jueves, 20 de diciembre de 2007

H.H.

Angelo Moratti era un próspero empresario italiano que se había enamorado del fútbol en su infancia y se había empeñado en hacer historia en el equipo de sus amores. Cuando era un niño, Angelo había quedado prendado del aurea mística que rodeaba la figura de Giuseppe Meazza, el ídolo de toda Italia que había hecho carrera y fortuna vistiendo durante más de una década la camiseta del Internazionale de Milan.

El Inter, diminutivo con el que toda Italia bautizó al equipo, se había convertido en el equipo de millones de italianos que soñaban con alcanzar algún día la fama de Meazza y convertirse, uno a uno, en el mejor jugador del mundo. Pero no todos los sueños tomaron forma de realidad y prácticamente todos se quedaron en el tirados en el camino de la torpeza, la dejadez o la mala suerte. A Moratti, no llegar a ser futbolista no le había supuesto una significativa ausencia de ánimo pues su objetivo principal era el de convertirse en historia del Inter, fuese desde dentro o desde fuera del terreno de juego.

Poco a poco fue creciendo como directivo a medida que iba construyendo un equipo cada vez más competitivo hasta que se dio de frente con su propio destino. El Inter alcanzó la final de la Copa de Ferias en 1960 y todos viajaron a Barcelona con la ilusión de consagrarse en el plano europeo, pero el Barcelona les borró del mapa y Moratti quedó impresionado con un esquema táctico que cimentaba su base en una defensa bien poblada y un centro del campo duro y organizado. Lo primero que hizo Moratti tras mascar la derrota fue preguntar por el arquitecto que había construido aquel equipo y le remitieron a dos iniciales que apuntó con letras de oro en el resquicio más importante de su memoria.

H.H. eran las siglas que identificaban a Helenio Herrera, un defensor de frustrada carrera que se había empeñado en convertirse en un gran entrenador. Tras abandonar el juego con la conciencia tan limpia como su historial de títulos se sentó en el banquillo del Puteaux francés y poco a poco fue subiendo escalones en su nueva carrera profesional hasta hacer campeón de España a Atlético de Madrid y Barcelona.

Se trataba de un entrenador que había hecho de la disciplina su filosofía de vida y a cada paso que daba su figura se iba glorificando, al tiempo que dejaba para la historia un puñado de frases memorables.

Moratti se había propuesto contratarle y no tardo ni dos días en acecharle una vez se hubo enterado de su salida del Fútbol Club Barcelona por la puerta de atrás. El acuerdo fue rápido porque ambos buscaban el mismo objetivo: ganar de cualquier manera.

Con Herrera nació un Inter más italiano que nunca en el sentido que se convirtió en un equipo en el que afloraban todos los valores de la vieja escuela transalpina; presión, organización, disciplina y limitadas licencias en el plano ofensivo. El Inter de Herrera se convirtió en una roca infalible que creció siendo un equipo difícil de ganar y se consolidó como un equipo que lo ganó todo.

Y en plena vorágine de éxitos el Inter se plantó en la final de la Copa de Europa de 1964 tras dejar en la cuneta a Everton, Mónaco, Partizan y Borussia Dortmund en cuatro eliminatorias que fueron construyendo una leyenda pintada en azul y negro. El rival no era otro que el Real Madrid, un equipo que, un lustro atrás, se había convertido en invencible y regresaba a su final para poner fin a cuatro años de sequía.

Herrera, al que ya apodaban “El Mago”, conocía al Madrid de su estancia en España; le había visto crecer desde la nada hasta la gloria de la mano de Di Stéfano y sabía que para ganarles hacía falta una dosis de motivación extraordinaria. Y Herrera, que se conocía a sí mismo, sabía que había nacido psicólogo desde el momento en el que se sentó en un banquillo y motivó a sus jugadores hasta el punto de borrar de sus ojos el miedo a la Saeta Rubia, al Mayor Galopante y a la Galerna del Cantábrico. Un brillo de nostalgia iluminó la mirada de “El Mago” cuando vio nacer la convicción en las palabras de sus futbolistas y respiró una bocanada de aire en forma de conformidad, al igual que aquel día en el que se paseó por el césped del viejo Chamartín minutos antes de un derbi madrileño y tras aguantar estoicamente toda clase de amenazas e improperios, regresó al vestuario para decirle a sus jugadores “Señores, ya pueden saltar sin miedo al campo, esos de arriba ya se cansaron de gritar”.

Herrera vivió el comienzo del partido con la angustia agarrada a su pecho e intentó mordisquear una uña para paliar su necesidad de acontecimiento. No se sentía solo porque sabía que en el alma de sus jugadores corría el mismo cosquilleo de incertidumbre y de miedo al vacío, no se sentía solo y aquello le aportó una necesaria dosis de tranquilidad; minutos atrás había convencido a sus jugadores de su valor y había intentado borrarles el miedo a la fiera que les esperaba sobre el césped, como aquella vez que un turbulento viaje en avión hizo crecer el miedo a la fatalidad en las gargantas de los jugadores del Barcelona y él asomó la cabeza por encima de todos y les dijo “Señores, mañana les espero a todos en el entrenamiento a las diez y media de la mañana”.

Herrera asistió con aire de conformidad a la soberana lección que su equipo fue proponiendo sobre el terreno de juego del Prater de Viena y se regodeó en su ego cuando comprobaba como todas las miradas que vivían a su alrededor le daban la razón una y otra vez. Poco antes del partido les dijo a sus jugadores que estaba seguro de que iban a ganar y estaban ganando, el viejo de Helenio, pensó para sí mismo, siempre tiene razón. La famosa razón francesa que apareció aquel día en el que el autobús que transportaba al Sevilla se cruzó con un coche fúnebre y todos los jugadores intentaron convencer a su entrenador de que aquello se trataba de un síntoma de mal fario, pero él no quiso precipitarse en las garras de un mal augurio y renació de su convencimiento con unas palabras que de ningún modo pudieron apartarle del lado de la razón; “Señores, hoy es nuestro día, este acontecimiento, en Francia, significa buena suerte y en Francia siempre tienen razón, si no, no sabrían hablar francés”.

Herrera vivió con emoción la explosión de Mazzola como máximo protagonista del partido. El bueno de Sandro se había conjugado con la fortuna y había anotado dos goles que estaban poniendo el partido en el lado contrario al que indicaban los pronósticos. Los jugadores del Real Madrid buscaban un motivo que explicase aquella derrota y Herrera respondía en silencio que el secreto estaba en el trabajo, la defensa organizada y los goles de Mazzola. A Helenio le encantaba jugar con los impulsos de Mazzola e incluso aquella tarde previa a la final le había convencido de nuevo de su importancia en el equipo, al igual que aquel día en el que le prometió unos días de vacaciones si anotaba tres goles en el siguiente partido; cuando Mazzola se acercó a su entrenador tras el partido con una sonrisa en los labios y los tres goles en el saco de las misiones cumplidas, Herrera fue claro en sus intenciones “Ahora no puedo darle vacaciones, eres el jugador más en forma del equipo”.

Herrera vivió con entusiasmo la fiesta que los aficionados del Inter montaron en las gradas del estadio vienés y se reconoció a sí mismo como el inductor de aquel ánimo enfervorizado que recorría las venas de cada seguidor del equipo. A Herrera siempre le habían gustado las aficiones que convertían los estadios en hervideros de pasión y se convertían en un jugador más del equipo, porque Herrera siempre se había declarado fiel seguidor del hincha apasionado y lo había dejado claro aquel día que se dirigió a la masa social del Inter desde el estrado de la prensa y les animó diciendo “Señores, ustedes no vienen al teatro, cuando vengan a San Siro espero verles ondeando una bandera y entonando un grito de ánimo”.

