(1886 - 1914)
Por Tania Pleitez
Delmira Agustini (Montevideo, 1886-1914) es una de las poetas más representativas de la poesía hispanoamericana del siglo xx. Admirada por su talento y por la sensualidad de sus versos, la prematura y trágica muerte que hace de ella toda una leyenda, no impidió que se publicaran tres poemarios que llamaron la atención de sus contemporáneos y que desconcertaron a la sociedad uruguaya de su tiempo. Elogiada por Rubén Darío -que escribió el «Pórtico» de su libro Los cálices vacíos-, y por otros intelectuales del momento, la retórica modernista en ella va dejando paso a una nueva visión del lenguaje erótico, la del deseo femenino, que chocó con los códigos tradicionales de su entorno y que fue creando una escuela entre las voces femeninas que retoman su legado.
Hija de Santiago Agustini y María Murtfeldt, Delmira -«la Nena» para sus padres-, nació en Montevideo (Uruguay) el 24 de octubre de 1886. Se educó en el hogar, como solían hacerlo entonces las señoritas de la clase media alta, y recibió clases de francés, piano, pintura y dibujo. No obstante, la dedicación casi religiosa de sus padres para que a Delmira no le faltara nada en la edificación de su cultura, tuvo que ver con la extraordinaria sensibilidad y la inteligencia que desde muy pequeña ella demostró poseer. A los cinco años sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos y ejecutaba en el piano difíciles partituras. Estas cualidades fueron muy valoradas por sus progenitores quienes, según algunos, sobreprotegieron a la futura poeta. A lo largo de su infancia, el contacto con otros niños fue escaso, razón por la cual creció en un ambiente introvertido y callado. Pasaba largas horas, a veces días, ensimismada en el placer de la lectura, la escritura, el piano. Incluso siendo ya una adolescente, tuvo muy poco contacto con las otras muchachas de su edad. De acuerdo a algunos testimonios, prefería dedicar su tiempo a actividades intelectuales y artísticas, y no le interesaban las reuniones sociales, que consideraba frívolas. Más tarde establecerá contacto con algunas de las figuras intelectuales más sobresalientes de la época, figuras casi todas mayores que ella: Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Manuel Ugarte, Samuel Blixen (editor del semanario cultural Rojo y Blanco), entre otros. Su tiempo libre solía pasarlo junto a sus padres dando largas caminatas por el parque, o con su gran amigo de la infancia, André de Badet.
A partir de 1902, a los dieciséis años, empieza a publicar sus primeros poemas en la revista La Alborada. Al año siguiente, esta misma revista la invita a colaborar en una sección que ella misma bautiza con el nombre de «La legión etérea» y que firma con el pseudónimo de Joujou. En esta sección, Delmira se ocupa de hacer retratos de mujeres de la burguesía montevideana que sobresalen en lo cultural y/o lo social. Se trata de siluetas excesivamente ornamentales del más puro gusto modernista. Entre estas semblanzas sobresale una dedicada a la poeta María Eugenia Vaz Ferreira.
En 1907 publica su primer poemario, El libro blanco(Frágil) que fue muy bien acogido por la crítica. El éxito literario de Delmira Agustini correrá parejo a la fama de su belleza. Es importante señalar que el ambiente montevideano en el que Delmira vivió y publicó su poesía estaba marcado por fuertes contrastes. Por un lado era puritano y conservador, especialmente en lo referente a la sexualidad y la diferencia entre los sexos. Pero también era libertario y progresista; por ejemplo, durante los gobiernos de Battle y Ordoñez (1903-1907, 1911-1915) se llevaron a cabo reformas importantes, como el decreto de la primera ley de divorcio del continente (1907) y la creación de la Universidad de Mujeres (1912). Se trataba, pues, de una atmósfera ambigua, algo que incidió en la forma en que la crítica acogió su escritura. Aunque su talento fue elogiado, su temática explícitamente erótica no encajaba dentro de los estereotipos femeninos de la época, los cuales enfatizaban el perfil de lo que «tenía» que ser una mujer, especialmente una joven soltera y virgen. Sorprendidos y desconcertados, la mayoría de los críticos intentaron neutralizar su voz, enfocando la atención en su persona -una muchacha físicamente bella- e insistiendo en su aura etérea. De esta forma nació, entre sus contemporáneos, el mito Delmira, uno que incluía tanto a la «niña virginal» como a la «Pitonisa de Eros»; un mito que intentaba explicar «el milagro» de su escritura como producto del instinto, pasando por alto su intelectualidad. De allí se comprende lo que Carlos Vaz Ferreira le escribe en una carta: «No debiera ser capaz, no precisamente de escribir, sino de "entender" su libro. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir lo que ha puesto en ciertas poesías suyas.».
