Entrevista realizada en el marco del Festival de Cine de Cartagena de Indias
y publicada en el suplemento Dominical,
de El Universal, el 11 de abril de 1993
A sus 82 años de edad, Luis Rafael Sánchez vive ahora en Puerto Rico
Extraños en un tren
Veloz, impersonal, cargado de
rutinas y de vidas silenciadas, el tren viajaba en el temprano final de una
tarde de invierno. Era el tren número uno, el que se paraliza cuando hay
conciertos de Juan Luis Guerra, el de millones de seres borrosos yendo y viniendo
a través de una manzana. El de esa Nueva York gris y contradictoria donde Luis
Rafael Sánchez vive y trabaja.
Llegaría a su destino media
hora más tarde. Dudaba entre mirar el barrido paisaje, imposible de atrapar,
como agua cayendo, o leer algún soneto de Sor Juana o pensar o ponerse a mirar
la realidad más inmediata.
Tal vez si no hubiera optado
por esto último, si su decisión hubiera sido “Detente sombra de mi bien esquivo”
o una piedra solitaria en Puerto Rico donde le gustaba asolearse, jamás se
habría enterado del más grande homenaje que le hacía la vida.
Le llamó la atención porque
leía. Estaba en una silla diagonal a la que él ocupaba. Era delgada, joven,
“bonita por fea”. Con la mirada en el libro, mantenía todo el tiempo una
sonrisa. A veces soltaba carcajadas y recordaba que viajaba en un tren.
Observaba apenada pero distraída a sus vecinos para luego seguir leyendo y
sonriendo.
Luis Rafael Sánchez quiso
saber qué libro era el que le producía a esa mujer tanta alegría. Bajo la
mirada, identificó de inmediato las ediciones de bolsillo de la Random House y
leyó The Macho Camacho Beat, con una
mezcla de asombro y ya lo sabía. Más abajo, en letras menudas, jugó a distinguir
el perfil de su nombre, la ere imponente, la ele y la ese, sobresaliendo, como
crestas de olas.
De regreso al país de los juglares
“No iba a ser tan vulgar como
para presentarme”, dice con su voz de cantante de boleros.
Un tropical concierto de guacamayos
viene desde los árboles que le dan sombra esa mesa en el Hotel Caribe. Hace
casi una hora comenzó la charla. Ha sacado un rato cerca del mediodía para la
entrevista. Por la tarde empezará el trote del Festival de Cine, del que es
jurado, y habrá cocteles y reuniones.
Ha empezado diciendo que es
la segunda vez que se hospeda en ese hotel, que es vieja y afectuosa su
relación con Colombia, un país que ha confesado, con deleite, que le gusta. “Es
un país de juglares”.
Las alfombras voladoras
A finales de los setenta,
Luis Rafael Sánchez hizo un largo recorrido por Latinoamérica. Había sido
traducida al inglés su obra La pasión
según Antígona Pérez. Era profesor de literatura latinoamericana en una
universidad y pensó que no podía estar hablando de esa literatura si no conocía
el continente: “Con los derechos de autor, que en Estados Unidos son decentes,
me regalé un viaje por toda Hispanoamérica: Caracas, Bogotá, Medellín, Cali,
Quito, Guayaquil, Lima, La Paz, Buenos Aires, Montevideo, Portoalegre”.
Una de las ciudades que más
le gustaron fue Bogotá. Pasó varias veces por ella y durante meses vivió en un
hotel cercano del Museo del Oro.
“A mí Bogotá me gusta mucho;
pese a que la gente dice que el carácter serrano, más serrano, no se parece al
nuestro. Me gusta mucho la finura habitual del colombiano, una finura que fluye
naturalmente, no la siento postiza. El colombiano es un ser fino de verdad.
“Después de estar en Colombia
entiendo por qué tres de las grandes novelas de la literatura hispanoamericana
son colombianas: María, La vorágine, Cien años de soledad. Aquí la gente tiene un bellísimo don para la
palabra.
