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1.8.08
SOY DRÁCULA
Horror of Dracula, primera incursión de la Hammer en el mito de Drácula, cumple cincuenta años. El éxito llevó a una jugosa saga explotativa que deparó grandes títulos del cine de terror y también decadentes y jugosas entregas de derribo pop que es mi deber reivindicar. Repasando viejos Vampus topé con una entrevista a Christopher Lee extraída de una revista dedicada al ocultismo: Le Grand-Albert. He decidido publicarla aquí sobre todo porque el actor hace ya décadas que no quiere saber nada del príncipe vampiro que encarnó en siete ocasiones. La fobia hacia el personaje que le hizo famoso en el mundo entero es extrema: no firma autógrafos en fotos donde aparezca ataviado de Drácula, no da su beneplácito a los textos que profundizan en esa etapa de su carrera (y pobre de tí que le pongas en esa guisa en portada), no acude a festivales y homenajes sin el compromiso firme de que no se van a ver esas películas y abandona ruedas de prensa y entrevistas si alguien le menta al transilvano. Es por eso que una entrevista, de principios de los 70, centrada precisamente en su encarnación del personaje es, hoy, una rareza.
— Siempre he sido consciente del magnetismo, de la fuerza oculta de Drácula, en los quince años que llevo encarnándolo — dice Christopher Lee — Es el menos perecedero de los mitos. ¿Por qué? Porque, al contrario de otros muchos mitos que se descubren vacíos si uno trata de profundizar en ellos, el Rey de los Vampiros sigue siendo misterioso. Lo que en él se sugiere de humano es tan potente como lo que se sugiere de metafísico o demoníaco. El espanto, que en Drácula adquiere una consistencia física, sigue siendo para nosotros lo bastante insondable como para que nos sensibilice respecto a lo oculto. Es esta ambivalencia: hombre-demonio, lo que mantiene todavía la potencia del personaje de Bram Stoker, discípulo de Poe, aún en tiempos de ordenadores.
Luego, Christopher Lee añade, sonriendo, con un brillo humorístico en sus ojos:
—Y, ¿ha pensado alguna vez en que Drácula no envejece, que es el mas joven de los mitos? En nuestra época, su faceta atemporal es uno de sus atributos principales.
Mientras pronunciaba estas palabras, me podía dar cuenta de que, al igual que el inquietante personaje de Stoker, Christopher Lee no parece afectado por el paso del tiempo. Este inglés tiene más de cincuenta años, se expresa perfectamente en seis idiomas y conserva la elegancia de un caballero que practica todos los deportes. Por otra parte, su refinado trato no deja de recordar al del Príncipe de las Tinieblas que sabe interpretar tan bien, y que era compartido por el primer Dracula: Bela Lugosi. Tras más de un centenar largo de películas, Lee, que habita en una mansión principesca en Chelsea («¿qué menos se merece el Rey de los Vampiros?», me dice), se ha visto consagrado como el mejor intérprete británico de personajes terroríficos, ya que también ha sido Fu-Manchú, la Momia y el monstruo de Frankenstein, además de otros personajes de menor importancia. Por otra parte, Lee se ha convertido en el símbolo de una floreciente industria cinematográfica, primero con la Hammer, creadora del renacer de los mitos del terror cinematográfico, y recientemente con su propia productora.
Viéndolo perpetrar sangrientos crímenes en la pantalla, muchos espectadores deben de haberse preguntado: ¿Quién es Christopher Lee? ¿Qué se oculta tras ese rostro impasible? Hoy el mismo Lee nos responde:
— Antes de personificar a Drácula, ¿se había dado cuenta de que algunas potencias ocultas, benéficas o maléficas, pueden regir nuestro destino?
— Si. Sobre todo durante la guerra, en la que fui piloto de la RAF durante cinco años. No puede uno salir con vida de una aventura como esa sin creer en alguna protección misteriosa del destino.
— ¿Cómo llegó a encarnar a Drácula?