En 1910 publica su segundo libro, Cantos de la mañana. Para entonces su prestigio como poeta es considerable e incluso llega a ser elogiada por Rubén Darío, a quien conoce en 1912 durante una visita de éste a Montevideo; el encuentro provoca un intercambio de cartas. Asimismo, en su casa recibe las visitas de varios escritores e intelectuales atraídos por su talento, entre ellos, Manuel Ugarte. Una vez ha despuntado el talento poético de Delmira, su familia apoya su vocación de forma completa; el padre pasa a limpio los poemas tomados de los cuadernos y hojas sueltas de su hija, y lo mismo hará su hermano Antonio. La madre la sobreprotege y procura mantenerla alejada del trato social, incluso cuando ya es una poeta célebre que todos requieren: cuando la visitan, la madre siempre está presente en la sala, algo que no asombra teniendo en cuenta las convenciones de la época. A pesar de las reseñas desfavorables de críticos y biógrafos en cuanto a la relación con sus padres -derivadas de los comentarios recogidos de las cartas de su ex marido, un testigo dudoso- la estudiosa Magdalena García Pinto asegura que Delmira en realidad siempre vio en ellos una «lealtad solidaria», y sostiene que no ha identificado señales de desarmonía al revisar la correspondencia familiar.
En febrero de 1913 publica su tercer libro de poemas, Los cálices vacíos, poemario más abiertamente erótico que los anteriores, algo que provoca un escándalo social que luego pasa a la murmuración incesante en torno a la joven poeta y su atrevimiento. Los poemas resultaron especialmente escandalosos no sólo porque su autora fuera una joven soltera -léase virgen- sino también, y sobre todo, porque en ese momento se consideraba impropio que la mujer fuera sujeto de deseo, es decir, podía ser únicamente objeto deseado. De allí lo excepcional de sus versos: Delmira se apropia de elementos culturales de la época pero para perfilar un nuevo y complejo sujeto femenino, un sujeto que posee por sí mismo un erotismo personal y diferente a aquel impuesto por la tradición literaria masculina. En pocas palabras, subvierte imágenes y conceptos de la tradición modernista para hablar de sus experiencias como mujer. Por otro lado, en Los cálices vacíos, Delmira anuncia, en una nota «Al lector», que está preparando un nuevo poemario que se titulará Los astros del abismo y el cual considera será «la cúpula» de su obra. Estos poemas, los más oscuros y barrocos, fueron publicados póstumamente en la edición de sus Obras completas de 1924 bajo el título general de «El rosario de Eros».
Hasta el día de hoy no se sabe con seguridad cuándo conoció Delmira a su futuro marido, Enrique Job Reyes, quien no pertenecía al ámbito intelectual ya mencionado. Lo que sí consta es que hacia 1908 él ya la visitaba. Al principio, el romance se mantuvo en secreto ya que aparentemente la madre se oponía a esta relación amorosa, lo que indica que, contrariamente a lo que señalan sus biógrafos, su madre no controlaba su voluntad. En una de sus cartas de este periodo, Delmira le escribe a Reyes lo siguiente:
Sigue formal como hasta ahora en tus cartas, nunca, ni por casualidad aludas a esta correspondencia. A veces cuando pienso en si llegara a descubrirse. No puedo añadir más ¡Peligro!. En las cartas de Delmira a Reyes sobresalen una jerga infantil y algunas frases terriblemente caprichosas, muy diferentes al tono apasionado y al estilo más literario de las cartas que cuatro años después le enviará a Manuel Ugarte. Sin embargo, las cartas a Reyes reflejan la primera etapa de aquel romance clandestino, donde no faltan los celos. Después de cinco años de noviazgo, la pareja finalmente se casa el 14 de agosto de 1913.
