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viernes, 12 de mayo de 2023

De un poeta laureado

 El 12 mayo de 1937, con motivo de la coronación de George VI, John Masefield —el poeta laureado de Inglaterra— leyó un discurso donde el único nombre propio mencionado era el de Marilla Waite Freeman. La historia de la amistad de Marilla y Masefield nos permite apreciar las dimensiones de la mujer biblioteca.

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Marilla Waite Freeman en Memphis




jueves, 25 de agosto de 2022

La felicidad pública

Un fragmento de la novela La mujer biblioteca (Ediciones El Pozo, 2021).

Encuentro de bibliotecarios en Atlanta en mayo de 1899. 
Marilla Waite Freeman es la chica en medio de los hombres con bigotes de morsa.


 En mayo de 1899, Marilla asistió al congreso general de la American Library Association, en Atlanta (Georgia). Allí fue tomada la primera foto suya que encontré: la del cuello largo y las morsas a su lado. Marilla era una mujer espléndida de veintiocho años, y su éxito con la Biblioteca Pública de Michigan City no había pasado desapercibido. Marilla presentó en el congreso la ponencia “Manejo de bibliotecas públicas pequeñas”. Allí están esbozados con claridad los principios que regirían su vida profesional y su idea del papel de las bibliotecas en la sociedad:

La biblioteca pública no solo debe ser el centro educativo del pueblo o la ciudad, y en ocasiones su centro artístico; también debe convertirse –en el lenguaje de la nueva sociología– en un centro de servicio social. Esa es la gran oportunidad que tiene la bibliotecaria de la pequeña biblioteca pública. Es afortunada en el privilegio de tener un contacto personal con su público, y de ella depende, en buena medida, la atmósfera de la biblioteca. La bibliotecaria debe estar alerta, tener tacto, ser anfi­triona agradable, preparada al mismo tiempo para dar sugerencias útiles a los tímidos o indecisos y para responder con rapidez e inteligencia al hombre que sabe lo que quiere y lo quiere de inmediato. Permitámosle, si es posible, encontrar algún tiempo para relacionarse personal­mente con los lectores. Si la “pequeña biblio­tecaria” conoce, como debe, los libros que maneja, y si recuerda no solo los nombres y los rostros, sino las diferentes personalidades de sus lectores, puede –de manera callada y discreta– dirigir la tendencia general de la vida intelectual de su comunidad. Debe ser accesible, no solo dentro de la biblioteca, sino también fuera de ella, y es importante que no rechace que los niños en la calle la señalen y la reconozcan como “la mujer biblioteca”. Debe estar lista, no solamente para presentarse, sino para responder entusiasta a conversaciones sobre libros y sobre la biblioteca, incluso en ocasiones sociales donde “comerciar” se considera tabú.

La expresión “library lady” se traduciría de manera más aproximada como “señora biblioteca”, porque hay algo de respeto en la palabra “lady” (que también se puede traducir como dama). Pero, si somos muy literales, hay algo que se pierde –o hay ganancias indeseadas– en la traducción. Lo que Marilla intenta señalar es la expresión informal de una ingeniosa metáfora. Cuando la veían y la señalaban en la calle, los niños no decían que era la señora que trabajaba en la biblioteca (aunque esa era la idea de ese afectuoso reconocimiento), sino que Marilla misma era la biblioteca.

La lectura de Marilla en el congreso de la ALA –su primera aparición pública importante– debió producir sorpresa entre sus oyentes. Era una mujer joven e inteligente que parecía tenerlo todo muy claro sobre la función de las bibliotecas y sobre las estrategias para convertirlas en centros vitales de sus comunidades. Fue su presentación en sociedad. Desde entonces se convirtió en figura destacada del gremio de los bibliotecarios en los Estados Unidos. En su presentación, Marilla no solo hizo despliegue de entendimiento y sutileza, también de una personalidad segura y atrevida, capaz de hablar sin titubeos hasta con el “hombre que sabe lo que quiere y lo quiere de inmediato”. Ese sería el tono de sus artículos sobre bibliotecas durante seis décadas. Ya en su primera lectura estaban claros sus temas y los rasgos que caracterizarían su persona pública: una feminidad fuerte, una inteligencia a la que ningún tema o ámbito le eran ajenos, una clara consciencia de su poder y su influencia.