— Gracias a un primer paso por Frankenstein. El director Terence Fisher quería un actor que diese una sensación de horror, de insólito, solo con su mímica, con su forma de caminar. Me ejercité en mostrarme impasible y logré, un día, mantenerme durante ocho horas totalmente inmóvil, con los ojos abiertos de par en par. Después, aprendí a caminar como un autómata y llegué a hacerlo por la calle, asustando a los peatones.
— ¿Y qué tal es su trabajo en los estudios?
— A menudo me dicen: « ¡lo que se debe divertir haciendo de Drácula, chupándo la sangre a chicas bonitas, en castillos de cartón piedra! » Eso me molesta mucho. Los personajes de terror, y Drácula en especial, son muy difíciles de representar porque se salen de lo común. Y Terence Fisher, como antes hizo Murnau, realizador del clásico Nosferatu, exige una gran seriedad en el plató. En los momentos más intensos de la acción todo el mundo debe responder. El plató se convierte en una realidad onírica. No se puede actuar en broma. Sin embargo, un día la atmósfera estaba tan tensa en el estudio, en el rodaje de una de tantas cintas de Drácula, que entoné un aria de ópera (también soy cantante) en la oreja de mi compañero Peter Cushing. Se quedó helado y luego estalló en carcajadas. Uno de los pocos momentos en los que me he tomado a broma un rodaje.
— ¿Resulta habitual entre sus colegas esa identificación con los personajes que interpretan?
— Desde luego existe en todos los actores de valía. Sobre todo las actrices jóvenes, que en general son excelentes, reaccionan de un modo muy eficaz ante la atmósfera "draculiana" que las inspira y llega a aterrorizar de verdad, al menos durante el rodaje. En cuanto a Cushing y Vincent Price, mis principales rivales en la pantalla (a pesar de que son amigos míos en la vida real), trabajan con una gran seriedad. Por lo que se refiere al legendario Bela Lugosi... ya sabrá lo que le pasó: por haber hecho tantas veces de Drácula en la pantalla acabó por creerse el mismo Rey de los Vampiros. Vivía en un extraño mundo de ritos y drogas, relacionado con lo sobrenatural y víctima, de algún modo, de la maldición de Drácula.
— Sí, incluso se ha llegado a decir que Lugosi quiso ser enterrado envuelto en la capa con la que interpretó al legendario conde. Pero, ¿Sufre usted de la maldición de Drácula?
— Digamos que noto su potencia y que le tengo respeto. Es cierto que Lugosi enloqueció, pero le puedo asegurar también que, por su parte, Boris Karloff, a quien conocí muy bien y que ha sido el más famoso intérprete de monstruos de la pantalla, fue el perfecto tipo de caballero inglés.
—Pasemos a otra tema: ¿le resulta difícil ser Drácula en lo físico, en lo que se refiere a sus rasgos?
— Mucho. Pero aun más en el plano mental, por curioso que esto parezca, ya que Drácula es una transición entre lo oculto y lo material. Se trata de lograr que resulte creíble. Un Drácula verdadero sugiere que transporta con él toda la potencia de las Tinieblas. Y se halla en un estado de catalepsia activa, lo cual debe de ser sugerido por su mirada, por su expresión. Además está el maquillaje: a menudo los cristales de contacto rojos que llevo en los ojos me hacen daño, y me molestan los largos colmillos, la repugnante espuma que se me forma en las comisuras de los labios. Por otra parte, al encarnar a Drácula me he debido chapotear en un lago helado, en pleno invierno, y estuve a punto de ahogarme; en otra ocasión casi me destrocé los músculos dorsales a base de llevar en brazos a una de mis bellas víctimas durante interminables horas. En mis representaciones de toda una serie de monstruos me han estrangulado, golpeado, amoratado, quemado, herido, vuelto a herir... estuvieron a punto de cortarme un dedo de verdad y hubo que darme varios puntos de sutura!
— ¿Así pues, es difícil ser monstruo?
