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27.5.15

DE COMO BILL CLINTON VENDIÓ SU ALMA A LA CULTURA POP Y EL FANTASMA DE ELVIS SE COBRÓ LO PACTADO



Cuentan las crónicas electorales yanquis que cuando en junio de 1992 Bill Clinton, en plena campaña electoral, apareció en The Arsenio Hall Show y se marcó un Heartbreak Hotel al saxo, dio un paso de gigante para convertirse seis meses después en el nuevo presidente de los EEUU.


Entre la aparición televisiva y su proclamación como presidente, el insigne periodista y ensayista Greil Marcus publicó un visionario artículo en el New York Times del 23 de octubre de 1992. Se titulaba "La estrategia Elvis" y explicaba como esa actuación o el uso de frases sacadas de canciones de Elvis crearon un mediático vínculo pOp entre el candidato demócrata el y el rey del rock. Su rival, el entonces presidente George Bush padre, creyó ver ahí algo que ridiculizar, diciendo cosas como que las propuestas económicas de Clinton eran una tontería que podrían resumirse como "Elvis Economics" a lo que el demócrata respondió "Me parece que a George Bush no le gusta mucho Elvis". Lo cierto es que el político republicano, quizá por haber nacido en 1924, no se daba cuenta de algo que Clinton sabía muy bien: en el sueño americano Elvis es América.

Clinton, como fan adolescente de Elvis, lo sabía, al fin y al cabo pertenecía a la generación que hizo estallar el rock and roll. Hay quien en estas imágenes del funeral de Elvis señala la presencia de Clinton (minuto 2:29).


No he podido confirmarlo, y hay dudas al respecto, pero da igual porque es buena prueba del vinculo pop entre Elvis y Clinton: si hay quien cree que Elvis no ha muerto y uno puede encontrárselo por la calle, hay quien ve a Clinton en el funeral de Elvis. De hecho, Clinton se convertiría para muchos en el mejor impersonator de Elvis, su mejor doble.

Pero la cultura pOp oculta afilados requiebros del destino, o lo que es lo mismo: si para ser presidente Clinton vendió su alma a la cultura pOp, esta acudió como Mefistófeles para cobrarse los servicios prestados.



En 1989, Jim Jarmusch estrenaba una de sus mejores películas: Mystery Train. El nombre lo tomaba de una de las mejores y más míticas canciones de Elvis y explicaba el viaje a Memphis de un par de fans japoneses del Rey del Rock. En una escena clave, el fantasma de Elvis hacía acto de presencia.



El doble de Elvis que encarnaba a su fantasma en el film de Jarmusch se llamaba Steve Jones y esta fue su única aparición en pantalla. No era demasiado relevante como impersonator, solo uno más entre muchos cientos. Años más tarde su esposa Paula, también fan de Elvis, se hizo mucho más popular.


Cuando Clinton estrenó su presidencia, la derecha norteamericana inició un ataque directo a su línea de flotación lanzando sospechas sobre supuestos escándalos sexuales. Aunque la rocambolesca historia con su becaria Monica Lewinsky es hoy la más recordada, el caso Clinton había estallado por todo lo alto un poco antes con la irrupción voluntaria (aunque hoy hay serias dudas al respecto) de Paula Jones, una mujer que acusó al presidente Clinton de acoso sexual. Pese a no haber pruebas al respecto (y sí de los contactos de la demandante con lobbys de la derecha republicana), el asunto se cerró por la puerta de atrás al más puro estilo norteamericano.

Visto hoy en perspectiva, la defensa de Clinton podía haber manejado un buen argumento para rebatir el acoso (aunque no el encuentro sexual). Al fin y al cabo Paula Jones era una fan total de Elvis, estaba casada con uno de sus dobles, y un día se topó con el mayor y más glorioso de sus impersonators: Bill Clinton.

         
Nota: la historia de Steve Jones, el doble de Elvis en la película Mystery Train, y su condición de esposo de Paula Jones, la explica Greil Marcus en la introducción de su estupendo ensayo Mystery Train (Contra, 2013)


    

24.3.15

EL VERMUT

Pues que Kiko Amat me citó el otro día en una tasca a mi elección para charlar largo y tendido sobre Mentiré si es necesario. Yo disfruté del encuentro mientras los botellines de cerveza se iban vaciando, y creo que el resultado salió de lo más divertido y se puede leer aquí, en Gent Normal. Es largo, pero creo que quienes gustan de lo mío sabrán apreciarlo.