En la presentación –que Library Journal reseñó con detalle y luego publicó en su integridad– Marilla habló de una variedad de temas. Como tuvo la fortuna de ofrecerla justo el Día de los niños, se refirió en primer lugar a los espacios de la biblioteca que debían destinarse a los más pequeños y a la manera de interesarlos en los libros. Habló de los tamaños de las mesas, de la disposición atractiva de los libros y hasta de la actitud general con esos “clientes especiales” de la biblioteca: “No hay que excluir a los más pequeños. Si son capaces de escribir su nombre, son bienvenidos”. Habló del trabajo en colaboración con los maestros de las escuelas. Propuso estrategias para que muchos gestionaran la expedición de su tarjeta de lector y se informaran sobre los títulos disponibles: convenios con la prensa, carteles en las calles, despliegues en las vitrinas. También reflexionó sobre las ventajas y desventajas de dar acceso completo a los estantes, un tema de acaloradas discusiones en aquel tiempo: “El acceso del público a los anaqueles –ya sea total o parcial– no solo ahorra tiempo al público y a la bibliotecaria, sino que es la fuente de esa libertad y satisfacción que debe ser inherente a una institución cuyo primer propósito es la felicidad pública”.

Leer a Marilla requiere estar preparados para saltar de los detalles más triviales a las preocupaciones primordiales del ser humano. Así como el acceso del público a los estantes conduce de inmediato al tema de la felicidad pública, cada uno de los temas sobre los que escribiría a lo largo de su vida tendría las resonancias de un tratado de filosofía.

Uno de los puntos centrales de su presentación en Atlanta fue la necesidad de promover ampliamente las bibliotecas: “El primer artículo en el credo de los bibliotecarios modernos debe ser publicitar”. Habló de la importancia de lo visual. Propuso que la biblioteca hiciera exposiciones y despliegues relacionados con las lecturas de los clubes o con algún evento o personaje destacados. Contó que, para la Navidad de 1898, su biblioteca había decorado dos paneles, uno con imágenes de la Virgen, “tomadas de revistas o prestadas por amigos de la biblioteca”, y el otro con portadas de revistas dedicadas el tema. Adicionalmente, las paredes de la biblioteca fueron decoradas con carteles. Explicó que las imágenes de los paneles se cambiaban cada semana y que, en el momento, había reproducciones de pinturas de artistas modernos. Esas imágenes tenían como propósito ilustrar un curso de extensión sobre arte que la Universidad de Indiana estaba ofreciendo en la biblioteca: “Toda biblioteca, sin importar lo pequeña que sea, debe tener un boletín mural o un tablero situado en un lugar muy visible. La idea es que allí se peguen –o se escriban con tizas de colores– listas atractivas de nuevos libros, noticias de aniversarios de personajes destacados –acompañadas con una imagen suya– y, en últimas, todo lo que atraiga la atención de los visitantes y los aliente a utilizar nuestros servicios”.

Para Marilla, el medio más popular para atraer el interés del público eran las exposiciones.  Una de esas exposiciones reunió imágenes tomadas por usuarios de la biblioteca aficionados a la fotografía. Habló del éxito de la exposición con motivo del Día de la naturaleza y concluyó que las exposiciones sobre arte eran la “más placentera y legítima” función de la biblioteca. Insistió en que, ya fuera con originales o reproducciones, incluso con recortes de revistas, la biblioteca debía tener el aspecto de una galería de arte.