Herrera comprobó con satisfacción como el equipo ejecutaba a la perfección el trabajo que llevaban practicando durante los últimos años. A Herrera le habían bautizado como “El Mago” por su capacidad para reinventar el fútbol clásico de toda la vida, pero para él no había más secreto que el de haber hecho evolucionar el famoso cerrojo del suizo Kart Rappan (y que los italianos habían rebautizado con el nombre de “Catenaccio”) e incorporar a la defensa un jugador más otorgándole una total libertad en tareas de marcaje. A este defensa le bautizaron como “defensa escoba” y esta fórmula del éxito había catapultado a Herrera al olimpo de los dioses. Y una vez más, Herrera supo que iban a ganar aquella final mucho antes de que el partido terminase, pero no por desprecio al rival sino por plena confianza en sus jugadores, de la misma manera que lo pensó aquel día en el que el Barcelona estaba a punto de jugar un partido de máxima trascendencia y se dirigió a sus jugadores para decirles “Señores, este partido lo ganaremos sin bajar del autobús”.

Herrera no se alteró con el gol de Puskas porque conocía el desenlace del partido de antemano, porque para él no existían callejones sin salida ni situaciones imposibles, mucho más cuando los minutos corrían a favor como estaba ocurriendo entonces. Herrera era enemigo de los fatalismos y siempre encontraba una solución para hacer creer a sus jugadores que cualquier adversidad podía ser superada si creían ciegamente en su trabajo, de la misma manera que convenció al mundo de su valor como estratega aquel día que ganó un partido con un jugador de menos y sentenció serenamente que “fue fácil porque el fútbol se juega mejor con diez jugadores que con once”.

Y Herrera recibió el final del partido con el orgullo de sentir la gloria agarrada a su espalda y con una nueva victoria que vestía su palmarés de oro. Aplaudió a sus jugadores y al público y felicitó al rival por el esfuerzo realizado porque para él lo cortés nunca había quitado lo valiente. Aquella no significaba una victoria más sino que significaba la victoria de un nuevo fútbol de cuatro defensores sobre el clásico fútbol de tres zagueros en el fondo, una victoria que a los más puristas les sabía amarga y que a Herrera le sabía a gloria mientras mascaba de nuevo su razón. Porque para Helenio Herrera no existía más razón que la suya y sus razones movían montañas al igual que la fe de los más creyentes y para él, no existían personas más creyentes de sí mismos que sus propios jugadores, y eso lo había podido experimentar por vez primera aquella vez que se vino arriba en el ánimo cuando las circunstancias pintaban de negro el partido más inmediato al conocer que uno de sus mejores futbolistas había llegado al estadio con treinta y ocho grados de fiebre. “¿Treinta y ocho?”, le preguntó. “Formidable. Los atletas baten todas las marcas cuando corren con fiebre y usted hará el partido de su vida”. No hace falta adivinar que aquel jugador hizo el partido de su vida, de la misma manera que lo habían hecho los jugadores del Inter aquella inolvidable noche de mayo de 1964.



P.D. Tengo vacaciones hasta después de Reyes y estaré unos cuantos días sin poder deleitarme leyendo vuestros blogs. Felices fiestas a todos y que recibais el año 2008 con la misma ilusión con la que yo despido este 2007.

martes, 18 de diciembre de 2007

Aprender a creer

Cada vez que hay partido vuelvo a imaginar su mirada. Durante años, sumergido en la procesión de lamentos que le proporcionó su sufrida afición al Atleti, mi padre se conformó con hora y media de transistor llegando, la mayoría de las veces, a un final anticipado, click, obligado por la desazón. Ya éramos pequeños y le sentíamos sufrir en silencio ante cada partido de los suyos. Es el sufridor que conoció días mejores y lleva años padeciendo la ignominia de un equipo que no lucha por nada. Como el orgullo se le fue apagando a medida que cosechaba derrotas, empezó a creerse esa milonga del pupas e incluso fue capaz de sobrevivir en su coraza asimilando ridículos con frecuencia.

Pero todo era un engaño porque él también esperaba la resurrección. Todos los años se vestía de magia en la primera jornada del años y acababa con el corazón cubierto por el luto cada final de liga. Y ahora que todo empieza a ser distinto, hasta su sonrisa de esperanza comienza a contagiar mis propias ilusiones. Le escuchas hablar de Agüero y hasta te crees que nunca ha visto nada igual. Lo cierto es que hace tantos años que admiró a Gárate, Pereira o Leivinha que ahora que encuentra el oasis de la idolatría le cuesta reconocer que ha pasado muchas décadas en blanco. Aunque la verdad, a él nunca le gusto pensar en blanco.

Algo parecido le pasa a mi hermano. Esto de ser del Atleti se ha convertido en un doble ejercicio de autocontrol. Por un lado debes saber compartir los sueños con el simpático angelito que se posa en el hombro izquierdo y te obliga a seguir soñando; esa es la fe eterna de quien quiere recuperar el tiempo perdido. En el hombro derecho se sitúa el diablillo puñetero de la costumbre que te obliga a mirarle de frente a la realidad un lunes tras otro; es el globo que se hincha de manera contínua y te ayuda a explotar de ira de vez en cuando. A Manuel le pasa algo parecido en su afición al Atleti; por un lado, en cada uno de sus mensajes de móvil intuyo la ilusión de la victoria, por otro, cada vez que algo va bien, desprende de su voz cortada la desconfianza de lo conocido. Parece que hay que dar por descontado que las cosas se acabarán torciendo más temprano que tarde.

Es a lo que nos han acostumbrado. A menudo escucho a los viejos aficionados contarme que un día le ganaron dos finales de copa en su propio estadio al mejor equipo de la historia y no me imagino a un Atleti tan pequeño como el que me han querido enseñar. Tengo amigos, e incluso familia, que parecen conformarse con ganar los partidos importantes y autoflagelarse en la derrota porque le han hecho creer que el Atleti es así de desgraciado. Un equipo que ha luchado más de una docena de ocasiones codo con codo por la liga, que ha disputado casi una veintena de finales de copa y que incluso ha llegado en alguna ocasión a rozar la gloria europea no puede lamentarse de su fatídico destino. Antes de autoconvencerse por el presente hay que aprender del pasado; hay que saber que tipos como Escudero, Collar y Adelardo fabricaron una ilusión y que en la memoria de sus goles debemos apoyar nuestro ánimo. El Atleti solamente puede mirar hacia adelante. En ello estamos y de ello debemos convencernos.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Un charco de crítica en el jardín de los elogios

A menudo, cuando éramos pequeños, y en el ejercicio de nuestra inconsciente travesura infantil, a mis hermanos y a mí nos gustaba chinchar a mi abuelo, que era un poquito cascarrabias. Él, alzando su mano de manera amenazante, nos sentenciaba con una frase que se convirtió en lapidaria; "Quién juega con lumbre se quema". Era una manera de decirnos que si seguíamos haciéndole la puñeta al final nos repartiría un puñado de sopapos con los que quitarnos la tontería.

Dentro del extenso y rico glosario de frases hechas con el que cuenta el castellano, a jugar con fuego le llamamos rondar el peligro de manera inconsciente y reiterativa. Muchas veces crees que estás haciendo las cosas bien, escuchas las voces engañosas de quienes te alaban y, embelesado, te niegas a ver que la realidad puede llegar a ser mucho más dura de lo que imaginas.

Durante años, el Atlético estuvo jugando con el fuego de la permanencia hasta que al final bajó a los infiernos y se abrasó del todo. No es tan trágica la situación de ahora, ni mucho menos, involucrados en la ambiciosa lucha por el título y en plena racha victoriosa y goleadora, pero comienzo a detectar una euforia que no va ni mucho menos acorde al juego practicado por el equipo.