También aprovecho para decirles que una na de mis dos lecturas favoritas del año pasado fue Mil violines y otras crónicas sobre pop y humanos (Random House, 2011) —la otra esta—, un libro que tuve en mis manos varias veces cuando salió pero que tardé demasiado en pillar —la clave, un amigo que me dijo lo mucho que lo había disfrutado y que él establecía un vínculo poderoso con mi libro—. La cosa es que al final fui a por él y me lo zampé en una ida y vuelta en AVE a Madrid, en un arrebato de gozo y gula lectora. Luego, al llegar a casa, me pase dos días escuchando los discos que comenta en el libro, un recorrido pop y biográfico alrededor de canciones, borracheras y melodramas juveniles de barrio. Vamos, que el vínculo está ahí, es cierto, pero es que Mil violines me pareció cojonudo e incluso me descubrió algún temazo que no conocía. Y el discurso se cierra con los Fleshtones, como debe ser, porque en la conga de la vida el que toca las maracas va delante.



22.10.14

UN SOUNDTRACK PARA QUINQUIS Y TENTÁCULOS



Mataré a vuestros muertos, mi novela pulp de quinquis y tentáculos en el Barrio Chino de Barcelona, editada por Prosa Inmortal, lleva ya una semana a vuestra disposición. Buen momento para recopilar algunas cosas.

Lo más importante es que está a la venta en versión digital con el precio de 3 euros. Tres míseros euros que de inmediato deberían pasar de vuestros bolsillos a los míos con tan sólo un click.

Me dicen que físicamente ya se puede adquirir en La Central del Raval y la de la calle Mallorca de Barcelona. A lo largo de los próximos días irá llegando a más librerías.

He confeccionado una banda sonora de la novela, canciones que por alguna razón guardan relación con los hechos que allí se narran, que tuve presentes o cuyo atmósfera me gustaría evocar. Un pupurrí que va de Los Amaya a los Desechables pasando por Goblin, Les Baxter o Ennio Morricone. Pueden escucharla aquí.

y para acabar, nada mejor que copiar y pegar por aquí la primera reseña aparecida. El mérito corresponde a Jonatan Sark (sí, lo sé, es él quien me escribe las epístolas librescas):

Esta notable novela no solo es de mi muy querido amigo Daniel Absence, además la editan los chicos de Prosa Inmortal (Tones & Funkhouser) dentro de su colección Bestias Pardas. Pese a todo esto dejadme que os diga que me ha gustado. No tenéis por qué creerme, claro, pero mi recomendación queda ahí. Dentro os encontraréis una historia que logra reunir el sabor de una mezcla entre el terror insondable y la podredumbre humana, atávicos ambos pero de manera diferente, a través de una inteligente reunión de estampas que al contraponerse van construyendo una historia como un castillo de naipes presto a ser derribado en un mazazo final. Es cierto que se notan algunos problemas propios de primera novela o que en ocasiones se hacen hasta cortos los capítulos, sobre todo cuando llegamos a las partes finales de la misma, pero son muchos sus logros, especialmente en los capítulos de la Pantera Rosa y la Condesita que servirían de resumen perfecto de las dos esferas del libro. Si tenéis oportunidad echadle un ojo a un par de capítulos. Eso os debería dejará claro que no es el amiguismo el que habla aquí.

2.7.13

DINAMICAS TÓXICAS


El Butano Popular se va de vacaciones y para despedir la temporada he escrito un texto generoso en drogas duras, punquis y tornados: La adicción de Mary Poppins. Pueden leerlo aquí.


30.6.13

JIM KELLY: LA QUINTAESENCIA DE LO COOL



Me he despertado con la noticia de la muerte de uno de mis mitos particulares más queridos: Jim Kelly, icono del maridaje entre artes marciales y blaxplotation, quintaesencia del peinado afro perfecto, el funk y la cultura pop más pura y honesta. No se me ocurre mejor homenaje que publicar un extraxto de Black Super Power, mi ensayo sobre el héroe negro, en el que realizo un veloz y entusiasta recorrido por su legado fílmico.