Tan importante como el trabajo con los niños era para ella la función que la biblioteca cumplía con las “clases trabajadoras”. Dijo que, en cualquier población lo suficientemente grande para tener una biblioteca pública, era muy probable que hubiera centros industriales y –en ese caso– había que atraer de manera especial a la masa de trabajadores. Explicó que una de las tareas de los bibliotecarios era identificar todas las clases y gremios de su sociedad y tener materiales de interés para todos. Pero no bastaba con tener los libros: era preciso buscar la manera de que los libros y sus lectores se encontraran. Agregó que era importante que la biblioteca estuviera situada en una calle comercial de importancia, donde la clase trabajadora, mientras transitaba por el lugar, encontrara conveniente entrar alguna noche al luminoso salón de lectura. “La mejor manera de picar la curiosidad es poner a su alcance un buen número de publicaciones nuevas y entretenidas, revistas ilustradas, publicaciones populares y divertidas, reseñas confiables”. En medio de la oferta, propuso tener al menos una revista técnica, según los oficios de los trabajadores en el pueblo, así como la revista Scientific American y sus suplementos, “para los chicos y adultos de espíritu inventivo”.

Marilla no dejó de lado la población de inmigrantes recientes y señaló la necesidad que existía en Michigan City de tener libros y periódicos en alemán, para aquellos que solo podían leer en su lengua nativa. Fue clara en afirmar que también quienes no hablaban ni leían en inglés debían gozar del privilegio de acceder a la biblioteca y a la palabra impresa: “Muchos padres alemanes, demasiado tímidos para acercarse ellos mismos a la biblioteca, suelen enviar a sus hijos, quienes aprovechan el privilegio de poder prestar dos libros a la vez para sacar un libro en alemán para su padre o su madre y uno en inglés para ellos”.

Además de promover la biblioteca en los periódicos, con anuncios sobre sus servicios y los nuevos títulos disponibles, Marilla propuso ubicar carteles y formularios de registro en lugares estratégicos: locales comerciales, hoteles, estaciones de ferrocarril, fábricas. Para llegar a sectores de la población más aislados, sugirió que se crearan bibliotecas ambulantes: pequeños paquetes de libros que serían enviados a un hogar o un negocio pequeño y desde donde podrían distribuirse a niños y adultos del sector. Como no consideraba suficiente llevar los libros, propuso actividades especiales, como reuniones con los niños para leer y discutir las historias leídas.  En el caso de las bibliotecas ambulantes, mencionó el caso concreto de la caja de libros que semanalmente renovaba un miembro del Departamento de Salvavidas de Michigan City. “Los miembros de los departamentos de bomberos, cuerpos de policía o cuadrillas de salvavidas aprecian el esfuerzo que hacemos para proveerlos con lecturas interesantes que les permitan ocupar de manera provechosa las horas monótonas en las estaciones”.

Ni en esta ni en ninguna de sus numerosas presentaciones públicas o artículos profesionales Marilla hablaría jamás de su tarea como un logro personal. Aquella vez señaló que la eficacia de esas iniciativas radicaba en el entusiasmo de la bibliotecaria y su “cuadrilla de ayudantes”, y concluyó su presentación con las líneas finales de un poema de Kipling: “Y los buenos de ayer serán felices; sentados en sus áureos escabeles, jalbegarán su tela de diez leguas con caudas de cometas por pinceles. De modelos tendrán santos genuinos, como Pedro, Pablo y Magdalena. Y el Maestro será, solo el Maestro, quien elogie o censure con soflama, y no trabajaremos por dinero, y no trabajaremos por la fama. Cada quien al placer de su propia obra, diseñara en su estrella solitaria la esencia de las cosas que allí mire, para el Dios que las hizo de la nada”.

La conferencia en Atlanta le permitió a Marilla asomarse con pasos decididos en el gremio de los bibliotecarios. Muchos años después, a finales de 1945, después de una larga y fructífera carrera profesional, Marilla recordaría que esa fue la primera conferencia que dio en su vida. Reconoció que su presentación, “basada en una experiencia muy breve en el manejo de bibliotecas pequeñas” tuvo lugar en un pequeño salón y no en la Opera House, donde se presentaron las grandes figuras de aquella época. Recordó que, en la Opera House, había escuchado una conferencia “premonitoria” de Melvin Dewey. Pero, más que la conferencia de Dewey, uno de sus recuerdos más vivos del congreso fue “el homenaje que el periodista Temple Graves le rindió a nuestra encantadora anfitriona, Anne Wallace”, de quien ya hemos hablado. Wallace acababa de conseguir que el millonario Andrew Carnegie (“Nuestro santo patrón Saint Andrew”) donara una enorme suma de dinero para la construcción de la primera Biblioteca Pública de Atlanta. Marilla evocó a su amiga como “un Henry W. Grady en enaguas, un Napoleón en blusa rosada”. Como no quiero que se desacomoden, diré que Henry Grady (1850-1885) fue un periodista y orador nacido en Athenas (Georgia), cuyo liderazgo fue fundamental para que los estados confederados del Sur siguieran formando parte de los Estados Unidos, tras la derrota en la Guerra Civil. Si no saben quién es Napoleón, les va a tocar desacomodarse. Más adelante, en este recorrido, conocerán a una chica obsesionada con él.

