Durante el verano de 1960, José Carlos Bauer viajó a África para acompañar a un joven equipo amateur en una gira que le llevaría por distintos campos de fútbol donde aprenderían una nueva cultura y una nueva manera de vivir el fútbol. Bauer, que era un técnico de reconocido prestigio en Brasil, arribó en Lourenço Marques, capital de Mozambique, con la esperanza de encontrar una conclusión y algún jugador válido para el futuro de la selección brasileña, pero no esperaba, ni mucho menos, quedar asombrado con el fútbol trepidante, fuerte y potente que practicaba un joven local de apenas dieciocho años y que respondía al nombre de Eusebio.
De regreso a Brasil, y una vez concluida la gira por tierras africanas, el equipo pasó unos días en Portugal y Bauer aprovechó para visitar a su viejo amigo Bela Guttman, un antiguo jugador húngaro que se había licenciado como entrenador en Brasil y ahora aplicaba su magisterio futbolístico en el Benfica de Lisboa. El encuentro no tuvo más emotividad que la que suelen mostrar dos amigos agradecidos de volver a verse, y entre las muchas palabras que salieron durante su tertulia salió el nombre de aquel joven jugador mozambiqueño que había sorprendido a Bauer. “Yo no puedo ficharlo”, le dijo a su amigo Guttman, “en Brasil hay cientos como él. Pero estoy seguro de que a ti sí te podría valer”.
Dicho y hecho. Guttman sintió el gusanillo de la curiosidad revoloteando en la boca del estómago y pocos días después viajó hacia Mozambique para descubrir las maravillas de las que tanto le había hablado su viejo y admirado amigo. Apenas vio jugar a Eusebio durante quince minutos y ya se había dado cuenta de que frente a él había una futura estrella mundial.
Eusebio viajó a Lisboa de la mano de Guttman mientras el Sporting, club vecino y rival del Benfica, negociaba el traspaso del jugador con el Club Lourenço Marqués, equipo, en el que, hasta entonces, había jugado la joven estrella. La leyenda de sus goles se había propagado por todo Portugal y todos los equipos viajaban a la capital de Mozambique para interesarse por el chico, pero el chico ya no estaba en Lourenço Marqués y nadie conocía su paradero.
El Benfica lo mantuvo escondido durante varias semanas a la espera de apaciguar la tormenta que había desatado el “secuestro” y cuando consiguió calmar las ofendidas voces que llegaban desde el Sporting haciendo saber a cada uno de sus dirigentes que Eusebio solamente pensaba jugar al fútbol como benfiquista, presentó la primera ficha profesional del jugador y lo presentó ante el mundo como una de sus estrellas.
Aquel Benfica de 1961, con Eusebio curtiendo los modales de su juego en el equipo juvenil, consiguió alzarse con la Copa de Europa y, pocas semanas después, viajó a París para defender su honor de campeón continental en un partido amistoso contra el Santos de Pelé, equipo que, por aquel entonces, y después del temprano hundimiento del Real Madrid en la última edición de la Copa de Europa, estaba considerado como la mayor referencia a nivel mundial. El partido comenzó siendo un paseo para los campeones de Brasil y terminó convirtiéndose en el partido de Eusebio. El baile de la primera parte concluyó con un más que significativo tres a cero a favor del Santos y fue en aquel momento, mientras Guttman mascaba aquel ridículo paseando por el vestuario, cuando decidió darle la alternativa a aquel jugador que había traído desde África y con el que llevaba varios meses trabajando para intentar pulir su exceso de potencia y aportarle una técnica más acorde a sus cualidades. Y Eusebio no decepcionó a nadie y el partido concluyó con un memorable seis a tres a favor del Santos tras un segundo periodo en el que Eusebio destapó todos los tarros de las esencias haciendo tres goles y jugando de una manera maravillosa, tanto es así, que la prensa francesa amaneció el día siguiente con un titular que decía “Eusebio tres, Pelé dos”, obviando por completo el resultado del partido y haciendo referencia a la cantidad de goles que había anotado cada una de las estrellas.
Y una vez conquistado Pelé ya sólo quedaba conquistar Europa. Eusebio se ganó un puesto definitivo en el once titular del equipo a base de goles y en poco tiempo pasó de ser el joven mozambiqueño que les había sacado del entuerto en París a convertirse en la mayor referencia de un equipo que poco a poco fue logrando sus objetivos hasta alcanzar la final de la Copa de Europa por segundo año consecutivo y tras una asombrosa actuación de Eusebio en semifinales y que había servido para dejar fuera al temible Tottenham inglés.