En pleno apogeo, la blaxploitation se convierte en una estética de moda que enriquece todo lo que toca. Así, la primera de las entregas de Roger Moore como tercer Bond, Vive y deja morir (Live and Let Die; Guy Hamilton, 1973), se embadurna de imaginería blax, vudú y la presencia de Yaphet Kotto y Gloria Hendry. Lo mismo sucede con El último hombre vivo (Omega Man; Boris Segal, 1971) adaptación del clásico de la ciencia-ficción Soy Leyenda (Richard Matheson, 1954) con Charlton Heston como protagonista. Y cuando la Warner prepara el definitivo asalto a la gloria de Bruce Lee, enriquece Operación Dragón (Enter the Dragon; Robert Clouse, 1973) con la presencia de un secundario negro tan carismático e icónico como Jim Kelly.
(…)
Jim Kelly, bendecido por la proximidad a Bruce Lee, con su elegancia felina, peinado afro perfecto y reconocida simpatía por los Panteras Negras, es uno de esos actores cuya presencia permanece y adquiere connotaciones icónicas a pesar de una filmografía breve, de progresión decadente y calidad dudosa (siempre desde la perspectiva del canon cinéfilo, claro). Tras el éxito brutal de Operación Dragón, Warner era consciente del potencial de Jim Kelly como actor con tirón para el cine de acción, así que le diseñó un producto a su medida: Cinturón negro (Black Belt Jones; Robert Clouse, 1973).

Siguiendo el camino trazado por Cleopatra Jones (el apellido común no es coincidencia), en Cinturón Negro la Warner infantiliza los argumentos de la blaxploitation al mismo tiempo que aumenta las dosis de espectáculo apto todos los públicos. La historia también saquea sin pudor ni esfuerzo uno de los argumentos universales del cine de artes marciales, la honesta escuela de kung-fú sometida al acoso de los malos, aunque situando ésta en un suburbio de Los Ángeles (ver nota al final del párrafo). El edificio que ocupa dicha escuela es objeto del deseo de la Mafia del Hombre (blanco), así que ésta encarga el tema al pequeño líder criminal de la zona, un negro orondo rodeado de inútiles. El problema es que llegan al rescate un antiguo alumno que trabaja de agente secreto (Jim Nelly) y una hija secreta del viejo y difunto maestro (que recibió lecciones a los tres años de infancia). A ella la encarnaba Gloria Hendry, una de las más hermosas reinas de la blaxploitation además de chica Bond. La película está ahí, repleta de detalles de subcine que provocan su injusta inclusión en algunas listas de las peores películas de la historia: el repeinado Scatman Crothers como imposible maestro anciano de las artes marciales; un grupo de chicas playeras expertas en saltos acrobáticos con cama elástica que ayudarán a asaltar el cuartel general de la Mafia; la batalla final envuelta en la espuma de un túnel de lavado de coches; o uno de los momentos de pareja de enamorados corriendo por la playa más antológicos y deplorables que recuerdo. Esto es así, es cierto, pero el poder visual de Jim Kelly persiste, por mucho que Black Belt Jones sea un subproducto aprovechado y de saldo, puro cine de derribo. La banda sonora sigue siendo de lujo a cargo de Luichi de Jesus y un tema principal compuesto por Dennis Coffey, el mítico guitarrista blanco de la Motown.

Nota al pié: La explosión del cine de artes marciales nace a partir del estreno en Occidente de De profesión: Invencible (Kingboxer; Chang-hwa Jeong, 1972), producción de la Shaw Brothers con distribución internacional de Warner. Luego, Bruce Lee y su leyenda no hicieron más que engrandecer el impacto de un fenómeno mundial que tuvo un curioso efecto multicultural de serie B: la proliferación de escuelas de artes marciales que hermanaba Harlem con Hospitalet de Llobregat, por citar dos satélites urbanos de una gran ciudad.



