Margarita sacudió con fuerza la manta, con
el orgullo que la prenda merecía y el
salero que ella sabía ponerle. No lo hacía temprano, para que todas sus vecinas
la envidiaran. Se la mandó su novio, Eladio. Marga cuando abrió el tremendo
paquete que había recorrido literalmente medio mundo quedó perpleja. Su madre,
una viuda de carácter alegre, pero de mano suficientemente dura para gobernar
la prole que le dejó su difunto y pendenciero esposo, en seguida sacó a todos
del ohhhh con una sonora carcajada:
– Pero niña, ¿Qué
esperabas?
– Madre, después de
casi un año en América, ¿una manta? Con… con… ¿un pez?
– Marga, el Eladio es
un hombre, ¡un hombre!, ¿Qué va a saber él de regalos para enamoradas? Ahora
una cosa te digo, te quiere de verdad. Sus buenos cuartos le habrá costado, y
qué mejor gasto que una manta pa toda la vida– luego en un aparte, más bajito
prosiguió con un mohín pícaro– De seguro también ha pensado en lo que vais a
hacer bajo ella.
– Madre ¡Parece mentira!–
se escandalizó su hija, mirando a sus hermanos que, cual radares, abrieron los
ojos de par en par y las contemplaban sin perder palabra.
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