Se
revelaron ante mí hace ya casi 20 años, sentenciado que el envase exterior poco
les importaba, ellos se dedicarían a cuidarme “solo adentro”. ¡¡Y qué adentro
calaron!! Por momentos, llegué a pensar que la sangre que alimentaba mis venas
corría y discurría con la misma intensidad que su sonora prosa.
Caifanes
fue una banda que me abrió un mundo completamente desconocido para mí…el
maravilloso y enriquecedor universo del rock mexicano. Por mis latitudes
originarias, toda aquella producción rockera que fuese hecha tras sus fronteras
poca relevancia cobraba, había demasiada buena producción local como para
interesarse qué estaba haciendo el vecino. ¡¡Y qué suerte tuve al animarme a husmear
qué se estaba cocinando a lo ancho y largo de Latinoamérica!!
En
esa amplitud de miras, me topé con ellos. Fue un antes y un después tan
particular, tan significativo, que me abrió la puerta no solo de un nuevo
estilo musical, sino también de toda una cultura milenaria, a la cual Caifanes
honró y rescató en cada una de sus canciones. Escucharlos, sentirlos, vivirlos,
era también jugar a ser parte de aquella historia que pelea cada día contra las
fuerzas que pretenden enterrarla, menospreciarla y sobre todo, negarla.
Con
el correr de los años y tras la marcha de su guitarrista, Alejandro Marcovich,
con el cual seguramente compartiré algo más que la nacionalidad, comenzaron su faceta de
Jaguares. Cambio de rótulo nomás, porque la esencia siguió siendo la misma. La
operación de garganta de Saúl Hernández (cantante y uno de mis tantos amores
platónicos adolescentes) le imprimió a la banda una desgarrada voz que
profundizaba aún más su mensaje divino y místico a la vez.
Aún
siguen regalándonos buenas dosis de su buen hacer, y los que tienen la suerte
de vivir de la línea del Ecuador hacia el norte, precisamente del lado
occidental de la esfera terrícola, pueden ser parte de aquellos maravillosos
conciertos, que más de uno certeramente calificó de “majestuosos rituales”. Es
que esta banda siempre se caracterizó por imprimir un sentido de comunidad
entre sus seguidores. Tal vez, porque sea la forma en la cual entienden y
transcurren sus propias vidas o quizás, porque es la manera que mejor refleja
aquel espíritu indigenista que a mi entender, atraviesa su obra musical.
Como
el tiempo es un constante fluir, y la historia tiende a repetirse, Jaguares
volvió a su denominación original, volvieron a ser Caifanes. Pero,
afortunadamente siguen rugiendo con las mismas ganas que antaño. Es que la
esencia no cambia, dicen los sabios, y ellos por suerte, tomaron nota de este
lema.
Aquí,
sigo a la espera que los dioses ocultos se revelen nuevamente ante mí. Aunque a
decir verdad, de alguna forma, siempre estuvieron presentes. Tanto o más que el
rugido del jaguar en las culturas precolombinas, tanto o más que el mito que
los crea y recrea. Mientras aguardo, voy rezando: “Y
vienes desde allá donde no sale el sol, donde no hay calor, donde la sangre nunca
se sacrificó por un amor, pero aquí no es así. Vienes caminando ignorando
sagrados ritos, pisoteando sabios templos de amor espiritual. Largas vidas
siguen velando el sueño de un volcán, para una alma eterna cada piedra es un
altar.”
Medea Paracas