21.7.08

no importa el vivir sino la vida

Pues no importa el pasar sino la forma,
corazón no te inquietes por la herida;
no importa lo normal sino la norma,
no importa ya el vivir sino la vida.

No importa lo que hagas
si lo haces en nombre del amor y de lo humano;
mueres, tal vez, mas mueres y renaces
porque quien siembra amor no siembra en vano.

Calla, sufre, combate y sé valiente,
sé sano ante el dolor y ante el fracaso
y haz de tu soledad torre y espada.

Por la frente te elevas, por la frente
vuelan las golondrinas del ocaso
a las manos de Dios desde la nada.

GILBERTO NÚÑEZ URSINOS

PS: no encuentro ningún libro de este fascinante poeta, compadre de mi compadre Mestre.
a quien pueda ayudarme, le ofrezco a cambio un colmillo de marfil elefantino.

19.7.08

palabras aún más sabias

(Entrevista a Rafael Pérez Estrada)
Por Manuel Moya

Rafael Pérez Estrada, uno de los poetas más originales e imaginativos del siglo XX, nació en Málaga en 1934 y acaba de fallecer en su ciudad natal el 22 de mayo de 2000, víctima de una larga enfermedad. Estudió derecho en la Universidad de Granada. Ejerció la abogacía con éxito en su ciudad natal, lugar de donde jamás quiso alejarse. Entre sus publicaciones: La bañera (1982) Libro de las Horas (1985), Conspiraciones y Conjuras (1986), Libro de los Espejos y las Sombras (1988), Bestiario de Livermoore (1989), Libro de los Reyes (1990), Tratado de las Nubes (1990), Los Oficios del Sueño (1991), La Noche nos persigue (1992), La Sombra del Obelisco (1993) El Domador (1995), Ulises o libro de las distancias( 1997), El viento vertical (1998), El ladrón de atardeceres (1998) o Cosmología esencial (2000), su última entrega prologada por José Angel Cilleruelo, acaso su mejor estudioso. Pérez Estrada profundiza a lo largo de su coherente obra en un sistema que dio en llamar la pasión de lo breve. Sus textos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, sueco y rumano, entre otros idiomas y ha sido distinguido días antes de su fallecimiento como Hijo Adoptivo de su ciudad natal. La rebeldía que siempre exhibió frente a las modas de la poesía española le regatearon quizás alguna distinción adicional. Fallece justo cuando su nombre y su trayectoria comienzan a destellar con luz propia entre la crítica y los lectores hispanos.
La entrevista siguiente se realizó para la revista Sin embargo en 1996, publicándose ese mismo año.

- Luego del desvalijamiento de las vanguardias, los géneros literarios han vuelto a sus orillas y formatos iniciales. Sin embargo, Rafael, en tu obra es cuando menos difícil establecer sólidas e inveteradas fronteras. ¿Cómo llevas este frecuentar tierras de nadie? ¿Cómo lo llevan tus críticos?

Rafael Pérez Estrada: Negar las vanguardias es rechazar el dinamismo inherente al arte. En la actualidad estamos siendo testigos de una reacción muy dura desde las filas del integrismo español. Molestan las vanguardias, como molesta todo pensamiento nacido del trampolín de la imaginación. Molesta el salto vital, están demasiado hechos al salto de la muerte. Sí, el conservadurismo literario español ha vuelto a cerrar filas. Ahora su energía parece proveerse, no del sueño casposo del Imperio. Se han perfeccionado en el añorar, y ahora miran con nostalgia las cruzadas. Por el momento se ha anunciado la nueva matanza de los Santos Inocentes. Sus víctimas, las metáforas y las imágenes. Estamos ante un movimiento insólito, el pastichismo. Su rasgo principal, la versificación sin contenido; su materia, la insignificancia; su filosofía, la represión de lo original, de lo distinto. Los poetas aman la Libertad; los versificadores la fachada del vacío.
El género es una clasificación y también una frontera. Personalmente intento huir de las formas canónicas. Busco el contenido más que el continente; la idea más que la musicalidad. Me gusta utilizar las formas al uso en función de las necesidades comunicativas que el propio texto vaya exigiendo. Es una lección que le debo a algunos americanos, especialmente a John Dos Passos.
Hacer la crítica a la Crítica sería asumir un papel borgiano de imprevisible resultado.