“Cuando yo vivía frente al
Museo del Oro había una escena que me conmovía. Yo salía y en una plaza cercana
había unos hombres que vendían manteles. Estos hombres cogían cada uno por la
punta y desplegaban los manteles para que uno viera y, como uno iba de paso, se
iban detrás, parecían árabes, meneando el mantel. Yo decía: ‘Pero, qué carajo
estamos hablando de realismo mágico? El realismo mágico es una ridícula
invención de los tratados de literatura. Todo esto está aquí. Esos hombres
siguiéndote, meneando un mantel por la calle, como una alfombra mágica… Además
me encanta la insistencia”, dice Luis Rafael Sánchez soltando una de las muchas carcajadas que irá sembrando a
lo largo de la charla. “Qué pueblo de juglares, qué pueblo de escritores”.
Mitos
Su voz es un instrumento
musical interpretado magistralmente. Está llena de matices, de tonalidades, de
ritmos. Cuando joven fue actor de radionovelas. Después llegó la televisión a Puerto
Rico y él no pasó “por mulato y por feo”.
“No respondía al ideal mítico
del galán de televisión para nuestros países, que paradójicamente siempre son
rubios y que tú no encuentras en la calle, porque nuestras calles están llenas
de gente prieta. Pero como este es un cuento de hadas, las mujeres quieren
realmente encontrarse un príncipe azul y los príncipes azules son siempre
amarillos”.
Gracias a esas policromías
principescas, Luis Rafael Sánchez se dedicó a sus estudios universitarios. En
la universidad, “algo que había quedado atrás de deseo de escribir floreció” y
empezó esa larga cadena de palabras, de cuentos, de novelas y de ensayos que lo
han hecho uno de los escritores más importantes de su país y uno de los
artistas que mejor conoce ese fenómeno infinito que es Latinoamérica.
Gracias a los estereotipos de
la televisión, Luis Rafael Sánchez está aquí, bajo la sombra de esto árboles,
gesticulando y hablando, casi cantando, sobre su obra, sobre la importancia de
la música en su obra y sobre cómo, a través de la música, es posible
encontrarle a Hispanoamérica una verdadera identidad.
“Yo tengo un texto muy lindo,
que acabo de leer con mucho éxito en Estados Unidos. Se llama “Qué viva la
música popular”. En él voy haciendo un camino entre novela y música. Todas
estas novelas que hallan su apoyo en la música. Tengo algunos textos
colombianos como Bomba Camará, de
Umberto Valverde, Son de máquina
(basado en aquella guaracha que cantaba Daniel Santos que decía: ‘Son de
máquina, María, tu cintura con la mía’), de Óscar Collazos, y David Sánchez
Juliao, que tiene esa novela sobre la ranchera “Pero sigo siendo el rey”. Se
trata de un viaje por la novela reciente del continente y su apoyo musical: Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta,
Una sombra ya pronto serás, de Osvaldo
Soriano. Tratando de plantear la idea de que la única posibilidad de que haya
un elemento de cohesión para el continente hispanoamericano la produce la
música. La política no la produce, porque nuestros países están en diversos
niveles de historia. De manera que tú puedes encontrarte con cualquier
hispanoamericano y rememorar un tango de Gardel o un bolero de María Luisa Landín,
y eso se convierte en el vínculo que posibilita otras comunicaciones.
“Siempre hay unos
referenciales míticos. El referencial mítico por excelencia en este momento es Juan
Luis Guerra. A mí me asombra la penetración en todos los mercados. Todo el mundo
te habla de Juan Luis Guerra. Yo creía que era un fenómeno muy caribeño, pero
no. En Buenos Aires tuvo un éxito apoteósico (además, esa mezcla un poco
insólita, la bilirrubina, algunas tan arbitrarias, que rozan el disparate: lloviendo
café en el campo; pero claro, también habla del hambre), lo mismo en Nueva
York. En España, un canal de televisión lo llevó para competir con Julio
Iglesias, que iba por otro canal.