A las tres últimas victorias conseguidas en liga le han seguido comentarios excusatorios como "tiramos de oficio", "ganamos, que es lo que cuenta" o "estos partidos, antes los perdíamos". Cómo si eso lo explicara todo. No hay más ciego que el que no quiere ver.

Como si de un ejercicio de suicidio concedido se tratase, el Atlético se ha acostumbrado a jugar cediendo ocasiones a su rival, perdiendo el control del centro del campo y aprovechando la ocasión aislada. Y mientras los aduladores del resultado siguen sonriendo satisfechos cada lunes por la mañana, nadie quiere darse cuenta de que el equipo está jugando con fuego, porque llegará el día en el que el rival aproveche las ocasiones, llegará el día en el que el rival se de un baño de gloria, llegará el día en el que no entrará la ocasión aislada y entonces el Atleti se quemará. Será entonces cuando nos llevemos todos las manos a la cabeza y comencemos a reflexionar sobre si a este equipo no le están dando más elogios de los que merece.

A veces, una crítica es tan necesaria y útil como todos los millones de alabanzas, porque una vez que encentras la fórmula y te sonríen los resultados, el siguiente paso es el de encontrar el juego, porque a la felicidad solamente conduce el trabajo bien hecho. A la pregunta de si se ha encontrado el camino correcto, la respuesta es que sí. A la pregunta de si se están dando los pasos adecuados, la respuesta es que no.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

El nacimiento de las estrellas

Mientras el régimen venezolando apuraba sus últimos coletazos, a principios de 1958, Estados Unidos y la Unión Soviética, ajenos al mundo, acrecentaban su crisis institucional proponiendose una guerra en pleno espacio sideral. Así, mientras el Sputnik se hacía añicos y el Explorer conquistaba su particular parcela galáctica, el resto del planeta intentaba hacer frente a sus problemas más cotidianos. China dio un paso al frente de su integración introduciendo el alfabeto latino, España defendía su pequeña parcela sahariana en Ifni, Roma lloraba la muerte del papa Pío XII y Brasil celebraba, en forma de apoteósis, la victoria de su selección en el mundial de fútbol celebrado en Suecia.

Un mundial que había nacido un par de años antes con el inicio de las rondas clasificatorias. Entre las cuarenta y ocho selecciones inscritas, todo un record para la época, se encontraban Argentina (ausente desde 1934) y la URSS (en su primera participación), y se habían retirado, por problemas políticos y raciales, países en contínuo conflicto interno como China, Egipto o Turquía.

La renuncia de Egipto rebotó en el País de Gales que, sin haberlo esperado previamente, se encontró con una segunda oportunidad para obtener el pase clasificatorio. Resulta que el último enfrentamiento de la zona asiática había deparado un duelo definitivo entre Egipto e Israel. Al negarse Egipto a jugar contra quien consideraba violaba los derechos humanos, la FIFA recurrió a Europa para encontrarle rival al país hebreo. Al final la pelota llegó a Gales que, tras ser previamente eliminada, recuperó la oportunidad, ganó sus dos duelos a Israel y obtuvo el pasaporte para viajar a Suecia y competir contra los mejores. De no haber sido así, el mundo se hubiese perdido un enfrentamiento frente a Brasil que deparó uno de los goles más bellos de la historia de los mundiales.

Tras empatar a tristeza y dudas contra Inglaterra, los jugadores brasileños afrontaron el partido decisivo contra la URSS en conocimiento de lo que se jugaban; o ganar o volver a casa. Didí y Nilton Santos conocían la fórmula ganadora y así se lo hicieron saber al seleccionador Feola. "O pone usted a Garrincha, Pelé y Vavá o nos vamos todos a Brasil". Dicho y hecho. Feola consintió el consejo y facilitó el trabajo de sus capitanes. Brasil ganó a la URSS y el mundo descubrió la magia de dos jugadores distintos. En Garrincha se adivinaba el descaro de quien solamente juega para divertirse. En Pelé se adivinaba la frescura y atrevimiento de la insultante juventud.

Argentina, por su parte, viajó a Suecia con un excesivo nivel de confianza. Seguros de sí mismos y del nivel del fútbol argentino, prepararon la cita bastante por encima. Viajaron a Suecia faltos de entrenamiento y de equipaje. De esta manera, tras perder el sorteo de camisetas en su primer partido tuvieron que pedir prestada la equipación amarilla al país anfitrión. Allí llegó la primera derrota. El seleccionador señaló a los jugadores por falta de compromiso y los jugadores señalaron al seleccionador por falta de valor. Al final el desastre se consumó con una eliminación inesperada a las primeras de cambio y con un revuelo de vergüenza que invadió el país de arriba a abajo y que se cebó con cada uno de los futbolistas en su cabizbajo regreso a Buenos Aires.

Años después, cada integrante de aquel fracaso, intentó analizar, a su manera, el breve paso de Argentina por el mundial de Suecia. El genial Labruna, que había acudido al mundial en el ocaso de su carrera, dijo que "Fuimos con los ojos vendados porque no estábamos preparados de ninguna manera para afrontar tres partidos en una semana". El capitán Dellacha intentó justificarse diciendo que "Nosotros estábamos acostumbrados a jugar solamente los domingos y a entrenar martes y jueves. Ahí radicó nuestro fracaso. Pagamos el precio de creer que con lo que teníamos nos daba para bailar a los europeos". Y es que nadie dudaba de que Argentina era superior a cualquier combinado europeo y así lo ratificó el Nene Sanfilippo: "Veíamos a los checoslovacos y pensábamos que les íbamos a meter catorce. El número siete de ellos era tan torpe y grandote que nos causaba hasta risa. Nos hizo tres". La sentencia final la proclamó el seleccionador Stábile: "Hemos aprendido mucho de este mundial. Cuando regresemos a Argentina tendremos que variar nuestros planes. Solamente así lograremos vencer a los europeos". Asi quedó dicho, pero Argentina hubo de esperar otros veinte años para encontrar una mentalidad y un juego acorde a las exigencias de un campeonato del mundo.

Pelé llegó a Suecia de casualidad. Meses antes, el club Santos de Sao Paulo quiso cederlo al Internacional de Porto Alegre. Tras varios informes bien detallados, el club de Porto Alegre envió el siguiente telegrama: "Pelé no interesa. Desconocido. Manden a Pagao". Pagao era uno de los veteranos delanteros que tenía en nómina el Santos y aquel viejo telegrama aún decora una las paredes de la sede del club paulista.

Brasil, que tras la tragedia sufrida en 1950, tenía una cuenta pendiente con su afición, viajó a Suecia acompañada por una veintena de periodistas y un dentista. Se trataba del mayor despliegue mediático jamás conocido hasta entonces; quedaba claro que no les iban a pasar ni un fracaso más. Aunque mucho más que los periodistas acreditados, tuvo que trabajar el dentista de la expedición ya que, durante el mes que duró el campeonato tuvo que extraer la asombrosa cantidad de sesenta y dos dientes entre todos los componentes del plantel.

Días antes del gran partido, las dos delegaciones finalistas recibieron dos curiosos telegramas. Al equipo sueco le llegó un soplo de ánimo de parte de la federación italiana en pos de defender el orgullo europeo. A Brasil, el ánimo se lo insufló su viejo rival Uruguay quien, de parte de toda sudamérica, le deseó suerte y le dio las gracias por su juego y por "haber salvado el prestigio del fútbol mundial".

Final aparte, pocas veces se ha dado tanta importancia al partido por dilucidar el tercer y el cuarto puesto. El encuentro, que tradicionalmente había sido jugado con jugadores suplentes, fue tomado por el seleccionador francés como un camino perfecto hacia la venganza. Dolido por los daños ocasionados por el ejército alemán en suelo francés durante la reciente y cruenta guerra mundial, el preparador galo dio entrada y ánimo encendido a sus mejores jugadores. El partido terminó con una soberana lección francesa y con un marcador final de seis goles a tres con exhibición incluída del magnífico delantero Just Fontaine.