— Mucho. Pero lo más difícil fue cuando tuve que personificar a la Momia en La Maldición de la Momia; estaba totalmente envuelto con vendas, cubierto de barro y yeso, y con sólo unos pequeños agujeros en los ojos y en las orejas, estos últimos para oír las indicaciones de Terence Fisher. Así vendado y repulsivamente pegajoso he sufrido mucho más que como Drácula, el monstruo de Frankenstein o Fu-Manchú. A menudo me he visto obligado a permanecer durante horas en un rincón del rodaje, rígido, solo logrando mantenerme tranquilo dejando que la propia fuerza magnética de mi personaje se apoderase de mí.
— ¿Cree que, por ejemplo, Drácula forma parte de ese gusto visceral por el miedo que el hombre siempre ha testimoniado?
— Creo que si. El hombre tiene siempre necesidad de fábulas monstruosas para demostrarse a sí mismo que es mejor que aquello que le cuentan. Es en este sentido en el que yo interpreto al Rey de los Vampiros, sabiendo lo que el público espera de él. Y, además, creo que en Gran Bretaña es donde Drácula goza de toda su fuerza, a pesar de que la gente corra a ver sus películas en todo el mundo.
— Para concluir, ¿Cree que Drácula es un mito nefasto o que, por el contrario, resulta saludable para las masas?
— Le responderé que, en tanto que mito, Drácula se iguala a la poesía en lo que de violentamente atractivo tiene ésta. Y ya se sabe que existe una regla: uno no puede juzgar a la poesía ni decir si es cuerda o demente. Drácula se beneficia también de esta indulgencia tácita. A él se le reconoce un derecho fabuloso, mágico: el de aterrorizarnos impunemente. Su comportamiento, que es muy discutible, es siempre castigado, la mayor parte de veces con una estaca en el pecho. No importa que el Genio del Mal regrese siempre. En cada ocasión será vencido en el momento adecuado para tranquilizar a las buenas conciencias. Y, aunque tenga el encanto de los "ángeles caídos", de los seres de ultratumba, siempre se puede sentir repugnancia y pavor ante sus actos. Indica las fronteras que no podemos franquear, a riesgo de sufrir una maldición. Por otra parte, ¿ha encontrado usted a muchas personas que, en su vida cotidiana, deseasen parecerse a los monstruos que los cautivan en la pantalla? ¿Hombres o mujeres que quisieran ser como Drácula?
— Pues no, a ninguno. Y, sin embargo, tendrá que estar de acuerdo conmigo en que el vampirismo ha existido, y que aun sigue existiendo. La Historia de la Criminología y algunos hechos recientes nos lo confirman. ¿Cuál sería la actitud de Christopher Lee ante un verdadero vampiro?
Christopher Lee estalla en una carcajada.
— ¡Ah! Trataría de comportarme con él o ella con tanto tacto y comprensión como el famoso Conde transilvano mostraba hacia sus congéneres.
23.12.07
EL CROSSOVER PRIMITIVO Y STEAMPUNK QUE NUNCA FUE
En plena moda de jamonas primitivas perseguidas por tiranosaurios, la Hammer quiso dar un paso más e intentó llevar a cabo un proyecto bello: Zeppelin versus Pterodactyls. Crossover de fuerte aroma pulp que pretendía unir el steampunk propio del transporte aerostático con uno de los más evocadores legados de la paleontología. Desgraciadamente, los efectos especiales requerían de una inversión que la productora británica no pudo reunir. Curiosamente, fue la rival Amicus quien unos años más tarde realizaría el simpático tríptico La Tierra Olvidada por el tiempo (1975), En el corazón de la tierra (1976) y Viaje al Mundo Perdido (1977) inspirado en las obras de Edgar Rice Borroughs, al fin y al cabo verdadero padre del fracasado proyecto de la Hammer. Que la Amicus triunfara donde no pudo ésta, y al margen de la posible competencia entre las dos productoras británicas, fue un pequeño momento de justicia pop pero aún así uno no deja de admirar la hermosa insensatez de proponer un proyecto que es concepto puro, y como concepto puro va y lo estampan en el título. Porque todo lo demás daba igual. Tan sólo Pterodáctilos y zepelines. ¿Quién querría más? También se desprende una cierta tristeza al pensar que no fue posible, una tristeza que impulsó a que alguien, en el Tutubo, tomara prestados pedazos de seriales de los 40 para invertarse un serial previo que tampoco existió. El buen gusto y la elegancia de sus creadores se confirma al final prometiendo un Capitán Nemo interpretado por Terence Stamp. Bella firma que despeja atisbos de fake y realza el acto de amor acometido.