Un año mayor que Delmira, Reyes era, según testimonios, un joven guapo, de figura atlética y talante seguro, pero de una naturaleza emocional un tanto agresiva y sobre todo, alguien acostumbrado a dominar. Provenía de una familia acomodada de la provincia de La Florida y, cuando conoció a Delmira, estaba involucrado en el negocio de la compra y venta de caballos. Sin embargo, lo que se debe destacar es que Reyes nunca le dio importancia al talento poético de Delmira, más bien lo consideraba una «debilidad» de soltera; solía decir que, una vez casados, se encargaría de ver que abandonara la escritura. Pero Delmira venía publicando poesía desde los dieciséis años: era, sin duda, su gran pasión. No obstante, a pesar de lo obvio, Reyes no supo darse cuenta de que alejaría a Delmira de su lado si le exigía que abandonara la escritura.
Adicionalmente, cuando Delmira se casa con Reyes, la poeta ya no está enamorada de él. Para entonces ya siente un fuerte apasionamiento por el intelectual argentino Manuel Ugarte, quien irónicamente será uno de los testigos de la boda. Las dudas que atormentaron a Delmira el día de su boda han quedado nítidamente reflejadas en una dramática carta dirigida a Ugarte y escrita poco después de su separación de Reyes:
.Piense usted que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle el otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel. Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos mis gestos de aquella noche. La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció un momento que usted me miraba y me comprendía. Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del retrato. Y después sufrir, sufrir hasta que me despedí de usted. Y después sufrir más, sufrir lo indecible..
Para cuando escribe esta carta, Delmira, quien no había soportado vivir más de un mes y medio al lado de Reyes, se había mudado a la casa de sus padres; aseguraba haber huido de la «vulgaridad». En noviembre de 1913, Delmira interpuso una demanda de separación aludiendo hechos graves sufridos por la conducta de su marido. El 27 de noviembre, Reyes respondió a la demanda negando los cargos; sin embargo, alegó que, puesto que había sido su esposa la que había abandonado su casa y luego lo había acusado de una conducta «impropia de un caballero», estaba dispuesto a aceptar sus deseos ya que, bajo esas circunstancias, la vida en común le resultaría, también a él, inaguantable. Pero esta actitud orgullosa contrastaba con la privada, mucho más desesperada y vehemente; según André Badot, Reyes estaba tremendamente afectado: acosaba a la poeta incesantemente escribiéndole cartas, golpeando su ventana, suplicándole con amenazas.
Sin duda, herido en su virilidad, Reyes no pudo soportar que Delmira no sólo lo abandonara, sino que además inaugurara la ley de divorcio en el Uruguay. El caso tuvo una enorme repercusión debido a que con ello se sentaba un precedente en el continente y a que quien solicitaba el divorcio era una célebre autora de versos eróticos. Por tanto, es fácil comprender hasta qué punto, en un medio tremendamente machista, el marido se sentía cuestionado en su masculinidad. Esto lo confirman los testimonios de la hermana de Reyes, Alina, recogidos en la biografía de Clara Silva, Genio y figura de Delmira Agustini.