Fontaine fue, Pelé y Garrincha aparte, el gran protagonista del mundial de Suecia. Tras un fulgurante y exitoso inicio de carrera en Francia, el joven delantero se descubrió en un mundial donde batió todos los records anotando trece goles en seis partidos. El record, tanto de goles como de promedio anotador, aún sigue vigente y el francés aprovechó el tirón de su fama para cumplir uno de sus sueños; lanzar su carrera como cantante. Aunque no tenía una gran voz, vendió muchos discos y el dinero recaudado le ha servido para pasar cómodamente el resto de sus días ya que su carrera futbolística, desafortunadamente para él, no duró mucho más, puesto que una grave lesión le obligó a decir adiós al fútbol pocos años después.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Samba acrobática

El paso de la selección brasileña por España en 1982 nos dejó a todos el sabor único de un fútbol diferente, de la alegría colectiva, de la individualidad exquisita, del remate certero y de la derrota dulce en el día más triste.

Como en un ejemplo de la nueva samba que gustaban derrochar en el terreno de juego, los jugadores brasileños tuvieron en la pobre Nueva Zelanda al sparring más adecuado con el que practicar sus nuevas fórmulas de felicidad. En cada llegada al área rezumaban el aroma del peligro más improvisado y en cada toque final dejaban atrás una larga jugada dibujada de pie a pie. Un rizo que rizaron con el segundo gol de Zico.

La jugada dejó varias cosas claras. Una, que Sócrates era un jugón como la copa de un pino, otra, que Leandro fue un lateral impresionante y la última, que a Zico le cabían en el cuerpo todos los recursos. De esta manera, los últimos cuatro toques se convirtieron en la simbiosis perfecta del equipo soñado.

Tras recibir de Zico e intentar la imposible, Sócrates hubo de volver sobre sus pasos regateando con la facilidad que le permitía su clase suprema, cómo un anticipo del Zidane que resurgiría década y media después, taconeó como sin querer hacia la omnipresencia de Cerezo quien, a un toque, comprobó como evidente que Leandro era el puñal perfecto en el que poner media puntilla a la mejor jugada. El lateral, desmarcado e insólitamente preparado durante toda la jugada, recibió en condición privilegiada y con un sutil toque de interior regaló medio gol a un Zico que optó por el adorno para convertir aquel logro en un regalo para la memoria.

En aquella media chilena de Zico quedaron patentes los valores de un equipo mágico que no ganó un título pero que se ganó el corazón y el recuerdo de miles de aficionados. Algunos optaron por obviar al derrotado e inaugurar discursos de resultadismo. Otros, como yo, empaparon su infancia con los mejores flashes del espectáculo y, aún hoy, sigo encendiendo mi televisor con la ilusión de volver a encontrar un equipo que mueva la pelota con la precisión que lo hacía aquel Brasil del 82.


martes, 4 de diciembre de 2007

Crónica de Juanra (grandísimo amigo y seguidor de este blog) sobre su viaje a Anfield para ver el Liverpool - Oporto

UNA TARDE CON BILL

Con una finísima lluvia nos recibía Liverpool la mañana del miércoles a eso del mediodía.
Miguel y yo, estábamos ansiosos de devorar la ciudad, habíamos llegado mejor de tiempo de lo que calculamos. El primer paso era desembarazarnos de mi pesada maleta.
Pronto tuvimos nuestro primer contacto con la dualidad de esta ciudad con sus dos equipos de fútbol. Miguel, ya os iré hablando de él, cuenta entre sus muchas virtudes la de ser una persona increíblemente abierta, es por eso que cuando me giré ya había entablado una conversación con el responsable de la consigna.”Grán partido esta noche, nosotros estaremos en Anfield”.
Enseguida me di cuenta por la emoción del hombre de que el rojo no entraba en su escala de colores. Vaya puntería la nuestra, de lleno, con el primer hincha del Everton.
Una vez en consigna la maleta, el siguiente paso era enfundarse las camisetas. Ambos el ocho de Gerrard que unos meses antes Katia nos había conseguido por internet a muy buen precio.
Así pues, con las camisetas y una rebequita por encima salimos de la estación y saboreamos el fresco aire de Liverpool.
Nada más salir de la estación nos recibe una Torre muy alta, donde se encuentra el edificio de Correos, Se asemeja a la torre de control de un aeropuerto y en sus cristaleras se anunciaba un dial, 97.6 RadioCity.
Como os he dicho por su altura nos sirvió como punto de referencia durante todo el día.
A la derecha se levantan majestuosos dos edificios que más tarde supimos era el palacio de justicia y nos comentaron que en el se encuentra el órgano más grande del mundo. Ian, de quien más tarde os hablaré fue quien nos proporcionó este dato después eso sí de haber ingerido algunas cervezas por lo que siempre nos quedará la duda de la veracidad del dato ¡Mi buen Ian!
Estos dos colosos los presiden un buen número de estatuas de personajes británicos, cubiertos de una capa verdusca producto de la humedad que impregna esta ciudad. Imagino que los inviernos aquí hán de ser muy duros, sin embargo la gente de por aquí debe es de otra pasta, es una ciudad acostumbrada a sufrir, en todos los sentidos, por eso no nos extrañó tanto ver a algún osado en manga corta a finales de noviembre.
La pregunta era obligada. “The Cavern Please?”
No hay muchos momentos en la vida como el de tomarse una cerveza con un grandísimo amigo al que hace que no ves siete años en la cuna donde empezaron los Beatles. Os lo juro, el tiempo se detiene, y fue un momento increíble que nunca olvidaré.
Antes habíamos estado en otro Cavern que aunque muy bonito nada tenía que ver con el pub donde ellos empezaron.
Allí, fue donde conocimos a Ian. Estaba al fondo de la barra. Rapada su cabeza y sin ningún diente sano que se adivinase, y con su cerveza como fiel compañera, estaba deseando entablar conversación. Con Miguel, fue cuestión de minutos. Enseguida le hicimos una batería de preguntas, que Miguel traducía con una buena dosis de paciencia.
Ian comenzó a contarnos los comienzos de Steven Gerrard allá en su barrio no lejos de allí. Nos contó como de pequeño se rompió la tibia y el peroné y creyeron que perdería la pierna.
También que le apodaban MARTILLO.
Se le notaba orgulloso cada vez que le preguntábamos por algo relacionado con el Liverpool.
Tenía en su muñeca, una de esas pulseras que están de moda, esas de colores que reivindican algo.
Esta también lo hacía. Ni más ni menos que las noventa y seis victimas que tuvieron lugar en el estadio de Hillsborough el quince de Abril de 1989.

Esa pulsera debería de tener un gran valor simbólico para él, por eso cuando me la regaló me sentí muy honrado .Era un regalo de corazón de alguien a quien acababa de conocer. Me sentí muy honrado, de veras.
La idea inicial, las que casi nunca se cumplen, había sido tomarnos algo en The Cavern, para proseguir nuestra rápida visita por la ciudad pero una cosa era lo planeado y otra muy distinta lo que al final pasó.