- En tu obra, tanto en los aspectos puramente formales, como en los que podríamos llamar, no sin rubor, de las intenciones, existe una inequívoca vocación insular y fronteriza. El sujeto se convierte con frecuencia en objeto, la mirada en espejo, la opacidad en sutil transparencia... ¿A qué se debe esa vocación decididamente insular, voluntariamente fronteriza?

R.P.E: Me sorprende el contenido de la pregunta en lo que concierne a vocaciones insulares o fronterizas, porque, al menos en intención, me siento atraído por lo oceánico, y por la transgresión de las barreras y de las formalidades que afectan y distorsionan los contenidos. Temo a las arquitecturas seculares en lo literario (por ejemplo, pocos sonetos me suenan a poesía. En pocos sonetos entra la brisa, el campo, el amoroso desorden de algunas habitaciones al amanecer, el caer de la piedra, e incluso ciertas añoranzas que conciernen al otoño. Generalmente el soneto es ajeno a la lluvia, y al decir lluvia pienso en Italo Calvino, pensando éste, a su vez, en Dante). Creo que al escribir sólo intento situarme en la entrada de la cueva platónica esperando una sombra distinta, una sombra singular; y también intento al escribir subir al trapecio de la imaginación para alcanzar más fácilmente la fugacidad de un destello o de una idea. Es muy acertado eso de que ando siempre deslumbrado por el poder de pocas cosas. Creo sinceramente que soy fiel a mis obsesiones. Especialmente me interesan: el sueño de las culturas que nunca fueron realidades culturales; el espejo y sus sofismas; la sutileza y servidumbre de la sombra; la infidelidad de los objetos, y el triste destino de las palabras de los solitarios.

- ¿Cuál crees que es el precio que un escritor como tú paga a cuenta de su originalidad?

R.P.E.: El escritor original, imaginativo, nunca paga. Se limita a ver, en primera fila, a la imaginación actuando en su trapecio. Lo inesperado, lo sorpresivo, la profundidad de una metáfora o el inexplicable sentido de una imagen que jamás antes intuimos nos produce un placer que en sí mismo es el premio al esfuerzo, a la energía empleada en el acto de la creación.

- El misterio, la pátina luminosa que siempre traza el misterio, es algo que se sostiene religiosamente a lo largo de toda tu obra. ¿ Es el del misterio, el hilo o la argamasa que fundamenta tu escritura, aquel rasgo que mejor conserva tus obras?

R.P.E. : Siempre me ha interesado comprender la razón última que induce al yo a evadirse, es decir, a hacerse palabra; y me veo obligado a permanecer en esta incógnita angustiosa que no tiene más salida (salvo que la genética acabe por estropearlo) que saber que nos movemos en torno al misterio o en los límites infinitos de un problema por resolver. Quizás por ello, encuentro un especial placer al aproximarme a la realidad que cuestionamos, la Poesía, mediante un aparato en el cual, la transcendencia metafórica, las imágenes o simples acontecimientos sean como botellas lanzadas a un mar, cuyo mensaje esperamos que alguien nos ayude a descifrar o sentir. Pienso, con Auden, que el tema es una percha (horrible palabra) en la que colgar la poesía.
Concibo el hecho de escribir como una mística inexplicable, como una mística, paradójicamente, ajena al suceso religioso.

- Uno tiene la impresión de que la palabra no tiene otro interés que arañar o despertar lo dormido, que conferir expresión a lo latente. En tus libros, en casi todos tus libros, uno asiste a esa revelación, al esfuerzo y al vértigo de esa revelación. ¿Existe alguna voluntad por tu parte para que esto sea así?

R.P.E.: El sorprendido no suele tener voluntad de sorpresa. Yo soy un perplejo ante la actuación de algunas palabras. Espero que el escribir tangencie con la emoción comunicable. Personalmente, poca cosa puedo hacer frente al torrente creativo, ser en ocasiones tallista de lo surgido precipitadamente.
La palabra sola está indefensa, no tiene la grandiosidad del silencio. La palabra es como un color que esperase complementarse en otro.
Ante el papel soy muy ritualista, y espero la gracia de las ideas, en definitiva, la revelación (no me estoy refiriendo con esto al dictado de una voz transcendente, sino a que se produzca la gracia poética).

- Rafael, en tu obra la angeología cobra un papel relevante, pero, dime, ¿Hasta qué punto todo ángel es terrible?

