El niño y la abuela, se han pasado unos días juntos en casita, que ambos describen como maravillosos. El primer día le digo al niño que tiene que agradecer mucho a la abuela lo bien que le está cuidando y me contesta: “Claro, pero ella está contenta mamá. Hoy básicamente ha cocinado, ha hecho pis, y ha visto la tablet conmigo porque nos gustan las mismas cosas. Tan contentos”.
Sobre el tema de la cocina – entenderéis que los dos otros puntos mencionados por el niño no los desarrolle –, cierto es que con lo que ha cocinado estos días le podrían haber convalidado con primer premio en máster chef.
Para que el niño no pasara hambre y tuviera qué elegir, le ha deleitado con: tortilla de patata, albóndigas en salsa, guisantes con jamón, lentejas, espaguetis carbonara…. Con lo que sobraba, cenábamos los cuatro y todavía he tenido que congelar. No digo más. Ha tenido al niño como un sultán.
El momento duro del día era cuando por la tarde, llegaba la hermana del colegio, con una hojita de la profe en la que le indicaba lo que tenía que hacer de deberes. El niño miraba la nota y le caían lagrimones como canicas. Se quedaba llorando en silencio y murmurando: no hay derecho. Después de mucho lagrimón, se ponía a hacer los deberes como alma en pena. Uno de los días tenía que hacer una redacción sobre la paz y le oigo que pregunta a la hermana a voz en grito:
- ¡¡Hermana!! ¿Don Marcelino es el Papa de nuestro cole?
- No, es el cura.
- Ah eso.
¡Venga ya!, ¿el Papa del colegio?, pon un Papa en tu vida..., no fastidies. No se si me sorprende más su desconocimiento de la materia estando en cuarto de primaria de un cole religioso, o la pasmosa tranquilidad con la que le contesta la hermana. A saber las preguntas que le hace el chaval, para que ya nada la sorprenda.
El niño está en su mundo, por no decir directamente que está en la parra. Para que os hagáis una idea: el padre ha estado dos días en Lisboa por trabajo, y le pregunta mi madre dónde iba, y le contesta “A Hawai”. Con un par, viaje de un día de trabajo a Hawai…
En cuanto a la niña, contaros que está mucho mejor del sonambulismo. En sus momentos más agudos que ya os conté aquí, empecé a escribir un diario con las horas, días y lo que hacía al levantarse dormida. Gracias a ese registro confirmo que las caminatas se han ido espaciando cada vez más. Casualmente, se redujeron muchísimo sus paseos nocturnos, en cuanto trajo las notas del cole bien plagaditas de sobresalientes. Así que mi teoría de que uno de los focos de tensión era el tema académico por su auto-exigencia, parece que no iba desencaminada. Además le doy una infusión de tila casi todos los días después de cenar, y creo que eso también ayuda. Sigue teniendo sus momentos, como el otro día que se levantó arrastrando su edredón y se lo llevó al cuarto del hermano para taparle (para haberse cocido uno y helado la otra…). Pero ya son muchas menos veces las que hace de las suyas. Estoy encantada.