No pudimos disfrutar de la vista de la ciudad desde el Mersey. Ni ver la Catedral de Liverpool. Para la próxima nos consolábamos miguel y yo, como sabedores de que el objetivo al menos de ese viaje estaba teniendo su alumbramiento en ese lugar y dentro de pocas horas tendría su culminación en Anfield Road.
Una combinación de cerveza, excelente compañía y buena música da como resultado que el tiempo se detenga y que casi no nos percatásemos que eran aproximadamente las seis de la tarde y que cierto cosquilleo en el estomago nos anunciaba que era el momento.
Cogimos un taxi, son baratos en Liverpool. Al menos comparados con Londres, como dice Miguel.
Después de unos diez minutos, allí estaba. Anfield está enclavado en una barriada a las afueras de Liverpool, por las indicaciones de los carteles, no muy lejos de su gran rival de la ciudad, el Everton. Se levanta como tímido entre las casas adosadas que conforman el barrio. Por los cuatro lados de Anfield hay viviendas. Nos comentaban que la mayoría de ellas ya están cerradas. Es de suponer que el Club ha ido expropiándolas para la construcción del nuevo estadio que tendrá lugar dentro de un par de años.
Es Anfield, a mi entender un estadio de sus gentes al igual que el equipo. Como casi todos los equipos Ingleses. Esa cercanía entre el club y los aficionados es algo que es inconcebible en España, y eso que no conocimos la época de Bill Shankly, que como me contaba mi gran amigo Pablo, les sacaba a dar un paseo por la ciudad para decirles que toda esa gente a la que veían trabajaba durante toda la semana para pagar una entrada para ir a verlos el domingo. Detrás de la mítica grada Kop, a unos escasos diez metros, se encuentra “The Alberts”.
¡Dios mío! Sus paredes rezuman fútbol. Entras dentro y comienzas a imaginar cuantos momentos se han vivido entre esas bufandas, banderas, camisetas, fotos que inundan el pub. Tantos momentos como el que yo he vivido. No hay hincha del Liverpool que no asome su curiosidad a The Alberts, cuando no es para tomarse una cervecita previa al partido. Me resultó anecdótico, dada la fama que precede a los hinchas ingleses, de violentos, el ver como campaban unos hinchas del Oporto cantando sus canciones ante la respetuosa mirada de los ingleses.
Le dije a Miguel que preguntase a Ian quien de Manchester, Everton o Chelsea consideraban el auténtico rival, poco tiempo le costó responderme. El Manchester sin duda, me dijo.
Yo volví a insistir ¿Y cuando los hinchas del Manchester vienen, también entran en The Alberts con esta naturalidad con la que lo hacen los del Oporto?
Los hinchas del Manchester no vienen a Liverpool, sentenció Ian.
Antes de entrar en el estadio, aún visitamos la llama perpetua que recuerda las victimas de Hillsborough. A su derecha la famosa puerta presidida por el YOU’LL NEVER WALK ALONE, la foto de rigor con Bill Shankly (lo más parecido a Dios por estos lares).
Y por fin dentro. Nuestras localidades, por el simple hecho de estar en la Kop ya eran privilegiadas pero nos había tocado algo esquinados. No tardamos en cambiarnos esperando que no se llenase el estadio y así poder tener un sitio aún mejor.
Nada más lejos de la realidad. Al igual que en otros estadios la gente apura hasta última hora pero os aseguro que el estadio estaba hasta la bandera. Tán sólo una franja de unas cincuenta localidades situadas a la derecha de los seguidores del Oporto que quedaron libres por motivos de seguridad. En el césped dos porterías portátiles se situaban a la izquierda de las de campo. Para calentamiento de porteros sin necesidad de estropear el césped antes de tiempo. Por cierto en perfectas condiciones éste, para una gran noche de fútbol.
El estadio es el clásico estadio inglés. Con esas columnas en mitad de la grada que sustentan el techo. Su marcador, austero, nada que ver con esos marcadores que parecen los casinos de las vegas. En este tan sólo se leía el resultado del partido ¡Como en los viejos tiempos! Y es que hay cosas para las que el progreso debía de tomarse un descanso y el fútbol es una de ellas amigos. No hay mejor escenario para disfrutar del inconfundible sabor añejo del fútbol que un estadio británico y si puede ser Anfield pues mejor que mejor.
Salieron a calentar los dos equipos. Para entonces ya había escuchado hasta la saciedad un estribillo que persistió toda la noche. Decía algo así:
¡Rafa, rafa-el Rafa rafa-el Rafa rafa-el Rafael Benítez! Os juro que me impresionó sobremanera como está esa afición con su entrenador. Minutos antes de entrar en Anfield, Katia me había dicho que no lejos de allí había organizada una pequeña reunión de seguidores en apoyo de Rafa Benítez.
Parece ser que los nuevos propietarios americanos, no están muy acostumbrados a exigencias muy propias de un manager general. Espero de corazón que todo se solucione pues la comunión de esa afición con ese mister se palpa por toda la ciudad.
Una vez terminaron ambos equipos el calentamiento llega el clímax con cuarenta mil almas,s obre todo la grada Kop, cantando el You’ll never walk alone ¡Y como suena allí Dios mió! Y subrayo lo de la Kop por que es increíble el como y el cuanto se vive allí desde una hora antes del partido. Durante el mismo es el único lugar del campo donde perfectamente se podrían haber ahorrado los asientos. En todo el partido no vi ni a una sola persona sentada en la Kop.
El partido comenzó. No os haré una sinopsis del partido ya que todos más o menos lo habéis visto aunque sea en resumen. No fue un gran partido, al menos de calidad, que sí de emoción. El niño se salió. Para mí fue el mejor del partido. Gerrard estuvo fallón pero siempre está ahí y sus compañeros lo saben. Benayoun fue de más a menos todo lo contrario que Babel que al final hizo un buen partido. Voronin muy torpón. Me encantaron, aunque esto no es nuevo Carragher y Finnan. El resto estuvo a la altura del choque. El Oporto bien tirando a discreto. Mucho peligro a la contra y sobre todo mucha calidad en sus hombres. El partido se enredó y parecía que no se rompería el empate a uno a pesar del dominio total del Liverpool. Pero la Kop y el resto de Anfield empujaban demasiado y el gol era cuestión de tiempo. Personalmente, canté el segundo como no recordaba haber cantado un gol desde hace mucho tiempo. Allá a lo lejos. En lo alto de preferencia, una bandera española hondea durante todoel partido. No soy mucho de banderas pero debo reconocer que me sentí orgulloso. Después llegaron el tercero y el cuarto. Hasta en eso fuimos afortunados. De los cinco goles de la noche, cuatro fueron brindados debajo de la Kop. Sólo deseo que con la construcción del nuevo estadio el espíritu de la grada Kop permanezca. Con el viejo Anfield se irán muchas tardes de fútbol y muchos de los mejores recuerdos pero espero que ese espíritu permanezca.
Y con el cuarto llegó el final. Miguel y yo nos miramos como certificando que todo aquello había ocurrido en realidad. Nos dimos un abrazo final y dejamos que Anfield se vaciase, nos quedamos en silencio, cansados después de tanta excitación, y al cabo de unos veinte minutos fuimos abandonando por uno de los vomitorios.
Eche una última mirada atrás para dejar albergada en mi mente la última imagen de Anfield. Una imagen preciosa por cierto.
Esta vez volvimos a Liverpool andando, comentando las miles de anecdotas .Hay un buen paseo hasta la ciudad. Se puede hacer pero són cuarenta minutos mínimo. De todas formas no había prisa. Lo cierto es que no habíamos hecho planes sobre lo que íbamos a hacer después del partido. Por un lado habría estado bien salir a celebrarlo pero el cansancio acumulado de días anteriores nos salió todo de golpe.
Decidimos buscar un sitio donde dormir. Noche de Champions en Liverpool es sinónimo de todo ocupado desde hace días. Pero Miguel que tiene muchas tablas, decidió encomendarse a la buena voluntad de los taxistas. Así fue, visto que en el centro estaba todo ocupado, decidimos irnos a las afueras. Bingo, a la primera, el taxista nos dejó frente a un Bed and Breakfast que tenía plazas libres.
La catorce era la nuestra. Estaba en la segunda planta y tenía cuatro literas de dos camas cada una. En total ocho personas íbamos a dormir allí esa noche. De hecho cuando Miguel y yo entramos en la habitación a oscuras al menos cuatro ya estaban acostadas. Haciendo el menor ruido posible nos encomendamos a los brazos de Morfeo. Habían sido muchas emociones en tan sólo un día. Fue cuestión de muy poquito tiempo el quedarnos completamente dormidos.
No madrugamos, nos levantamos a las nueve. Tiempo suficiente para que Miguel comprase un disco de los Beatles en una tienda. Seguramente sonará diferente que el resto lo escuche donde lo escuche. Desayunamos en la estación, antes de rescatar la maleta de la consigna. Apuramos delante de aquel café los últimos momentos, alargándolos como evitando el inexorable final del viaje. Me había prometido que no sería una despedida triste, entre otras cosas por que esta vez no pasará tanto tiempo hasta volver a ver a Miguel ¡Seguro! Pero qué duda cabe que después de aquel abrazo y ya una vez dentro del bus tuve que hacer un esfuerzo para no soltar alguna lagrimilla.
Y así fue como perdí en la distancia a mi buen amigo, la estación y poco a poco a Liverpool hasta llegar al John Lennon Airport. l
Creí que iba a abandonar Gran Bretaña sin hacer más ruido. Que ya se habían agotado todas las anécdotas, pero el destino quiso que una vez facturado el equipaje, echando una ojeada a la cola ¡He allí que estaba él! Un amigo de Juan (creador del mejor blog del Liverpool). Un admirado de Pablo, mi gran amigo, y también admirado mió por su sección en el larguero de la cadena Ser. Si señor, allí estaba Petón viajando conmigo. Y así que lo hizo y a su llegada a Madrid muy amablemente le dedicó a Pablo una postal en la que se leía
“Para mi amigo Pablo, atlético, un abrazo cargado de futuro” En mi casa la tengo a buen recaudo hasta dársela a su dueño.
Este fue mi viaje a Liverpool. Mi consejo para todos vosotros, es que viváis ese momento, antes de que Anfield sea historia viva del fútbol, que ya de por sí ya lo es.
Será un placer proporcionaros todo lo que adjunté por si alguien decide dar el paso. Número de albergues, Bed and Breakfast, etc. No són nada caros. En torno a 15 libras. Ánimo chicos, merece la pena.Ah y teníais razón. Una vez en Anfield me ofrecieron muchas entradas. Incluso en un día como ese siempre hay algo a la venta. Se que sería un poco arriesgado ir sin una pero como última opción….Me encantaría que cada uno de vosotros pudiera cumplirlo. Sin más, un abrazo a todos.Por ultimo sólo me queda dar las gracias al cerebro de este viaje. Con Pablo lo organicé en su gestación, más tarde por causas mayores no pudo acompañarme. Algún día lo haré con él ¡Seguro! A la cabeza pensante, mi amiga Katia que sin ella creo que jamás hubiera podido ir. Ella se encargó de todo y cuando digo de todo es de todo y por último a mi inseparable Miguel. Mi lazarillo durante estos inolvidables cinco días. A todos ellos ¡Gracias por ayudarme a cumplir mi sueño!

