Hace un tiempo comenté cuales eran las salidas profesionales más comunes para un físico. Hoy toca qué hacemos los que trabajamos en hospitales.
¿Para qué sirve un Físico Médico?
Si tienes una maquina (un coche, por ejemplo) suele haber dos personas que se encargan de ella: el usuario (conductor) y alguien que lo mantiene o lo arregla (el mecánico). Si la maquina se usa para fines médicos (ecografías, rayos-x, aceleradores de radioterapia, etc), sigue estando el usuario (un radiógrafo), el técnico (un especialista en electrónica) y ahora, además, un paciente. Cuando la maquina es modificada, ya no llega con que el técnico consiga que el usuario pueda utilizarla, también hay que asegurarse de que esta modificación no impacte negativamente en el enfermo. La mayoría de los aparatos médicos usan radiación, así que garantizar que el paciente es tratado de forma segura es trabajo del profesional que más la estudia: un físico.
En general, la obligación de un físico médico es asegurarse de que los pacientes que necesitan diagnosis o tratamiento reciben la dosis de radiación más apropiada a su caso. El exceso puede lastimar tejidos sanos, la falta puede suponer un diagnóstico dudoso o permitir que un tumor se regenere.
¿Qué hay que estudiar?
Los efectos de la radiactividad varían según el tipo de radiación y la cantidad recibida. Además, no son los mismos en todas las zonas del cuerpo. Por eso, además de asignaturas típicas de la carrera como Matemáticas, Informática, Electrónica, Física de Partículas, etc, hace falta saber algo de Radiobiología, Anatomía y Fisiología. Estos conocimientos se adquieren al terminar la carrera, con cursos de posgrado y varios años de trabajo supervisado en hospitales (la Federación Europea de Física Medica y la Organización Internacional de Física Médica recomiendan un total de cinco, contando el postgrado). En España, la organización de pruebas de acceso y contenidos de la especialidad corre a cargo de la Sociedad Española de Física Médica.
El trabajo diario
La protección del paciente frente a la radiación se consigue de diferentes formas:
Control de calidad:
Cuando un hospital compra una máquina nueva, el modelo se decide en una junta de radiógrafos, médicos y físicos. El físico médico investiga las características técnicas necesarias, qué modelos las cumplen y si el hospital ha de adaptarse al equipamiento (blindando paredes para que la radiación no escape de una sala de diagnóstico, por ejemplo).
Una vez adquirido el equipo, el físico comprueba que éste cumple las funciones requeridas. El siguiente paso es la "puesta en servicio". Es como un pilotaje de pruebas: el aparato se lleva hasta los límites de su capacidad para cerciorar que no fallará bajo presión una vez empiece a usarse rutinariamente.
Terminada la puesta en servicio, queda hacer controles periódicos para asegurarse de que todo continua operándose de forma segura.
Investigación y desarrollo:
Dado el elevado precio de las máquinas de uso hospitalario y la presión para tratar a cada vez más gente, el físico médico debe asegurar que el equipo se usa con la mayor eficiencia, investigando o desarrollando usos alternativos para que más gente se beneficie de él. Algunos ejemplos típicos serían la mejora de los sistemas de detección automática de enfermedades en maquinas de diagnóstico o el desarrollo de formas de manejar aparatos de radioterapia para tratar más tipos de tumor. Dados la velocidad a la que avanza la tecnología y el actual clima económico, esta faceta nos ocupa cada vez más tiempo.
Especialidades
Dentro de los Físicos Médicos están los que se dedican a radiaciones "no ionizantes" (las que no causan cambios químicos en el cuerpo, como ecografías, resonancias magnéticas, rayos UVA, etc) y los radiofísicos hospitalarios.
Dentro de los radiofísicos hospitalarios están los de diagnóstico (rayos-x, TAC, Medicina Nuclear, etc) y los de terapia (radioterapia). Aprovechando que esta última es mi especialidad, dejo el tema para futuras entregas.