29.11.07
BRITÁNICAS BOTAS DE CUERO NAZI
Lo que tienen ahí arriba es el cartel de una película que nunca existió. Savage Jackboot. Botas salvajes. En 1972 la Hammer trabajó en ella pero nunca prosperó más allá de la preproducción. Los problemas económicos acuciaban al Señor Carreras y fueron muchoslos proyectos que caían. Entre ellos esta naziexplotation aventurera en la que Peter Cushing se convertía en un villano nazi malo malo malo. Viendo su estampa, ahí dibujada, látigo en mano... Me cago en el dinero, en la crisis del espectáculo, en George Lucas y en la madre que los parió a todos. Estoy seguro de que Savage Jackboot hubiera sido gloriosa. Sólo hay que mirar el cartel. Y a Cushing vestido de nazi.
14.9.07
PRIMITIVAS ESTÁN MÁS JAMONAS.
Vistas en PCL LinkDump; hay más, con sus armas y tapamelones de atrezzo, con sus miradas airadas y desafiantes. Y luego dicen que los dinosaurios dominaban la Tierra.
9.8.06
EL PULPURRÍ VAMPÍRICO DONDE RESUCITAN LOS SAPOS
Los amigos de Bizácoras han propuesto celebrar un Hammer Summer. La cosa es que la productora británica celebraba años. No recuerdo cuántos ni de qué. Yo, es que si es por la Hammer, me apunto hasta a bombardear el Líbano (o Israel, la cuestión es bombardear). Yo, que a menudo levanto el hombro y hago tsk al pensar en un Marvelzombie, veo la paja y no la viga. Lo reconozco: cuando veo una peli de Hammer de las de terror (las de risa ya es otra cosa) siento el impulso, la necesidad, de disfrutarla a costa de todo. ¿Se imaginan a alguien que por defecto aplaude todas las películas fantásticas de la Columbia? ¿O de la Fox? Pues eso, aunque ahora que lo pienso con la Universal, la RKO o la AIP casi que me pasa lo mismo. En fin. La paja y la viga.
Tenía un par de vampiros revisionadas relativamente hace poco y el otro día cayo otra. Así que me apunto a la fiesta (¿o era bombardeo?) con Capitán Kronos, Cazador de Vampiros (1974).
1. El Tipo Que Está Detrás De Todo.
Lo primero ante lo que hay que llamar la atención es sobre su realizador y guionista, Brian Clemens. A bote pronto quizá no les suene demasiado, pero si les digo que es el responsable de la etapa dorada de Los Vengadores televisivos quizá la cosa cambie. De hecho, fue ese éxito y la demostrada capacidad para sacudir las tramas propias de los agentes secretos a base de argumentos tan inauditos como entretenidos lo que despertó el interés de la Hammer, que viendo agotarse el filón buscaba lo que podríamos llamar el "Toque Clemens". Lo primero que hizo nuestro hombre fue el potente guión de Dr. Jeckyll and Sister Hide (filme a recuperar ¡ya!, lástima que mi copia en vhs deja bastante que desear) y luego, ya como responsable absoluto, la peli que nos ocupa, uno de los ejemplos más perfectos la filosofía del pulp de bolsillo llevada a la pantalla grande. La idea era que se convirtiera en una serie, pero los resultados no fueron los esperados, el público estaba más interesado en Linda Blair girando la cabeza soltando blasfemias que en un modesto pupurrí multigenérico desmelenado, y la Hammer se acercaba definitivamente a sus horas más bajas. Así que la prevista saga se quedó ahí, sin continuidad.