viernes, 30 de noviembre de 2007

Queremos marcha

No sé a vosotros, pero a mí me va la marcha. No conozco hasta que punto puede llegar a heriros la desidia y el fracaso contínuo de nuestra selección de fútbol, de muchos, nunca llegaré a saber cual es el grado de implicación emotiva ante cada partido de la roja, lo único que sé es que, tradicionalmente, hemos esperado siempre mucho y nunca hemos conseguido nada.

Por eso quiero marcha. Por eso y porque empieza a cansar verte dispuesto a todo y volverte con las manos vacías después de un par de opacas exhibiciones ante selecciones de segundo nivel. Un día le ganamos a Eslovenia y parece que el mundo está a nuestros pies, otro día barremos a Ucrania y ya no existirá individuo en el ancho universo que sea capaz de tosernos. Y luego pasa lo que pasa, que si un egipcio nos anula un gol legal, que si no somos capaces de saltar un cerrojo griego, que si llega Zidane y su pandilla y nos pone los pies en el suelo... Y aparecen los que ya lo sabían y donde dije Digo digo Diego y no somos nadie y marchese señor seleccionador y tal y tal.

Por eso quiero marcha. Porque doy como hecho preconcebido que nuestra participación en la Eurocopa no llegará más allá de la frontera insalvable de los cuartos de final. Mejor curarse en salud, porque luego llegan los disgustos. Y aquí uno se va haciendo mayor y va perdiendo paciencia en la misma proporción en la que gana kilos en la barriga y canas en la cabeza. Y porque estoy seguro de que después de meterle cuatro a alguna selección de segundo nivel no nos quedarán más portadas para la gloria. Promesas muchas, pero portadas pocas.

Y por eso quiero marcha. Porque para ganarle a Polonia o a Austria ya tendremos amistosos por delante y miércoles de desasosiego, porque para vibrar hay que saltar el listón de las pretensiones y porque para sacar pecho hay que arriesgar a que te lo partan. Así que, no sé vosotros, pero a mí me gustaría un grupo complicado en el sorteo que se celebrará de cara a la disputa de la próxima Eurocopa, porque ya que no vamos a ganar nada, al menos tengamos emociones fuertes ¿No?

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Alma de ex futbolista

El problema de generar ídolos es nuestra obsesión por mitificarlos. A un jugador le ponemos la etiqueta de "mejor del mundo" e inmediatamente está obligado a demostrar que en cada toque de balón guarda la esencia del fútbol mágico. Cuando ha sido capaz de fabricar más realidades que sueños preconcebidos es cuando llega el momento de la adoración, por eso, cuando la mala fortuna acecha y se produce un primer bajón, el perdón se exclama en forma de aplauso forzado. "Otra vez será".

Pero toda paciencia tiene un límite. Como devoradores de fieras que somos, a medida que el fútbol nos va presentando nuevos fenómenos, jugamos a cambiar las piezas de lugar y sustituir de nuestro pedestal al viejo rockero por la novedad deslumbrante. Al principio, cuando Ronaldinho dejó de producir magia para esconder sus regates en el cajón de las asignaturas pendientes, la grada del Camp Nou guardó un respetuoso, aunque inquietante silencio, porque las cosas no iban tan mal y porque en el lugar del mito tambaleante aparecía, emergente, la figura celestial e imparable de Lio Messi. Un soplo de aire fresco en mitad de la tormenta de arena.

Ocurre que todo aficionado tiende a acostumbrar sus gestos a la exquisitez de los aplausos en vez de a la hueca desilusión del gesto torcido. Nos ocurre a todos que, cuando dejamos de ganar empezamos a buscar un culpable y, para su caso, la afición y prensa barcelonista ha encontrado en Ronaldinho la diana perfecta en la que descargar los dardos de su desencanto. Olvidando que un día el brasileño llegó, y actuó, como un Mesías para resucitar al club de cinco años de depresión incontrolada, el aficionado ha dado la espalda a sus recuerdos para reprocharle al ídolo caído su desazón, su incapacidad y su falta de compromiso. Cada día perdido en las paredes del gimnasio pesa como una losa en el prestigio del que ayer fue fenómeno y hoy es sospechoso habitual, y Ronaldinho, más allá de rebelarse contra el mundo, prefiere mirar hacia otro lado y continuar, sin nervio, en su caída libra hacia los infiernos agarrado a las promesas de su mediático hermano como única tabla de salvación en la que depositar su cada vez más desgastado prestigio.