Casi medio siglo después de la conferencia, Marilla seguía recordando “el suculento asado” que se ofreció a los participantes en el congreso y “la presentación inimitable del cuarteto Lard-Can, cuyo líder, con el brío y la recursividad de su raza, dirigió las dos guitarras y una mandolina, mientras marcaba el ritmo dando golpes a una enorme caneca de metal”. Con el tiempo he llegado a pensar que la fotografía de los bibliotecarios en Atlanta –donde también aparece Anne Wallace– fue tomada cuando el cuarteto Lard-Can hacía las delicias de la concurrencia.

 

Disponible en Amazon




 



domingo, 26 de junio de 2022

La mujer biblioteca, en la revista virtual Cronopio

 Publicada en diciembre de 2021, La mujer biblioteca acaba de recibir una mención de honor, en los International Latino Book Awards, en la categoría de Mejor biografía en español.

En su edición del 24 de junio de 2022, la revista virtual Cronopio ofrece un abrebocas a la novela.


Leer el texto en Cronopio








lunes, 11 de abril de 2022

Primeros aullidos

 Gustavo Colorado Grisales ha escrito la primera reseña de "La mujer biblioteca", una lectura atenta y generosa de un mamotreto que espera a sus lectures con paciencia.








miércoles, 12 de enero de 2022

"Estar allí del todo"

"La mujer biblioteca" es, entre otras cosas, un manual para el manejo de toda clase de bibliotecas, desde la más modesta en un pueblecito perdido hasta la biblioteca pública de la ciudad más grande.  A lo largo de su carrera, Marilla Waite Freeman dejó toda clase de lecciones sobre su oficio que son también lecciones para una vida bien vivida. Marilla escribió sobre la creación y organización de la biblioteca, sus finanzas, sus relaciones con la comunidad, la psicología de su oficio, los programas especiales, la invitación y orientación a los lectores, las bibliotecas y la guerra, las bibliotecas frente a la censura, la educación para adultos y hasta las lecturas que hay que ofrecerle al moribundo. 

Este fragmento incluye pasajes de "Ideales en el servicio de referencia", publicado durante la Gran Depresión y uno de sus textos más influyentes. Allí brilla de manera muy clara su filosofía de vida.


Foto cortesía Cleveland Public Library
 

Marilla y McDonald volverían a coincidir años después en Nueva York. Esta historia he podido contarla gracias a esa cercanía. Por lo pronto diré que, para él, “Ideales en el trabajo de referencia”, publicado en diciembre de 1932 en el Wilson Bulletin, era uno de sus textos de Marilla favoritos. El artículo está basado en una charla que había ofrecido en la Escuela de Bibliotecología de la Universidad Western Reserve, de Cleveland, que mantenía una relación estrecha con la biblioteca pública. El texto se nutre de viejas convicciones, pero también permite apreciar la fluidez y claridad que Marilla había alcanzado a la altura de los sesenta y dos años.

Marilla empieza por decir que se propone “hablar un poco sobre la idea general del servicio de referencia y sobre la idea personal al interior de esa idea general”. Define el servicio como la recepción y manejo de todo tipo de preguntas o solicitudes de información o materiales, a diferencia del proceso regular de circulación y préstamo de libros.  Deja claro desde el principio que el ideal del servicio de referencia debe ser que a nadie se le puede permitir que se marche de la biblioteca sin antes haber recibido la información por la que vino o la orientación suficiente para encontrarla: “En el vocabulario de las bibliotecas no deben existir las palabras negativas. Las palabras ‘No’, ‘No lo tenemos’ o ‘No lo sé’ nunca deben ser pronunciadas, al menos no como respuesta completa y final”.

