(Dedicado a todas las mujeres, hoy 8 de Marzo en el Día Internacional de la Mujer)
Estaba muy avergonzada. No lo podía evitar. Desde que la llamaron y aceptó, apenas había dormido por las noches. Estaba contenta y agradecida, aún tenía esa mentalidad, Dios aprieta, pero no ahoga.
Pero sobretodo estaba avergonzada. Vivía en el siglo XXI, aunque reconocía que ella pertenecía al XX.
Era una señora.
Educada en la moderación, el amor a la familia (la tradicional) y en el temor y agradecimiento a Dios, tanto por lo bueno como por lo malo (Dios siempre tiene sus razones, y nunca manda más de lo que se puede aguantar).
Estudió y trabajó (muy poco, solo hasta casarse). Se casó muy joven, tuvo hijos y vivió feliz dentro de una vida recta y ordenada.
Y acabados de cumplir sus 53 años, no quedaba nada de todo eso.
De sus estudios quedaba una buena, pero rancia base cultural. Del trabajo que ocupó en su día, no quedaba más que el recuerdo de las máquinas de escribir, quizá existiera alguna en un olvidado museo.
De su matrimonio, nada, se rompió hacía mucho, aunque ella no se consideraba separada, sino más bien viuda, y de hecho acababa de saber que lo era realmente, ya que hacía unos días, su marido había fallecido.
Sus hijos vivían lejos, uno físicamente lejos, en Estados Unidos, y la niña, en su misma ciudad, pero afectuosamente lejos de su vida.
Y la rectitud y orden en su vida, hacía mucho que eran solo una máscara. La máscara que se ponía ella todas las mañanas cuando se levantaba y se vestía de dignidad y se maquillaba de olvido.
Pero los difíciles tiempos que se vivían en el país habían propiciado muchos recortes sociales. Y se vio obligada a buscar un trabajo. Ya que era muy “joven” para quedarse en casa, (en palabras de su hija), y no quería escuchar a su hijo que la apremiaba a irse a vivir a América con él, (tan lejos, eso es muy lejos, contestaba ella).
Y así avergonzada, comenzaba su primer jornada laboral.
Se terminó de vestir con aquellos pantalones tan anchos, de color verde limón, tan chillón, y con franjas plateadas que se iluminaban en la oscuridad y reflejaban la luz. Se puso el chaquetón del mismo color y tan holgado que escondía la bonita figura, que lucía aún en su madurez.
Salió a la calle, empujando aquel carrito portador de dos grandes cubos de basura y varios escobones enormes. Sin apenas levantar la cabeza de la acera, comenzó a barrer.
Mas cuando llevaba aproximadamente una hora de barridos y retirada de hojas secas, comenzó a sentir el sol en la cara, la brisa fresca de la mañana en su pelo.
Disfrutó del ir y venir de los trabajadores con paso cansado, de las oficinistas estilizadas y superficialmente guapas. Un poco mas tarde la calle se pobló de estudiantes, jóvenes alegres, habladores y risueños, algunos prendidos de sus manos y sus bocas, caminaban al unísono, presas del primer e impaciente amor.
Luego vinieron las mamás con sus hijos pequeños, que tiraban de grandes mochilas escolares, mientras se sacudían la pereza y el sueño.
Después de nuevo la tranquilidad, la avenida para ella sola.
Y otra vez el sol, el viento y la luz de la ciudad le hicieron ver que empezaba otra etapa en su vida. Respiró, levantó la cabeza y empujó con orgullo y paso decidido aquel carro que la estaba conduciendo a una libertad que, por no haberla conocido antes, no sabía cuanto estaba necesitando.
Asun 8 de marzo de 2012 (DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER )