje cada vez que llega borracho a casa. Las humillaciones se suceden hasta que abandona la casa paterna, con dieciocho años.
Esta primera parte de su vida dejará una huella imborrable, que se verá reflejada en su obra literaria. “Mi padre fue un gran maestro en Literatura: me enseñó el significado del dolor, del dolor sin sentido”. Su vida durante estos primeros 18 años, relatada en “La senda del perdedor”, su novela autobiográfica de infancia, le dejará sumido en un estado de infelicidad del que ni el éxito económico ni el aplauso del público consiguieron sacarle nunca.
Sus primeros escarceos con la literatura tienen lugar con trece años: “Yo sé exactamente cuando me convertí en escritor. Fue un día muy doloroso -explica Bukowski- en el que me senté a escribir sobre un hombre manco que machacaba a la gente por todo el cielo, pilotando su avión. Este hombre era el Barón Rojo. Pero mi padre encontró el relato y lo rompió en pedazos”. La mala relación con sus padres y su acercamiento hacia la literatura se alimentan mutuamente durante estos años. Aislado socialmente, con un rostro cubierto por un gravísimo acné que le hacía repulsivo a ojos de las mujeres y una visión trágica de la vida, Bukowski comienza en la adolescencia su calvario particular. Con dieciocho años se matricula en Periodismo en la Universidad de Los Ángeles, estudios que abandonará dos años más tarde: “Fui dos años a la Universidad, pero no hice nada. Simplemente me tumbaba yo sólo por ahí y, ya sabes, hacía novillos”. Comenzaba a emerger el outsider, el antihéroe. Con veintiún años asiste a la entrada en la Segunda Guerra Mundial de Estados Unidos. Al recibir la orden de reclutamiento, acude a la consulta de un psiquiatra con el fin de determinar su aptitud para el ejército: “El psiquiatra me preguntó si creía en esta guerra, a lo que respondíque no. Después, me preguntó que si quería ir, a lo que dije que sí. Me dijo que yo era un hombre muy inteligente y quería invitarme a una fiesta que daba en su casa esa noche, a la que acudirían escritores, abogados y artistas. Le dije que no. Me declaró no apto”.
Los diez años siguientes los pasó vagabundeando por los Estados Unidos. De costa a costa, transitó por diferentes trabajos, trabajos a la americana, de un día o una semana de duración, de empleado de un matadero a guardián de un burdel. Estados Unidos era en aquel momento la nación del crecimiento económico sin límite. La economía americana vivía su edad de oro, pero Bukowski sólo recogió las sobras de un progreso del que pronto fue apartado. Comenzó entonces a hacerse patente su alcoholismo. Dormía en bancos, asilos y portales. Siempre borracho o con resaca, se hizo habitual de bares de mala muerte en los que mataba el tiempo gastándose el sueldo en copas o esperando a que alguien se apiadara de él y le invitara. Este modo de vida anárquico, de barfly (mosca de bar), forjó al poeta maldito que pocos años después eclosionaría.
Escribió su primer relato con veinticuatro años, la misma edad a la que perdió la virginidad, con una prostituta de más de cien kilos de peso. Durante esa época, escribió una media de cuatro relatos a la semana, que enviaba a pequeñas revistas y editoriales. Todos fueron rechazados. En este punto, Bukowski o Hank, como le conocieron los pocos amigos con los que contó a lo largo de su vida, hubo de tomar una decisión, la que le convertiría definitivamente en escritor o le alejaría de la literatura: “Un día estaba tumbado en la cama y me dije ‘al diablo con ello’. Pero otra voz en mi interior me decía ‘no lo abandones. Debes quedarte con una pequeña ascua, una chispa y nunca se la des a nadie, porque mientras conserves esa chispa podrás encender de nuevo el fuego más grande’. Así fue hasta que un día, al volver del trabajo, recibí una carta en la que me decían que aceptaban uno de mis relatos y recuerdo que pensé ‘el fuego que guardé tendrá su oportunidad’”.
A finales de los años 40, vuelve a Los Ángeles. Allí conocerá a su primera pareja, diez años mayor que él. Tras una relación tormentosa, en la que abundaban las peleas, reconciliaciones y sobre todo, el alcohol, se separarían al cabo de unos años. Continuó su particular vagabundeo hasta que, en 1955, a los treinta y cinco años, le es detectada una úlcera que está a punto de acabar con su vida. “El médico me dijo que si tomaba una copa más, estaría muerto. Me daban por muerto, y aquí estoy. Sentí como si tuviera una vida gratis, una vida extra que vivir”.
