Una vez que descartamos que no era COVID, mi jefa tuvo consideración de dejarme hacer recetas para no exponer a nadie (claro, con la opción de pasar conmigo si lo deseaban, sabiendo que estaba enfermo).
Desde que llegué a casa caí rendido, y Ludym también al tener más días enferma.
Todo el día se ha sentido frío dentro de la casa, las gatas se hacen bolita en nuestra cama, y el prospecto de una taza caliente de té y una cobijita me es más atractivo que salir al OXXO o cumplir con deberes sociales como asistir a la piñata del niño de nuestros amables vecinos.
Mis últimas vacaciones del año están por comenzar, y solo espero no pasarme de perezoso con los deberes de la casa, que no me de flojera salir al gimnasio, o que descuide mis deberes de la maestría.
Mi cuerpo me duele, mi garganta cala con cada palabra pronunciada, y esa horrible compulsión de hacer matemáticas mentales con el saldo de mi cuenta bancaria me revolotean, pero también saber que estoy en una postura en la que no puedo ni debo hacer más me ayudan a poner en orden las prioridades, como lo es pasar tiempo de calidad con mi esposa, mis mascotas y reponerme antes que preocuparme por el presupuesto, quehaceres o penitencias autoimpuestas.