27 agosto 2012
19 agosto 2012
Pensamientos sobre criar un bebé en España y Escocia
Hace unos días, ojeando revistas de trapos, encontré esta foto:
La compañía es italiana, pero el anuncio representa muy bien la idea que tienen los británicos de una familia española. La abuela, la cuñada y esa madre desquiciada de vigilar a la prole como un halcón. Casi se pueden sentir el cachete y el "¡¿Pero qué te dije?!" que el niño está a punto de recibir.
En contraste, recuerdo que cuando llegué al Reino Unido la imagen que teníamos los españoles de la típica familia británica era de padre, madre y unos niños que corren libres como animalitos salvajes.
Ahora entiendo mejor las diferencias entre estereotipos.
Si un bebé español se cae del sofá, normalmente da con los dientes en el parqué. Si mi hija se cae del sofá, aterriza en una alfombra encima de una moqueta, encima de un aislante de neopreno, encima del parqué. Si un niño español mete el dedo en un enchufe, recibe una descarga. Si mi bebé quiere hacer lo mismo, para llevar un susto tendría que primero activar el enchufe con un interruptor, meter el dedo en la patilla de arriba, hurgar hasta conseguir bajar la palanca de seguridad que abre las patillas de abajo y, sin sacar el dedo de la superior, meter otro en una de las inferiores. Si un bebé va a un restaurante español, los padres han de aparcar cerca, por si hay que cambiar el pañal, e ingeniárselas para sentarlo en un lugar cómodo y seguro; si tiene cierta edad, una bolsa de juguetes es indispensable. En el Reino Unido un padre sabe que, por ley, todos los espacios públicos tiene cambiadores para los pañales y aquellos que ofrecen comida cuentan con tronas. Además son frecuentes los restaurantes con juguetes o "soft play" (un patio de recreo hecho de gomaespuma y forrado de plástico lavable).
Lo anterior son algunos ejemplos que se me han ido ocurriendo, pero hay más. Así, no es de extrañar que a los británicos les parezca que la típica madre española vigila la prole de forma obsesiva, ni que los españoles veamos a las británicas como despegadas.
En general, tengo la impresión de que en España una familia ha de asegurarse de que su bebé se adapta al entorno, mientras que el en Reino Unido la sociedad siente el deber de acomodarlo.
De todas formas, como decía un conocido de Demián, "no todo el monte es orgasmo". Antes de que el retoño cumpla seis meses alguien se asegurará de que madre e hijo reciban clases pre-parto, post-parto, panfletos del "Programa de Paternidad Positiva", de gestión de recursos económicos, seminarios de lactancia materna, de introducción a la comida sólida, de masaje para bebé, programas "sonrisa feliz" de higiene bucal, reuniones "ratoncito de biblioteca" para fomentar interés en los libros, "rima y ritmo" para el desarrollo del habla..... La parentela dogmática de la que creías haber escapado al cruzar los Pirineos se reencarna en el gobierno local de turno y su interminable lista de cursos gratuitos. Aquel "Pues mi Andresín a la edad del tuyo ya hablaba por los codos" de la cuñada ibérica resabiada se sustituye por un "El progreso en la expresión oral de su hijo no se corresponde con el establecido por el Currículum de Excelencia de la Consejería de Educación" del asistente sanitario del barrio, seguido de una lista de recomendaciones para subsanar la "deficiencia".
Quizá intentar decidir qué enfoque es el acertado sea tan absurdo como asumir que una de las sociedades resultantes es mejor que la otra. En mi opinión, una vez comprobado que las recomendaciones gubernamentales contienen tantas patrañas como una copia de Ser Padres, prefiero tirar un panfleto a dar puerta a una persona. Sin embargo, cuando pienso en la cara de culpabilidad con la que una amiga escocesa me confesó el enorme pecado de permitir que su bebé durmiese de lado (lo que según recomendaciones del Reino Unido y de ningún otro país aumenta el riesgo de síndrome de muerte súbita del lactante), me doy cuenta de que es una cuestión de preferencia personal.
