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domingo, 23 de junio de 2013

Rayuela: El destino de un clásico


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Por Gustavo Arango

Si la imitación y el plagio son virtudes, Julio Cortázar es un gran escritor. Así empezaba la primera crítica que recibió Rayuela poco después de ser publicada por la editorial Sudamericana de Buenos Aires, con un tiraje de 5 mil ejemplares, en junio de 1963. Así empezó su aventura entre los lectores y la crítica una novela que llegaría a ser símbolo de la literatura latinoamericana. Una afortunada confluencia de factores contribuyó a convertir en un clásico la novela de Cortázar. Pero el libro del que ahora se celebra medio siglo es distinto al que leyeron las generaciones del pasado.


Un año después de la publicación de Rayuela, en una carta dirigida a Roberto Fernández Retamar, Cortázar destacó la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda. Cortázar era consciente de la trascendencia de los cambios que se estaban dando: Cuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo”.
Para Cortázar lo más importante de Rayuela fue su recepción entusiasta entre los jóvenes. Había escrito la novela que su tiempo pedía. América Latina era sacudida por vientos de cambio, de búsqueda de identidad, motivados en buena parte por la revolución cubana. “La idea de Rayuela es una especie de petición de autenticidad total del hombre, que deje caer, por un mecanismo de autocrítica y de auto-revisión despiadada, todas las ideas recibidas, toda la herencia cultural, no para prescindir de ella, sino para criticarla.
Parte del éxito de Rayuela está en que trascendió el ámbito latinoamericano. En abril de 1967, un año después de la publicación de Hopscotch (la traducción al inglés de Rayuela hecha por Gregory Rabassa), Cortázar recibió en Estados Unidos uno de los recién creados National Book Awards para traducciones. En otoño de ese año, en la revista Novel, apareció por primera vez en ese país un estudio extenso sobre su obra. James Irby, el autor del estudio, vinculaba a Cortázar con Cervantes y afirmaba que Rayuela era una meritoria renovación de la empresa loca propuesta hace siglos en España por el más grande de los antinovelistas. Un reseñista de The New Republic llamó a Rayuela la más poderosa enciclopedia de emociones y visiones que ha emergido de la generación de escritores internacionales de la posguerra. No todo fueron elogios. En The New York Review of Books, John Wain calificó a Rayuela como “monumentalmente aburrida”. Pero el hecho de que la literatura latinoamericana despertara interés en los Estados Unidos contribuyó al interés de los latinoamericanos por sus propios autores.
Uno de los hechos decisivos en la valoración de Rayuela fue la defensa que Carlos Fuentes hizo del libro. En A demanding novel” (Una novela exigente), una reseña publicada en la revista norteamericana Commentary, Fuentes destacó que el Times Literary Supplement de Londres había calificado a Rayuela comola primera gran novela de Hispanoamérica. La reseña era una respuesta a John Wain, quien también había dicho que Rayuelanarra una vida vacía de significancia, incapaz de atrapar la atención de un lector de novelas. Para Fuentes, ese mismo vacío, ahora con un sentido profundamente latinoamericano, era el que podía apreciarse en las películas de Buster Keaton o en personajes como el Mersault de Albert Camus y el Roquentín de Jean Paul Sartre.
Rayuela despertó más interés en Estados Unidos que en Francia, donde Roger Caillois un promotor de la literatura latinoamericana y el primero en divulgar a Borges en ese país se negó a publicarla con Gallimard por considerarla una obra cosmopolita que no refleja ni la situación ni la sensibilidad específica del homo latinoamericanus”. En 1967, cuando por fin salió la edición en francés, con el título de Marelle, los críticos no mostraron entusiasmo. Según Ugnë Karvelis, la segunda esposa de Cortázar, los franceses no reconocieron el “homenaje sofisticado a la literatura francesa”, ni apreciaron “uno de los más bellos libros contemporáneos que se han escrito sobre París.
Con todo y las inconsistencias de la crítica, Francia y Estados Unidos fueron decisivos en el éxito de Rayuela y en la perspectiva latinoamericana que llegó a tener el Boom. En 1966 apareció en París la revista Mundo Nuevo, dirigida por Emir Rodríguez Monegal, y su primer número incluía una entrevista a Carlos Fuentes titulada Situación del Escritor en América Latina. Al final de una reflexión sobre su obra y sobre los nuevos aires del arte en América Latina, Fuentes declaraba: Mis viajes recientes por los Estados Unidos y Europa me han confirmado que hay una apertura de los editores, de los críticos y de los lectores hacia la literatura hispanoamericana”. Fuentes mencionó a Octavio Paz y a Cortázar como los autores más importantes del momento y reconoció los méritos de Vargas Llosa, García Márquez (Acabo de leer las primeras 75 páginas de Cien años de soledad… Son absolutamente magistrales), Rulfo y Borges (a quien reconoce los méritos literarios y reprocha la actitud política). Pero fue Cortázar quien se llevó sus mayores elogios. Cortázar es para mí casi un Bolívar de la literatura latinoamericana.
Al autor de Rayuela lo tenía sin cuidado el futuro de su obra. En una entrevista con Rosa Montero, dijo: “Me pregunto cuál será el destino del libro. Dudo que sea algo más que un inmenso archivo de microfilmes para los historiadores…y anda tú a leer a Rayuela en microfilme. A quién le va a importar. Sería fácil pensar que Cortázar se equivocó en su predicción. Cincuenta años después de su publicación, Rayuela es una novela de culto. Lo que ha desaparecido son los microfilmes. Nuevas generaciones de lectores se identifican con la Maga y Oliveira, y repiten de memoria pasajes como el del beso (“Toco tu boca…”). Pero hay razones para sospechar que pocos exploran a fondo ese libro del que tanto se habla y se hablará por estos días.
Resulta irónico que el éxito que hoy tiene Rayuela se deba en buena parte a las modas y el snobismo. Hoy Rayuela es un libro “importante”, de esos que “hay que leer”, o al menos decir que se leyó, un asunto inevitable al que la gente le da “like”. Pero el espíritu rebelde que le dio origen ha quedado reducido a militancias de redes sociales. Los “lectores inteligentes” y con criterio son de nuevo minoría frente a las multitudes que compran obedientes las novedades que las editoriales, en complicidad con los medios, les imponen. Los buenos escritores enfrentan el dilema entre aceptar las implacables exigencias del mercado o resignarse a la inexistencia. Las dispersas criaturas del futuro, que a Cortázar teníamos sin cuidado, elevamos su Rayuela al pedestal de los clásicos, allá donde se exhiben y se olvidan los libros que quizá podrían salvarnos.