2. LOS ÁNGELES 1950-1960
En 1952 encuentra trabajo en una oficina de correos. Un trabajo alienante como los otros, pero estable, que un Bukowski con una salud mermada necesitaba urgentemente y que reflejará en su primera novela Cartero (1971). Su desapego hacia normas, horarios y órdenes se manifestó con rapidez. Su jefe le encargaba los peores trabajos, consciente de su carácter anárquico, con el objetivo de tenerle controlado. Allí permanecerá hasta 1955, año de su hospitalización. Tras su salida del hospital comienza a escribir poesía, una poesía desengañada, visceral. “Escribía cientos de poemas y los enviaba. La poesía está mal pagada, pero necesitaba escribirla. Creo que necesitaba gritar un poco, en estilo propio”. Nace el poeta, de una prolijidad asombrosa. Casi mayoritariamente compuestos en verso libre y gracias a su formación como prosista, sus poemas eran más bien relatos cortos en verso. Contundentes, directos, como un golpe de boxeo (deporte al que era muy aficionado), las palabras de sus poemas se abrían para dejar salir un mensaje crudo y descarnado.
En 1957 se casa con la escritora Barbara Frye, de la que se divorciaría dos años más tarde. Retoma la bebida y las trifulcas, pero también su producción poética. Orgulloso de haber escrito su primer poema a los treinta y cinco años, en 1959 era conocido como “el Rey de las Pequeñas Revistas”. Mandaba cientos de poemas, de los cuales sólo eran publicados una pequeña cantidad. Ese mismo año, vuelve a la oficina de correos, de la que se marchó unos años atrás, y en la que permanecerá hasta 1969. Los años 60 fueron años de luces y sombras en la vida de Bukowski. Desengañado de la literatura, desconfía del circuito comercial para hacer llegar al gran público su poesía. Se encierra en sí mismo, actitud que acrecienta su visión trágica de una sociedad que, incapaz de tragarle, le escupe con desprecio.
Trabajará en la oficina de correos durante casi diez años, en el turno de noche, distribuyendo las cartas a entregar por la mañana en casilleros. Sin embargo, pese a sus profundas depresiones y a su empleo nocturno, continúa escribiendo sin tregua. En esta época escribirá algunos de sus mejores libros de poemas: Arder en el agua, ahogarse en el fuego. Poemas escogidos 1955-1973 (1974), El genio de la multitud (1966) y En la calle del terror y el camino de la agonía (1968), publicados en la editorial Black Sparrow Press y otras pequeñas editoriales. Serán estas recopilaciones de poemas las que le crearán un nombre en el mundo underground de la literatura angelina.
De esta manera, comienza a dar recitales en pequeñas librerías, a los que acudía indefectiblemente borracho. Los rumores sobre un escritor alcohólico e irreverente, que insulta al público y lee sus poemas entre hipos y pausas para vomitar, empiezan a correr por los círculos literarios de Los Ángeles. ¿Quién es ese Bukowski? El poeta emergente, que consigue cierto reconocimiento a los 48 años de edad, no se relaciona con otros escritores. No pertenece a ninguna generación literaria. Vive apartado del mundo, en barrios obreros habitados por un subproletariado al que Bukowski perteneció durante gran parte de su vida, al tiempo que cultivaba sus esperanzas de llegar a ser escritor. Desde estos arrabales modernos comienza a proyectarse su luz. El mito del “outkast”, del “loser”, del poeta maldito, no había hecho más que empezar.
4. LOS AÑOS DEL ÉXITO: 1970-1980
Escritos de un viejo indecente, columna semanal que Bukowski publicará entre 1967 y 1969 en el periódico independiente de Los Ángeles “Open City”, será el punto de partida de su carrera como escritor profesional. Escrita en clave satírica, su humor caustico y su lenguaje directo le procurará una considerable cantidad de seguidores. Pronto, su nombre comienza a sonar con fuerza más allá de los circuitos underground. Empieza a ser requerido en recitales de poesía. En el primero de estos “readings”, en el Teatro City Lights de Los Ángeles, un Bukowski ya instalado en una fama relativa, ofrece un recital para más de 800 personas. La poesía volvía como fenómeno de masas, con fuerza. El público aúlla con sus poemas; le jalean y abarrotan cada uno de los recitales que da a lo largo y ancho del país. Son los años del éxito, no tanto económico, en esta primera etapa, como social.