Por su parte, Delmira, poco después de la separación, empieza a cartearse intensamente con Ugarte, y el sentimiento de amor se hace cada vez más explícito. En una carta del 9 de marzo de 1914, Ugarte le escribe: «Será vanidad o misterioso presentimiento, pero siempre he pensado que la serpiente ondularía mejor si yo la acariciara. No sea orgullosa y estrechémonos otra vez las manos fuertemente y déjeme que me acerque bien a usted, que la haga crujir apretándola contra mi cuerpo y que ponga al fin en su boca, largo, culpable, inextinguible, el primer beso que siempre nos hemos ofrecido». Ella le responde: «Todavía me dura la embriaguez deliciosa de su última carta. ¿Si le dijera que hoy sufro escribiéndole? Me da miedo de parecer decirle demasiado y siento que todo lo que le diga me parecerá poco. Sin embargo, el deseo intenso, hasta doloroso, de volver a ver su letra, lo vence todo.».
No obstante, estando el divorcio en pleno trámite, Delmira empieza a verse en secreto con su todavía marido en las habitaciones que este alquila en un edificio de la calle Andes, 1206. Unos dicen que Delmira perpetuó la intimidad con la esperanza de que el trámite de divorcio no se viera obstaculizado. Pero el divorcio se falla el 22 de junio de 1914 y ella vuelve a visitarlo el 6 de julio, la fecha fatídica en la que, requerida por su ya ex marido, es asesinada cuando este le dispara dos tiros a la cabeza y a continuación se suicida, todo en una habitación repleta de fotografías, pinturas y otros objetos de Delmira. Ella tenía 27 años, él tenía 28, ambos de familias acomodadas, por lo que los periódicos llenaron sus páginas con reseñas sensacionalistas. Ciertamente, la forma en que murió ha originado un mito en torno a la figura de la poeta, uno que pervive hasta el día de hoy.
Bibliografía:
- — Visca, Alberto Sergio, Correspondencia íntima, Montevideo, Biblioteca nacional, 1969.
- — García Pinto, Magdalena, «Introducción», en Poesías completas, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 2000.
- — Rosembaum, Sidonia Carmen, Modern Women Poets of Spanish America: the precursors, Delmira Agustini, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Hispanic Institute in the United States, 1945.
Cronología
1886
Delmira Agustini nace el 24 de octubre en Montevideo. Hija de Santiago Agustini, de nacionalidad uruguaya, y María Murtfeldt, originaria de Argentina. Desde ese momento sus padres se desviven por ella y la llaman «la Nena», sobrenombre que continuarán usando siempre para referirse a su hija.
1891
A los cinco años ya sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos y ejecutaba en el piano difíciles partituras. Sus cualidades artísticas fueron valoradas y apreciadas por sus padres, a quienes se les ha atribuido repetidamente una excesiva protección. Como era usual en la época entre las clases altas, sus padres se encargaron de su educación: clases privadas de francés, piano, pintura, dibujo. El contacto con otros niños de su edad fue escaso, algo que alimentó su gusto por la soledad y la introspección. Desde su infancia, mantiene una relación de amistad muy estrecha con André de Badet, compañero en sus clases de pintura.
1902-1906
A la edad de dieciséis años, empieza a publicar sus primeros poemas en la revista La Alborada. También lo hace en otras revistas literarias, como Apolo y Rojo y Blanco. Es en estos poemas donde se identifica su estilo modernista más extremo, muy cercano al de Rubén Darío en Azul o Prosas profanas; allí están presentes el exotismo, el cosmopolitismo, el preciosismo y un afán por la rima musical. Asimismo, estos primeros poemas todavía están acentuados por una temática convencional donde sobresale un fuerte idealismo; precisamente porque es una joven adolescente, prefiere escribir sobre ilusiones y sueños. En 1903, La Alborada la invita a colaborar en una sección que ella titula «La legión etérea» y que firma con el pseudónimo de Joujou. En esta sección, escribe retratos de mujeres de sociedad que sobresalen ya sea en lo cultural o lo social. Durante sus años de adolescencia, Delmira prefiere la cómoda soledad de su habitación a las reuniones sociales. Su mayor interés sigue siendo la poesía, y su tiempo libre lo dedica a pasear con sus padres, quienes la suelen acompañar a dar largas caminatas por el parque.