Y yo, que durante años tuve que limpiar mis babas ante las sucesivas muestras de genialidad de un Ronaldinho imparable, me prometí, meses atrás, guardar paciencia ante el crack y ocupar mis dudas en la concesión, sin plazo de caducidad, de un merecido beneficio de la duda. Pero pasan los días, vuelan las semanas y se apagan los meses y Ronaldinho sigue sin hacer acto de presencia más allá de algún fantástico lance a balón parado. Es por ello que ayer comencé a sopesar sobre su merecida suplencia en Lyon y me pregunté, de manera espontánea ¿Es Ronaldinho recuperable para el alto nivel o los excesos y el conformismo le han convertido, ya, en un ex futbolista?

lunes, 26 de noviembre de 2007

Hablando del Madrid con Juanra

Juanra es, para mí, lo más parecido a eso que solemos llamar "mejor amigo". Confidente inigualable, en su alma sigue palpitando el recuerdo de aquel Real Madrid que le emocionó de niño. Sus ojos se iluminan con el recuerdo de un viejo transistor y los goles de Butragueño al Anderlecht cantados de manera inigualable por el mítico Héctor del Mar. Herido en el corazón por la hoguera de vanidades prendida por Florentino Pérez, ha cambiado su clásica euforia por un escudo de defensa en forma de temeridad y cierto pesimismo. Para mí, Juanra es un tipo grande porque con pocas palabras es capaz de expresar todo lo que siente y yo puedo dar fe de que sigue sintiendo mucho.

El Fútbol de Pablo: ¿Por qué eres del Madrid?
Juanra: Quizá porque lo mamé en mi familia

EFDP: ¿Toda tu familia es madridista?
J:

EFDP: ¿Cuál es tu primer recuerdo como madridista?
J: Las remontadas del Bernabéu, escuchándolo en la radio junto a mi abuelo

EFDP: ¿Y el mejor?
J: La séptima Copa de Europa

EFDP: ¿Qué recuerdo borrarías de tu memoria?
J: En lo que se ha convertido el Real Madrid

EFDP: Cuando Mijatovic marcó el gol a la Juve sentiste...
J: No se puede describir

EFDP: ¿Y cuándo Zidane enganchó aquella volea contra el Leverkussen?
J: Éxtasis

EFDP: ¿Ha sido Zidane el quinto grande de la historia?
J: Sin ninguna duda

EFPD: ¿Y el más grande de la historia del Madrid quién es?
J: Zidane

EFDP: ¿Y el mejor de todos los que hayas visto?
J: Del Madrid, lógicamente Zidane. Del resto, nadie como Maradona

EFDP: Háblame de la cantera del Madrid
J: Es una fábrica de soldados para el enemigo

EFDP: ¿Algún jugador especial para tí?
J: Gica Hagi me hizo vibrar

EFDP: ¿Por qué se critica a Guti?
J: Porque es mucho talento desperdiciado

EFDP: ¿Y por qué se adoraba a Makelele?
J: Porque sus virtudes venían muy bien al Madrid

EFDP: ¿El error fue venderle o no buscarle sustituto?
J: No creo que los principales problemas del Madrid derivasen de ahí

EFDP: ¿Y cuál fue, entonces, el gran error de Florentino?
J: Su ego. Se enamoró de sí mismo

EFDP: ¿Y su gran virtud?
J: Su dinero y, como consecuencia, su gran poder y extenso abanico de influencias

EFDP: ¿Cuál es tu opinión sobre Ramón Calderón?
J: Que no me gusta

EFDP: ¿Qué cambiarías, pues, del Madrid actual?
J: Bufff. Tantas cosas que no sé ni por dónde empezar

EFDP: ¿Y qué echas de menos?
J: Humildad

EFDP: La Quinta del Buitre fue...
J: Una gran hornada de futbolistas

EFDP: Y Raúl significa...
J: Es historia viva del Real Madrid

EFDP: ¿Butragueño o Raúl?
J: Raúl

EFDP: ¿Michel o Figo?
J: Figo

EFDP: ¿Martín Vázquez o Zidane?
J: Zidane

EFDP: ¿Sanchis o Sergio Ramos?
J: Sanchís, de momento

EFDP: Y Sergio Ramos ¿Central o lateral?
J: Lateral

EFPD: En la comparación con Fernando Hierro sale...
J: A día de hoy, nadie en España ni en el Madrid, ha alcanzado su nivel

EFDP: ¿Te atreves a confeccionar una alineación histórica del Real Madrid?
J: Casillas, Sergio Ramos, Hierro, Sanchís, Roberto Carlos, Redondo, Figo, Juanito, Zidane, Raúl y Santillana. Obviamente, sólo puedo apostar por jugadores que he visto

EFDP: ¿Y la alineación ideal con la plantilla actual?
J: Eso mejor se lo dejo a Schuster

EFDP: ¿Schuster o Capello?
J: Ninguno de los dos

EFDP: ¿Y Del Bosque?
J: Tampoco

EFDP: ¿Del Bosque hizo del Madrid un gran equipo o el Madrid convirtió al Del Bosque en un gran entrenador?
J: Ambos se necesitaban y ambos se aportaron mutuamente

EFDP: ¿Triunfaría Del Bosque como seleccionador?
J: Tal vez. No creas que estoy muy seguro

EFDP: ¿Raúl Selección?
J: A día de hoy, no

EFDP: ¿Real Madrid o Selección española?
J: La verdad es que ahora no me llenan demasiado ninguno de los dos

EFDP: Cuando gana el Barça sientes...
J: Admiración

EFDP: ¿A qué jugador del Barça ficharías para el Madrid?
J: A Messi

EFDP: Y de cualquier otro equipo, si tuvieses un cheque en blanco ficharías a...
J: Sigo diciendo que a Messi

EFDP: ¿Jugará Kaká en el Madrid?
J: Seguramente sí, porque con dinero se consigue prácticamente todo

EFDP: ¿Volveréis este año a Cibeles?
J: Tengo el presentimiento de que no

EFDP: ¿90 minutis en el Bernabéu son molto longos?
J: Gracias a Dios, aún lo siguen siendo

EFDP: Muchas gracias, crack. Un abrazo
J: Un placer contribuir, Pablo. Un abrazo

jueves, 22 de noviembre de 2007

El nacimiento de la madre de las mejores leyendas

En el mismo año en el que en nuestro país se tambaleaba la monarquía de Alfonso XIII y la dictablanda del general Belenguer terminaba por hastiar a un pueblo sediento de cambio, al tiempo que Lauste y Laudet, dos vecinos franceses, dotaban de sonido al cine y el volcán Strómboli (tubo de escape en la novela de Verne "Viaje al Centro de la Tierra) entraba en erupción, mientras el mundo intentaba curar la herida que el puñal de la crisis había producido en el corazón de Wall Street; las tierras adyacentes al Río de la Plata engalanaban su ánimo y su sonrisa en víspera de celebrar el primer campeonato mundial de fútbol.

Fue un mundial sin sorteo previo. Sin sorteo, ni fase de clasificación, ni siquiera con certeza de disputa, puesto que fueron muchos los participantes que a última hora se bajaron del carro, bien por falta de presupuesto para afrontar un viaje a través del Altántico o bien a modo de protesta por la elección a dedo del país organizador. De esta manera, el sorteo de grupos y la confección del campeonato fue realizado apenas dos días antes del comienzo del mismo, por lo que la primera premisa fue la de estar seguros de que todos los inscritos de manera definitiva hubiesen embarcado en Montevideo. Con la certeza bien documentada, se realizaron los preparativos y se organizó un campeonato que, con los años, fue ganando en prosperidad y entusiasmo.

Para una ocasión tan inigualable no podía faltar una pelota facilmente distinguible. El balón fabricado para el mundial era de color marrón oscuro, al estilo de las pelotas clásicas, formada por gajos rectangulares unidos en una costura exterior de nylon fuerte. Las costuras, más propias de la tortura que de un juego, hacían que cabecear el cuero fuese más un acto de masoquismo que un intento por prolongar la jugada; para ello, muchos futbolistas optaron por jugar ataviados por una boina a la que, los más pícaros, rellenaron de cartón. Algo así como "mens sana in cabeza sana".