“Yo creo que la música es el
contrapunto permanente de mi obra. Creo que La
guaracha del macho Camacho es una conversación con la guaracha y La importancia de llamarse Daniel Santos
es una conversación con el bolero. Mi obra de teatro Quíntuples, que se presentó aquí en Bogotá en un festival de teatro,
tiene el bolero como fondo todo el tiempo.
“Mi nueva novela, que
quisiera releer aunque me falta una parte, es una fantasía sobre Marilyn Monroe
en la eternidad. Yo creo que en mi obra no solo es importante la música
popular, sino la cultura popular, la cultura de masas. Me encantan el cine y
sus mitos. Soy un hijo del cine mexicano. El primer arte que yo consumí
masivamente, más que el de la lectura, fue el del cine. También me encanta el
deporte, sobre todo los deportes bruscos, el boxeo, especialmente”.
Cosquillas y cucharas
“Soy un hombre pobre”, dice
con énfasis. “La vida me hace cosquillas últimamente. No me puedo quejar. Me
pasan muchas cosas lindas. No tengo un solo derecho a la queja. Las cosas se me
han limado un poco de un tiempo para acá, pero todo lo he trabajado.
“No nací con cuchara de plata
en la boca. De hecho, no nací con ninguna cuchara. No había cuchara para
alimentarme. Mi padre era panadero. Mi madre hacía flores artificiales. De
manera que fue una niñez precaria y hermosa. Tengo una bonita relación con mi
hermana y mi hermano. Creo que la pobreza y el dolor unen. Hay tantos recuerdos
divertidos ahora, sobre todo lo que pasamos, que nos queremos entrañablemente.
Eso me obliga. Me siento muy hijo de mi clase. Escribo de lo que conozco y de
lo que quiero conocer”.
Puerto Rico
“Me siento obligado a hablar
de mí país. Puerto Rico es un país que en este momento atraviesa por una
situación dificil. Es un país que han intentado yanquizar. Es un país al que le
ilusiona extraordinariamente el sueño norteamericano. Un número altísimo de la
población es asimilista, sueña con la incorporación a Estados Unidos, como estado:
la estrella cincuenta y uno de la que hablan ellos con delirio. El número de
las personas que queremos la independencia cada día es menor. Estoy convencido
de que ese pueblo es una nación hace rato, una nación pequeña, una nación
conflictiva, pero con todos los signos nacionales: el lenguaje, la comunidad de
costumbres, el espacio (como digo en un texto que se llama “La guagua aérea”,
que se acaba de filmar en película). No obstante que es una colonia
norteamericana desde 1898, Puerto Rico es una nación. Es una nación cultural.
La república de las letras
Atlético, con cabello y
bigote en los que empiezan a pulular las canas, pero decididamente vigoroso,
empieza a buscar en el recuerdo los libros memorables.
“Yo fui muy entusiasta lector
de jean Paul Sartre en los años sesenta, fue como el virus. También un escritor
español que leí muy pronto y que me apasionó es Valle Inclán, en ediciones que
llegaban a puerto rico muy baratas.
“Un escritor norteamericano
negro que me apasionó siempre y luego pude conocer, fui amigo suyo, fue James
Baldwin. Escribió aquel bellísimo ensayo “La próxima vez el fuego” (The Fire Next Time), sobre lo que va a
ocurrir cuando los negros se rebelen. Empieza con aquella bellísima cita de la
biblia: ‘Dios le dio a Noé la señal del arco iris. No habrá agua la próxima
vez. La próxima vez, el fuego’. Hablaba de la situación opresiva del negro en Estados
Unidos. A mí me conmovió porque yo
siempre me he sentido más cercano al negro norteamericano. Ese es un vínculo
que el puertorriqueño nunca cultivó, tal vez porque no le interesaba hacerse
amigo del que estaba en lo más bajo de la escala. Creo que fue un vínculo que
se pudo aprovechar más.
