miércoles, 9 de octubre de 2024

Mi angelito

 El día de hoy estoy esperando mi primera videollamada con la niñita que vamos a adoptar mi esposa y yo. Ya tuvimos el placer de conocerla en persona hace dos días y dedicarle medio día entero a ella. No tuvimos corazón de despedirnos por iniciativa propia, teniendo qué pedirle a su institutriz que nos ayudara a iniciar la despedida más dura quedándonos con el deseo ardiente de ya llevarla a casa con nosotros.  Sé que su trauma con las figuras de cuidado y nuestro deseo de ser padres es el que nos ha llevado a los tres a decirnos que nos queremos, e incluso a llamarnos entre nosotros  "mamá", "papá" y "mi amor", pero mi deseo por cuidarla, quererla y protegerla vive en mi corazón desde que supe que quería ser el papá de alguien. 

Lloro de felicidad al saber que en unos minutos podré decirle cuánto la extrañamos y no hemos podido dejar de hablar de ella con todo mundo desde que volvimos a casa. Y que tal vez pronto por fin podrá acompañarnos en el viaje a su nuevo hogar para siempre.

domingo, 12 de noviembre de 2023

Si ustedes estan bien, yo estoy mejor...

Actualizándoles mi situación de salud mental, que al releer algunas de mis viejas entradas, veo que de verdad ilustré lo fatal que me sentía en ese momento, les tengo muy buenas noticias: he mejorado sustancialmente en el último año, al grado que soy feliz de salir rumbo al trabajo y hasta hacer productividad extra viendo gente en las listas de espera de unifila.
El año pasado mis jefas de turno al saber por mi propia boca que estaba atendiendo terapia psicológica, y no me estaba bastando, me mandaron buscar una valoración psiquiátrica complementaria, y resulta que ese era el elemento faltante para ayudarme a enfriar mi cabeza, ordenar mis pensamientos, darme más resiliencia e incluso volverme super eficiente en mis manejos de tiempo y mi capacidad de razonamiento (¡bendita Citalopram y bendito Metilfenidato!).
Desde entonces, las terapias psicológicas comenzaron a fluir, mejoré la precepción pública de los derechohabientes (aunque se siguen quejando de mi cara, ugh), y he logrado por fin aceptar que por más bien que quiera hacer las cosas y educar a la gente, es un desperdicio en aquellos necios que creen estar por encima de los hechos...y eventualmente regresan con la cola entre las patas facilitándome el trabajo al convencerse solitos.
También aprendí durante este mes de crecimiento que lo peor que le puedes hacer a alguien que genuinamente solo busca provocarte es desearle un hermoso día, que vaya con Dios (pero no tan aprisa), y que se le colme de bendiciones. Es como ver a un vampiro sisear ante salpicaduras de agua bendita.

Con esto, espero que a partir de ahora las publicaciones sean menos sombrías u recuperen un poco de la amenidad de antaño.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Despacio, que tenemos prisa

Hoy me sentí con ánimos de escribir un poco...hace días que comencé con un cuadro respiratorio horrible, y sumado a que he estado haciendo dobles turnos (maldita pobreza), justo ayer me pegó tan horrible que sentí que mi nariz era un grifo. 
Una vez que descartamos que no era COVID, mi jefa tuvo consideración de dejarme hacer recetas para no exponer a nadie (claro, con la opción de pasar conmigo si lo deseaban, sabiendo que estaba enfermo).
Desde que llegué a casa caí rendido, y Ludym también al tener más días enferma. 
Todo el día se ha sentido frío dentro de la casa, las gatas se hacen bolita en nuestra cama, y el prospecto de una taza caliente de té y una cobijita me es más atractivo que salir al OXXO o cumplir con deberes sociales como asistir a la piñata del niño de nuestros amables vecinos.
Mis últimas vacaciones del año están por comenzar, y solo espero no pasarme de perezoso con los deberes de la casa, que no me de flojera salir al gimnasio, o que descuide mis deberes de la maestría.
Mi cuerpo me duele, mi garganta cala con cada palabra pronunciada, y esa horrible compulsión de hacer matemáticas mentales con el saldo de mi cuenta bancaria me revolotean, pero también saber que estoy en una postura en la que no puedo ni debo hacer más me ayudan a poner en orden las prioridades, como lo es pasar tiempo de calidad con mi esposa, mis mascotas y reponerme antes que preocuparme por el presupuesto, quehaceres o penitencias autoimpuestas.