La carrera de Jim Kelly será, como he dicho, irregular y decadente. Tras Cinturón negro se embarca en un proyecto tan simbólico y comercial como la reunión en una misma película de tres de los actores clave de la blaxploitation. Junto a Jim Brown y Fred Williamson protagoniza Los Demoledores (Three The Hard Way, 1974) bajo las órdenes de Gordon Parks Jr. (el director de Super Fly e hijo, a su vez, del responsable de la saga cinematográfica de Shaft). Es posible poner numerosas pegas a una película como Los demoledores si se visiona desde el punto de vista de la cinefilia estrecha; ahora bien, desde una perspectiva carente de pamplinas es una gozosa serie B de acción y un desparrame de hostias, tiros y explosiones.


El argumento no puede ser más delirante: un productor de soul (Jim Brown) descubre, tras el secuestro de su mujer, que el partido nazi norteamericano prepara exterminar a toda la población afroamericana contaminando los depósitos de agua de las grandes ciudades con una sustancia química que discrimina racialmente y mata sólo a los negros. Ante tamaño desafío, el productor musical, que también es un hombre de acción, contactará con un par de amigos (Fred Williamson y Jim Kelly, claro) para liarla parda.



Los Demoledores es una película muy básica y sin complicaciones, nadie lo niega, hinchada con largas escenas de tránsito de sus personajes (andando, en moto, en coche y hasta en lanchas motoras) a mayor gloria de la banda sonora compuesta por The Impressions y donde destaca la larga secuencia en la que Jim Kelly recorre con su elegancia felina y cool el aeropuerto de Los Ángeles. Otro de los detalles que lo convierten en un filme más fascinante de lo que aparenta es su clara condición de película de superhombres negros; no sólo porque se trate de tres héroes imbatibles y capaces de todo o porque su guión acuda a una trama delirante con villano nazi de opereta (acompañado de un mad doctor para redondear el asunto), sino por su condición de crossover, que es como en los tebeos de superhéroes se llama al cruce de personajes de colecciones distintas. En Los demoledores Jim Brown hace de Jim Brown, Jim Kelly de Jim Kelly y, por supuesto, Fred Williamson de Fred Williamson, haciendo válida mi afirmación anterior según la cual los principales actores de la blaxploitation hacen suyos los atributos de los personajes que interpretan y viceversa. En definitiva, en términos de cine de derribo Los Demoledores hace honor a su nombre.



No sería esta la única aparición del llamado Rat Pack negro, emulando el nombre dado al clan Sinatra. Al año siguiente se reúnen de nuevo para protagonizar, junto a Lee Van Cleef, un tardío eurowestern híbrido e irregular rodado en las Islas Canarias: Por la senda más dura (Take A Hard Ride; Antonio Margheriti, 1975). De nuevo cada uno en su papel: Jim Brown de héroe moral, Fred Williamson de tahúr caradura y a Jim Kelly le toca bailar con la más fea con un delirante papel de piel roja mudo experto en artes marciales. Años más tarde repetirán con una blaxploitation tan fuera de plazo y lugar como Apuesta peligrosa (One Down, Two to Go; Fred Williamson, 1982) y con Richard “Shaft” Roundtree sumándose a la fiesta.



Rat Pack negro al margen, la carrera de Jim Kelly enseguida degeneró hacia el terreno del subproducto de artes marciales con tintes variopintos. En Black Samurai (Al Adamson, 1977) se ponía a las órdenes de uno de los peores directores de la historia (en la tradición de Ed Wood) para adaptar una de las novelas pulp de Marc Orden y su personaje homónimo, el superagente a las órdenes de D.R.A.G.O.N. (Defense Reserve Agency Guardian Of Nations) enfrentado a un supervillano maestro en las artes del vudú y su nutrido ejército de enanos karatekas (nada menos). Kelly repetiría con el charcutero de Al Adamson en Dimensión Mortal (Death Dimension, 1978), otro ejemplo de cine basura disfrutable en su despropósito y en la que el supervillano de turno planea construir una máquina que congelará a la humanidad. Para rematar la carrera de nuestro karateka afro más molón, es justo señalar Hong Kong Connection (The Tattoo Connection; Tso Nam Lee, 1978), genuina producción Made in Hong Kong (con todo lo bueno que eso supone en cuestión de coreografías) que se pretendió falsa secuela de Cinturón negro. Tras sus escarceos por el territorio del subproducto de presupuesto cero, Jim Kelly abandonaría el mundo del cine (aunque de vez en cuando nos alegra con algún cameo) y de las artes marciales para dedicarse al tenis profesional primero como jugador y más tarde como entrenador.