“A partir de ahí, todo lo que
ustedes han leído. El descubrimiento de García Márquez, muy temprano, antes de
que estuviera de moda leerlo. Conocí El
coronel no tiene quien le escriba en Nueva York, como parte de un curso de
literatura hispanoamericana que dictaba un uruguayo. Tengo la primera edición de
ese libro, es uno de los pocos reclamos herenciales que podrán hacer mis
sobrinos. Tengo también la primera edición de Cien años de soledad, con la portada del barco atascado, la de Sudamericana.
El otro día leí que García Márquez estaba buscando esa edición y que regalaría
no sé cuántos ejemplares de otras ediciones a cambio. Me dije: “Que no se crea
el señor García Márquez que pueden contar con la mía”.
Dice que un autor al que
siempre regresa es Cervantes. “Me hechiza. Abro sus libros como hacen los
católicos con la Biblia; abro en cualquier página y arranco de ahí. Ese yo creo
que es el libro al que uno siempre vuelve. Y acabo de descubrir, de tanto estar
en hoteles, el Nuevo Testamento. Está
en todas las mesitas de noche. Es una bellísima novela.
“De los latinoamericanos me
gusta mucho Alfredo Bryce Echenique, el peruano de Un mundo para Julius. Acabo de publicar un texto sobre su última
novela, Dos señoras conversan. Me
gusta Carlos Fuentes, me sigue pareciendo un escritor importante.
“Más recientemente, las
mujeres me parece que están haciendo cosas muy lindas. Laura Esquivel, la de Como agua para chocolate, Ángeles
Mastretta, la autora de Arráncame la vida
y de un libro muy lindo que se llama Mujeres
de ojos grandes, que son cuento sobre sus supuestas tías. De mi país, Mayra
Montero, Edgardo Rodríguez Juliá, Ana Lidia Vega”.
Cuando dice los nombres de los
escritores de su país, lo hace lentamente, casi dictando. Parece muy interesado
en que se hable de ellos, se siente como su promotor. Sabe que el ingreso a la
“república de las letras” también necesita de coyunturas afortunadas.
“Publicar La guaracha del macho Camacho fuera de
Puerto Rico, creo que definió mi carrera artística. Que la novela viniera con
el mito de Buenos Aires hizo que le prestaran más atención. La publicación de
esa novela se la debo a Ángel Rama, él fue a Puerto Rico, se acercó a mí, leyó
capítulos de esa novela y escribió a la editorial.
“Yo empecé a escribir un
cuento que se llamaba “La guaracha del macho Camacho y otros sones
calenturientos’, y cuando leí el cuento vi que en potencia había un largo texto
y escribí entonces la novela y la mandé a Ediciones La Flor. Divinsky es un
librero muy bien comunicado (porque hay editores que publican un libro y ese libro
ahí se muere), es un librero que camina las ferias con los libros en los que
cree, y convirtió La guaracha en una
especie de cruzada. Lo colocó, lo llevó, lo trajo. Luego vino la traducción al
inglés que fue muy importante para la resonancia del libro y para mi carrera,
porque apareció con Random House,
traducido por Gregory Rabassa, que acababa de traducir Cien años de soledad.
“Vinieron las celebraciones, pero
también el primer momento de angustia, porque he vivido demasiado peleado
conmigo mismo. No he necesitado un solo enemigo. Yo he sido “Mi Enemigo”. Vivía…Ahora
no. Las cosquillas y la tranquilidad y pasarme el mundo por los cojones ha sido
algo reciente. Ahora digo: ‘¿A quién le importa?’, ‘Al carajo lo que digan’. Antes
tenía una gran angustia por la opinión ajena, casi la obligatoriedad de gustar
a todo el mundo. Pero en los ochenta como que mi vida cayó en su sitio. Fue un
proceso dramático. Sufrí mucho.
“Las cosquillas han venido
como desde el 85. Creo también que es porque me las dejo hacer. Pero ese
proceso dramático hace que sean más gozadas, con más tranquilidad, más mirar la
vida con un poco de distancia, más alegría.
