Dicen que hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida, plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro... A mí se me ocurren unas cuantas más que todos deberíamos, cuando menos, intentar hacer, pero, de esas tres, la que me falta es el libro :) y, aunque siempre he sentido el gusanillo de tentar esa suerte, nunca me he decidido a hacerlo en serio... hasta hoy :) Será un libro de cuentos... pequeños cuentos y pequeñas historias, como esta...
Todos los habitantes
de Silbalabí piensan que Canelo es un perro perezoso y un poco tontorrón.
Nadie sabe ni se
explica de dónde ha podido venir, ni cómo es posible que, atravesando todo el
pueblo, llegara hasta la fuente de la Plaza Mayor sin que nadie reparara en él.
Porque Canelo llegó en el día de mayo en que Silbalabí celebra su Fiesta de las
Rosas y ese día, todo el mundo sale a la calle con el primer rayo de sol para
no perderse ni un solo pétalo de la fiesta más bonita que jamás un pueblo pudo
celebrar. Pero eso, ni más ni menos, es lo que sucedió y cuando Don Marcelo levantó
la vista mientras lanzaba miguitas de pan a las palomas de la plaza, allá estaba
Canelo bebiendo con avidez el agua de la fuente fresca de Silbalabí.
Tampoco nadie tiene verdaderos
motivos para tomar por tonto a Canelo, pero el color de su pelo, su aspecto
simpático y su carácter, apacible y
bonachón, le han valido el nombre y esa fama desde que llegó.
Canelo es pequeño,
despistado y un poco torpón, con ojos oscuros, profundos y vivarachos y unas
enormes orejas que prácticamente arrastra por el suelo al caminar. Un perro
alegre y tranquilo, siempre dispuesto a jugar con los niños, siempre paciente y
cariñoso con todos.
Los silbalabianos no
pueden resistirse a decirle algo, cada vez que se cruzan con él por la
calle…”Eh, Canelo, tontorrón!” Y Canelo se detiene, los mira con esos ojos negros
suyos, saca la lengua de esa manera que parece que estuviera riendo y empieza a
agitar el rabo. Al mover el rabo, se le mueve también la cabeza y entonces sus
orejas empiezan a oscilar de un lado para otro como si fueran las campanas de
la torre, haciendo incontenible una sonrisa en quien lo mire. En el fondo -quien
sabe por qué?- cuando miran a Canelo, todos se sienten un poco mejores de lo
que realmente son. Y Canelo que lo sabe, siempre se deja querer un ratito y
luego sigue su camino tan contento. A fin de cuentas, en Silbalabí él vive como
un auténtico rey.
Mario, el tendero, le
ha hecho una caseta con unas cajas de cartón que tenía en su trastienda y allí
se pasa Canelo todas las mañanas durmiendo como un lirón. Nadie en el pueblo acierta
a entender por qué duerme tanto, de hecho, nunca han conocido un perro que durmiera
toda la noche y toda la mañana, pero Canelo nunca se levanta antes de que los
niños empiecen a salir de la escuela. Cuando pasan al lado de su caseta, todos
los chiquillos le llevan pedacitos que le guardan de su almuerzo y los van
dejando en la vasija que puso allí Doña Marina. Así Canelo come como un faraón
sin tener siquiera que molestarse en salir a buscar su comida.
Cuando llega el invierno, Doña Matilde, la abuela de la
farmacéutica, le teje mantitas y bufandas de lana para que no pase frío e
incluso cada cinco de mayo, cuando el pueblo celebra la fiesta de las rosas, el
alcalde deja subir a Canelo en lo alto de la carroza y eso lo hace inmensamente
feliz, porque no hay aroma mejor en el mundo que el olor de las rosas de
Silbalabí.
Lo que nadie sabe, lo
que nadie intuye, lo que nadie sospecha ni podría llegar a imaginar jamás es
que al llegar la noche, cuando la última luz de la última casa del pueblo se
apaga, Canelo sale sigilosamente de su caseta, se despereza y empieza a batir
sus enormes orejas, primero despacio, muy lentamente y luego cada vez con más y
más fuerza hasta que se eleva hacia el cielo y vuela como un gavilán. Y sube y
sube y sube… tanto que pareciera que llegara a tocar las nubes. Sobrevolando en
círculos el pueblo, se parte de risa al ver lo chiquitito que parece y cuando
se cansa, cambia de rumbo y vuela hasta el bosque de Silbalabí donde se posa,
con mucho cuidado, en la rama más alta del árbol más alto y una vez allí, juega
hasta el alba una partida al ajedrez con las lechuzas.
Y creedme, no hay
lechuza, búho, ni rapaz que jamás nunca haya sido capaz de ganar una sola
partida a este perro Canelo de Silbalabí.
Es tonto Canelo? :)
Y colorín, colorado... :) Os ha gustado?