La final volvió a enfrentarles a un equipo español. Si la temporada anterior había sido el Barça el que había caído a la lona golpeado por los goles lisboetas, ahora era el Real Madrid el equipo que intentaría arrebatarles el derecho a seguir soñando con un nuevo campeonato. El nombre del Real Madrid llevaba años recorriendo las conversaciones de medio mundo y Eusebio también había oído hablar, primero en Mozambique y luego en Portugal, de las excelencias del mejor equipo del mundo durante la última década. Antes del partido y mientras se colocaban los uniformes en el vestuario del viejo estadio De Meer, en Ámsterdam, los jugadores del Benfica solamente hablaban de Di Stéfano y de Puskas, y el joven Eusebio, supo de inmediato, que si quería convertirse en el protagonista de la final iba a tener que correr y regatear más que Di Stéfano e iba a tener que marcar más goles de los que hiciese Puskas. La misión, a priori, se presentaba extremadamente difícil.
Y el partido resultó más difícil aún de lo que los dos equipos habían esperado. Tras una primera parte equilibrada en el juego, el Real Madrid se fue al vestuario con la escasa renta de un gol en el marcador y gracias a los tres goles que había anotado el implacable Ferenc Puskas.
Ferenc Puskas. En los grandes nombres del fútbol residían los principales modelos a imitar. Eusebio había quedado impresionado con el altísimo nivel de juego que habían ofrecido las estrellas del Madrid, y aunque muchos de sus jugadores andaban cerca de doblarle en edad, competían con la ilusión y la furia de un juvenil que pelea por un sueño. Resultaba admirable comprobar como, a pesar de haberlo ganado todo, los jugadores del Real Madrid mantenían viva la llama de la ilusión y el hambre de victoria con el paso de los años.
Eusebio se fijó en Puskas y se fijó en Di Stéfano, recordó la apuesta que había hecho consigo mismo minutos antes de saltar al terreno de juego y resopló pensando qué difícil sería eclipsar el talento de aquellos dos jugadores sin igual. Puskas era un gordito que domaba el balón como un hipnotizador domaba la voluntad de sus pacientes y, además, era capaz de chutar con precisión desde cualquier lugar del frente de ataque. Di Stéfano, por su parte, era escudero en defensa y caballero en ataque, un futbolista imparable que convertía cada carrera en el argumento de un libro y cada balón en un regalo de Dios.
Comenzó la segunda parte y el Benfica continuó vendiendo cara su piel, los minutos fueron pasando de ataque en ataque hasta que el virtuoso Colona hizo el empate y los dos equipos se miraron a los ojos dudando entre ofrecerse una tregua o tirar hacia delante dejando que el destino hiciese caer los goles como fruta madura. Y fue cuando el cansancio se había convertido en el auténtico protagonista del choque cuando apareció Eusebio.
Quedaban pocos minutos para la conclusión de la final y Eusebio ya jugaba a otra cosa. Di Stéfano, Puskas y cada una de las estrellas que compartían cada parcela de césped con ellos vistiendo la camiseta del Madrid y también Colona, Augusto, Simoes y todos sus compañeros de equipo, se habían convertido en prisioneros de su propio esfuerzo físico y el cansancio les había invadido hasta dejarlos prácticamente agotados. Pero en cada carrera, en cada esfuerzo y en cada disputa, aparecía Eusebio con la frente alta y la respiración pausada; cuando todos parecían rendirse, él se encontraba más fuerte que nunca.
Y fue aquella fuerza y frescura lo que regaló a Eusebio la oportunidad de convertirse en estrella a ojos del mundo y al Benfica de consolidarse, un año más, como dueño y señor del trofeo más prestigioso de Europa a nivel de clubes. Por su zancada inalcanzable fue apodado “La Pantera Negra”, por sus disparos terroríficos su pierna fue comparada con un cañón y por sus goles decisivos pasó a la historia como el mejor jugador que vistió la camiseta del Benfica.