miércoles, 3 de mayo de 2023

Desde ultratumba


¿Así que ya pasaron tres años desde mi último grito desesperado de ayuda? El tiempo se va volando cuando uno es prisionero de la rutina laboral, la cronopenia y las pandemias.

Despejando rápido dudas en aquellos pocos lectores que se quedaron con el pendiente: no, aún no somos papás, pero ya aceptamos nuestra condición de infértiles tras estudios médicos, y estamos en espera de que nuestro expediente sea empatado con el de algún niño para iniciar proceso de adopción; no, no he perdido mi empleo a causa del estrés laboral, pero he regresado a psicoterapia y de paso he solicitado ayuda psiquiátrica para diagnosticar con mayor precisión mi padecer, iniciar un tratamiento hecho a mi medida que no solo me ayude a sobrevivir a mi chamba, sino además ayudarme en mi productividad y cognición; sí, sigo viviendo en las tierras de Lucerita, y aunque hemnos hecho nuevos amigos en el proceso, seguimos odiando las idiosincracias de su gente; mi familia se encuentra bien, pero aún en reconfiguración tras la muerte de mis abuelas parterna y materna; no, mi relación con mis hermanos no es la misma mierda de aquellos años, la distancia y el tiempo nos han ayudado a sanar viejas heridas y apreciar el poco tiempo que podemos coincidir; no, mis padres ya están menos aprehensivos acerca de mi desenvolvimiento como adulto, y tienen mejor opinión sobre nuestras tomas de decisiones; no, mi relación con mi familia política ya no es un desastre, las crisis internas ayudaron a sincerarnos y conocernos mejor todos, ahora nos reunimos con mayor frecuencia y convivimos de forma muy llevadera, al grado de ya sentir que sí tengo familia en este Estado al que sigo siendo foráneo; sí, las pesadillas se han ido, y lo último que tal vez cuadraría como fue unba visión bizarra de mí teniendo qué darle de forma ultra incómoda a mi ex la bienvenida a nuestro vecindario, buscando mil y un pretextos para ser mal vecino y no presentarme ante su puerta sin éxito (desperté cuando estaba a unos metros de la banqueta), mi esposa se murió de la risa ante semejante historia la mañana siguiente.

¿Qué más ha habido de nuevo estos tres años?, pues ya tomamos la decisión de iniciar poco a poco empredimientos para hacer un poco de dinero extra, mi chica terminó su maestría, yo inicié una para formarme como terapeuta familiar, sobrevivimos a la pandemia, nos reconciliamos con los dioses y nos hemos vuelto politeístas (por no llamarlo de otra manera sigilosa 🧙), nos hemos vuelto genuinos señores de las plantas, comenzamos a cultivarnos de conocimientos para una vez retirados vivir de una granja autosustentable, y afortunadamente esta Navidad pudimos autorregalarnos una PC desktop ante la caducidad inevitable de las laptops, la impracticidad del teclado táctil de un móvil, y la falta de alma de una tablet.

Justo ahora estoy aprovechando los últimos días de vacaciones que me quedan de este semestre, y mi horario se ha volteado totalmente al pasarme todo el día dormido para en la tarde despertar y hacer todos los pendientes como buen amo de casa que soy (insisto que nuestra casa es nuestro paraíso de cuatro paredes, y amo darle vida tanto como mi mujer). Ya han pasado dos semanas de insomnio, y hoy sentí que era un buen momento para desfogar mi cabeza y desempolvar un poco mi viejo (pero querido) espacio virtual.