La compañía es italiana, pero el anuncio representa muy bien la idea que tienen los británicos de una familia española. La abuela, la cuñada y esa madre desquiciada de vigilar a la prole como un halcón. Casi se pueden sentir el cachete y el "¡¿Pero qué te dije?!" que el niño está a punto de recibir.
En contraste, recuerdo que cuando llegué al Reino Unido la imagen que teníamos los españoles de la típica familia británica era de padre, madre y unos niños que corren libres como animalitos salvajes.
Ahora entiendo mejor las diferencias entre estereotipos.
Enchufe en GB |
Trona típica de restaurante |
Lo anterior son algunos ejemplos que se me han ido ocurriendo, pero hay más. Así, no es de extrañar que a los británicos les parezca que la típica madre española vigila la prole de forma obsesiva, ni que los españoles veamos a las británicas como despegadas.
En general, tengo la impresión de que en España una familia ha de asegurarse de que su bebé se adapta al entorno, mientras que el en Reino Unido la sociedad siente el deber de acomodarlo.
De todas formas, como decía un conocido de Demián, "no todo el monte es orgasmo". Antes de que el retoño cumpla seis meses alguien se asegurará de que madre e hijo reciban clases pre-parto, post-parto, panfletos del "Programa de Paternidad Positiva", de gestión de recursos económicos, seminarios de lactancia materna, de introducción a la comida sólida, de masaje para bebé, programas "sonrisa feliz" de higiene bucal, reuniones "ratoncito de biblioteca" para fomentar interés en los libros, "rima y ritmo" para el desarrollo del habla..... La parentela dogmática de la que creías haber escapado al cruzar los Pirineos se reencarna en el gobierno local de turno y su interminable lista de cursos gratuitos. Aquel "Pues mi Andresín a la edad del tuyo ya hablaba por los codos" de la cuñada ibérica resabiada se sustituye por un "El progreso en la expresión oral de su hijo no se corresponde con el establecido por el Currículum de Excelencia de la Consejería de Educación" del asistente sanitario del barrio, seguido de una lista de recomendaciones para subsanar la "deficiencia".
WC de autopista. Izda: retretes adulto e infantil. Dcha: cambiador. |
12 agosto 2012
Pesadumbre
Estos versos pretenden ser un complemento al “Temprano adiós” publicado hace aproximadamente un mes.
Fue la ola marina
que se hizo espuma.
Fue la escritura del libro
que se quedó en la tapa.
Fue la plácida noche
que destruyó el alba.
Fue la plática larga
que estranguló la palabra.
Fue el corazón dolido
que no recuperó la calma.
Fue el transparente rio
que se quedó sin agua.
Fue el frondoso árbol
que le podaron las ramas.
Fue el hermoso diario
que le robaron las páginas.
Fue la delicada flor
que el viento dejó quebrada.
Fue la flamante embarcación
que terminó encallada.
Fue el fausto baile
que no llegó a danza.
Fue una alegre risa
que se hizo lágrima.
Fue el caminar transido
que no aguantó el alma.
Fue todo cuanto dicho
hecho plegaria…
04 agosto 2012
El punto ciego
En el artículo anterior comentaba con Explorador que nuestras definiciones de honrado o trabajador se forjan por quienes nos rodean. Me recordó una vieja historia.
Cuando hacía el postgrado en Inglaterra, más de la mitad de los alumnos eran griegos. El coordinador de curso tenía una tarjeta que daba acceso ilimitado a la fotocopiadora. Si la querímos íbamos al cajón y al terminar la devolvíamos a su sitio. Hasta que desapareció. Tras varias semanas, el coordinador pidió que se devolviese. Los que no hablábamos griego nunca la volvimos a ver. Al ser española, algunos helenos me consideraban casi una igual. Así me dijeron que sospechaban quién la tenía, pero que no harían nada porque la culpa era del coordinador, por no proteger la tarjeta con un sistema más seguro.
