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25 marzo 2024

Sesquidécada: marzo 2009


Siguiendo el enganche de la saga de Canción de hielo y fuego del mes anterior, en aquel marzo de hace quince años devoré el siguiente libro de la serie, Festín de cuervos. Poco hay que decir de ella, puesto que los fans de esta fantasía épica ya la conocen bien y a los profanos solo cabe animarlos a acercarse a ella desde la literatura si no lo han hecho desde la televisión.



Para esta sesquidécada quiero recuperar también otras dos novelas que me resultaron interesantes. La primera es una novela corta pero intensa, una novela de esas que tiene en su brevedad los ingredientes precisos para ser buena literatura. Se trata de El lector, de Bernard Schlink. Es una novela que, bajo el sencillo argumento de un joven que actúa de lector para una mujer mayor que él, esconde una trama mucho más profunda, con implicaciones que nos llevan a episodios luctuosos de la posguerra europea de mitad del siglo XX, a cuestiones históricas sin resolver, a dilemas morales, a los límites del amor y la amistad, a la literatura como bálsamo ante el horror de la guerra... Creo que es una gran obra contemporánea, una novela destinada a permanecer en la lista de libros importantes de nuestra época, por su estilo y su concisión.



Por último, una recomendación para el aula, también relacionada con la lectura y la guerra: Zara y el librero de Bagdad. Sé que ya las guerras se suceden a una velocidad de vértigo en la que los conflictos territoriales caducan y son reemplazados por otros distintos en la geografía pero similares en el horror. En esta novela de Fernando Marías (recientemente fallecido), se habla también de literatura y de barbarie, con los libros como testigos inocentes e impasibles. Es una novela que puede trabajarse con alumnado de 3/4º de ESO para abordar la sinrazón de los conflictos bélicos y cómo se destruye la cultura para aniquilar la memoria colectiva. Esta fue también una de las novelas que recopilé en mi proyecto "Leer el exilio, vivir el exilio", en el que podéis encontrar otras lecturas relacionadas.


Leer el exilio, vivir el ex... by tonisolano

01 marzo 2024

Sesquidécada: febrero 2009


Solo dos libros figuran en el registro de esta sesquidécada. Son libros que tienen su particularidad, el primero porque, a pesar de su éxito en el momento de la publicación, ha quedado arrinconado por la serie de televisión posterior, y el segundo porque es una rareza que llegó a mí gracias a una compañera docente, voraz lectora y enamorada de la literatura japonesa. Vamos allá.

Tormenta de espadas es la tercera entrega de la saga Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin, esa fantasía de aventuras, horror, amor y poder que adquirió fama mundial a partir de la versión televisiva rebautizada con el nombre de la primera entrega: Juego de tronos. Creo que he comentado la pasión con la que me sumí en la lectura de esta saga, quitando tiempo incluso al sueño para poder acabar unas tramas altamente adictivas. El argumento de este libro se centra en la batalla entre los cinco reinos y también se siguen mostrando de manera paralela, como es habitual en la saga, las peripecias en el Norte y en el Este. Por cierto, a diferencia de lo que ocurre en la serie de HBO, el personaje de Lady Stark continúa haciendo justicia a pesar de su trágica muerte. Un libro friqui para friquis o simplemente para buenos lectores a los que también les gustan las buenas historias bien contadas.



Siguiendo con lectores friquis, tenemos a Edogawa Ranpo, el autor japonés de mediados del siglo XX, creador de numerosas novelas de misterio que recuerdan a los clásicos del género policíaco como Conan Doyle o Edgar Allan Poe, de quien tomó el nombre en su transcripción fonética al japonés para convertirlo en su seudónimo (su nombre real era Tarō Hirai). Mi lectura fueron dos relatos recogidos en una edición curiosa y ya descatalogada: La lagartija negra y La bestia entre las sombras. Como digo, recuerda a los clásicos del género y también a algunas películas de mi infancia, como las de Fu Manchú, con esos villanos orientales rodeados de biombos y muebles lacados. En ambos casos, el detective Kogoro Akechi tendrá que investigar robos y asesinatos, entre joyas y cabarets. En conclusión, un autor poco conocido en España al que merece la pena acercarse.

22 octubre 2023

Sesquidécada: octubre 2008


El horror del bombardeo de Gaza nos tiene sobrecogidos en estos días. Revisando para esta sesquidécada mis lecturas de hace 15 años me encuentro con Manzanas rojas, de Luis Matilla, una obra que recibió en 2002 el premio SGAE de teatro infantil y juvenil. En este libro, los protagonistas, Salim y Ariel, son dos niños, palestino y judío, que sobrellevan los horrores adultos a través de la amistad. Recuerdo que varios colegas hicieron proyectos en el aula con la representación de fragmentos de la obra, trabajando además la educación para la paz. Quince años después, el horror sigue y los niños palestinos mueren a un ritmo de uno cada quince minutos. Es quizá el momento de recuperar esta lectura para las aulas e insistir en la necesidad de una solución dialogada para los conflictos políticos y territoriales. 

En otra línea muy diferente se mueve el segundo libro de la saga Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin, Choque de reyes. Los que fuimos fanáticos de la saga novelística sabemos bien lo que costaba esperar la aparición de cada tomo, algo que se paralizó con la producción de la serie de HBO. Ahora cuesta soñar con un regreso de aquellos personajes que todavía no tenían caras conocidas.



Finalmente, también para las aulas me gustaría recomendar un par de relatos de William Irish (también conocido como Cornel Woolrich), recopilados por Vicens Vives en su edición de la colección Cucaña: Aprendiz de detective. Un robo muy costoso. Al igual que otros dos del mismo autor: El ojo de cristal. Charlie no vendrá esta noche, son historias sencillas de leer en el aula de 1/2 ESO, y que dan mucho juego para trabajar otros temas sociales y humanos. Además, al alumnado les suele gustar mucho la intriga que hay detrás de ellos. 