No me gusta prometer que procuraré publicar más seguido, porque a estas alturas siento que puedo contarle todo lo que me aqueja a mi compañera, pero lo que sí puedo jurar es que seguiré dándome la vuelta, de vez en cuando, hasta el día que deje este mundo, pues escribir aquí ha sido mi salvavidas incontables veces, quizás más de las que estaría dispuesto a admitir.

Además, es entretenido ver cómo entre líneas se puede ver cada una de las etapas que vivo en el momento de publicar, así que creo que vale la pena dejar una pequeña muestra a mis seres amados de quién fui en vida.

Por cierto, Cali sigue entre nosotros, y a sus ocho años les quiere recordar que los odia a todos.




viernes, 14 de agosto de 2020

Dulce Ilusión

Durante la madrugada de hoy tuve algo que no puedo definir si fué sueño o pesadilla.

Mi esposa ha tenido problemas serios con su colon irritable a lo largo de este año. A veces ha tenido cólicos tan severos que ha tenido qué ausentarse del trabajo, y otras hemos tenido qué emplear medicamentos pesaditos para controlar el cuadro al ver que no era nada de índole quirúrgico.
Un Domingo cualquiera, tuvo un cuadro doloroso particularmente intenso, pulsátil, incapacitante al grado que la hacía llorar y gritar que la llevara a un hospital. Justo al momento que estoy llamando una ambulancia, notamos que su ropa se está manchando de sangre; le retiro sus prendas para examinarla, y para nuestra sorpresa nos damos cuenta que está pasando por un trabajo de parto, con una pequeña cabeza coronando en su entrepierna.
Estaba muy nervioso debido a que habían pasado diez años desde la última vez que atendí un parto. Pero el shock que me provocó esta revelación era lo que más predominaba en mi persona mientras hacía las maniobras.
Rompimos en llanto. Tras un año de intentarlo tantas veces de manera infructífera, un bebé vino a nuestra vida justo cuando nos habíamos decidido por comenzar a investigar los trámites de adopción.
Lo besamos, lo abrazamos, lo acurrucamos en los brazos de Ludym mientras buscaba colchas y toallas para cubrirlo, en lo que esperábamos la ayuda.

Pero no era posible que un embarazo nos pasara por alto. Tantas veces que he tenido qué revisarla no era posible que no pudiera distinguir la formación de un ser humano en su vientre. 
Simplemente era imposible.
Pero quería pensar que eso no era un sueño...

...entonces, desperté muy vacío y triste.

sábado, 8 de agosto de 2020

Hoy lo intenté. De verdad lo intenté. Quise enfocarme en solucionar problemas, en ser pragmático, en solo formular diagnósticos y dar tratamientos, pero no pude.
Me tratan de contar historias largas y pendejas cuando pregunto por síntomas concretos, me dan diagnósticos absurdos formulados por la comadre o sus imaginaciones hiperactivas, me dicen al final de la consulta que tienen otro padecimiento totalmente omitido por ellos cuando les hago el interrogatorio, se les olvidan sus malditas contrarreferencias y así me vienen a exigir recetas, me reclaman que no les dí un fármaco y resulta que ni siquiera leen las putas recetas para darse cuenta que el error fue de farmacia, no pueden ni decirme qué medicamentos se toman ni a qué dosis, se desesperan si hago preguntas como mi pinche trabajo me lo manda, no obedecen indicaciones, no prestan atención a nada que uno dice, mienten para no quedar como unos peores valemadres, me hacen caras si me tardo unos minutos más porque el otro lo necesita o su puta receta es larga, y encima se sorprenden de que me hagan enojar o exprese en mi rostro desesperanza al ver que todos mis esfuerzos caen en saco roto.
Creen que mi ira y frustración vienen de casa, cuando allá me cura el amor de mi esposa y me regodeo en mi cama con mis gatos cariñosos. Es en realidad el hastío de lidiar diario con gente con poco sentido común e instinto de autopreservación el que me hace desear morir en esos momentos.

