ilustración de Diego Blanco
LOBO
Se llamaba Víctor, pero los del barrio le decíamos Lobo. Las había
hecho gordas: había robado en casi todos los comercios, había levantado unos
cuantos coches, se había enfrentado a todos los jóvenes de Zarza y a alguna le
había quitado las bragas o algo peor. Por todo eso empezó a entrar en
correccionales y, más adelante, en la cárcel. Era un chico moreno, bajito y
esmirriado, poca cosa, con una melena que le llegaba hasta el culo, y que tenía el poder de
paralizar con la mirada . En sus ojos
negros podía adivinarse que no tenía miedo a nada ,
que ni siquiera las palizas que seguro había recibido en cuartelillos y
correccionales le hacían el menor menoscabo. Lobo. Delgado, nervudo y
escurridizo, como una serpiente. Fuerte como un cable de acero. Lobo.
Aquella tarde de agosto me tocaba vigilar el solar entre los montones
de escombros. Allí, en aquel descampado entre bloques de reciente construcción,
habíamos construido un chamizo con ladrillos robados de las obras cercanas y
las uralitas que sobraban de las chabolas de los Pies Negros. Hasta entonces
nuestro refugio habían sido cuevas excavada s
entre los cascotes y demás desechos que constituían nuestra diversión. Allí
jugábamos a la lima, allí peleábamos a pedrada s
contra los de Bami, allí hacíamos fuego en invierno para calentar nuestra
miseria. Ni una puta hierba crecía en aquel solar, y menos un arbusto o un
árbol que diese sombra, y aunque los veranos no eran como en Extremadura, allí
el sol también sabía quemar.
Apareció con un perro, un pastor alemán que siempre iba con su hermano
Yes sembrando inquietud, hasta que a Yes un morito le saco las tripas en el
talego y todos respiramos un poco más. Pero solo un poco, porque Lobo cogió el
relevo, y fue mucho peor.
Lo vi llegar y me quedé parado. Hubiese corrido en dirección a la
valla, evitando enfrentarme a él, pero las piernas no me respondían. No me
respondían y todavía no había visto el brillo maligno de su mirada . Me quedé a esperarle. El perro se echó encima y
él lo calmó con un susurro seco, ya, vale. Me miró fijo, de abajo arriba, y luego me preguntó ¿qué llevas en los
bolsillos, chaval? Me metí las manos y las saqué llenas de cromos de jugadores
de fútbol, un par de chapas de Cinzano, una bola de cristal y dos monedas de
cinco pesetas que acababa de afanar del monedero de mi madre. Extendí las manos
abiertas y le ofrecí todo aquello como si estuviese entregando una ofrenda a un
Dios. Me miró las manos y sonrió de medio lado. Metió su mano en el bolsillo
trasero del pantalón y yo me estremecí. Notó ese temblor y volvió a sonreír.
Sacó un paquete de Ducados arrugado y se llevó un pitillo a la boca. El sol se
reflejaba en la uralita del tejado y las piernas empezaron a flaquearme. No te
preocupes, chaval, no voy a hacerte nada .
Cerré las manos y volví a llevarlas a los bolsillos. Él encendió el cigarro con
una cerilla y se agachó, adentrándose en la oscuridad del chamizo. El perro le
siguió. Yo me quedé en la puerta, viendo como Lobo ojeaba el manoseado Lib y el
resto de revistas con fotografías de chicas desnudas que estaban sobre la caja
de madera que hacía de mesa, sin tocarlas. Se sentó en una silla desvencijada que había en el centro de la estancia, junto al
cajón, y se quedó mirándome fijo, exhalando el humo al techo. Todo parecía ir
muy despacio.
Luchi apareció tras de mí. No la había sentido llegar. Dijo algo que
no entendí y me dí la vuelta. Intenté decirle con la mirada
que se largara, que corría peligro. Pero se quedó allí, quieta.
Quién es tu amiga, preguntó Lobo sin preguntar, sonriendo de medio
lado y fumando con el cigarrillo atenazado en la juntura de los dedos.
Luchi miró dentro y sonrió nerviosa. Siempre me he preguntado si sabía
quién era y si no le tenía miedo. Lobo le hizo una seña y Luchi entró en el
chabolo sin mirar atrás. Lobo se puso en pie, la hizo sentar en la silla que
ocupaba. Después, se dio la vuelta y clavo sus pupilas de fuego en mí: Ahora te
vas a ir un ratito, media horita, a jugar a la lima con tus amiguitos. Mientras
me hablaba bajito al oído, buscando con sus ojos los míos, hurgaba en el
bolsillo derecho de mi pantalón. Encontró los dos duros, me los mostró y se los
guardó en el bolsillo trasero. Luego me mandó salir con un simple latigazo de
su mirada .
Lobo se despeñó unos días después con un Seat mil cuatrocientos
treinta por el barranco de San Blas,
perseguido por la policía, y dicen que él y el Kuki quedaron carbonizados, como
los pollos asados de la Bienve.
No sé, porque yo nunca me atreví a preguntárselo a ella, pero siempre
he pensado
que Luchi, a Lobo,
se lo había hecho
gratis.
Spanish Quinqui
Portada por Miguel Ángel Martín
Entrevista a Bernard Seray por Diego López
Relatos inéditos de
Carlos Salcedo Odklas, José Ángel Barrueco, Kike Turrón, Esteban Gutiérrez Gómez, Alex Portero, Patxi Irurzun, Pepe Pereza, Alfonso Xen Rabanal, Julio César Álvarez, Juanjo Ramírez, Gabriel Oca Fidalgo, Cisco Bellabestia, Mario Crespo, Vicente Muñoz Álvarez, Jorge Barco, Felipe Zapico Alonso, Octavio Gómez Milián, Pablo Cerezal, Vanity Dust, Velpister, Jesús Palacios, Eloy Fernández Porta y David González.
Entrevista a José Hernández (Los Calis) por Jorge Barco
Un vocabulario al margen por David González
Ilustrados por
H Valdez, Salvador Armesto, Miguel Ángel Martín, Pablo Je Je, Diego Blanco, Riot Uber Alles, J.Kalvellido, Luis F.Sanz, Santos M.Perandones, Mik Baro, Andrés Casciani, Fernando Centrángolo, Fidel Martínez, Pobreartista, Julia D.Velázquez, Nuria Palencia, Cisco Bellabestia, Charly Aquilué, Pablo Gallo, Virginia Jiménez Calvente, Velpister, María Luisa Porto, Toño Benavides y Rodrigo Córdoba.
Póster despleglable por Julia D.Velázquez
Poemash Especial El Ángel
Portada por Silvia D.Chica
Prólogo por Ana Curra
Poemas inéditos de
Joaquín Piqueras, Karmelo Iribarren, Enrique Villagrasa, Jorge M Molinero, José G.Cordonié, Gsús Bonilla, Iñaki Estévez, David Vázquez, José Naveiras, Juan Carlos Vicente, Silvia D.Chica, El Dogo, José Manuel Vara, Ángel Muñoz Rodríguez, Javier Das, Choche, Garazi Gorostiaga, Enrique Cabezón, Toño Benavides, Ricardo Moreno Mira, Vicente Muñoz Álvarez y César Scappa.
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