 

Es posible que pensemos: “Este hombre ha venido al lugar equivocado. Esta no es una agencia de empleo, o una clínica para almas lastimadas”. Pues bien, déjenme decirles que nuestro espíritu para el servicio de referencia o, en sentido más amplio, para el servicio de bibliotecas, casi puede medirse con precisión por el grado en que somos conscientes, y nos comportamos en concordancia con esa consciencia, de que ningún hombre ha llegado al lugar equivocado cuando ha llegado a la biblioteca pública.  Para eso es justamente que estamos –nosotros y nuestro servicio de referencia– para desempeñarnos como el centro de procesamiento de todos los conocimientos. Queremos que la gente piense en nosotros cuando hay algo, cualquier cosa, que quiere saber.

Es cierto que no somos una agencia de empleo; pero, cuando alguien ha llegado al límite de la desesperación, podemos conducir a un humano desamparado hacia el hombre de la organización que lo pondrá de pie. Tal vez no seamos una clínica para las almas lastimadas –no estoy por completo segura de que no lo seamos– pero la sabiduría de todos los tiempos se cristaliza en nuestros anaqueles, y el mínimo de simpatía humana, compren­sión e inteligencia puede hacer venir la palabra impresa o hablada apropiadas para enfrentar el momento de crisis en una vida humana.

Si asumimos como nuestro motto las palabras de Terencio: “Humani nihil a me alienum puto” (“Nada humano me es ajeno”) descubriremos que todos los elementos de la dramática, emocionante y satisfactoria experiencia humana pueden hallarse en el servicio de referencia de cualquier biblioteca, pública o de otro tipo, donde los seres humanos se congregan.

De algún modo, no puedo escapar a la superstición –si acaso es superstición–, de que cualquier persona cuya vida toca la mía, así solo sea por un momento, establece, así solo sea por ese momento, una cierta relación, una cierta obligación. A esa persona no puedo decirle a la ligera: “No tengo nada para ti”. Debo darle lo que pueda y, cuando ya se aleja, decirle: “Regresa a contarme como salió todo”. A menudo, como los que trabajamos en bibliotecas lo sabemos, esa persona nunca regresa: tal vez solo fue una embarcación que pasó frente a nosotros en la noche –y le dimos todo lo que necesitaba mientras pasaba–; pero, si hemos dejado abierta la comunicación, con esa expresión amigable, habremos al menos cumplido con nuestra obligación, habremos completado y dado cierre a nuestro servicio.

 

“Allí del todo”

Como pueden ver, el ideal general del servicio de referencia se superpone de manera muy íntima con el ideal personal; pero, desde la perspectiva puramente personal, hay otro ángulo para acercarse al tema. En uno de sus estimulantes ensayos, el juez Troward dice: “Nuestro objetivo debe ser expresar todo lo que somos en cada acto”. Piensen en eso por un momento: “Expresar todo lo que somos en cada acto”. Piensen en la manera superficial como realizamos la mayoría de nuestros actos –podría decirse que desde la superficie propia– con una presencia a medias en lo que hacemos. Piensen en lo que significaría para nosotros y para la persona a quien estamos ayudando, si concentráramos todos nuestros poderes en cada pequeño acto de servicio. Piensen en el tipo de visión intensificada con que deberíamos ver a cada persona, la manera tan plena como deberíamos entrar en su manera de ver las cosas –la esencial– y estar allí del todo en el acto de ver lo que esa persona quiere saber y en el de proporcionárselo de la manera más rápida y efectiva. Aquí es donde entra en juego toda la psicología del trabajo de referencia y su técnica: en ver que la persona que pregunta tenga una silla, que la ley de la atención haya sido aplicada para darle algo que capte su atención –así sea el índice del Almanaque Mundial–, donde pueda buscar ayuda por sí misma, mientras usted le consigue “la droga efectiva”. El tiempo es esencial –como la ley lo afirma de manera sucinta– cuando se trata de un hombre ocupado. Si están allí del todo, en el trabajo, y le ponen algo, cualquier cosa, frente a los ojos, para evitar que lo moleste el vuelo de los minutos mientras ustedes trabajan, sentirá que ha recibido un servicio rápido.