De verdad siento que algo en mí se muere cada día que voy al trabajo, cuando antes en este blog dejé testimonios de alegrías y satisfacciones en el ejercicio de la profesión.


Simplemente odio estar a disposición de los pendejos.

sábado, 25 de julio de 2020

Mis sentimientos son míos

Desde que me enrolé a mi sitio de trabajo actual, en los cursos de adherencia a las normas y conducta mencionan mucho que es común que tratar diario con todo tipo de gente puede generar situaciones como la descrita anoche, y sin embargo dejan muy pocos recursos para lidiar con ello.
Estando conciente que no es lo mejor dejarme llevar por las emociones negativas, y que la gente irremediablemente va a cagarla siempre como lo han hecho por milenios, he buscado además de terapia, otros métodos para el manejo de la ira.
Lo más recurrente con lo que me he topado, es la racionalización de ésta y su génesis: la ira no la originan los actos de las personas o sus palabras, sino la interpretación que yo elijo darles, y la forma en la que externo los sentimientos es pura obra y gracia mía, y de mí depende cómo la canalizo. 
Así, he optado por no ocultar mi frustración, pero opto por emplear las palabras correctas para minimizar el daño, emplear el tono de voz menos agresivo posible y asumir totalmente la responsabilidad de éstas al explicar por qué me enojo, por qué me desespero y por qué necesito que respondan a mis preguntas y cooperen con las maniobras de exploración que debemos hacer en un tiempo muy limitado. Al final, cierro con una disculpa por las molestias, malentendidos o roces, prometiendo que ya con la información que me proporcionaron las siguientes consultas serán más llevaderas y directas.
También procuro hacer cambios agradables al consultorio que me distraigan un poco de esos malos ratos, impregnando el ambiente de incienso de varios aromas (con la habitación bien ventilada, no quiero ataques de asma en mis pacientes), y pequeñas decoraciones con motivos de gato que me evoquen a mis pequeñitas en casa.
Y ya como recurso final, un mantra muy que redacté hace meses que me sirve de recordatorio de que la gente acude a mí sin saber qué hacer, que es común que no sepan ni cómo explicarme qué tienen, que es típico que empeoren el problema tratando de resolverlo solos, que es mi labor guiarlos hacia otro camino, las elecciones buenas o malas que tomen no deben de importarme, y que debo enfocarme en terminar el trabajo y volver a casa con mi familia, por quienes procuro dar lo mejor de mí.

No soy un ser de luz, soy imperfecto. Pero no quiero que eso sea un obstáculo para que sea una mejor persona cada día y que alcance la anhelada paz mental sin hacer daño a nadie.

Vómito Mental

Jamás me he considerado a mí mismo un modelo a seguir: tengo muy mal genio desde hace tanto tiempo que aprendí a aceptarlo como parte integral de mi persona, sé que eso a lo largo de toda mi vida me ha metido en problemas, me ha ganado enemigos, me ha dificultado hacerme de amigos y que en general la gente tiende a evitarme con tal de no verme la cara o tener que fingir que me traga por pura convención social. Sin embargo, también he aprendido a contener todo ese veneno con silencio bajo el entendido de que no quiero ser una molestia para nadie por pura consideración a los demás.
Estaba haciendo un trabajo espléndido disfrutando de la vida, de las nuevas etapas que vivo en mi nuevo hogar con mi recién formada familia, cuando de repente ir a mi sitio de trabajo se convierte en la nueva puerta por la cual la ira se asoma a saludar. Antes podía escuchar pacientemente a una señora de barrio contarme toda su historia de hasta 15 años atrás que no tiene nada qué ver con su padecimiento actual, y ahora desde el momento que contestan con alguna burrrada que no sea la respuesta a 'Buenas tardes, ¿cuál es el motivo de su consulta hoy?' me obliga a tornarme en un inquisidor amenazante para sacar la información mínima de manera agresiva para establecer un diagnóstico, pronóstico y tratamiento, hacer en friega una receta y órdenes para estudios, explicar en menos de 2 minutos el plan a seguir, y sacarla del consultorio para ver al que sigue con tal de no salir minutos o hasta una hora más tarde de mi horario de salida por culpa de divagaciones pendejas en sus cabezas.
Cada día que pasa se repite la misma historia, habiendo muy contados casos de gente que a la primera me dice lo que necesito saber o que su problema es tan serio que me obliga a bajarle al ritmo de trabajo, hacer un par de llamadas telefónicas rápidas a mis jefes, y armar una nota que se enfoque en tratamiento, documentación y preparación para un envío a segundo nivel.
Algunas veces también me topo con gente que sí me toca el corazón, me hace reír, me hace llorar o al menos me inspira confianza de compartirle algo de mi vida personal, pero esos pacientes son cada vez menos frecuentes, abundando más personas que mandan al diablo su tratamiento, se automedican a lo bestia, me comentan una fake news sobre la conspiración de la OMS esperando que les dé la razón, siguen un remedio buenísimo de la pinche comadre, dejan a sus niños enfermos medio mes y esperan que les resuelva el tremendo cagadero que hicieron, o me traen una historia inverosímil de cómo cargando una caja de 3 Kg en su trabajo hace una semana se herniaron la columna y necesitan como mínimo a su criterio un mes de reposo.

