Detrás del sudor, del sofoco y del grito, se encuentra, escondido para muchos, el talento. Detrás del aplauso fácil, se encuentra el sonido de la admiración. Ese “oooo”, bien prolongado, que, precedido de un silencio, termina convirtiéndose casi en un himno para nuestra percepción sensorial. Cuando existe un futbolista capaz de ponernos los pelos de punta somos capaces de perdonar los pecados porque su expiación vive en sus pies de seda.
Los futbolistas de clase, generalmente, nos parecen
lentos. Son trucos de prestidigitador. Realmente son más veloces que el resto
porque piensan antes y mejor. Lo que sucede es que ejecutan con tal elegancia
que nos hacen creer que lo suyo es fútbol a cámara lenta. Lo que muchos, casi
con desprecio, denominan como fútbol de salón no es sino la sublimación de lo
exquisito. Todo equipo necesita gladiadores, nadie lo niega, pero bendito aquel
que cuente con un tipo distinto, uno de esos que, con un click, son capaces de
virar el rumbo de una jugada.
La maravillosa historia de cuento que vivió el
Leicester durante la temporada 2015 – 2016, estuvo impulsada por la bravura de
tipos que no esconden nada; sudor, esfuerzo, personalidad, generosidad,
apremio. Vardy, Drinkwater, Kanté o Allbrighton, eran tipos de perfil bajo que,
gracias a su propia estima, se convirtieron en piezas imprescindibles para el
líder de la Premier. Nadie hubiese podido imaginar la situación de aquel Leicester
sin la presencia de alguno de ellos. Pero quien realmente sujetó la situación fue
el genial Riyad Mahrez.
Mahrez, como Zidane, tiene sangre argelina que supura
calidad suprema en cada acción de juego y, como Zidane, hace del control y la
conducción un arte porque tiene pegamento en cada pie y un pincel en la punta
de la bota. No voy a cometer la osadía de comparar a Mahrez con Zidane porque
el actual entrenador del Real Madrid levantó al mundo de sus asientos durante
una década y el futbolista argelino del Manchester City apenas lleva un lustro
asombrando al personal, pero la relación les viene por su manera de mover el
cuerpo, su manera de tocar la pelota y su manera de encontrar siempre un
momento para la distinción.