La carrera de Jim Kelly explicita muy bien la decadencia de la blaxploitation y su muerte por combustión espontánea. Tras el ímpetu de su éxito inicial, el subgénero pasa a ser pasto del sector más esquinado de la industria del cine y sus nutridas factorías del subproducto. Ya en sus primeros años proliferaron las coproducciones con el sello de Cirio H. Santiago, el brazo filipino de Roger Corman y la AIP, en películas como Savage! (1973) o TNT Jackson (1974). Un vínculo antinatural que prosiguió con fotocopias malas como Cleopatra Wong (They Call Her Cleopatra Wong; Bobby A. Suarez, 1978) o híbridos de las artes marciales como Bamboo Gods and Iron Men (César Gallardo, 1974) o The Black Panther Of Shaolin (Ernesto Ventura, 1975)31, en la que aparecía otro campeón negro llamado Ron Van Clief, rápidamente fichado por el cine de artes marciales realizado en Hong Kong para participar en una falsa trilogía formada por Black Dragon (Tommy Loo Chung, 1974), ¿Quién Mató a Bruce Lee? (The Black Dragon revenge the Death of Bruce Lee; Tommy Loo Chung, 1975) o El Testamento de Bruce Lee (Black Dragon Fever; Kao Ke, 1979) que lo emparejaba con los célebres clones de Bruce Lee.



8.5.13

UNAS MARACAS PARA DOMINAR EL MUNDO




Aprendí a tocar las maracas en clase de solfeo y desde el primer día me sentí unido a ellas. Aún sigo. Dadme un poco de metanfetamina y unas maracas y cambiaré el mundo.
Así empieza mi último Butano, que pueden leer íntegramente allí donde corresponde, es decir, en El Butano Popular. Por cierto, esto me recuerda que no enlacé por aquí la anterior entrega. Empezaba así: 
“De mayor quiero ser escritor de novelas de quiosco o yonqui” fue una afirmación a la que acudí con frecuencia en algún momento de mi juventud, ya pasada la veintena.

10.5.12

MATEMOS A LUC SANTE


Me compré Mata a tus ídolos de Luc Sante por un tuiteo de @minipetite.  Bueno, no sólo por la recomendación, también por su género (la antología de reportajes periodísticos) y por ser de Libros del K.O., una editorial pequeña y recién nacida. Lo segundo no creo que requiera más explicación; lo primero, en fin, que una de las cosas que me llevé los tres años que pasé estudiando (mal) periodismo (1984-1987) fue precisamente el descubrimiento del Nuevo Periodismo y de las antologías de Tom Wolfe y Hunter S. Thompson. Desde entonces es un género que frecuento, aunque no se trate exactamente de miembros de ese movimiento, aunque su influjo está ahí, claro, puedo percibirlo en David Foster Wallace o incluso en las historietas del gran Joe Sacco. No conocía a Luc Sante (50 años residiendo como extranjero en EEUU, reza la solapa) pero el bello título (traducción de Kill all your darlings, cita atribuida a Faulkner), su condición de periodista mayormente cultural, lo bonito de la edición (pequeñita y matona, bravo) y una introducción firmada por Greil Marcus acabaron por convencerme.

Y muy bien oigan. Me lo zampé de manera voraz y ya forma parte de mis favoritos en el subgénero de la compilación de ensayos culturales. Tan sólo uno de los textos, el dedicado a reseñar unas memorias de Bob Dylan, se me hizo pesado. Que conste en acta que yo no soy dylaniano más allá de sus coqueteos con el rock a mediados de los 60. El resto del libro va de lo interesante a lo muy interesante, y en demasiadas ocasiones aúna pasión con conocimiento, que es algo que no tiene precio. Además, la variedad temática es fantástica: de las recopilaciones de garaje punk a la línea clara de Hergé, pasando por Magritte o Mapplethorpe.


