En junio de 1997 descubrí al autor a quien dedico en exclusiva esta sesquidécada, una breve nota propia de estos días frenéticos de cierre de curso, que dejan poco espacio y tiempo para la literatura. El protagonista es Bohumil Hrabal, un autor checo al que llegué a través de la novela Una soledad demasiado ruidosa. Hrabal es un autor pesimista pero profundo, tanto para la reflexión como para la ironía. No conozco muy bien la literatura centroeuropea, pero creo detectar en muchos autores (Heinrich Böll, Jaroslav Hašek, Elias Canetti, etc.) una visión casi apocalíptica del mundo tamizada siempre por ese humor negro y amargo de unos personajes con los que el lector conecta enseguida. En Una soledad demasiado ruidosa, el protagonista se dedica a triturar libros (un oficio que desempeñó el autor); mientras ejerce unas veces como verdugo y otras como salvador de esos libros que tanto ama, sus pensamientos van configurando la propia novela de su vida y su mundo. La biografía de Hrabal hace honor a su literatura, también en dramatismo. Tal vez el verano no sea el mejor momento para leer esta novela -o su magnífica obra Trenes rigurosamente vigilados-, pero quizá alguno se atreva con el divertido periplo del protagonista de Yo que he servido al rey de Inglaterra. Aunque la situación actual invite a ello, no hay que ser apocalíptico ni pensar que acabaremos algún día compartiendo estas lecturas en samizdat como tuvo que hacerlo Hrabal.
Crédito de la imagen: Wikipedia: Bohumil Hrabal