R.P.E. : La angeología en mi caso fue una tentación pagana, un sueño erótico. Los ángeles fueron terribles hasta Rilke, después se han ido convirtiendo en cómplices de la imaginación, llevadores de silencio, sueños de amores adolescentes. Creo que la verdadera pasión por los ángeles se sacia en el deseo de humanizarlos, de hacerlos ápteros, sin alas.
Últimamente me he olvidado de ellos, me empalagan, le dan un tono cursi, pastel, a la existencia, aunque debo reconocer que hay mañanas en las que aún busco entre los pequeños anuncios de El País por si encuentro un ángel vacante que pueda ofrecerme sus servicios.

- Cuando un ángel se asoma al espejo, Rafael, ¿qué es lo que está viendo en él?. ¿Qué es lo que el espejo añade al ángel?

R.P.E. : Si yo fuera un wildeano decadente (que a lo mejor lo soy), te diría que en el espejo, el ángel contempla y se enamora del Ángel del Espejo, que es una Ofelia o un Narciso perdidos en la corriente de cristal que nos separa del verdadero espejo. El espejo añade al ángel, la muerte.

- ¿Cómo un autor como tú, Rafael, tan mediterráneo, tan luminoso, tan lleno de sutilezas sureñas, puede despertar el interés que tú despiertas en los lectores nórdicos?.

R.P.E. : Los mediterráneos somos los perfectos existencialistas (en términos políticos se diría los existencialistas históricos). Creamos el instante y también el proyecto de vivir, un proyecto cuya realidad desborda el presupuesto. Somos grandes consumidores de vida, no de consumo. Nos hallamos inmersos en constantes paradojas, como la de participar en un delirio lúcido, o como ser parte de una realidad irreal y desmesurada. Nosotros no tenemos tiempo para explicarnos, de eso se encargan generalmente los centroeuropeos y los nórdicos.
Me atrevería a asegurar que la diferencia entre el sueño mediterráneo y el centroeuropeo o el nórdico estriba en que, en el primero, siempre hay un laberinto, y en él un Minotauro, y alguien que pretende seducir al Minotauro.

- Un autor tan rabiosamente personal, con una atmósfera tan singular, cómo observa el panorama literario español de los últimos tiempos?

R.P.E. : De las nuevas generaciones me interesan las voces imparecidas, los escritores que les dan a la palabra un vuelo inesperado, mágico o sobrecogedor; me gustan los edificios habitados por ilusionistas o asesinos, me gustan los poemas en los que los ríos huyen del mar o intentan alzarse verticales, y aquellos en los que dos lunas iluminan por igual la dualidad de los amantes. Me inquietan los poetas que, tras leerlos, tienes que abrir un paraguas en tu interior porque notas que llueve. Y de otro modo me hacen perder el sueño los versos que dicen del hombre que busca entre miles de espejos a aquél que devoró su rostro, o incluso el poema en el que, simplemente, un ave nos acecha desde su incapacidad para el vuelo. Especialmente me interesan los poetas no nacidos y los poemas no escritos aún, porque ellos estarán más cerca de la verdad que busco.

- ¿Con qué libros de los tuyos te identificas más, Rafael?. ¿Cuál recomendarías a tu verdugo, cuál a tu abogado?

R.P.E. : A mis enemigos me gustaría recomendarles el Libro del Aburrimiento, que nunca he leído, pero que imagino como el reverso desastroso de El Libro del Desasosiego de Pessoa y de El Libro del Convaleciente de Jardiel Poncela.
Al verdugo, más que recetarle los alegatos contra la Pena de Muerte de Koestler y Camus, le pediría que escribiese sus memorias, para descubrir en ellas algo que siempre me ha interesado: si mata, desde una supuesta legalidad, por placer, por dinero, para sentirse más justo o para estar más cerca de la muerte.
En cuanto a mi abogado (que soy yo mismo, y que no soporta al poeta que soy) le recomendaría una edición para bibliófilos (aún por inventar) del Aranzadi, de un Aranzadi correspondiente al año dosmiltreinta.
De mis libros, de mi pasado literario tengo especial simpatía por Conspiraciones y Conjuras, y por La sombra del Obelisco.

- Perdida cualquier probabilidad de paraíso, y por tanto de inocencia, ¿hacia dónde habremos de dirigirnos, Rafael, si es que nos tenemos que dirigir a alguna parte?.

