Estoy disfrutando mucho con la lectura de Diario de Invierno de Paul Auster y hoy me voy a inspirar en él para escribir esta entrada. Una cosa buenísima del blog es que escribo cuándo quiero y de lo que me da la gana. Acostumbrada a ir con horario y obligaciones para el todo (horario de oficina, horario de recogida del colegio, horario de clase de pilates y un largo etcétera) encontrar algo que haces solo cuando quieres es una bendición, pero tiene el peligro de que escribas menos de lo que podrías. Conste que mentalmente todos los días escribo una entrada, mientras voy en el metro o mientras me ducho, de hecho muchas son mejores que las que luego dejo plasmadas por escrito. Pero es que claro, encontrar tiempo para teclearlas ya es otro cantar.
A lo que iba, que Paul Auster es un gran escritor es algo indiscutible, pero me pasa con él algo que comentaba también Ro hace poco, no siempre me interesa lo que tiene que contar, aunque lo haga de forma impecable. En este libro sin embargo está dando conmigo tanto en lo que cuenta como en el cómo lo cuenta.
En un capítulo hace un repaso por las casas donde ha vivido, y yo he vivido en unas cuantas, así que voy a hacer mi recorrido particular:
- De los cero a los cuatro años, en un piso en Santa Engracia, Madrid. Recuerdos: creo que la mayoría son construidos, por ejemplo, creo recordar que con año y medio me encantaba sentarme en un sofá frente al balcón y buscar en el periódico crucigramas a los que llamaba balistanes. Mi padre lleva en la cartera una foto mía en uno de esos momentos y me ha contado mil veces lo de que me inventaba las palabras que desconocía. Así que es muy probable que mi recuerdo se base en la historia que tantas veces he oído. En ese periodo pasamos también un tiempo en un pueblo de la sierra de Madrid donde tenía mi madre su plaza de profesora. Y ahí sí tengo un recuerdo totalmente propio ya que no había testigos, y es el de una señora dándome para desayunar pan con tocino untado y diciéndome que no se lo contara a mi madre. Estábamos las dos solas en la cocina. Me pirraba ese pan con tocino que me daba muchos días para desayunar, nunca se lo he contado a nadie, sigo manteniendo el secreto con esa señora que desconozco.
- De los cinco a los siete años, en un piso en Santa María de la Cabeza. Recuerdos: tengo dos muy claros, uno es de estar cagando y pensando dónde estaría yo antes de nacer. Otro es de una estatua de un arcángel que había cerca de donde vivíamos, al que habían lanzado un calzoncillo azul a la cabeza.
- De los siete a los diecisiete años, en un piso en la provincia de Toledo. Recuerdos: miles de millones. Es la que considero mi verdadera casa. Un piso enorme, luminoso, que hará que ninguna otra casa en la que viva me parezca tan bonita. Hace muchos años que no vive en ella nadie de la familia pero siempre que voy me pongo nostálgica. Mi cuarto tiene una terraza cubierta donde me he pasado horas, en teoría estudiando o haciendo deberes, en la práctica leyendo novelas, tiras de Mafalda, escribiendo mi diario, escribiendo cartas, oyendo música o con la vista perdida en el cielo viendo bandadas de pájaros volar o formas de nubes. Seguramente yo no sería la que soy si no hubiera tenido ese espacio para mí sola donde he pasado tantas horas conmigo misma y mis pensamientos.
- De los diecisiete a los veintidós, en una residencia universitaria en Madrid. Recuerdos: jugué al mus, fumé como una cosaca, me pasé noches enteras de conversación con mis amigas, me pasé noches enteras estudiando para exámenes, me reí hasta el dolor de tripa, me arreglé para salir de marcha, llegué de madrugada de marchas nocturnas… y esto es solo un extracto de las cosas que hice en ese tiempo.
(nota mental: UFF, ya estoy aburrida de escribir sobre las casas por las que he pasado, con lo bien que le quedaba a Paul… tranquilos, a partir de aquí voy a ser más breve)
- De los veintidós a los veintitrés, en un piso compartido con una amiga de la carrera. Recuerdos: primer contacto con la cocina y confirmación de que no es lo mío.
- De los veintitrés a los veinticinco, en un piso compartido con mi hermano. Recuerdos: qué bien nos llevábamos antes de vivir juntos sin padres.
- De los veintiséis a los veintiocho, el primer piso que me compré, enano pero en una zona buenísima de Madrid. Recuerdos: qué gran felicidad. Me encantó vivir sola, tener todo a mi gusto, comer lo que me diera la gana. Nunca me sentí sola, en parte porque mis padres, mejores amigas y novio, estaban bastante a mano; y en parte porque no me molesta la soledad.
- De los veintinueve a los treinta y uno, en un piso en Lavapiés. Nos mudamos porque al casarnos, y con intenciones de tener hijos cuanto antes, no cabíamos en mi cani piso. Recuerdos: un guacamole casero que nos cenábamos sentados en el sofá rojo, llegar a casa con mi linda L. recién nacida, olor de comida india entrando por la ventana abierta del salón, las paredes de la casa de colores…
- De los treinta y uno a los treinta y cuatro, en un piso en la zona del Pasillo Verde, Madrid. Un piso amplio y en un barrio con muchos parques y zonas para pasear. Creía que sería mi última vivienda, pero no pudo ser. Recuerdos: el año de excedencia que cogí cuando nació S. y L. tenía 16 meses, ¡qué bien me lo pasé ese año!, no madrugar, pasear más que nunca en mi vida, dormir siesta cuando mis hijos lo hacían, dar de mamar a S. mientras veía jugar a L. sentada sobre la alfombra…
- De los treinta y cuatro hasta la actualidad, en un piso muy céntrico de Madrid. Nos cambiamos de casa para acercarnos al colegio de los niños y a nuestros trabajos. Recuerdos: todos los que voy arrojando al blog; vida cómoda, a pesar de vivir en una ciudad grande mis hijos van andando al colegio, y marido y yo estamos muy cerca del trabajo; no tener la necesidad de coger el coche porque en el barrio hay de todo.
He pasado por muchos sitios, y seguro que cada sitio en el que vivimos deja una huella en nosotros. ¡Así que tengo huellas para hartar!. ¿Se anima alguien a contar su periplo por las diferentes viviendas por las que haya pasado?.