2. El Héroe Pulp y el Desdoblamiento de Val Helsing.
Que el héroe es el eje de la función, antes que el vampiro, lo deja bien claro el título de la película. Eso no quita que haya películas de Drácula donde Van Helsing cobra más relevancia que su némesis, claro (Las Novias de Drácula sería un buen ejemplo), pero es que aquí no hay trampa ni cartón: eso se anuncia desde el principio.
Ya que cito al más famoso cazador de vampiros, en la construcción de Kronos se parte, primero de un desdoblamiento de aquel. El Van Helsing de la Hammer, es decir, Peter Cushing, es tanto un héroe activo, de acción (sólo hay que verle saltar por las mesas y cortinas en Horror of Dracula) y también un hombre de ciencia experto en el estudio del vampiro, costumbres y forma de exterminio. En la película que nos ocupa estos dos rasgos se desdoblan en dos personajes. Por un lado tenemos al cazador de vampiros encargado de la acción, el propio Kronos, un aventurero dispuesto a vengar a sus familiares vampirizados; pero por otro lado tenemos a su fiel compañero, el Profesor Hieronymos Grost, un feo jorobado que se encarga de la parte teórica del asunto.
Y ya incidiendo directamente en la encarnación del héroe pulp, está más que claro que es depositario de esa tradición vía el célebre Salomon Kane de Robert E. Howard, con algunos matices, claro. Por lo que creo recordar, Salomon era un puritano, en cambio Kronos resulta bastante libertino: no utiliza cruces, rescata a una gitana (Caroline Munro nada menos) torturada por brujería (concretamente bailar en domingo), la convierte en su amante sin problemas e incluso se atisba un cierto tono, consentido, de relación dominador/sumisa entre ellos. Para acabar de perfilar su carácter de héroe pulp total conviene señalar que fuma droga (unos puritos de hierbas chinas), además de sable utiliza una katana y practica técnicas de meditación cubriendo su rostro con un pañuelo. Por cierto, al tipo lo encarna Horst Janson, un fórnido rubiales alemán a mi juicio demasiado pétrido... vamos, que es típico armario del cine de aventuras.
3. Sacudiendo las Reglas del Vampirismo.
El guión de Clemens opta por agitar y pervertir las normas más tradicionales del vampirismo cinematográfico, cosa esta que la convierte en filme de visíón indispensable para los interesados en el tema, especialmente si tenemos en cuenta que no lo hace desde la demolición sino desde el enriquecimiento. Lo explica muy bien el contrahecho Profesor Hieronymos Grost: no hay un único tipo de vampiro, sino muchos, y cada uno de ellos tiene diferentes hábitos y puntos débiles. De entrada, nada más empezar la película, esta labor de agitar las normas consuetidinarias del chupasangres se muestra sin tapujos y con cierto ánimo desconcertante: el vampiro ataca de día, el vampiro no chupa la sangre sino la juventud de la doncella, no muerde en el cuello sino que besa y deja como rastro una única gota de sangre. La cosa no se para ahí: a su paso las flores se marchitan, es capaz de atacar a sus víctimas en el interior de una iglesia (que no es moco de pavo, la escena es genial porque lo que creemeos es la sombra de la cruz acaba por ser la sombra del no muerto). Otro elemento divertido y enriquecedor es que una de las técnicas utilizadas por el profesor Grost para seguir el rastro de un vampiro es enterrar sapos muertos en una caja: los sapos resucitan ante el paso de un vampiro y, así, se puede uno aproximar a su punto de origen. Finalmente, es necesario citar la escena, repleta de humor negro, en el que Kronos y su ayudante se dedican a hacer pruebas con un vampiro capturado diversas formas para matarlos.