Dos goles de Eusebio pusieron el definitivo cinco a tres en el marcador y todos los jugadores del Benfica estallaron de júbilo al repetir la hazaña del año anterior. Guttman fue consciente del valor de su trabajo cuando vio a su paisano Puskas acercarse a Eusebio y regalarle su camiseta como premio a su inolvidable actuación. Eusebio mantenía un foco de incredulidad en la mirada y Guttman sonrió complacido mientras daba gracias al cielo y recordaba la primera vez que había oído hablar del muchacho. Efectivamente, Bauer tenía razón.
De regreso a Brasil, y una vez concluida la gira por tierras africanas, el equipo pasó unos días en Portugal y Bauer aprovechó para visitar a su viejo amigo Bela Guttman, un antiguo jugador húngaro que se había licenciado como entrenador en Brasil y ahora aplicaba su magisterio futbolístico en el Benfica de Lisboa. El encuentro no tuvo más emotividad que la que suelen mostrar dos amigos agradecidos de volver a verse, y entre las muchas palabras que salieron durante su tertulia salió el nombre de aquel joven jugador mozambiqueño que había sorprendido a Bauer. “Yo no puedo ficharlo”, le dijo a su amigo Guttman, “en Brasil hay cientos como él. Pero estoy seguro de que a ti sí te podría valer”.
Dicho y hecho. Guttman sintió el gusanillo de la curiosidad revoloteando en la boca del estómago y pocos días después viajó hacia Mozambique para descubrir las maravillas de las que tanto le había hablado su viejo y admirado amigo. Apenas vio jugar a Eusebio durante quince minutos y ya se había dado cuenta de que frente a él había una futura estrella mundial.
Eusebio viajó a Lisboa de la mano de Guttman mientras el Sporting, club vecino y rival del Benfica, negociaba el traspaso del jugador con el Club Lourenço Marqués, equipo, en el que, hasta entonces, había jugado la joven estrella. La leyenda de sus goles se había propagado por todo Portugal y todos los equipos viajaban a la capital de Mozambique para interesarse por el chico, pero el chico ya no estaba en Lourenço Marqués y nadie conocía su paradero.
El Benfica lo mantuvo escondido durante varias semanas a la espera de apaciguar la tormenta que había desatado el “secuestro” y cuando consiguió calmar las ofendidas voces que llegaban desde el Sporting haciendo saber a cada uno de sus dirigentes que Eusebio solamente pensaba jugar al fútbol como benfiquista, presentó la primera ficha profesional del jugador y lo presentó ante el mundo como una de sus estrellas.
Aquel Benfica de 1961, con Eusebio curtiendo los modales de su juego en el equipo juvenil, consiguió alzarse con la Copa de Europa y, pocas semanas después, viajó a París para defender su honor de campeón continental en un partido amistoso contra el Santos de Pelé, equipo que, por aquel entonces, y después del temprano hundimiento del Real Madrid en la última edición de la Copa de Europa, estaba considerado como la mayor referencia a nivel mundial. El partido comenzó siendo un paseo para los campeones de Brasil y terminó convirtiéndose en el partido de Eusebio. El baile de la primera parte concluyó con un más que significativo tres a cero a favor del Santos y fue en aquel momento, mientras Guttman mascaba aquel ridículo paseando por el vestuario, cuando decidió darle la alternativa a aquel jugador que había traído desde África y con el que llevaba varios meses trabajando para intentar pulir su exceso de potencia y aportarle una técnica más acorde a sus cualidades. Y Eusebio no decepcionó a nadie y el partido concluyó con un memorable seis a tres a favor del Santos tras un segundo periodo en el que Eusebio destapó todos los tarros de las esencias haciendo tres goles y jugando de una manera maravillosa, tanto es así, que la prensa francesa amaneció el día siguiente con un titular que decía “Eusebio tres, Pelé dos”, obviando por completo el resultado del partido y haciendo referencia a la cantidad de goles que había anotado cada una de las estrellas.
Y una vez conquistado Pelé ya sólo quedaba conquistar Europa. Eusebio se ganó un puesto definitivo en el once titular del equipo a base de goles y en poco tiempo pasó de ser el joven mozambiqueño que les había sacado del entuerto en París a convertirse en la mayor referencia de un equipo que poco a poco fue logrando sus objetivos hasta alcanzar la final de la Copa de Europa por segundo año consecutivo y tras una asombrosa actuación de Eusebio en semifinales y que había servido para dejar fuera al temible Tottenham inglés.