29 abril 2023

Sesquidécada: abril 2008

En abril de 2008, aparte del ensayo de Rafael Robles, Leer el Quijote en Teherán, que ya reseñé con detalle en su momento en el blog, empecé la lectura de la saga Canción de Hielo y Fuego, de George R.R. Martin. El primer volumen, Juego de tronos, es el que dio finalmente nombre a la serie televisiva de la que todo el mundo ha oído hablar. Pero antes de ello, fue un libro, o más bien, varios libros que se fueron publicando poco a poco para desesperación de los que nos enganchamos a ellos desde el primer momento, una desesperación que llega hasta hoy día, ya que el autor no parece muy motivado a terminar su escritura, tras el éxito apabullante de la serie de televisión.
Juego de tronos, y tras ella toda la saga, combina todos los ingredientes de la buena fantasía, pero con el tono y estilo de la literatura adulta estándar, sin abusar de la candidez de sus lectores, sin menospreciar la calidad de los recursos literarios clásicos, sin ceder a las convenciones más previsibles del género. Hay elementos sobrenaturales, pero mesurados; hay pasiones y sexo, pero a exigencia del guion; hay política y poder, tan real como la vida misma. Quizá esa cercanía de los personajes a las pasiones, vicios y virtudes de los propios lectores es el secreto de su éxito. Eso y el ritmo de la trama, con una dosificación casi perfecta de la intriga, que provocaba que lectores como yo fuesen incapaces de soltar el libro, enlazando un capítulo con otro hasta altas horas de la madrugada. Lectores que tuvieron que esperar meses y años al segundo, al tercer, al cuarto volumen... Por eso, en esta sesquidécada animaré a los pocos lectores que no hayan visto la serie para que se acerquen sin prejuicios a una de las mejores sagas fantásticas que he leído, una saga inconclusa que merece un final digno para aquellos a los que no terminó de convencer la versión televisiva. 

05 mayo 2008

Leer de oficio y beneficio

Siempre que hay un puente me toca aguantar lo mismo: "Claro, como eres profesor, siempre coges los puentes"; por lo visto, los monumentales atascos que colapsan las grandes ciudades son debidos a manadas de profesores que disfrutan del puente a costa del resto de sufridos trabajadores (Aclaración 1: No suelo salir de viaje durante esos días de desenfreno. Aclaración 2: Durante años me ha tocado trabajar domingos, festivos y días de guardar sin que nadie me compadeciese y sin agobiar a quienes disfrutaban de sus playitas).
No quería llegar tan lejos; tan sólo comentaba esto porque dedico buena parte de ese "enorme" tiempo libre que tenemos los profesores a la lectura de libros para clase. He repasado los índices del último año y resulta que he leído 24 libros relacionados directamente con las clases. Unos pocos son de crítica y pedagogía, pero la mayor parte son lecturas para el aula. Eso son muchas horas fuera del horario lectivo dedicadas al trabajo. Aun así, dirán algunos: "Claro, como te gusta leer, encima le sacas provecho al trabajo". Sin embargo, por la afición a leer, uno desarrolla ciertos gustos y manías que tienden a las delicatessen y no a las lecturas juveniles o a los divertidos tratados sobre didáctica de la lengua. También podía optar por no leer nada de eso y fiarme de los catálogos y de las reseñas en revistas y periódicos, o, mejor aún, seguir mandando los mismos libros que me mandaban a mí y a mis abuelos. Pero prefiero renovarme por aquello del ave fénix, ya veis.
El caso es que, entre tanta lectura banal cuyo único fin es atraer jóvenes a las redes lectoras, siempre encuentra uno alguna joyita que lo sorprende y atrapa. Me ha ocurrido estos días con un libro de esos que llamaba yo rarilargos (bien por raros, bien por largos) que me ha tenido con el alma en vilo y que me seguirá hechizando habida cuenta de la extensión que promete su autor. Se trata de Juego de tronos, la primera parte de una novela épica denominada Canción de hielo y fuego. Su artífice es George R.R. Martin, un escritor que parece sacado de una de sus novelas, y que se ha convertido en autor de culto para los amantes de las fantasías épicas al estilo de Tolkien.
Esta novela tiene, a diferencia de otras que he leído como las de Laura Gallego, C.S. Lewis o el mencionado Tolkien, un curioso fondo de realidad humana en el que los personajes nunca son buenos o malos del todo. A pesar de incluir algunos elementos fantásticos, lo irreal está muy limitado y el autor huye de los efectismos que saturan el género. Tanto los personajes como los escenarios están cuidados al detalle y es una delicia el modo en el que los capítulos se enlazan en un juego de eslabones que te obligan a leer sin parar.
Esta primera parte tiene ya una edición en bolsillo en dos tomos (Editorial Gigamesh); la que he manejado apenas tiene erratas, algo que se agradece. Por contra, el grosor de los tomos los hace un poco frágiles, por lo que tal vez valga la pena pagarse la edición en tapa dura.
No sé si la inversión de tantas horas para leer más de setecientas páginas de una novela de ficción con pocos valores educativos y de un autor extranjero forma parte de mi oficio como profesor de lengua castellana. No sé si debo recomendar a mis alumnos un libro que tal vez los enganche y les haga perder tiempo en otros estudios y menesteres más valiosos. No sé si tamaña pérdida de tiempo me redime a los ojos de tantos españoles que han pasado estos días al sol sin leer un libro (que, en su mayoría, según las estadísticas, no leerán ninguno en todo el año). Pero sí sé que esos comentarios desdeñosos acerca de la ociosidad de los profesores por un lado me entran y por otro me salen.