Me encanta ser médico, en verdad, y me gusta saber que le ayudo a la gente...pero simplemente no puedo ocultar mi disgusto al toparme con otro más del montón que sólo me hace cuestionar por qué la pandemia no se ha llevado a estos prófugos del ácido fólico o como mínimo a mí.

martes, 25 de febrero de 2020

Correo de prueba

Si pueden leer esto, ya puedo publicar desde correo electrónico.

Deséenme suerte.

lunes, 3 de febrero de 2020

Yolanda

El sábado 1 de febrero de 2020, como era de costumbre marqué al celular de mi mamá para ponernos al corriente y darle tranquilidad de que yo estoy bien, así como ella a mí de que todos en Torreón están bien...las cosas no estaban nada bien en casa: mi abuela materna estaba en terapia intensiva.
Esa misma semana, la pobre sufrió una caída en su casa que provocó una fractura de cadera a sus más de ochenta años. Teniendo una valva mecánica en su corazón, dos procedimientos torácicos, habiendo sobrevivido a dos Eventos Vasculares Cerebrales Isquémicos Transitorios, siendo hipertensa y con un grado alto de fragilidad, tenía todos los pronósticos en contra, pero tampoco se le podía hacer un manejo conservador a su lesión. Debía pasar por el quirófano...y ella simplemente ya no tenía fuerzas para recuperarse.
No volví a saber nada sino hasta las 17 horas, que mis padres me llaman para despedirme de ella en altavoz diciéndome que se estaba yendo. Éramos muchos los que debíamos decirle adiós seguramente, así que fuí breve y conciso para darle tiempo a los demás y al equipo médico.
Ludym y yo limpiamos la casa, terminamos de lavar ropa, llamamos a nuestros jefes avisando que nos iríamos de la ciudad por emergencia familiar, dejamos mucha agua y comida a nuestras gatas, y partimos al amanecer a mi antiguo hogar.
En el camino, mamá me explica que ella estaba siendo cremada con prontitud como dejó estipulado en vida, y que su ceremonia y depósito tomarían lugar la noche del 3 de Febrero. No habría un velorio.
Llegamos a las 16 horas.
Nos reunimos con mis padres, y partimos juntos a la funeraria para recoger a las 20 horas su urna. Ahí estaban mis tíos, la mayoría de mis primos y hasta familia política. Ahí estaba, en una sencilla urna de madera con una placa del Sagrado Corazón que ella misma escogió; más pequeñita de lo que ya estaba, libre de sus medicamentos, su prótesis, las huellas del tiempo, de tristezas y pesares, reducida a polvo de huesos para hacerse una con el tiempo y su creador, pero sin el rostro sonriente que yo amé desde la primera vez que me acunó en sus brazos, o su dulce voz que me hacía volver a la niñez cada que me saludaba al visitar a su morada.
Acordamos partir a su casa a cumplir con el plan original de reunirnos a levantar su figura del Niño Dios en su ya silenciosa sala, y tal vez cenar ahí mismo como lo hacíamos cada año. Ludym y yo permanecimos en respetuoso silencio acompañando las dolorosas plegarias de nuestra familia creyente ante a la urna y el nacimiento montado. 