Es probable que tengamos que atender a varias personas al mismo tiempo. Tendrán que estar tan “allí del todo” –algo así como con las múltiples cabezas de la hidra–, de manera que puedan hacerle saber a cada uno, con un gesto o sonrisa o una mirada rápida o un “solo un momento”, que saben que está allí y que lo atenderán lo más pronto posible. Por supuesto que su experto artista de la referencia puede darle a cada uno un resumen estadístico o una guía del lector o el Manual de Moody o el Quién es quién o un volumen de enciclopedia abierto justo donde está el tema buscado, todo de una vez, como en una carrera de relevos, y mantenerlo ocupado y satisfecho… Supongo que la psicología del asunto sería que, si nuestro objetivo fuera el de expresar todo lo que somos en cada acto, entonces cada acto ha de ser exitoso, y una sucesión de tales actos constituirá un día exitoso, y una sucesión de tales días constituirá un exitoso bibliotecario de referencia –entre los cuales no puede haber uno más feliz.


Sobre "La mujer biblioteca"

Disponible en Amazon 







domingo, 5 de diciembre de 2021

Ya viene Marilla

El libro sobre Marilla Waite Freeman tenía que aparecer en el año de Dante y las bibliotecas. También tenía que aparecer en dos tomos, porque recortarlo más sería una insensatez.

Ediciones El Pozo publicará muy pronto La mujer biblioteca, la historia de esta "diosa adorable e infinitamente maternal", como la llamaría Floyd Dell.



De la contraportada del Tomo 1

El hallazgo de unos viejos manuscritos nos abre las puertas al paisaje de América, desde sus primitivos habitantes hasta el siglo XXI, pasando por los peregrinos del Mayflower, la Guerra Civil, la lucha por los derechos civiles, la Gran Depresión y las dos grandes guerras del siglo XX.

 Marilla Waite Freeman, la luz que ilumina el relato, viene del más allá. Su mensaje de amor por los libros y por la vida bien vivida sigue siendo vigente y necesario.

 


De la contraportada del Tomo 2

 

Cleveland y New York son los dos grandes escenarios de las últimas décadas de la vida de Marilla. Después, el olvido hace su parte para mantener oculta por un tiempo a la “cazadora de cabezas”.

Pero su brillo resulta inocultable y, con el tiempo, encuentra su camino hasta nosotros.







lunes, 4 de mayo de 2020

Marilla Freeman, Bibliotecaria

Obituario de The New York Times, publicado el 31 de octubre de 1961

Marilla Freeman, Bibliotecaria
Marilla Waite Freeman, directora de la biblioteca central de la Biblioteca Pública de Cleveland desde 1922 hasta 1940, murió el domingo en un hospital de White Plains después de una prolongada enfermedad. Vivía en el Henry Hudson Hotel de esta ciudad.
Miss Freeman, nacida en Honeoye Falls (New York), se graduó de la Universidad de Chicago en 1897 y en 1941 recibió una mención de esa universidad por sus extraordinarios logros como bibliotecaria.
Organizó y dirigió las bibliotecas públicas de Michigan City (Indiana) y Davenport (Iowa), y prestó servicios en bibliotecas públicas en Chicago y Newark (New Jersey). En Memphis fue la bibliotecaria principal de la biblioteca del Goodwyn Institute, y en Louisville (Kentucky) fue la directora de la sección de referencia de la sede principal de la biblioteca pública de la ciudad. También prestó servicios como directora de la biblioteca de la base militar de Camp Dix (New Jersey) durante la Primera Guerra Mundial.
Miss Freeman obtuvo un título en Derecho de la Universidad de Memphis en 1921, y ese mismo año fue admitida en el Colegio de Abogados de Tennessee, pero no ejerció la profesión. Poco después trabajó en la sección de Derecho Extranjero de la Biblioteca de Derecho de la Universidad de Harvard.
Después de su retiro de la Biblioteca Pública de Cleveland prestó servicios como bibliotecaria en la sección de enfermedades pulmonares del St. Joseph’s Hospital, en el Bronx.