Mata a tus ídolos se divide en cinco bloques. El primero tiene carácter social y autobiográfico y recoge textos en los que Luc Sante rememora la Nueva York de finales de los 70; fabula con sus ruinas futuras; recuerda su condición de inquilino en los pisos de alquiler del Lower East Side o una revuelta vecinal en el Tompkins Square Park; carga contra la alcaldía de Giuliani; recuerda la figura del delincuente John Gotti y acaba escarbando en la extraña condición de Nueva Jersey por su condición de satélite de la Gran Manzana.


El segundo bloque parece continuar esa tónica con un primer texto en el que rememora su experiencia laboral adolescente en una poco recomendable fábrica de New Jersey; pero luego prosigue con un breve ensayo sobre la etimología de la palabra dope (de ahí viene doparse, ustedes entienden); con su condición de ex fumador amante del tabaco; con un fabuloso análisis de la violencia festiva y enajenada que ha frecuentado históricamente la Nochevieja y la celebración del Año Nuevo (como él dice, hay algo atávico en tanta muerte); la historia de los afters neoyorquinos donde nació el punk; su visita al intento (grunge) de resucitar Woodstock en 1999 (donde hace gala del tipo de humor cínico que me seduce) y un par de inteligentes esbozos sobre Terry Southern o el libro Hip: The History de John Leland. Al leerlos todos de seguido se denota la no forzada cohesión entre ellos en su viaje de la fiesta y la droga al “Eras demasiado moderna, nena. Ya no te aguanto” que cierra la semblanza de Southern.

La temática del tercer bloque es clara y diáfana: la música. Ahí está el texto sobre Dylan que mencionaba; la loa, siempre insuficiente, a los Nuggets (indispensables recopilatorios de garaje punk sesentero); la vindicación de una banda tan oscura para nosotros como The Mekons; la muy interesante historia de Buddy Bolden, su banda y la génesis del Funky Butt una sudorosa noche de 1902 en Nueva Orleans. El bloque finaliza con La invención del Blues, una pieza maestra en la que traza y acota en tiempo y lugares concretos el nacimiento del lamento negro por excelencia.


El quinto bloque concentra artes visuales diversas y es donde más se deja notar su condición de hijo de emigrantes belgas. Sólo así se entiende un texto dedicado a Hergé y la línea clara, uno sobre Víctor Hugo como epítome de la cultura pop de masas u otro sobre Magritte (en el que además establece finos lazos con Fantomas). Eso añade valor al libro, que se enmarca en la tradición de análisis de la pop culture estadounidense pero que se libra así del estigma etnocentrista del que siempre adolecen los estudios que de allí nos llegan, y en donde parece no haber otra cultura que la suya. El bloque finaliza con tres fabulosos textos sobre fotografía. Quizá en mi entusiasmo influya que no es una disciplina que conozca demasiado. El primero lo dedica a Walker Evans y su ingente labor para la Farm Security Administration fotografiando pequeños pueblos y granjas durante la década de los años 30. El segundo a Michael Lesy y su antología de recuperación fotográfica Wisconsin Death Trip (1973), obra que intuyo como muy clave para demasiadas cosas (entre ellas, dar la pista que difundió las fotos de difuntos de que fueron tradición hace más de un siglo), así que deberé darle un ojo como pueda. Y para acabar una diáfana y muy reveladora semblanza del polémico y genial Mapplethorpe.


En el breve y último bloque Luc Sante regresa a la experiencia autobiográfica directa (que en realidad siempre está presente de alguna manera) para hablar de su adolescente lectura del Aullido de Allen Ginsberg y de cómo acabaron siendo vecinos, o del impacto juvenil que le supuso la lectura de Rimbaud. En fin, literatura que un joven Sante devora como debe hacerse, yéndole la vida en ello.

Una de las cosas que más valoro de una lectura es su capacidad para hacerme tirar del hilo, de completar lo que explica escarbando por la red. Con Mata a tus ídolos me ha sucedido de nuevo y lo celebro. He googleado en busca del Wisconsin Death Trip, del Funky Butt, de Buddy Bolden, de la foto de Magritte con su cuadro de Fantomas, e incluso he vuelto a ponerme el primer Nuggets. No puedo pedir nada más. O sí. Matemos a Luc Sante. Aquí les dejo una entrevista, el enlace para comprarlo vía Amazon o directamente a la propia editorial.