“Me han tratado bien. Después
de La guaracha vino la beca Guggenheim,
mi viaje a Alemania, también con una beca, las traducciones al inglés y al
portugués.
“La publicación de La guaracha fue el momento, el antes y
el después. Desde La guaracha yo creo
que mi literatura ha alcanzado lo que yo quiero decir. Una literatura de
afirmación esencialmente popular. La recuperación de las esencias populares y
la afirmación de Puerto Rico como espacio hispanoamericano. Eso me importa
sobre todas las cosas.
“En este momento estoy en Nueva
York. Se ha creado una cátedra para mí, de profesor distinguido. Soy el primer puertorriqueño
que ocupa esa cátedra. En Puerto Rico fue muy celebrado. Pero ya nada de eso:
de primero, de traducción, de Gallimard, nada de eso me preocupa. Está bien que
llegue, pero no llega porque yo lo gestiono. Yo nunca he gestionado nada
literariamente. No he estado pendiente a estar besuqueando el joyete a nadie para que me abra. En ese
sentido, mi entrada a la república de las letras ha sido cuando tenía que
llegar y sin ceder a una sola de mis convicciones”.
García Márquez me ha invitado al festival
Dice que cree ser el único
escritor que trata a García Márquez de
“usted”.
“Nunca me he sentido autorizado
a decirle ni Gabo. Me parece tan ridículo. Yo no lo conozco. Por qué le voy a
decir Gabo a ese señor”.
Y entonces sonríe al recordar
la anécdota que terminará de demostrarnos que a ese humilde locutor hijo de
panadero no lo ha cambiado esa extraña vida de escritor en un país donde es tan
raro ser escritor, el hecho que nos demostrará que a pesar de hoteles con
nuevos testamentos y viajes y cátedras bien remuneradas, sigue siendo el niño
que lloró viendo “Nosotros los pobres y ustedes los ricos’ y que andaba
enamorado de Amalia Aguilar.
“Cuando sonó el teléfono a
las siete de la noche del doce de noviembre en mi casa en Puerto Rico, yo
estaba muy molesto porque no me salía algo. Sentía eso que lo hace decir a uno:
‘Yo no sirvo para esto, qué torpeza’.
“Una voz femenina, apresurada
y con acento preguntó:
“– ¿El señor Luis Rafael Sánchez?
“Digo: ‘Sí’. Molesto. Yo no
contesto el teléfono. Tengo una máquina para filtrar, pero creía que mi hermano
me iba a llamar. Siempre nos llamamos a las siete o a las ocho y hablamos un
poquito. No nos vemos mucho, pero hablamos por teléfono.
“–Un momento, que el señor
Gabriel García Márquez le va a hablar.
“Le dije: ‘No me joda la
vida’ y le colgué.
“Me dije: ‘¿A quién se le
ocurre venir a mortificarme?’ Esto es una pendeja que quiere molestar’.
“El teléfono sonó otra vez.
“– ¿El señor Luis Rafael Sánchez?
–dijo muy molesta la mujer–. Es Blanca, la secretaria de don Gabriel. Un
momento… Don Gabriel, por el estudio.
“–Hola Luis Rafael. ¿Cómo
estás?...
“Le dije: ‘Muy bien. ¿ Cómo
está usted?’
“–Mira, Luis Rafael, qué
bueno oírte. Te quería traer desde el año pasado al Festival de Cine de
Cartagena, pero se me perdió tu teléfono y ahora mi hijo me lo dio. Llamé a Manolín
Maldonado y me dicen que se murió, qué horror…”.
“Y empezó a hablar de eso.
Era un amigo común”.
“– ¿Podrás venir?
“–¿Cuándo es?
“–¿Conoces Cartagena?
“Le dije: ‘Sí. Además, si no
la conociera, conozco El amor en los
tiempos de cólera.’
“Y empezó a hablarme de su
nueva novela, de las dificultades. Yo no lo podía creer. Yo era oyendo y decía;
‘No puede ser’.
“Me decía: ‘Luis Rafael, por
favor. Esta es mi dirección. Estoy llamándote de México. Este es mi teléfono.