1907
Publica su primer poemario, El libro blanco (Frágil), con prólogo de Manuel Medina de Betancourt. A partir de entonces empieza a establecer amistad con algunas de las figuras intelectuales más sobresalientes de la época, casi todas mayores que ella: el ya mencionado, Manuel Medina Betancourt, Alberto Zum Felde, Roberto de las Carreras, Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Samuel Blixen (editor del semanario cultural Rojo y Blanco), entre otros. La correspondencia que establece con algunos de ellos se caracteriza por la hiperbólica admiración --propia de la retórica modernista- con que es elogiada tanto su poesía como su persona.
1908
Comienza un noviazgo con Enrique Job Reyes a escondidas -ya que la madre no aprueba esta relación-, uno que al principio se limita al contacto epistolar y que llegará a durar cinco años. Reyes provenía de una familia acomodada de la provincia de La Florida y estaba involucrado en el negocio de la compra y venta de caballos. Nunca apreció el talento poético de Delmira y más bien lo consideraba algo molesto.
1910
Publica Cantos de la mañana, prologado por el escritor uruguayo Manuel Pérez y Curis. Para entonces es una poeta célebre y su prestigio es sobresaliente, tanto que en su casa es visitada por varios escritores atraídos por su talento. Asimismo, recibe una elogiosa carta del reconocido intelectual argentino, Manuel Ugarte; es el primer contacto de Delmira con quien, un par de años después, establecerá una ardiente correspondencia.
1912
Conoce a Rubén Darío durante una de sus visitas a Montevideo e inician una amistad cordial que se expresa en un intercambio de cartas. En esta visita a la capital uruguaya, a Darío lo acompaña su amigo Manuel Ugarte; es entonces cuando Delmira y el argentino, once años mayor que ella, se conocen personalmente. Las visitas de éste a la poeta se hacen más frecuentes con el tiempo.
1913
En febrero publica su tercer libro de poemas, Los cálices vacíos. El libro abre con un «Pórtico» de Rubén Darío alabando su poesía:
De todas cuantas mujeres hoy escriben verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor.. Este poemario, más abiertamente erótico que los anteriores, levanta murmuraciones entre los miembros de la sociedad burguesa montevideana. Seis meses después, el 14 de agosto, Delmira y Reyes finalmente se casan. Sin embargo, para entonces, la poeta ya siente una fuerte pasión amorosa por Manuel Ugarte, quien es testigo de la boda. Si a lo anterior se le agrega el hecho de que Reyes no comprendía su vocación literaria, no es de extrañar que, un mes y medio después del casamiento, Delmira lo abandonara y se refugiara en la casa de sus padres. El 13 de noviembre interpone una demanda de divorcio alegando hechos graves que imposibilitan cualquier reconciliación con su marido. También se refiere a amenazas sufridas posteriormente a la separación. Casi al mismo tiempo, empieza a cartearse intensamente con Ugarte.
1914
Estando el divorcio en pleno trámite, Delmira visita clandestinamente a su todavía marido en las habitaciones que este alquila en un edificio de la calle Andes, 1206. El divorcio se falla el 22 de junio. Ella vuelve a visitarlo el 6 de julio, fecha en que Reyes le dispara dos tiros a la cabeza, y a continuación se suicida. De acuerdo a cartas escritas a un amigo y a su madre, Reyes llevaba meses contemplando el suicidio. Cualquiera que sea la interpretación de la tragedia, lo cierto es que Reyes amaba de forma enfermiza a Delmira y, quizás celoso de un posible rival, la asesinó dominado por un sentimiento de inferioridad
Bibliografía
La obra poética de Delmira Agustini consta, hasta el día de hoy, de numerosas ediciones -alrededor de cuarenta títulos-. Sin embargo, bajo el título de «Obras» sólo incluimos las primeras ediciones de sus poemarios y aquellas ediciones de su obra poética completa o antologada que han tenido mayor difusión. En «Monografías» incluimos estudios críticos y biográficos, mientras que la sección de «Artículos» consta de una selección publicada en revistas, periódicos y capítulos de libros.