En lo que ordenaron la cena, comenzó un intercambio de anécdotas, al cual yo contribuí con unas fotos viejas que respaldamos de ella hace ya algún tiempo desde su niñez a su último cumpleaños al lado de mi abuelito Lauro. Sin embargo sentía que algo me faltaba, y eso era mi momento a solas con ella, como todas las veces que he viajado para saludarnos y despedirnos con miras a nuestro siguiente encuentro...entré a su habitación y me senté junto con mi esposa en su cama, y dejé que mi mente asimilara lo vacío que estaba su tálamo, lo pequeñas que eran sus pantuflas, la ominosa presencia de sus cruces y estampas religiosas, su cepillo con hebras de su cabello, su almohada con el olor de la cabeza que tantas veces besé, sus batas y suéteres característicos con los que andaba cómoda por la vida, los muebles y accesorios que la acompañaron por las distintas mudanzas que había tenido, y la tinita masajeadora de pies que le compré para su último cumpleaños...rompí a llorar en brazos de mi mujer como ella jamás en la vida me vió hacerlo.
Se había ido. No regresaría a besarme y abrazarme. No volvería a recibir su bendición para regresar con bien a casa. No podría presentarle a mi primogénito como deseaba hacerlo. No pasaríamos juntos una nueva Navidad. No podría tomar de nuevo sus manos entre las mías.
La persona que me cuidó casi a diario con amor y paciencia el año que me negué a volver al kinder por culpa de una maestra con problemas de control de ira; la persona que con un abrazo y un vivaz '¡Ay mijo, mijo, mijo!' me quitaba por un momento el miedo a crecer, la persona que se reía a vivas carcajadas con mis ocurrencias, preguntas, travesuras y hasta peleas con hermanos y primo; la persona que nos dejaba amontonarnos hasta cuatro niños con ella y mi abuelo en su cama por las noches; la persona que en juegos me dejaba cepillar su cabello y adornarlo con accesorios; la persona que bañándome me cantaba con cariño algo de Cri Cri; la persona con la que disfruté pequeñas aventuras viajando a la Sierra de Durango y las playas de Mazatlán por primera vez; la persona que con mucho orgullo me felicitaba cada logro académico; la persona que podía ver muy adentro en mi alma aún después de que de mi rostro desapareció el semblante de miedo y se quedó para siempre el ceño fruncido de la ira; la persona que sabía que debajo de la amargura había un niño que se sentía muy solo y temeroso.
Tardé media hora en componerme al tener el rostro hinchado y rojo, lavarme la cara en su baño y reintegrarme a la triste reunión fingiendo que no pasó nada.
Nos llevamos las cenizas para que mamá las guardara antes de que llegue la hora de entregarla a su último lugar de descanso. Le dí un tierno beso dándole las buenas noches, y nos fuimos a nuestro hotel a descansar y digerir lo que me estaba pasando.
Aún en este momento que escribo, se me siguen saliendo las lágrimas por más que trato de contenerlas, y está bien. Es parte del proceso que debo pasar al perder a mi otra figura materna que me acompañó 34 años de mi existencia. Sé que ella fué feliz a pesar de las crisis y pérdidas que vivió, que ella se sabía y sentía amada por todos nosotros hasta su último día, y que se fué en paz sabiendo que todos estábamos bien.



Pero aún sabiendo que ella vive en mí, no dejo de sentir que un pedazo de mi corazón ella se lo llevó.



Adiós, mi dulce Ángel. Gracias por todo tu amor.