Existen personas que, con su silencio, pueden decir mucho más que el mas proclive de los charlatanes; la diferencia entre quienes le aplauden y quienes le silban, reside en la capacidad para saber escucharlos. Para algunos entrenadores, vestidos impecablemente con su traje de aficionado, no existe jugador más intocable que aquel que levanta la grada en gestos, regates y carreras. Y en la inservibilidad de los detalles encontramos la diferencia entre quienes hacen las cosas bien por naturaleza y quienes las hacen bien por prestidigitación.
Quien juega con la conciencia libre y los pies en su sitio, le cuesta menos mantenerse en lo más alto que llegar arriba, porque cuando tienen lo que buscan simplemente ejecutan su misión de la manera más sencilla posible; para jugar al fútbol hay que saber jugar al fútbol. Como en su rol de ganadores no dudan en cambiar su traje de economista impecable por el mono de faena del obrero más sacrificado, el entrenador, como buen jefe que sabe aprovechar sus recursos, recurre al esforzado para endosarle sus marrones. Hágame estas fotocopias, tráigame esos cafés, sáqueme esos informes, reserve mesa en este restaurante. Y como todo lo hacen bien, le cambian el piano por un martillo. Y cuando las cosas salen mal, la culpa es de ese, que no ha hecho bien su trabajo.
Es el sino del trabajador abnegado, del que sabe que cualquier error pone en peligro la estabilidad de su empresa, del que sabe que cualquier protesta pone en peligro su propio puesto de trabajo. A menudo tienen que aguantar, de manera estoica, como alguien con más currículum pero menos preparación ocupa su puesto con la mitad de eficiencia y el doble de elogios, muchas veces terminan su tarea con la satisfacción del deber cumplido pero con la ausencia del reconocimiento debido.
Durante muchas temporadas, Guti fue considerado como la eterna promesa del fútbol
español. El hecho de que así fuera correspondía más al ansia de su club por fichar remiendos en su zona de influencia que en la de confiar realmente en las posibilidades del chico de casa. Cuando al chico le daban la oportunidad de hacer lo que sabía, demostraba que lo sabía era mucho y bueno, pero trabajaba sin hablar, corría sin hacer ruido y celebraba con los dientes apretados. Nada de extravagancias, nada de arreones innecesarios, nada de palabras interesadas. Por allí pasaron Conceiçao, McManaman, Cambiasso, Beckham, Gravesen, Emerson y Gago. Todos pasaron de largo, todos terminaron ganando más dinero que experiencia y todos acabaron sucumbiendo ante el poder del que realmente sabía. Guti sigue allí; con sus mismas maneras de estilista, con sus mismos aciertos mal reconocidos y con sus mismos errores tan subrayados. Y seguirá allí, más madridista que nadie, hasta que los años le manden a casa y el recuerdo consiga que todos los que hoy le echan de más, algún día le echen de menos.
Iniesta es de un perfi
l futbolístico muy parecido. Si el equipo necesita un parche en la izquierda, Iniesta va a la izquierda. Si el equipo necesita un parche en la derecha, Iniesta va a la derecha. Y aunque todos, incluído su entrenador, saben que donde más daño hace es en el vértice superior del centro del campo, el chaval baja la cabeza, cierra la boca y cumple con solvencia tanto en la derecha como en la izquierda. El principal castigo a su constancia e impecable rendimiento es el de no haber recibido, aún, el merecido premio de la titularidad indiscutible, y aunque su entrenador sepa que su rendimiento es superior al resto, cuando tiene a todos disponibles, no duda en sentarle en el banquillo porque en la balanza de problemas, prefiere mil veces el silencio del abnegado, que la protesta del mediático.
Seguirán existiendo. Hoy son Guti e Iniesta y mañana serán otros tantos. Se les ninguneará, se les reconocerá muy de vez en cuando, servirán como coartada perfecta ante las derrotas y como pieza mecánica en las victorias. Otros disfrutarán sus laureles, otros disfrutarán sus aplausos, ellos aguantarán los silbidos y la bronca de la grada, pero nunca dejarán de ser necesarios porque cuando nadie ya les espere y el equipo más les necesite, de sus pies saldrá el balón definitivo y de sus gargantas saldrá el grito más sincero.
Quien juega con la conciencia libre y los pies en su sitio, le cuesta menos mantenerse en lo más alto que llegar arriba, porque cuando tienen lo que buscan simplemente ejecutan su misión de la manera más sencilla posible; para jugar al fútbol hay que saber jugar al fútbol. Como en su rol de ganadores no dudan en cambiar su traje de economista impecable por el mono de faena del obrero más sacrificado, el entrenador, como buen jefe que sabe aprovechar sus recursos, recurre al esforzado para endosarle sus marrones. Hágame estas fotocopias, tráigame esos cafés, sáqueme esos informes, reserve mesa en este restaurante. Y como todo lo hacen bien, le cambian el piano por un martillo. Y cuando las cosas salen mal, la culpa es de ese, que no ha hecho bien su trabajo.
Es el sino del trabajador abnegado, del que sabe que cualquier error pone en peligro la estabilidad de su empresa, del que sabe que cualquier protesta pone en peligro su propio puesto de trabajo. A menudo tienen que aguantar, de manera estoica, como alguien con más currículum pero menos preparación ocupa su puesto con la mitad de eficiencia y el doble de elogios, muchas veces terminan su tarea con la satisfacción del deber cumplido pero con la ausencia del reconocimiento debido.
Durante muchas temporadas, Guti fue considerado como la eterna promesa del fútbol
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Iniesta es de un perfi
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Seguirán existiendo. Hoy son Guti e Iniesta y mañana serán otros tantos. Se les ninguneará, se les reconocerá muy de vez en cuando, servirán como coartada perfecta ante las derrotas y como pieza mecánica en las victorias. Otros disfrutarán sus laureles, otros disfrutarán sus aplausos, ellos aguantarán los silbidos y la bronca de la grada, pero nunca dejarán de ser necesarios porque cuando nadie ya les espere y el equipo más les necesite, de sus pies saldrá el balón definitivo y de sus gargantas saldrá el grito más sincero.