En 1968, John Martin, editor creador de la editorial Black Sparrow Press hace una apuesta decidida por él. Su primer encuentro, que años después el editor resumirá con la frase “el señor Rolls conoce al señor Royce”, significará el inicio de la profesionalización de Bukowski. En 1969, la City Lights Books, editorial propiedad de Ferlinghetti que contaba entre sus filas con nombres como el de Allen Ginsberg, publica una selección de artículos aparecidos en la columna del “Open City” de Bukowski. Este libro, que mantendrá el título de la columna (Escritos de un viejo indecente), pasará desapercibido entre el gran público y será despreciado por la crítica. La puntuación artificiosa de Bukowski en este libro, con reminiscencias de las vanguardias de los años 20, y la falsa ingenuidad de sus artículos disgustaron a público y crítica, pero en esta primera publicación pueden verse algunas de las cualidades que más adelante convertirían a Bukowski en un maestro de estilo: un uso atrevido del lenguaje, un humor cáustico y provocativo y una candidez y desesperación infinitas.
A comienzos de 1971, publicará Cartero, su primera novela, en la que su álter ego, Henry Chinaski, narra sus aventuras como cartero (y sus peripecias personales) durante los doce años que trabajó en el servicio postal americano. Ya en esta primera novela puede verse a un Bukowski cómico, cínico y despiadadamente autoirónico. Su estilo, cultivado en la columna semanal del “Open City”, comienza a definirse en esta novela: inserto en el molde hemingwayano, con frases cortas y contundentes, casi telegráficas, la escritura de Bukowski adquiere la consistencia y la agilidad de los clásicos. En los años siguientes, verán la luz otras novelas como Factótum y Mujeres y compilaciones de relatos como Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, La máquina de follar y Se busca una mujer. Será Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones el libro que le proporcione fama en el mundo literario norteamericano y europeo. El realismo sucio, corriente literaria nacida en esta misma década, irrumpe con fuerza en un contexto global de convulsión y cambio.
Los “readings” de poesía en los que se requiere la presencia de Bukowski se multiplican, al igual que su fama y las cifras de su cuenta corriente. Este éxito tardío, sin embargo, no conseguirá cambiar su actitud, su modo de vida ni su turbulento mundo interior. Continuó habitando barrios de clase media-baja, con callejones oscuros, cuyo “olor y humedad se introducían hasta el tuétano de los huesos”, bebiendo hasta el vómito y con su misantropía intacta (“la Humanidad no deja de tocarme los cojones”). Su producción poética se incrementa, despuntando en esta década el Bukowski nihilista. La poesía de estos años muestra una visión estilizada de su vida que es, a su vez, –al igual que sucede con los grandes testigos de su tiempo- una visión del mundo.
5. ESTILO E INFLUENCIAS
A menudo comparado con los integrantes de la Generación Beat, la literatura de Bukowski no puede compararse a la de ninguna corriente. Alejado del mundo literario, no perteneció a ningún grupo definido. Su escritura, tan salvaje como su vida, bebía de una personalísima forma de entender el mundo. Las comparaciones formales o temáticas con Kerouac o Ginsberg no resisten un análisis pormenorizado de sus supuestas similitudes. En su obra, los paisajes apenas tienen cabida en pro de un individuo casi siempre pisoteado por una fuerza superior. Bukowski utiliza su vida como espéculo para introducirse en las mentiras e hipocresías de una sociedad opulenta y cruel, pero oculta bajo la máscara de la democracia y la libertad. Su prosa, incisiva y ágil, huye de cualquier exceso retórico. No hay adornos en Bukowski. A su entender, “el poeta debe decir lo que realmente quiere decir”. Mientras que los Beats juegan con el lenguaje y realizan piruetas verbales apostando por el equilibrio entre la destructividad de una existencia vivida al límite, el impulso de una explosiva energía vital, la desesperanza y el entusiasmo ante la belleza del mundo, Bukowski se centra en los desharrapados y en los antihéroes, utilizando un lenguaje desprovisto de adjetivos, minimalista y preciso. La fuerza de su discurso está en el contexto, en los personajes, esbozados apenas como arquetipos de una realidad dramática, donde sin embargo hay un hilo de esperanza que mantiene su vínculo con el mundo.
Su estilo de vida anárquico, su forma de beber y su visión del mundo están más próximos a los integrantes de la Generación Perdida (Hemingway, Faulkner, Dos Passos), que a los Beats. Habla del alcohol como un “intermedio entre dos momentos sin esperanza, un truco para evadirse, algo que puedes utilizar para subir al cielo cuando te encuentras bajo presión”. Bebe y habla del alcohol de la misma manera que los escritores malditos europeos. Tampoco resiste la comparación con Henry Miller, que si bien muestra un estilo de escritura rápido, audaz y ágil, parece tener únicamente en común con la literatura de Bukowski las descripciones sexuales descarnadas y mundanas.