30.4.10

LA TURTURA DEL AMOR



Arriba les dejo la canción I love you interpretada por el Dinosario Barley. Está creditado que esta canción, en un loop continuo de horas y horas, forma parte del repertorio de tortura psicológica llevada a cabo por el ejército USA en las prisiones de Abu Ghraib y Guantánamo. Toca pues darle al play de nuevo.

14.4.10

ROAD MOVIE MORTUORIA


Me lo he pasado muy bien leyendo Pégate un tiro para sobrevivir de Chuck Klosterman (Random House Mondadori, 2006). Eran varias las personas que me lo habían puesto por las nubes, y nada más comenzar temí que eso pasara factura. Ya saben: cuestión de expectativa. Pero no, me he reído mientras me lo zampaba en un pim pam. Supongo que mi fascinación por el Nuevo Periodismo sigue viva, y Klosterman es un alumno aventajado. El punto de partida es un viaje por los EEUU en busca de los lugares donde han muerto músicos de rock. No por casualidad empieza en el Hotel Chelsea de Nueva York y acaba en Seattle. En realidad, el viaje, que motiva una serie de artículos para la revista Spin, es una excusa para que Klosterman nos cuente su alterada vida sentimental, explique anécdotas de todo tipo, elucubre teorías de lo más extravagantes (que van desde que Kid A de Radiohead anunciaba el 11-S a que cada uno de los discos de los Kiss se corresponde a cada una de sus parejas) y diseccione con humor y mala leche la cultura popular norteamericana, especialmente por lo que hace al rock and roll. Es una pena que no haya más cosas de Klosterman en castellano, una antología de sus mejores artículos sería compra asegurada por mi parte, y eso que si algo me ha dejado claro este libro es que coincidimos poco en cuestión de gustos musicales.

5.2.09

ELVIS PRESLEY EN TANGA BERREANDO GARAGE-PUNK



Ya escribí por aquí, en algún rincón, que allá por 1984 The Cramps resultaron fundamentales para mi educación. Con ellos descubrí el vínculo que unía Famous Monsters con el rock'n'roll, reafirmando el poderoso influjo del terror de serie bé sobre mi persona y descubriéndome por la vía de la estética y el aullido la perversidad que anidaba más allá de las estampas de felicidad cincuentera. Ese influjo sigue aún presente. Pude verlos en directo en la gira de A Date with Elvis, que los trajo por primera vez a Barcelona. Más allá de los bajos instintos que Poison Ivy despertaba en mi entrepierna, Lux Interior me pareció una bestia escénica. Un escuálido Elvis Presley en tanga berreando punk, extendiendo el M.A.L. y la perversión entre los discípulos allí reunidos. Anoche se apagó, pero sigamos cantando al hombre lobo adolescente.

27.9.08

LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO - MASS MEDIA HOLOCAUST (II)



Ballets catódicos, zombis atómicos, samplers imposibles, Berlusconi de fondo. Todo en uno gracias a este fantabuloso tutubo suministrado por Bertrand Russell y su conjunto tropical. Y una reflexión de propina para que mediten sobre subcultura de derribo mientras lo contemplan: ¿Es casual que los cámaras de televisión vistan batas blancas?

30.8.08

CONVULSIONES SOULERAS

Hace unos días Lee organ enlazaba un extasiante tutubo en la Lista Brutta. Roy Head, crooner rockabilly, interpretando su gran hit Treat Her Right. He añadido un par de actuaciones de la misma época (y canción) para que disfruten del todo del espasmo y la contorsión de la que hace gala. Por cierto, aunque rocker de primera generación, el tema, con esas trompetas y ese ritmo, es puro soul sureño.





18.8.08

CONFESIÓN

Vacaciones del Retrofuturo


Que no les despisten la regularidad de los posteos ni mis fugaces apariciones en los comentarios. En realidad estoy ausente y todo lo que leen ha sido programado ya hace unos días. De hecho, en la hora y fecha de este post debería estar recorriendo un parque temático dese hace horas, para gozo de absencito. Lo Confesamos: la familia ausente lleva días de vacaciones pero El Blog Ausente no descansa, tiene vida propia y está de Rodriguez.