La final volvió a enfrentarles a un equipo español. Si la temporada anterior había sido el Barça el que había caído a la lona golpeado por los goles lisboetas, ahora era el Real Madrid el equipo que intentaría arrebatarles el derecho a seguir soñando con un nuevo campeonato. El nombre del Real Madrid llevaba años recorriendo las conversaciones de medio mundo y Eusebio también había oído hablar, primero en Mozambique y luego en Portugal, de las excelencias del mejor equipo del mundo durante la última década. Antes del partido y mientras se colocaban los uniformes en el vestuario del viejo estadio De Meer, en Ámsterdam, los jugadores del Benfica solamente hablaban de Di Stéfano y de Puskas, y el joven Eusebio, supo de inmediato, que si quería convertirse en el protagonista de la final iba a tener que correr y regatear más que Di Stéfano e iba a tener que marcar más goles de los que hiciese Puskas. La misión, a priori, se presentaba extremadamente difícil.
Y el partido resultó más difícil aún de lo que los dos equipos habían esperado. Tras una primera parte equilibrada en el juego, el Real Madrid se fue al vestuario con la escasa renta de un gol en el marcador y gracias a los tres goles que había anotado el implacable Ferenc Puskas.
Ferenc Puskas. En los grandes nombres del fútbol residían los principales modelos a imitar. Eusebio había quedado impresionado con el altísimo nivel de juego que habían ofrecido las estrellas del Madrid, y aunque muchos de sus jugadores andaban cerca de doblarle en edad, competían con la ilusión y la furia de un juvenil que pelea por un sueño. Resultaba admirable comprobar como, a pesar de haberlo ganado todo, los jugadores del Real Madrid mantenían viva la llama de la ilusión y el hambre de victoria con el paso de los años.
Eusebio se fijó en Puskas y se fijó en Di Stéfano, recordó la apuesta que había hecho consigo mismo minutos antes de saltar al terreno de juego y resopló pensando qué difícil sería eclipsar el talento de aquellos dos jugadores sin igual. Puskas era un gordito que domaba el balón como un hipnotizador domaba la voluntad de sus pacientes y, además, era capaz de chutar con precisión desde cualquier lugar del frente de ataque. Di Stéfano, por su parte, era escudero en defensa y caballero en ataque, un futbolista imparable que convertía cada carrera en el argumento de un libro y cada balón en un regalo de Dios.
Comenzó la segunda parte y el Benfica continuó vendiendo cara su piel, los minutos fueron pasando de ataque en ataque hasta que el virtuoso Colona hizo el empate y los dos equipos se miraron a los ojos dudando entre ofrecerse una tregua o tirar hacia delante dejando que el destino hiciese caer los goles como fruta madura. Y fue cuando el cansancio se había convertido en el auténtico protagonista del choque cuando apareció Eusebio.
Quedaban pocos minutos para la conclusión de la final y Eusebio ya jugaba a otra cosa. Di Stéfano, Puskas y cada una de las estrellas que compartían cada parcela de césped con ellos vistiendo la camiseta del Madrid y también Colona, Augusto, Simoes y todos sus compañeros de equipo, se habían convertido en prisioneros de su propio esfuerzo físico y el cansancio les había invadido hasta dejarlos prácticamente agotados. Pero en cada carrera, en cada esfuerzo y en cada disputa, aparecía Eusebio con la frente alta y la respiración pausada; cuando todos parecían rendirse, él se encontraba más fuerte que nunca.
Y fue aquella fuerza y frescura lo que regaló a Eusebio la oportunidad de convertirse en estrella a ojos del mundo y al Benfica de consolidarse, un año más, como dueño y señor del trofeo más prestigioso de Europa a nivel de clubes. Por su zancada inalcanzable fue apodado “La Pantera Negra”, por sus disparos terroríficos su pierna fue comparada con un cañón y por sus goles decisivos pasó a la historia como el mejor jugador que vistió la camiseta del Benfica.
Dos goles de Eusebio pusieron el definitivo cinco a tres en el marcador y todos los jugadores del Benfica estallaron de júbilo al repetir la hazaña del año anterior. Guttman fue consciente del valor de su trabajo cuando vio a su paisano Puskas acercarse a Eusebio y regalarle su camiseta como premio a su inolvidable actuación. Eusebio mantenía un foco de incredulidad en la mirada y Guttman sonrió complacido mientras daba gracias al cielo y recordaba la primera vez que había oído hablar del muchacho. Efectivamente, Bauer tenía razón.