Entre 1949 y 1951 fue la presidenta del Motion Picture Preview Committee (el comité de evaluación previa de películas) donde representaba a la American Library Association (Asociación de Bibliotecas de los Estados Unidos), de la que también fue vicepresidenta.





jueves, 21 de marzo de 2019

Marilla Waite Freeman



“Si quieres que Dios se ría, cuéntale tus planes”. Recuerdo esta expresión cuando me veo muy seguro sobre lo que ocurrirá. Si la incertidumbre aqueja, esa joya milenaria me recuerda que en cualquier momento puede ocurrir lo inesperado.

A finales de 2007, mi vida estaba más o menos en un limbo. Llevaba una semana descansando, mirando hacia adentro y ayunando. Aquella mañana de sábado me desperté sacudido por intuiciones, por señales vagas e inexplicables. Poco después del mediodía estaba de regreso con una caja llena de libros y manuscritos, de reliquias de una vida que me había sido confiada.

domingo, 10 de marzo de 2019

La mujer biblioteca (II)




La columna de Vivir en El Poblado

Cleveland Public Library




La venta de antigüedades estaba en un galpón, detrás de una casa centenaria. El negocio funcionaba como una cooperativa. El interior tenía calles y avenidas que recorrían los espacios asignados a cada socio. Solo abrían los fines de semana, y los socios se turnaban a lo largo del año para atender a los clientes.
Aquel día de noviembre las luces estaban apagadas y en la fachada había un cartel que ofrecía el espacio en alquiler.  En la puerta había un anciano de hermosos ojos azules que hablaba con un grupo de clientes indecisos. Cuando me vio llegar, sus ojos se iluminaron. Me invitó a entrar y prometió que me daría muy buenos precios.









jueves, 21 de febrero de 2019

La mujer biblioteca (I)

La columna de Vivir en El Poblado
Marilla Waite Freeman (1870-1961)


La semana de acción de gracias de hace doce años me encontró con ganas de refugiarme en la interioridad. Llevaba tres años en Siberia y seguía sin saber qué oscuro designio me había traído a este curioso paraíso en medio de la nada. Era esa parte del año en que la noche cae muy temprano y la oscuridad y el frío acorralan el ánimo. Decidí pasar la semana de vacaciones encerrado, leyendo, viendo películas, durmiendo mucho y despertando tranquilo, capaz de recordar con nitidez finos detalles de los sueños.  









jueves, 10 de enero de 2019

Marilla Waite Freeman: A Life in Pictures, Letters, Articles and Manuscripts

Available in Amazon




A “goddess”, a “fire starter”, a “free spirit”, Marilla Waite Freeman (1870-1961) was determined to make libraries the “power house of society”, and to use literacy as the key for the pursuit of happiness. She was like a rock star. Artists revered her, entire communities were indebted to her enthusiasm, the small boys on the street would recognize her as “the library lady”. For seven decades she embodied the spirit of librarianship.
Marilla obtained a degree in Literature from the University of Chicago (1897) and a Law Degree from the University of Memphis (1921).  She was devoted most of her life to promoting the appreciation of poetry and worked for libraries in Illinois, Indiana, Iowa, Kentucky, New Jersey, Tennessee, Massachusetts, New York and Cleveland, where she was librarian of the second largest public library in the country
Nothing seemed alien to her interest. In addition to her many influential articles on general and reference librarianship, she wrote about censorship, the role of libraries in war times, hospital libraries, adult education, the film industry, and the relationships between the libraries and their communities. Her many achievements and distinctions also included being a contributing writer to the Encyclopedia Americana, being the First Vicepresident of the American Library Association and receiving a Distinguished Service Medal on the 50th Anniversary of the University of Chicago.
After her death, Marilla fell into oblivion. For almost five decades her legacy stayed in the shadows. But now she is back to business and ready to be the inspiration many people need. It is time for the Library Lady to become the living legend she was meant to be.