El día catorce de julio, mientras la lejana Francia celebraba el aniversario de su más célebre revolución, el defensor rumano Steiner pasó a formar parte de la historia más triste de los campeonatos del mundo. Durante el partido en el que su selección venció a la de Perú por tres goles a uno, el peroné de su pierna derecha hizo crack y se convirtió, de esta forma, en el primer lesionado de gravedad en la historia de los mundiales. Como en aquella época no había lugar para los cambios, Rumanía hubo de aguantar el resultado de forma heroica, con sus diez valientes efectivos sobre el terreno.

Como todo gran acontecimiento, el campeonato también tuvo su particular obra majestuosa. Esta no fue otra que la construcción de un gran estadio en el límite de Montevideo. Le bautizaron como "Centenario" y los años lo han convertido en templo y gloria del deporte. Pese a la extraordinaria rapidez en su construcción, la inauguración llegó más tarde de lo previsto; unos culparon a las lluvias y otros a la mala planificación, pero mientras la burocracia expedía los últimos trámites para su estreno, eran los estadios de Pocitos y Parque Central los encargados de albergar los primeros partidos del torneo. Cuando se abrió al público por vez primera, el cemento estaba tan fresco que los visitantes pudieron grabar sus nombres para la posteridad y las obras estaban tan inacabadas que, mientras los futbolistas cambiaban su traje de calle por el de faena en el corazón del vestuario, se vieron obligados a ser testigos del trabajo de los afanados obreros mientras sacaban a la calle los últimos sacos de cemento y las últimas bolsas de escombro.

El día veintiuno, mientras Rumanía repetía presencia, esta vez frente al aclamado anfitrión, el público preesente tuvo la suerte de asistir a una de las más célebres exhibiciones de la historia del fútbol. Poco después de haber anotado el tercer gol, uno de los delanteros uruguayos cayó al suelo para ser atendido, en pleno terreno de juego, por el masajista local. Los rumanos estaban tan exhaustos que no tuvieron tiempo ni para protestar, pero más curioso resultó, aún, ver como, durante el tiempo que duró esta asistencia, el medio Anselmo anotaba el cuarto gol para los locales. Lógicamente, y vista la pasividad de los rumanos, no iban a ser los charrúas quienes protestasen la irregularidad del incidente.

Cuando Argentina certificó su pase a la final, medio país se agolpó en los puertos adyacentes al Río de la Plata. Los que no tuvieron la oportunidad de cruzarlo, tuvieron que conformarse con la imagen sonora de su transistor para seguir las evoluciones del encuentro. En la Avenida de Mayo, frente a la Casa América, el propietario de un negocio de comunicaciones tuvo el ingenio de sacar un par de parlantes a la calle y sintonizar el partido para todo Buenos Aires. Lo que en principio había sido una singular idea, terminó por convertirse en una enfervorizada manifestación de ánimo. La avenida tuvo que ser cortada y los guardias de seguridad se vieron obligados a hacer acto de presencia ante la pasión generada por la multitud. Nadie se atrevió a hacer cuentas de lo que la locura colectiva hubiese podido generar con una victoria argentina en aquella final.

En el camino hacia aquella final, Argentina había tenido un movido enfrentamiento frente a la selección francesa. Lo curioso de este partido es que terminó seis minutos antes de cumplirse el tiempo reglamentario. Cuando el delantero galo Langiller encaraba en solitario el marco argentino, el público local, deseoso de una rápida eliminación argentina, ocupó parte del terreno de juego presa de los nervios y el ánimo exhacerbado. Ante el asombro generado por el acontecimiento, el árbitro brasileño Almeido Rego optó por suspender la contienda y dar validez al uno a cero que indicaba el marcador. Y fue entonces cuando se desató la guerra. La afición invadió el campo, los jugadores hubieron de huir despavoridos y uno de los jueces de línea se vio obligado, amilanado por las amenazas, a convencer al árbitro para que decretase la reanudación del partido. Los jugadores argentinos, ya con un pie en la ducha, alegaron que su futbolista Roberto Cherro había sufrido un desmayo víctima de la tensión, por lo que no estaban en condiciones de regresar al césped en situación de igualdad. El árbitro se refugió en su caseta, el partido se decretó como finalizado y la situación terminó por enfriarse y convertirse en anécdota.

De cara a la final, toda Argentina confiaba en su director de orquesta Luis Monti. Monti era un tipo fuerte, de los que no se escondían y confiaban en su condición física para hacer relucir ante el mundo el brillo de su talento. Argentina resistía en la cima con los goles de Stabile, la clase de Varallo y Ferreira y, por encima de ellos, la presencia en comandancia del centrocampista Monti. Como durante un amistoso disputado un par de años antes, el bueno de Monti la había emprendido a puñetazos con el ídolo uruguayo Lorenzo Fernández, la expedición argentina atribuyó las amenazas recibidas como el comportamiento vengativo de algún aficionado lunático. Pero Monti sabía que detrás de aquellas amenazas de muerte había algo más que la promesa de un hincha enfervorizado. A Monti no le dejaron dormir durante las dos noches precedentes a la final, a Monti le obligaron a jugar el partido más importante de su vida cohibido por el miedo y arrugado por las voces de ulterior. En el campo, sus compañeros clamaban al cielo para que Monti recuperase el espíritu y en la grada, dos desconocidos italianos llamados Marco Scaglia y Luciano Benetti sellaban una corta conversación con una sentencia firme: "Dentro de noventa minutos sabremos si tendremos que matarlo a él, a su madre u ofrecerle mucho dinero para ir a jugar a Italia".

Y es que detrás de las amenazas recibidas estaba escondida la mano y la palabra de Benito Mussolini. Su plan resultó tan maléfico como eficaz a la postre; Argentina debía ser derrotada y Monti debía convertirse en culpable. Argentina salió derrotada y Monti regresó a su país como un cobarde. Tras varios días de maltrato y menosprecio, aceptó una sorprendente y "casual" oferta para ir a jugar a Italia y cambiar su tristeza por prosperidad. Cuatro años después, Luis Monti saltó al campo como un italiano más, después de culminar su nacionalización, y cumplió el sueño de convertirse en campeón del mundo ataviado, esta vez, con la zamarra azurra transalpina.

Para que nos hagamos una idea de la "importancia" que tenían los entrenadores en aquellas primeras fechas futbolísticas, podemos hacernos eco de las palabras postreras, pronunciadas por dos de las estrellas del campeonato. Treinta y seis años después de celebrar su victoria, el exquisito interior Pedro Cea le contó a un periodista alemán que "la mayoría de los entrenadores, entre los que incluyo a Suppici (profesor de educación física y técnico uruguayo en 1930) son unos charlatanes. El entrenador tiene en el desarrollo del juego menos influencia que el peor de los jugadores, cuánto más habla de tácticas más perjudica al equipo". Por su parte, Francisco Varallo, extraordinario filtrador argentino confirmó que "Cuando fuimos al mundial de Uruguay, de director técnico vino Francisco Olázar, pero los que armaban el equipo eran Ferreira, Monti, Zumelzú y Cherro. El consejo más importante que nos dió fue que no comiéramos sandwiches de salami antes de los partidos".

El resultado de la final fue celebrado con dosis opuestas de desencanto y desenfreno en las dos orillas del Río de la Plata. En el lado argentino rebrotó la violencia de otras decepciones y la embajada uruguaya sufrió las iras del pueblo. Uruguay, por su parte, tras estar al límite de romper relaciones diplomáticas con su vecino, se convirtió en una auténtica algarabía. La gente inundó las calles con consignas victoriosas, las gargantas rebrotaron en cientos de cánticos en honor al campeón y el gobierno entendió tanto el valor de aquella victoria que declaró el treinta y uno de julio como día de fiesta nacional.