Este es mi fax’.
“Yo no apunté nada.
“Luego nos dijimos cómo no,
bueno, un abrazo. Cuando acabó yo quedé en la oscuridad de la cocina,
hablándome, aún sin creer completamente: ‘García Márquez me ha invitado al
festival’.
“Entonces caí en cuenta de
que no tenía dirección ni teléfono y necesitaba una carta de invitación porque
en Estados Unidos tienes que notificarlo todo”.
Bordar la palabra
“Yo siempre he escrito mucho
y he publicado poco. Tengo sin publicar una linda novela que en parte escribí
en Bogotá, se llama Míster Lili nos
invita a su congoja. Machado decía, y esto se lo recomiendo a todos los
escritores… Es lo único que quiero que pongas que me atrevo a aconsejar, no a
los escritores, a mis colegas, a los que comparten conmigo esta pasión: “Nunca
cometan el pecado de lo inédito”. Uno no debe dejar nada guardado. Uno debe
publicar sus cosas en su momento. Después tú te arrepientes, pero hay cosas que
yo he ido dejando atrás. Esa era una novela corta sobre un transformista.
Después, cuando ha venido el cine de Almodóvar de los transformistas, ese texto
ahora casi parece derivativo de Almodóvar, cuando era tan previo.
“Tengo una novela hace
tiempo, de una mujer que se enamora de un gato, Ritos clandestinos. Allí se quedó, la he vuelto a leer, hay pasajes
buenos, pero uno con el tiempo se pone más exigente, más riguroso, más
cauteloso. Aquello que debiste haber publicado en ese momento para ir haciendo
tu bibliografía, la construcción de tu carrera, tu desarrollo como artista, ya
ha quedado definitivamente en la gaveta.
“A veces pienso que hay
tantas y tantas novelas sueltas que uno va viendo. Tantas cosas que se te
regalan. Hay cosas que se me dan, de pronto, en un anuncio, en una frase, a
veces toda una novela está en algo que te dicen. Yo tengo buen oído porque
tengo la obsesión de la música. Me gusta oír a la gente.”
Le gusta oírla, le gusta
verla. Su conversación está llena de miradas a la gente, de novelas en
potencia. Cabalgando en su vozarrón de cantante que prefirió cantar por
escrito, llegan vendedores de manteles en Bogotá, tíos alcahuetes en Cartagena,
vendedores de afrodisíacos que le dicen: “Dese un gusto, mi rey”, mujeres que
lo llaman al hotel porque han leído sus libros, porteros de edificios repitiendo
la frase que Arturo de Córdoba exigía decir en todas sus películas (“No tiene
la menor importancia”), sus amigos de Berlín, la charla en la que le dijo a
Daniel Santos que no le interesaba él sino su mito, las aventuras de su
apartado aéreo con las cartas que le llegan de Colombia, sus sobrinos, el viaje
en tren y la mujer que leía su libro.
En el silencio
Fue un largo placer, extraño,
silencioso. Miraba a la chica pecosa y de dientes grandes que gozaba con sus
palabras y sentía como un secreto vínculo uniéndolo con ella. Sintió como si
varias realidades convivieran en el tiempo. En una estaban ellos, aislados,
desconocidos, pasajeros en un tren perdido entre multitudes, y en la otra
charlaban animados, se reían y hablaban, como si un conducto subterráneo los
acercara casi hasta el abrazo.
A pesar del silencio, del
golpeteo del tren y de unas pocas conversaciones fatigadas, Luis Rafael Sánchez
sentía como si entre la mujer y él, aunque ella nunca lo supiera, se había
entablado un intenso y alegre parloteo.
Viéndola reír, observando sus
deditos de uñas cortas agarradas a las páginas, como si mujer y libro fueran
una pareja y bailaran, pensó que así, secretas, casi incomunicables, eran las
satisfacciones que dejaba ese oficio de misterios que llaman escribir.
Al llegar a la estación, la
vio perderse entre abrigos apurados.