4. Pupurrí multigenérico desmelenado.
Lo decía al principio. Kronos, Cazador de vampiros no es sólo una película de vampiros, es mucho más. Lo del héroe pulp y la ruptura con la tradición vampírica forma parte de ese pupurrí. O la presencia de katanas y misticismo a lo Kung fú carrediniano, por ejemplo (aunque, dicho sea de paso, alguna de las coreograías de lucha me resultan un pelín patateras), el humor negro y la más que evidente mirada hacia el cine de aventuras sector capa y espada (acaba con duelo a esgrima, igual que El Charro de las Calaveras) . Pero otras referencias multigenéricas que resultan más discretas y mucho más desmelenadas: el western, el policial whodunit, el fantástico visual puro y los elementos inquietantes sin sentido. Voy, pues, por partes.
El elemento western es más que evidente en la pelea de la posada, así que no me extenderé demasiado en ella (eso sí, me hizo gracia ver a Ian Hendry de matón cuando hace un par de días lo ví de chófer mafioso más malo que la tiña en Get Carter). Por cierto, me recuerdan en los comments que para más inri la cosa acaba con una escena de uso de la katana típica del chambara japonés.
El elemento inquietante sin sentido también hace acto de presencia en la escena de la taberna. En una esquina del local hay una mujer bebiendo vino con una venda cubriendo sus ojos. Ningún personaje se percata o hace referencia a su presencia. Y está ahí. Nada en la peli explica por qué. Es, por tanto, el típico detalle perturbador del que ahora diríamos que es lynchiano.
Lo del whodunit me hace mucha gracia. El término hace referencia a la clásica estructura narrativa policial de averiguar Quién es el asesino, la que utilizaba doña Agata en sus novelas de Hercules Poirot. Aquí la cosa es averiguar Quién es el Vampiro. ¿alguno de los dos hermanos nobles? ¿los dos? ¿la anciana madre? Y la gracia está que al plantearse ese interrogante el abanico de sospechosos es imperceptiblemente mucho más amplio.
Y ya para acabar, que esto, al final, me está saliendo infinítamente más largo de lo esperado, está lo del fantástico visual puro. Sí. Ya lo sé. Las pelis de vampiros son cine fantástico de cajón. Lo que pasa es que su imagineria, por lo habitual, es gótico. Por ejemplo (quizás se me entienda así mejor) En Compañía de Lobos es un tratamiento de fantasía "de cuento" de la licantropía. A eso me refiero. ¿es Kronos así? No. Claro. Pero tiene detalles. Pese a su modestía y ciertos ticks televisivos tiene detalles. Está plagada de imágenes bellas (alternadas con cosas rutinarias). De entre todas mi favorita es cuando vemos a una muchacha caminar por el bosque y pasar al lado de unas flores. La sigue el vampiro y, a su paso, las flores se marchitan. Y entonces volvemos a ver a la chica pasar al lado de unas setas. ¡Setas! Una doncella y unas setas. Eso es a lo que me refiero. Tienen la imagen aquí al lado, pero no se me despisten: Kronos Cazador de Vampiros es, ante todo, puro entretenimiento.
9.7.06
LA SELECCIÓN AUSENTE (VIII): LA CIENCIA PAJERA DEL BARÓN FRANKENSTEIN
Con inaudita celeridad los Grandes Temas Ausentes van teniendo su tutubo representativo, así que no podía faltar en esta abusiva semana el apartado dedicado al Barón Frankenstein de la Hammer. Aquí le tenemos en la fantabulosa La Venganza de Frankenstein demostrando su revolucionaria concepción de la ciencia pajera a base de corriente alterna aplicada en la neurotransmisión de impulsos entre determinadas partes del cuerpo humano separadas entre sí y sumergidas en ese formol mágico que le es tan propio. La semana del tutubo se acaba hoy pero aún quedan unos cuantos, así que abróchense los cinturones que les prometo un domingo de emociones intensas
9.3.06
EL JOVENCITO BARÓN FRANKENSTEIN
Horror of Frankenstein es la segunda aproximación cinematográfica de la Hammer a la creación de Mary Shelley sin el gran Terence Fisher como director. Lo habitual es encontrarla acompañada de adjetivos del tipo “decepcionante” o similares, y es evidente que si se comparara esta película del guionista Jimmy Sangster a las obras maestras de Fisher sobre el tema sale perdiendo por goleada, pero aún así tiene numerosos elementos de interés, aunque sólo sea por esa extraña confusión entre humor, tópicos y el punto de vista paralelo a Drácula 73: proximidad a una imaginaria juventud tardo sesentera a la que iba destinada en una huida hacia adelante de la productora.