R.P.E. : Me produce cierto pudor dar consejos; son muchos los caminos. Los orientales, por ejemplo, lo resuelven casi todo mediante el estado de la perfecta vacuidad; personalmente cada noche me asomo a la utopía, lanzo una voz y espero a ver qué es lo que me devuelve el eco.

- ¿Es Itaca un lugar de regreso? ¿Existe alguna manera de volver a Itaca? ¿Es acaso el viaje y sólo el viaje, como escribiera Cavafis?

R.P.E. : Mi viaje tiene nombre de añoranza. Ninguna búsqueda señala su meta. Eso sí, estoy seguro de que ni en Itaca ni en Alejandría está el lugar que busco. Tal vez, una noche, en la geografía inesperada de un sueño, encuentre un paisaje donde duermen los cazadores de elefantes, los cazadores, no los elefantes.

Manuel Moya

16.7.08

palabras sabias

DIARIO PÚBLICO

"La educación aliena el pensamiento"
Gustavo Bolívar, el autor de ‘Sin tetas no hay paraíso’, publica la novela ‘Los suicidas del Monte Venir’



Lo fácil es presentar a Gustavo Bolívar como el autor de Sin tetas no hay paraíso, archiconocida novela, guión y serie exportada desde Colombia a España, EEUU, México, Italia, Rusia, India… Pero detrás de quien ideó semejante historia hay un prolífico escritor que en apenas 10 años ha producido siete libros y cerca de 1.600 guiones.

Su interés por la literatura le llegó bien temprano. A los 13 años ganó el concurso de cuentos de su colegio y después se animó a escribir su primera novela, El precio del silencio, que 20 años después adaptó a la televisión y fue todo un éxito en Colombia. Creció en una familia de clase media que no tuvo dinero para mandarle a la universidad. “Mi madre heredó seis hijos y a todos nos tocó rebuscarnos la vida para poder estudiar”.

Él, pese a ser un crítico feroz del sistema educativo, llegó a vender banderas en los estadios para poder pagarse la facultad. Su gran éxito apareció cuando Caracol Televisión decidió emitir Sin tetas no hay paraíso. Y al éxito le acompañaron algunos problemas: la gente de Pereira, donde se desarrolla la trama, fue convocada por el alcalde para protestar por entender que la historia denigraba a las pereiranas, pues las protagonistas –prostitutas– son de esa ciudad. Él trató de explicar que fue allí donde conoció la historia que dio pie a la novela, y de paso preguntó al alcalde si también solía convocar marchas contra guerrilleros, paramilitares o políticos corruptos.

“Nunca me contestó”, recuerda. Para este obstinado escritor, los problemas de Colombia son una verdadera “obsesion”. “La clase política es, en su mayoría, corrupta y soy muy crítico con los violentos ya sean de derechas, izquierdas o narcotraficantes”. Sobre la reciente liberación de Ingrid Betancourt, Bolívar es optimista: “Es un golpe mortal a las FARC”.

Relato social y ficción

El escritor quiere alternar su labor de denuncia –se ha involucrado en protestas contra los asesinatos, los secuestros, el narcotráfico...– con los pasos que está dando hacia la literatura de ficción. De hecho, acaba de pasar del realismo trágico al realismo mágico de Los suicidas del Monte Venir, en la que aparecen unas misteriosas hermanas que ayudan a los suicidas a lanzarse al vacío. Reconoce que al escribirla, le influyó la obra de Gabriel García Márquez, “imprescindible para quienes queremos dejar volar la imaginación sin sentir vergüenza de nada”.

Para poder hablar de los suicidas entrevistó a varias personas que habían sobrevivido tras tirarse desde un puente. “Una de ellas me contó que cuando iba a medio camino hacia el suelo le encontró sentido a su vida y solución a todos los problemas que le impulsaron a saltar. Lo aterrador es que los cuatro entrevistados me contaron la misma historia”, relata.

En Los suicidas del Monte Venir muestra a las protagonistas, las Vargas, como unas mujeres con “la moral y la inteligencia intactas por no haber ido al colegio ni a la Iglesia”. Y se explica: “La educación y las religiones alienan el pensamiento, la creatividad, la moral y la inteligencia. Las Vargas se salvaron de ellos y por eso las muestro en su estado natural”.

Mientras pueda, Bolívar seguirá alternando los guiones que escribe calculadora en mano con los libros en los que “sin que cueste más se puede hacer volar buques, crear sirenas, llegar al cielo y dialogar con muertos".

