Alberto Mayol
Mostrador
Burgos negaba dinero para Chiloé
porque este Gobierno supuestamente no tiene la billetera fácil. Pues bien, ese
mismo día Rodrigo Valdés decía que modificar la Ley 13.196 no está entre las
prioridades del gobierno. Es increíble, pero hay casi US$1.000 millones de
dólares anuales esperando la voluntad política de quienes consideren pertinente
orientar la principal riqueza del país a los temas sociales y no al espacio más
oscuro del Presupuesto de la nación.
El 4 de mayo el ministro Jorge
Burgos declaró, respecto a la austera oferta del Ejecutivo para paliar el
impacto social de la crisis medioambiental en el archipiélago de Chiloé, que
"ha quedado claro que este es un Gobierno que se preocupa de la gente en
esta situación, pero no somos un gobierno de billetera fácil y no lo vamos a
ser".
La tesis de la respuesta
económica estatal a las demandas sociales como ‘billetera fácil’ ha sido uno de
los triunfos políticos de la tecnocracia económica chilena, que en nombre del
equilibrio macroeconómico no ha dudado en producir desequilibrios sociales. Sin
embargo, las anormalidades presupuestarias más flagrantes no son impugnadas
cuando se trata de actores con peso político en la escena nacional. Y resulta
que sí hay billetera fácil, de modo estructural y permanente, para las Fuerzas
Armadas.
La Ley 13.169, conocida como la
Ley Reservada del Cobre, permitió en 2015 a las Fuerzas Armadas acceder al 80%
de los aportes de Codelco al Estado chileno, según los datos calculados por la
economista Marcela Vera, del Centro de Investigación Sociedad, Economía,
Cultura (CISEC) de la Universidad de Santiago, entidad que dirijo.
Tal y como teóricamente se ha
proyectado, cuando el precio del cobre baja, el perjuicio para el fisco no solo
deriva de los menores ingresos para Codelco, sino además de la extracción del
10% de las ventas brutas. Esta situación, que muchas veces se ha discutido en
tono teórico, demuestra ser hoy una realidad flagrante: mientras el Estado no
tiene dinero para absorber vergonzosos problemas ambientales derivados del
extractivismo, ni tiene la voluntad de afrontar problemas sociales agudos, el
dinero de la principal riqueza nacional derivado de la principal empresa
estatal se transforma prácticamente en su totalidad en dinero para el estamento
militar.
La evolución de los pagos al
fisco sin contar los aportes a las Fuerzas Armadas por la Ley 13.196 y la
evolución de los pagos por esa ley a las Fuerzas Armadas se aprecian en el
siguiente gráfico, demostrándose que inmediatamente terminado el superciclo del
cobre (2012) los pagos de Codelco al fisco y los pagos de Codelco a las Fuerzas
Armadas tienden a igualarse, hasta llegar al absurdo de 2015, donde claramente
predomina el ingreso de las Fuerzas Armadas por sobre el aporte al Estado en
general.
La más importante de las
irracionalidades está hoy sobre la mesa, irónicamente junto al caso chilote,
cuyas demandas son negadas por costosas (aunque el grueso de su petitorio no
habla de dinero).
La historia tiene su cierre en el
mismo momento en que el hombre que supuestamente oficia de guardián de la
racionalidad presupuestaria, el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, defiende
el absurdo precio a pagar en la Ley Reservada del Cobre; un precio por un
producto que sencillamente desconocemos y cuyo destino puede ser, en el mejor
de los casos, la compra de armas y, en el peor, un festival de corrupción.
Hasta ahora los datos entregados
habían sido insuficientes y no se había planteado la principal irracionalidad:
la dualidad de decir que no hay dinero para los problemas sociales y no
cuestionar el dinero entregado a las Fuerzas Armadas.
No es raro que la única cifra que
se ha promovido es la que habla de US$11.726 millones aportados desde 2004 a
2014 a las Fuerzas Armadas por Codelco. Pero la ausencia del detalle es parte
de una discusión que, cuando se plantea, es deliberadamente superficial y
quirúrgicamente cuidadosa desde el habla del mundo político. Es el meticuloso
cuidado de los civiles frente a los militares, característico de la transición.
El siguiente gráfico muestra
todos los aportes de Codelco al Estado, incluyendo los de las Fuerzas Armadas,
pero se distinguen los porcentajes de aquellos fondos que van a quedar en
disposición del Poder Ejecutivo respecto de aquellos que llegan a las Fuerzas
Armadas. Los porcentajes son elocuentes. Ya en 2002 el 70% de los aportes
quedan en las FF.AA. El caso 2015 radicaliza el problema y se llega al
mencionado 80%. Solo el superciclo del cobre, esto es, el inusitado alto valor
del precio de la libra de cobre acontecido durante alrededor de una década,
logró revertir las proporciones de ingreso en favor del Estado. Pero, dado que
ese superciclo está estructuralmente terminado (era un superciclo de todos los
minerales y del petróleo, que duró desde 2004 a 2012), es evidente que la ley,
como está, seguirá otorgando aportes más abundantes al mundo militar que al
resto del país.
Gráfico 2: Porcentaje de aportes
de CODELCO a fisco y a las Fuerzas Armadas
La historia tiene su cierre en el
mismo momento en que el hombre que supuestamente oficia de guardián de la
racionalidad presupuestaria, el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, defiende
el absurdo precio a pagar en la Ley Reservada del Cobre; un precio por un
producto que sencillamente desconocemos y cuyo destino puede ser, en el mejor
de los casos, la compra de armas y, en el peor, un festival de corrupción. Su
frase (en una ironía inoportuna) se enuncia el mismo día en que Burgos negaba
dinero para Chiloé porque este Gobierno supuestamente no tiene la billetera
fácil. Pues bien, ese mismo día Rodrigo Valdés decía que modificar la Ley
13.196 no está entre las prioridades del Gobierno. Es increíble, pero hay casi
US$1.000 millones de dólares anuales esperando la voluntad política de quienes
consideren pertinente orientar la principal riqueza del país a los temas
sociales y no al espacio más oscuro del Presupuesto de la nación.
Pero tal parece que sigue siendo
más racional tener un arma en las manos que una buena razón. La única billetera
fácil, entonces, se consigue en la simple ecuación del poder fáctico y no en la
consideración del proyecto político. Y es que las regiones pueden esperar, pero
los militares no.
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