Precuela. Cronológicamente la historia se situaría antes de la primera de la Saga (La Maldición de Frankenstein), narrando los primeros experimentos del Barón tras su salida de la Universidad; serían, pues, lo que podríamos llamar "Las Aventuras del Jovencito Barón Frankenstein". Pero al mismo tiempo que es una precuela, no deja de ser un remake de aquella ya que son varios los puntos en común y la historia es más o menos la misma. En su intento de desornada y caótica continuidad la Hammer condena al Barón a repetir una y otra vez el mismo experimento.
Humor. Creo que es la característica más sorprendente del filme. Un humor negro, a ratos sutil y a ratos grueso, lo envuelve casi todo y acaba imponiendose como rasgo más destacable. Ya desde el principio, con el Barón humillando a un profesor hipocondríaco ante el resto de la clase, continuando con el robo de la tortuga. ¿imaginan algo más… eu… absurdo… que ver a nuestro mad doctor favorito ufanando tortugas domesticas? Pues eso. Quizá lo más definitivo en este aspecto es todo el final, que comento en el último apartado para evitarles el espoiler si así lo desean.
Metareferencial. Siendo, como es, el último Frankenstein de la Hammer, es lógico que el juego de acudir a la autoreferencia tenga importancia. Si a eso le añaden las dosis elevadas de humor antes comentadas, la sombra de la parodia sobrevuela muy mucho al resultado final. La película, así, tiene bastante de desfile de tópicos: los experimentos de ciencia pajera con brazos y cabezas, el sepulturero, el cerebro que cae al suelo y se estropea, el imparable bodycount de secundarios. Por otro lado, también acude a los clásicos de la Universal en cosas como el aspecto del monstruo o la escena final con la niña.
El Barón. Para la Hammer, el personaje fascinante no es el monstruo sino el científico. Y Peter Cushing le dotaba de una grandeza sin igual. El retroceso a su juventud imposibilitaba la presencia del maestro británico (si no se quería caer en el ridículo, claro). Así que la papeleta que recae sobre Ralph Bates es importante, y más si tenemos en cuenta que no estamos ante uno de los grandes títulos de la casa. Se puede decir que sale más o menos airoso. Respecto al personaje en sí, volvemos a encontrarnos con la personalidad compleja perfilada en todas las sagas anteriores: libertino, engreído, pajero ensimismado con sus experimentos (se entusiasma con la compra por correo de un riñón artifical y se muestra alegre observando como se mueven por descargas eléctricas miembros amputados), aristócrata pijo, filosóficamente avanzado a su tiempo, gafe, un inmoral adicto al sexo, sin respeto por la vida (ni el alma) humanas: asesina a su padre para poder ir a la Universidad, deja embarazada a la hija del rector y luego propone a su padre la posibilidad del aborto y juega, claro, con cadáveres. El dibujo de su personalidad es aquí más burdo y la pajerez se acentúa. Victor Von Frankenstein se conforma en un círculo lúdico de sexo y ciencia que queda perfectamente expresado cuando se sumerge totalmente en su experimento: no come, se pasa el día encerrado en su laboratorio y sólo sale unas horas por la noche para pegarle un polvo a la sirvienta.
Las jamonas. Un par que son pedazo. Rubia y morena, castidad y sensualidad, pureza y pasión latina, siempre, por tanto, desde el canon británico al respecto. Eso sí, los espectaculares escotes que no falten, así no extraña (e incluso se envidia) el triángulo amoroso en el que se sumerge en Barón. Veronica Carlson es la rubia acomodada, frágil hija de científico, virginal novia eterna, quizá por ello el Barón se sienta más interesado por el cerebro de su padre. Kate O’Mara es la celosa criada morena con la que establece una relación puramente sexual que se prolonga por el chantaje de ésta.