Obras
- El libro blanco (Frágil), Montevideo, O.M. Bertani, 1907.
- Cantos de la mañana, Montevideo, O.M. Bertani, 1910.
- Los cálices vacíos, Montevideo, O.M. Bertani, 1913.
- Obras completas de Delmira Agustini, tomo I. El rosario de Eros; tomo II. Los astros del abismo, Montevideo, Maximinio García Editor, 1924. (Incluye, bajo el título de «La Alborada», poemas publicados, entre 1902 y 1903, en las revistas literarias La Alborada, Apolo y Rojo y Blanco. También incluye los últimos poemas que Delmira escribió antes de su muerte, los cuales iban a integrarse en un nuevo poemario titulado Los astros del abismo, que ella misma había anunciado en una breve nota al lector en Los cálices vacíos).
- Poesías, editado por Ovidio Fernández Ríos y con un estudio de Luisa Luisi, Montevideo, Claudio García & Cía., 1944.
- Poesías completas, Prólogo y selección de Alberto Zum Felde, Buenos Aires, Editorial Losada, 1944.
- Antología, Selección y prólogo de Esther Cáceres, Montevideo, Biblioteca Artigas (Colección de Clásicos Uruguayos), 1965.
- Poesías completas, Edición, prólogo y notas de Manuel Alvar, Barcelona, Editorial Labor, 1971.
- Poesías completas, Edición de Magdalena García Pinto, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 2000.
Monografías
- Alvar, Manuel, La poesía de Delmira Agustini, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1958.
- Álvarez Rodríguez, Mario, Delmira Agustini, Montevideo, Arca, 1979.
- Barreiro de Armstrong, María Elena de, Puente de luz: eros, eje de la estructura pendular en «Los cálices vacíos» de Delmira Agustini, Kassel, Reichenberger, 1998.
- Bonada Amigo, Roberto, Delmira Agustini en la vida y en la poesía, Montevideo, J. Masa, 1974.
- Bula Píriz, Roberto, Delmira Agustini, Montevideo, 1964.
- Delmira Agustini: Nuevas penetraciones críticas, Uruguayo Cortazzo (ed.), Montevideo, Vintén Editor, 1996.
- Delmira Agustini y el modernismo: nuevas propuestas de género, Tina Escaja (ed.), Rosario (Argentina), Beatriz Viterbo, Editora, 2000.
- Escaja, Tina, Salomé decapitada: Delmira Agustini y la estética finisecular de la fragmentación, Amsterdam/New York, Rodopi, 2001.
- Girón Alvarado, Jacqueline, Voz poética y máscaras femeninas en la obra de Delmira Agustini, New York, Peter Lang, 1995.
- Giucci, Guillermo, Fiera de amor: la otra muerte de Delmira Agustini, Montevideo, Vintén Editor, 1995.
- Machado de Benvenuto, Ofelia, Delmira Agustini, Montevideo, Editorial Ceibo, 1944.
- Medina Vidal, José, et al., Delmira Agustini: seis ensayos críticos, Montevideo, Editorial Ciencias, 1982.
- Renfrewm, Nydia Ileana, La imaginación en la obra de Delmira Agustini, Montevideo, Letras Femeninas, 1987.
- Riestra, Sylvia, Delmira Agustini y su mundo, Montevideo, Club del Libro, 1982.
- Rodríguez Monegal, Emir, Sexo y poesía en el 900 uruguayo. Los extraños destinos de Roberto y Delmira, Montevideo, Alfa, 1969.
- Rosembaum, Sidonia Carmen, Modern Women Poets of Spanish America: the precursors, Delmira Agustini, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, New York, Hispanic Institute in the United States, 1945.