Miller muestra una preocupación por la evolución de la sociedad, movido por la intención de distinguirse de la masa, así como un amor por el cuerpo humano que va desde el triunfo del sexo hasta la tragedia de la enfermedad. En Bukowski no podemos encontrar algo semejante. El sexo en Bukowski es algo tragicómico, una lucha que poco o nada tiene de espiritual. El sexo en Bukowski es siempre el escenario en el que se reflejan los instintos más bajos del ser humano.
Ya en vida, Bukowski sólo reconoció la influencia de dos escritores: John Fante y Céline. El primero, un escritor neorrealista italoamericano, desconocido para el gran público, del que Bukowski había leído varias novelas en los años 50. Su estilo conciso y su utilización de un humor corrosivo daban cabida a la expresión de emociones intensas que Bukowski supo interiorizar. En cuanto al segundo, su escritura rápida, discursiva, a menudo coloquial y enfática, y sobre todo, la personalidad ambigua de Céline, alejado de todo y todos, indefinido políticamente, influyeron fuertemente en él. En menor medida, Artaud, con su potente mundo imaginativo, también puede ser contado entre las escasas influencias de Bukowski.
Influencias al margen, lo cierto es que Bukowski es un escritor absolutamente original. Definir sus características, su modo de escribir a través de imágenes de la vida cotidiana, es también definir una forma de vivir, un estilo de vida que hace emerger al Hombre a través de su Literatura, le enfrenta con la masa y le aleja del potente cauce del mainstream.
6. ÚLTIMOS AÑOS
Con sesenta años, Bukowski ya es un escritor consolidado y goza de un éxito, más en Europa que en Norteamérica, que le permite vivir con holgura. No cambia de estilo de vida, pero sí de hábitos: abandona el alcohol barato por vino de buena calidad, propone matrimonio a Linda (que será su pareja hasta su muerte), y reduce al mínimo su asistencia a fiestas. En la década de los 80 y 90 publica sus últimas novelas, La senda del perdedor, Hollywood y Pulp, esta última de manera póstuma. En esta última etapa, su escritura vira hacia lo trascendental. Con una salud menguante, sus poemas y relatos se llenan de referencias a la muerte. Su obsesión por la muerte, que le había acompañado durante toda su vida, se agudiza en estos últimos años. Su carácter, por el contrario, continúa siendo el mismo. Bravucón y agresivo, son frecuentes sus salidas de tono, llegando incluso a insultar a Schwarzenegger en una fiesta en la que ambos se encontraron para celebrar el éxito de la película Barfly, dirigida por Barbet Schroeder y protagonizado por Mickey Rourke, que trata la vida de Bukowski y su relación con el alcohol, las mujeres y la literatura. Convertido ya en un “showman”, se cuentan por decenas los programas de televisión que intentan entrevistarle, pero él mantiene siempre una distancia prudente con los medios. Su espíritu combativo e irreverente le lleva a ser expulsado de un programa de televisión en Francia en el que, totalmente ebrio, insulta a los contertulios.
Lentamente, su vitalidad se esfuma. A comienzos de los 90, se le detecta leucemia, enfermedad que le llevará a estar hospitalizado durante sesenta y cuatro días. Tras dejar el hospital, abandona la bebida y el tabaco, asombrándose de poder escribir sin estar embriagado. Sin embargo, ya es demasiado tarde. En 1993, los médicos le dan sólo un año más de vida. “La muerte se está fumando mis cigarrillos”, dirá en una de sus últimas entrevistas. Y así fue. Su último cigarrillo se lo fumó una neumonía que puso fin a su vida en 1994. Tenía setenta y cuatro años. Su cadáver, vestido de manera informal, fue escoltado hasta el cementerio por un cortejo de monjes budistas. En su lápida puede leerse la inscripción “Don’t try”, con la figura de un boxeador. Irónico último mensaje de un hombre que lo intentó siempre, que consiguió convertir en poema a una ciudad sitiada por el vacío, que nació para robar rosas de las avenidas de la muerte y transformó los vertederos en el epicentro de su poesía. Sus mil poemas, trescientos relatos y seis novelas brillan entre el cemento del mundo moderno, mezclando la desesperación y la esperanza, devolviéndole al hombre aniquilado por la industrialización la dignidad necesaria para seguir luchando.