Traducción de Guadalupe Grande y J. C. Mestre (La aldea de sal, Calambur, 2009)
Piensa en las muchachas muertas que entregaron a la tierra un secreto ardientemente codiciado por los hombres,
y en los colegiales que aman con la mayor pureza a las jóvenes vecinas que los enamorados llevan a los sitios más oscuros de la ciudad.
Piensa en los niños que jamás se bañaron en el mar, y sueñan siempre que se ahogan,
en las prostitutas pobres que, cuando sus hombres se han ido,
corren hacia el fondo de los patios y se entregan casi desnudas a lo inefable.
Piensa en todos los que se fueron, guiados por las estrellas,
y en los que murieron lejos de las familias que los detestaban.
Piensa en los que se entregaron a la muerte convencidos de que ninguna lágrima
resplandecería en la fulgurante unidad de los rostros amados.
Piensa en los que jamás oyeron una declaración de amor,
y en los pobres que no conocieron los devastadores placeres de las posesiones tardías.
Piensa en la lluvia, cayendo sobre los huertos hipotecados,
y en los frutos de las alquerías acariciados por la euforia del sol del verano.
Piensa en los caminos intransitables, cerrados a la promesa de los viajes
y en las personas que van a morir escuchando los vientos.
Inclínate ante el recuerdo de los lejanos amigos de tu adolescencia.
Acoge en el fondo de tu memoria las voces que silenciosamente aguardaban en tu corazón
durante los años en que no te asaltó la certeza de estar cantando.
Acepta el movimiento de cólera de las palabras que se resisten a tu ardiente llamamiento
y abre tus ojos a un domingo
que reúna la esperanza de todos los días.
Piensa en las hogueras de tu niñez que vuelven a arder cada año en tu memoria
y en aquellos que no regresaron y murieron misteriosamente cuando se disponían a retornar.
Piensa en los que van a nacer, inclinados hacia el fin de tu noche,
y en los hombres que soñaron poseer la serenidad matinal de los árboles
y pasaron largas tardes caminando junto al océano.
Piensa en los cielos que se abren diariamente a los aviones
y en las mujeres extranjeras que viste cierta noche y a veces aparecen en tus sueños.
Piensa en los adolescentes incomprendidos por los padres
que aguardan inútilmente que una mujer los llame,
y en los libros jamás hojeados, y en las lámparas no encendidas.
Piensa en las ventanas de interior, cuyo mayor deseo es abrirse ante el mar,
y en la mirada de los niños abandonados al amanecer en el torno de los hospicios.
Piensa en las parturientas muertas sobre las mesas de los hospitales,
lejos de los maridos que no las amaban y desearon en secreto su desaparición.
Piensa en los canes repelentes conducidos a las perreras
y en los artistas populares, violentamente transfigurados por la inspiración
de una samba que millones de bocas cantarán durante el carnaval.
Después piensa en los versos que aparecen en tus sueños
y que van a reunirse con las nubes tan pronto despunta la aurora.
Piensa en las lavanderas, cantando al sol de los oteros,
y en los cuadros de los museos no visitados jamás.
Piensa en las bocas que nunca conocieron la voluptuosidad salvaje de otras bocas
y fueron envejeciendo como frutos intactos.
Piensa en los corazones que en cierto momento se sintieron atravesados por la luz del cielo
y pasaron el resto de sus días en la irreparable oscuridad.
Piensa en los desaparecidos, cuyos conmovedores retratos aparecen en la última edición de los vespertinos
y en los suicidas que no dejaron cartas por falta de papel y lápiz.
Piensa en las ciudades que amanecen sombrías ante la mirada de los viajeros sedientos de claridad,
y en las calles por donde nadie pasa durante la madrugada.
Piensa en los túneles, oscuros caminos abiertos hacia el Otro Lado,
y en las escaleras que nunca llevaron a nadie hacia la gloria y el dominio.
Piensa en las repugnantes camas de las pensiones dudosas,
y en los ancianos que esperan siempre ese sueño llamado muerte.
Piensa en los relojes que no marcan el día resplandeciente,
y en las alimañas muertas de sed, abandonadas en lo oscuro por la propia naturaleza.
Piensa en los niños que no conocen los esquivos regalos del final de diciembre,
y en los objetos olvidados en la arena de las playas durante las excursiones.
Piensa en los personajes de novela que siguieron el incierto destino de sus creadores,
y en las lunas cuyo brillo desmorona la serenidad de los adolescentes.
Piensa en las puertas que nunca se abrieron para recibir a un huésped,
y en los riachuelos sucios que desearían ser el abrigo azul de los veleros y de los yates.
Piensa en las manos que siempre rechazaron limosnas,
y en las jovencitas que los enamorados pervierten sin ninguna piedad.
Después piensa en la hiedra que se abraza con su sofocante caricia a las casas antiguas,
y en los niños de los tiempos pasados que nada sabían del Mañana.
Piensa en las grandes mareas que esperan entre las rocas el grito mudo de las madrugadas,
y en los ojos de los ciegos que sorben el agua clara de la música de los organillos.
Piensa en los muertos, sobre todo en los soldados desconocidos que se quedaron en cementerios ilocalizables,
y piensa en los vivos que ignoran los cementerios donde reposarán un día.
Oh, piensa en todo, en los horizontes tranquilos de tus días de entonces, en el escalofrío que te recorre al caer la noche en latitudes extranjeras.
Piensa en tu infancia transformada en fábula, vientos y frutales estallando al sol
y en los senos de las mujeres que fueron envejeciendo sin darse cuenta,
y piensa también en las formas de esas mujeres, destruidas implacablemente sin que tu mirada las solicite.
Piensa en tus padres, que confiaron en ti cuando eras sólo silencio
y jamás te imaginaron entregado al vuelo de un verso.
Piensa en tus hermanos, en tu casa los domingos,
y en el patio de los colegios donde despertaste hacia los deseos irrealizables.
Piensa en cuántas veces paseaste tu soledad por los campos
y miraste hacia atrás con la esperanza de que una mujer te siguiese.
Piensa en las muchachas inaccesibles de tu antigua calle,
y en los gritos que oíste llegar desde gargantas desconocidas,
y en las voces que eran claras aun cuando había tormenta.
Piensa en todo y en todos, sin temer que te asalte el miedo que proviene de la vastedad del pasado.
Piensa en todo y en todos, y cuando los recuerdos se hayan ido
volando como los pájaros y las hojas, la arena y las voces,
lleno de confianza en la vida y el mundo,
sintiéndote unido a todos los hombres y a todas las cosas,
inclínate sobre el cuerpo de la mujer que amas
o despierta a la alegría triunfal de un solo verso.
(Nunca había llorado con un poema hasta ayer. Merece la pena.)
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3.2.10
ELEGÍA DIDÁCTICA – Lêdo Ivo
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Poesía
18.5.07
Juan Carlos Mestre
CAVALO MORTO
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.
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