Después de una despedida siempre queda una lágrima amarga que no se quiere secar, siempre queda una deuda eterna que no se puede compensar, siempre queda un rescoldo tras la capa de ceniza gris que resulta casi imposible de apagar. Después de una despedida queda un pasado y se dibuja un recuerdo. En el pasado viven los hechos tal y como fueron, en el recuerdo viven los momentos tal y como los vivimos. El pasado de Raúl es admirable para todos, el recuerdo de Raúl sólo es verdaderamente admirable para unos pocos.
Si mentir es desdibujar la realidad, entonces no podríamos dormir con la conciencia tranquila si dijésemos que Raúl no ha sido el jugador más importante del Real Madrid durante los últimas cuatro décadas. Cuando el llegó, el equipo ya coleccionaba ligas como el crío que guarda sus canicas en su particular bote de conquistas, pero hacía casi treinta años que no alzaba la Copa de Europa, un trofeo que, durante varios años, creyó tener en legítima propiedad. Durante su estancia, el equipo siguió coleccionando ligas y levantó al cielo de Europa su copa más preciada en tres ocasiones. Si este dato invita a dudar podríamos añadir los doscientos veintiocho goles en liga y los sesenta y seis goles en Copa de Europa, los dos goles en tres finales de Champions, aquel gol en la Intercontinental ante Vasco o la cifra, aún no superada, de cuarenta y cuatro goles como internacional absoluto.
Datos. Si los datos contienen toda la verdad, entonces no podríamos negarnos a reconocer su grandeza. Pero más allá de los datos existe el espíritu y en Raúl no hemos podido reconocer simplemente a un goleador implacable y a un voraz coleccionista de títulos, si no que, además de ganador, ha sido líder. O quizá fue una cosa la que llevó a la otra y todo a la vez lo que le convirtió en leyenda.
Ahora, más allá de los datos, de los títulos y del espíritu ¿Qué queda? El recuerdo y la realidad. En el recuerdo queda la memoria de unos años innegables, de un siete imparable, de un inventor de goles, de un chico listo que sabía vivir dentro y fuera del área. En la realidad queda la crudeza de unos años a la sombra de las rentas, bajo el manto protector de la prensa y ofuscado pese al cariño incondicional de su prole más fiel.
Dijimos que mentir puede significar desdibujar la realidad. Bajo esta premisa podríamos volver a afirmar que Raúl ha sido el jugador más importante del Real Madrid durante los últimos cuarenta años y no encontraríamos muchos aficionados que nos rebatiesen. Pero, bajo esta premisa, decir que Raúl ha sido el jugador más importante de la historia del fútbol español, es dejarse llevar por el forofismo.
Quién sabe lo que hubiese sido el mejor Raúl dentro de este irrepetible grupo que forma la actual selección española. Es posible que hubiese vivido feliz con los centros de Xavi, que hubiese dibujado desmarques para Iniesta y que hubiese fusilado a los porteros en más ocasiones de Villa. Es posible. Pero eso sería jugar al fútbol ficción. La realidad dice que desde que él se fue el grupo creció, que desde que él no está el grupo deslumbró, que desde que él dejó de ser convocado el equipo empezó a jugar como los ángeles y a ganar como los auténticos campeones. Eso también es un dato, y los datos contienen toda la verdad.