- Santandreu Morales, Ema, Delmira Agustini, ala y llama, Montevideo, Revista Iberoamericana, 1945.
- Silva, Clara, Genio y figura de Delmira Agustini, Buenos Aires, EUDEBA, 1968.
- ––– Pasión y gloria de Delmira Agustini, Buenos Aires, Editorial Losada, 1972.
- Stephens, Doris T., Delmira Agustini and the quest for trascendence, Montevideo, Géminis, 1975.
- Varas, Patricia, Las máscaras de Delmira Agustini, Montevideo, Vintén Editor, 2002.
- Visca, Alberto Sergio, Correspondencia íntima de Delmira Agustini y tres versiones de «Lo inefable», Montevideo, Biblioteca Nacional, 1978.
- Zum Felde, Alberto, Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su literatura, Montevideo, Claridad, 1944.
- ––– Crítica de la literatura uruguaya, Montevideo, Maximino García, 1921.
Artículos
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- Badet, André, «Delmira Agustini», en Revue Mondiale, Paris, agosto 1, 1931, págs. 256-264.
- Burt, John R., «Agustini’s Muse», en Chasqui, núm. 1, vol XVII, mayo, 1988, págs. 61-65.
- Cabrera, Sarandy, «Las poetisas del 900», en La literatura uruguaya del 900, Montevideo, Número, 1950.
- Cáceres, Esther de, «Prólogo», en Antología, Montevideo, Biblioteca Artigas (Colección de Clásicos Uruguayos), 1965.
- Cortazzo, Uruguay, «Delmira contextual (Discusión de la tesis de Ileana Loureiro de Renfrew)», en Revista de la Biblioteca Nacional, núm. 26, diciembre 1989, Montevideo, Uruguay, págs. 49-66.
- Escaja, Tina, «“Hoy abrió una mujer en mi rosal”: Magdalena redimida o la invención del modernismo», en Territorios intelectuales. Pensamiento y Cultura en América Latina, Javier Lasarte V. (ed.), Caracas, Fondo Editorial La Nave Va, 2001.
- García Pinto, Magdalena, «Introducción», en Poesías completas, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 2000.
- Gatel, Angelina, «Delmira Agustini y Alfonsina Storni: dos destinos trágicos», en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 174 (junio 1964), págs. 583-594.
- Kirkpatrick, Gwen, «The limits of Modernismo, Delmira Agustini and Julio Herrera y Reissig», en Romance Quarterly, 1989, Aug., 36:3, págs. 307-314.
- Luisi, Luisa, «La poesía de Delmira Agustini», en Poesías, Montevideo, Claudio García & Cía., 1944.
- Molloy, Sylvia, «Dos lecturas del cisne: Rubén Darío y Delmira Agustini», en La sartén por el mango, Patricia E. González y Eliana Ortega (eds.), San Juan, Puerto Rico, Ediciones Huracán, 1984.
- Real de Azúa, Carlos, «Ambiente espiritual del 900», en La literatura uruguaya del 900, Montevideo, Número, 1950.
- Rodríguez Monegal, Emir, «La generación del 900», en La literatura uruguaya del 900, Montevideo, Número, 1950.
- Ugarte, Manuel, «Delmira Agustini», en La dramática intimidad de una generación, Madrid, Prensa Española, 1951.
- Vitale, Ida, «Los cien años de Delmira Agustini», en Vuelta (Sudamericana) 2 (1986), págs. 63-65.
- Zambrano, David, «Presencia de Baudelaire en la poesía hispanoamericana. Darío, Lugones, Delmira Agustini», en Cuadernos Americanos, núm. 3, mayo-junio 1958, vol. XCIX.
- Zadoya, Concha, «La muerte en la poesía femenina latinoamericana», en Cuadernos Americanos, núm. 5, sept.-oct., 1953, vol. LXXI.
- Zum Felde, Alberto, «Prólogo», en Poesías completas, Buenos Aires, Editorial Losada, 1971.
http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/agustini/biografia/biografia_02.htm