5.7.08

de cuando estuve enamorado de Shakira

a mí me gustaba más de morena hippiosa y cuando yo pensaba que era mexicana, del país más musical del mundo. ¡viva méxico, cabrones!

además Shakira Mebarak nació en dia 2 de febrero, el mismo día q mi amigo Samir.

sonaba mexicana, ¿a que sí?





3.7.08

impresionante Gamoneda

Ha de llover
Hay sequía en la luz y la ceniza llora,
como mi madre, sin lágrimas.
Ha de llover.
Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea posible la
celebración de la muerte.
Ha de llover.
¿Por qué no? ¿ Por qué no ha de llover
en la tiniebla intestinal y en las hirvientes médulas?
Ha de llover
en los niños frenéticos y en los adoradores nocturnos
y en los ancianos extraviados en la música.
Ha de llover
en el aire poblado de ausentes y en la felicidad ensangrentada.
Ha de llover sobre esta piedra enferma
donde, en la noche, cunde un resplandor
procedente de astros inservibles.
Ha de llover. Tiene que llover con dulzura
sobre los suicidas del amanecer.
Ha de llover
en la superficie cristianizada por la industria. Ha de llover
hasta que aúllen las alondras y,
bajo las catenarias, en Vega Magaz,
los ferroviarios se desnuden
y detengan la máquina que llora.
Ha de llover en la extremaunción
sacramentalmente perversa. Ha de llover
en el interior del hierro y en el pensamiento
de los cianóticos y
de los niños prematuros.
Ha de llover
sobre las secretarias parturientas,
sobre los tísicos y los asesinos,
sobre los comandantes y las monjas.
Ha de llover en los prostíbulos
y en los ministerios incomprensibles
y en las fístulas eternas. Sí,
ha de llover. Y las serpientes
aprenderán a silbar con dulzura
unas seiscientas melodías olvidadas. Son
reconocibles por su olor a sombra
y a sustancia inguinal. Dichas serpientes
han de silbar en las cajas de ahorro
y en los urinarios y en las tumbas.
Ha de llover. Hoy es martes
de salvación. Hoy resucitan
los fusilados de Villamañán.
Ha de llover en las grandes letrinas
notariales hasta que aparezcan los títulos
de propiedad de la luz y de la tristeza hipotecaria
y las cartas de amor de Francisco Franco.
Ha de llover, ha de llover dulcemente, sobre las niñas que abortan
en octubre y
sobre los padres invisibles.
Ha de llover en la agonía de Jorge Pedrero
y sobre los visitantes clandestinos.
Ha de llover. Causa analógica:
se sabe que los agonizantes son felices
rodeados de llanto.
Ha de llover,
ha de llover sobre los huesos de Felipe Segundo
y de los Caídos por Dios y por España.
Agua para los prostáticos
y su dolor universal, agua también
para los sifilíticos y los curas.
Agua para los Borbones,
y para los mendigos y las mujeres desnudas
que gritaron los gritos amarillos
de mil novecientos treinta y seis.
Ha de llover.
Ha de llover en los pantanos
rebosantes (se dice) de fascismo y de
melancolía azul. Han de existir
poderosas razones ecuménicas
para que llueva en los pantanos. Ha
de ser físicamente necesario a causa
de la prosperidad del incesto y de los cuchillos
olvidados en las iglesias. Ha
de llover.
Ha de llover, sí, pero no han de olvidarse
los manantiales del odio ni las acequias
secretas de los monasterios ni
la humedad de las sociedades anónimas.
Ha de llover jamás y siempre. Con
desesperación agraria. Ha de llover
hasta que enloquezcan los metales
y el sílice y las inmensas madres
del Barrio de la Sal.
Ha de llover.
Ha de llover ya.
¿Está lloviendo?
Sí, está lloviendo. Las madres,
bajo la lluvia, van
al penal incesante. Son blancas y locas,
llevan fuego y amor.
Ah de la lluvia,
ah del amor, ah del fuego.
Llueve
en mi pasado y en mis venas. Va a llover
también en mi desaparición.
Ah de la lluvia
sobre las madres locas. Ya arde, bajo el agua,
San Marcos con amor, ya están ardiendo
dulcemente los juicios sumarísimos.
Ah de la lluvia.


Antonio Gamoneda