Cuando los sueños se acaban, cuando la derrota persiste, cuando el
fracaso achecha, cuando todo se
va al carajo, es cuando salen a la
palestra los aduladores de la verdad. La condición humana es tan
sibilina que basta un tropiezo para buscarte la torpeza y un buen salto
para auparte al olimpo de los elegidos.
Lo más meritorio que
consiguió Simeone tras su llegada al Atlético no fueron los títulos.
Estos son tan sólo un premio al trabajo bien hecho, una recompensa mayor
a un cúmulo de ilusiones concentradas
en un objetivo común. Lo realmente meritorio, más allá de la recompensa,
fue conseguir que un equipo muerto reactivara su actividad vital. Aquel
era un grupo de jugadores bajo el dedo de la sospecha que acumulaban
fracasos por el peso de la duda. Simeone, más allá de la estrategia
futbolística, les enseñó a no dudar y, sobre todo, en creer.
Durante años nos arroparon bajo un mantra que, ya de por sí manido, no
dejaba a nadie fuera de la idiosincrasia del nuevo Atleti; pasara lo que
pasara, no había que dejar de creer. Aquellos profetas de la esperanza
se apoyaban sobre la base sólida de un equipo en crecimiento, por ello,
en cuanto los primeros fracasos han asomado a la puerta y las primeras
grandes decepciones se han llevado consigo parte de la ilusión, muchos
de ellos han sido los primeros en poner el grito en el cielo y dejar
claro que aquello de la fe era un campeonato de mus con las cartas
marcadas.
Ahora que no hay agua, ahora que el dique ha estallado y el mar ha buscado su orilla natural, aquellos que se tiraban de cabeza guardan ahora la ropa y dicen que prefieren no nadar en el barro. Es lógico, fueron demasiados los años caminando por un camino de inmundicia como para renunciar ahora a al vasto prado floreado. Pero, más allá del erial de juego y resultados, no quieran comparar el descampado de hoy con la travesía por el desierto de ayer. Si algo consiguió Simeone, más allá de la recomposición del puzle, fue el aumentar el nivel de exigencia hasta situarlo en una cima insospechada. Aquellos que ayer lloraban por su futuro son los mismos que hoy se lamentan por su presente. Y lo hacen con el equipo en segunda posición y con nueve puntos de ventaja sobre el quinto. Bendita exigencia, Cholo.
Ahora que no hay agua, ahora que el dique ha estallado y el mar ha buscado su orilla natural, aquellos que se tiraban de cabeza guardan ahora la ropa y dicen que prefieren no nadar en el barro. Es lógico, fueron demasiados los años caminando por un camino de inmundicia como para renunciar ahora a al vasto prado floreado. Pero, más allá del erial de juego y resultados, no quieran comparar el descampado de hoy con la travesía por el desierto de ayer. Si algo consiguió Simeone, más allá de la recomposición del puzle, fue el aumentar el nivel de exigencia hasta situarlo en una cima insospechada. Aquellos que ayer lloraban por su futuro son los mismos que hoy se lamentan por su presente. Y lo hacen con el equipo en segunda posición y con nueve puntos de ventaja sobre el quinto. Bendita exigencia, Cholo.