LIV:
¿Por qué? (Sven ni se inmuta. Después de
un silencio) ¿por qué? No lo entiendo (Sven
se hurga en un diente) ¿quién es ella? (Sven
mira a un punto fijo) ¿y dónde la has encontrado? (Sven suspira profundamente) ¡Habla! No te quedes callado ¿Ha sido
como conmigo? No lo creo, parece delicada (Sven
bebe un trago prolongado de su cerveza y luego entrelaza sus dedos) No hay
lugar para princesas en los tugurios ¿por qué la has traído aquí, no tienes
suficiente con una sola, eh? (Sven
resopla, silencio) Deben resultarte atractivas las noches de tormenta. Parece
que el ritual se repite una y otra vez (Pausa)
Hoy es como aquella noche, aquella en la que decidiste que yo no merecía
una vida al uso, esa vida inestable e inapropiada, pero mía al fin y al cabo. Así
se inicia todo, puedo reconocer sus huellas en mí. Una puerta abierta a la
caza, el instinto despierto, las manos candentes, el vacío asolando las
entrañas. No hace falta mucho más ¿verdad? Bueno, sí, claro… la humedad y el
frío son activos inmejorables para anestesiar a la presa, el remate final, ese
eslabón con el que la mayoría no cuenta. La climatología siempre adversa, porque
mira que en esta ciudad hace frío, joder. Las personas perdemos algo de raíces
cuando el suelo es deslizante, algo de alma cuando falta la calidez habitual y
toda la perspectiva si los pies se convierten en una extensión del eterno manto
blanco. Aletargados, con las ideas tan congeladas como la planta de los pies,
somos igual que el animal herido que procura disimular su flaqueza caminando a
la desesperada y escapando de una amenaza aún sin definir. No nos diferenciamos
tanto de los animales, es un hecho. Si nuestra debilidad llega a hacernos reconocibles
en la distancia, resultamos un primer plato exquisito y un blanco llamativo
entre la nieve, difícil esconderse, estamos expuestos como el antílope al león
o el… ¿cómo coño se llamaba el bicho ese?
SVEN:
¡El ñú!
LIV:
Eso, como el maldito ñu que cruza un estúpido río perdido en la sabana para ser
pasto de los cocodrilos… Su destino es conocido por todos los que observamos la
tragedia. Despierta nuestra compasión, pero no estimula nuestra reacción. Qué
fácil resulta así, con barrera, con distancia, sin comprometerse… Pero la
cruzada es inevitable. Todo está escrito ya y todo sucede como se espera que
suceda. El ñu que se aparta un centímetro de la manada cae. Crujiente bocado
entre colmillos y coletazos, torsiones y escamas… Así es también como caen quienes
piensan que están en el lugar y momento apropiados, un pensamiento fugaz y
desesperado para no caer vencidos ante los propios temores. Como los ñus frente
a los cocodrilos, capaces de reconocer la respiración del predador, guiados por
su instinto, podrían incluso alterar ligeramente la dirección de su trazado,
darse la vuelta y salir huyendo, sin embargo… no se apartan del rumbo definido…
como haría cualquier humano, como yo aquella noche, como ella hace unas horas…la
confusión va por dentro, la lluvia mortifica y el hielo paraliza los huesos. Resistencia
cero, el cuerpo jamás responde. Es tan fácil privar de aliento a quien está
tiritando, un golpe seco, un susto seco, el residuo de una mirada sin vida bajo
la luz de una farola a la que ni siquiera se estima, porque tampoco se estima
esa calle sin tránsito, ni el silencio imperturbable de la ciudad durmiente. Porque
el problema de todo es que no se estima nada ¿Se puede vivir sin estimar nada
ni a nadie? ¿Cuál es la razón de que el mundo duerma cuando se le necesita? (pausa) Yo planeaba escaparme de casa
aquella noche, buscaba motivos para convencerme de lo contrario y tú, en algún
recóndito lugar de tu subconsciente, lo sabías… lo sabías y acudiste a mi
llamada, tu sombra se ocupó de ocultar la única luz que me daba luz, el único
destello que hubiera permitido rectificar mis pasos a tiempo, guiarme entre todos
esos cocodrilos predadores sueltos en mi cabeza… Hoy es una de esas noches y
sigo sin comprender por qué me elegiste y mucho menos por qué la has traído a
ella…
Fragmento de la pieza Stockholm. 2013