Los ladrones de tumbas. Uno de los grandes aciertos de la película es la pareja encargada de suministrar cuerpos al Barón. La mujer se encarga del pico y la pala mientras el marido, un excelente Dennis Price, bebe y, una vez desenterrado el cadáver es éste quien disecciona las piezas requeridas y establece el trato con el cliente. Los motivos por los que se dedican a tan necrófilo trabajo son económico y familiares: si ganan más dinero podrán tener más hijos, así lo expresan en un muy corto diálogo lleno de tácita enjundia: el uso del muerto para crear vida siguiendo un método más tradicional que el del Barón. Frases como “La gente ya no se muere como antes, es por culpa del bienestar general” o “La matería prima que le traigo es tan fresca que hasta la aprovaría el ministro de sanidad” son de lo mejor de la función, aunque para escena, el momento en que subidos al carromato, la mujer lee en voz alta una noticia del periódico referrente a las víctimas del hundimiento de un Ferry mientras el marido apuntilla, con pletórica felicidad : “van saliendo más cadáveres cada hora que pasa, esa frase me encanta”. Por cierto, eso le lleva a comentar a su cliente sobre la proximidad de más materia prima (y muerto): “No le garantizo calidad, pero de cantidad no tendrá queja)”.
El Monstruo. Uno de los puntos más flojos del filme. Posiblemente el de menos personalidad de toda la saga hammeriana. Un mero amasijo de músculos sin personalidad. Además, el maquillaje remite directamente al de Boris Karloff en los clásicos de la Hammer. Eso sí, un punto a favor es ese aspecto cercano al erotismo gay, con el tipo rubito y musculado casi completamente desnudo, con apenas unas apretadas vendas a modo de calzón corto, marcando paquete y nalgas. Desde ese punto de vista podríamos decir que está muy cerca del monstruo de The Rocky Horror Show.
La escena. Una sucesión de planos casi de cine mudo, inmediatos y no exentos de humor. El Barón tiene una pizarra en la que va anotando las partes del cuerpo humano que le son necesarias y que va consiguiendo. Numera el 25, el cerebro, y el dibujo se funde con el rostro del padre de Veronica Carlson, que habla sin parar durante una cena privada. La cosa no acaba ahí, le sigue un primer plano del rostro ensimismado del Barón. A continuación el plano regresa al viejo profesor, que sigue hablando pero del que no escuchamos su voz. Tiene un número 25 tatuado en su frente. Estamos, pues, en el interior del cerebro del Barón, quizás por primera vez en las siete películas.
El final. Sorprendentemente cómico. Lo podríamos definir como La venganza de la Niña del Franquenstein clásico de Whale y Karloff. Ojo, que lo que sigue es spoiler puro y duro. Supongo que todos recordarán la célebre escena del viejo filme de 1931 en la que el monstruo, admirado de la belleza de una niña y ejerciendo la analogía con una flor que flota en el lago, la arroja y ella perece ahogada. Aquí la situación es diferente. Por alguna razón que no se explica (pero se intuye por el viejo referente) el monstruo, tras irrumpir en la cabaña donde duerme una niña, no la asesina. La muchacha, claro, explica el encuentro y acaba acudiendo junto a su padre y el jefe de la policia al laboratorio del Barón, quien ha ocultado a su criatura en la máquina de ácidos con la que destruye los restos humanos. Mientras se le interroga la niña juguetea con todo lo que pilla por el laboratorio. ¡Imaginen, una niña suelta el el sacrosanto hábitat del mad doctor por excelencia! Al final, acabará accionando el mecanismo del ácido y el monstruo perecerá sin que nadie se entere. Bueno, el Barón sí, claro, que pondrá cara de circunstancias mientras se superponen el The End y los créditos finales.
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