No fue la única vez que los griegos nos dieron por detrás. Los libros de texto tenían un coste prohibitivo. La mayoría íbamos a la biblioteca y procurábamos ser rápidos usándolos. Ellos cambiaban el libro de planta para que nadie más lo pudiese encontrar y una vez acababan con él susurraban a sus amigos dónde lo habían dejado. El texto no volvía a su sitio hasta que algún bibliotecario lo descubriese.
Para aquellos estudiantes, su forma de actuar era ser listo y buen amigo.
Cuando se trata de valores, cada país tiene sus "puntos ciegos". Conceptos que consideramos buenos pero que son repudiados por nuestros vecinos. Rememorando aquellas historias con amigos británicos, no les sorprende que Grecia se hunda. Pero para ellos una intervención militar contra un país con intereses económicos opuestos a los suyos siempre será un acto heroico.
En esto pensaba al pasear por este pueblo gallego, que podría ser cualquiera.
Al llegar las fiestas patronales, barracas y orquesta se instalan pegadas a una zona residencial. Los permisos no ponen límite de horario o ruido. Los vecinos -entre los que hay bebés, niños y personas mayores- pasan cuatro noches de insomnio, con sus cuatro días de petardos, basura y vandalismo. El segundo día es la "alborada", o paseo de gaiteros tocando a todo fuelle a las ocho de la mañana. Y misas. Dos "misas solemnes", para que se vea que somos buenos cristianos. Si algún residente pide que se baje el volumen, el único silencio será el de las autoridades, que con hipócrita sonrisa hablarán de democracia y tolerancia antes de archivar su zozobra en la papelera más cercana.
Millones de españoles creen que Europa nos ve como bárbaros por tradiciones como las corridas o el Toro de La Vega. Ilusos. Es mucho más fácil aceptar que atormentemos al ganado un día en su vida a que año tras año castiguemos a nuestros propios vecinos de esta forma.
Maldito punto ciego.
Cuando hacía el postgrado en Inglaterra, más de la mitad de los alumnos eran griegos. El coordinador de curso tenía una tarjeta que daba acceso ilimitado a la fotocopiadora. Si la querímos íbamos al cajón y al terminar la devolvíamos a su sitio. Hasta que desapareció. Tras varias semanas, el coordinador pidió que se devolviese. Los que no hablábamos griego nunca la volvimos a ver. Al ser española, algunos helenos me consideraban casi una igual. Así me dijeron que sospechaban quién la tenía, pero que no harían nada porque la culpa era del coordinador, por no proteger la tarjeta con un sistema más seguro.
No fue la única vez que los griegos nos dieron por detrás. Los libros de texto tenían un coste prohibitivo. La mayoría íbamos a la biblioteca y procurábamos ser rápidos usándolos. Ellos cambiaban el libro de planta para que nadie más lo pudiese encontrar y una vez acababan con él susurraban a sus amigos dónde lo habían dejado. El texto no volvía a su sitio hasta que algún bibliotecario lo descubriese.
Para aquellos estudiantes, su forma de actuar era ser listo y buen amigo.
Cuando se trata de valores, cada país tiene sus "puntos ciegos". Conceptos que consideramos buenos pero que son repudiados por nuestros vecinos. Rememorando aquellas historias con amigos británicos, no les sorprende que Grecia se hunda. Pero para ellos una intervención militar contra un país con intereses económicos opuestos a los suyos siempre será un acto heroico.
En esto pensaba al pasear por este pueblo gallego, que podría ser cualquiera.
El año pasado hubo "fiesta" hasta la madrugada con un recién nacido en un adosado de la derecha. |
Millones de españoles creen que Europa nos ve como bárbaros por tradiciones como las corridas o el Toro de La Vega. Ilusos. Es mucho más fácil aceptar que atormentemos al ganado un día en su vida a que año tras año castiguemos a nuestros propios vecinos de esta forma.
Maldito punto ciego.
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