Resulta que leo que el tipo iba a comer a este restaurante, bueno, a un bar que servía comida que decía ser casera, algún bocadillo, café malo y cerveza sin espuma, uno de esos bares que abundan en Palma. El caso: leo que el tipo no tenía blanca, ni un duro, era un poeta de esos jóvenes, embriagado de si mismo y embriagado de vino dulzón (sobre como los artistas jóvenes siempre que recuerdan su juventud la rememoran como una eterna búsqueda de monedas, un mendigar de tragos, un suplicar por besos de pago ya hablaremos en otro momento) un niño-hombre vestido con gabán negro, de gesto atribulado que iba a este restaurante a comer era de lo que estaba hablando, pues este tipo, hoy un reconocido y bien pagado escritor, decía que en medio de sus lecturas (libros de bolsillo, doblados y siempre, siempre, siempre robados: de este recuerdo común a todos los artistas consagrados ya hablaremos) vio aparecer a otro poeta mayor, un poeta extraño, un poeta de algo "así como cincuenta años", un poeta que parecía no estar enamorado, ni llorar con los atardeceres, un poeta risueño que entro al bar con una barra de pan gigantesca que repartió entre risas (suyas) y asombro (clientes del bar y algún alemán despistado que andaría buscando la ciudad real) Aquella anécdota me saco de la rutina de no hacer nada en la que andaba sumido. Me dije que era necesario encontrar ese bar. En el artículo/columna donde contaba la historia no solo detallaba muy bien la calle si no que estaba el nombre de la calle, una calle cercana a la mía: no tenía excusa: camine por las estrechas calles, calles pequeñas cuyos edificios parecen unirse en las alturas, por calles donde solo pega el sol una hora al día, calles donde la luz es densa y el azul del cielo es solo un borrón, calles empedradas, calles con nombres y nombres que nadie recuerda ya. Al fin llegue a la dirección: no había nada más que una casa antigua, inmensa, con entrada de carruajes, una casa donde nunca hubo un bar, un comedero, un escenario para perfomances panaderas por poetas que no lo parecían. Me di la vuelta, extrañado de que el hoy afamado escritor me la hubiese jugado así. Al menos tengo pan, trate de consolarme con ese pensamiento, mientras trataba de tragar algo de la miga de la barra que jamás repartí.
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domingo, 30 de agosto de 2015
Panadero
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sábado, 31 de mayo de 2014
Limbo
Fui a la presentación del Libro con la vaga esperanza de beber y comer algo de gañote. También por escuchar al autor de una novela que pasee orgulloso en mis días de universitario (libro perdido para mi biblioteca por obra y gracia de un amorío breve y mal entendido. Libro que se fue al Limbo). No hay rastro de canapés y mucho menos de priva. La librería esta a reventar y al parecer todos se conocen entre sí. Tercios de Mahou a dos cincuenta así que tengo para tres, calculo. Hay dos presentadores, el primero es gracioso y parece que se ha leído el libro, y el segundo solo sabe que admira mucho al autor y se le nota que no ha leído el libro.
Llegan las preguntas y nadie habla. Los presentadores acuden al rescate. Ya saben que preguntas fueron, de esas que ya llevaban la respuesta. Charlan un poco, ríen. Alguien hace la primera pregunta, cae la segunda, esto se anima. Una chica le pregunta por sus hábitos alimenticios. Yo voy por la segunda cerveza. La misma chica le pregunta como se le ocurrió, como nació en él la idea de ese libro, de escribirlo.
Entonces dice él, que bueno, que se encontraba en Guatemala presentando su anterior libro, que hay que ver lo raro que son los guatemaltecos, porque llaman a la capital diciéndole la City (pronuncia en inglés diciendo algo así como "la ciri") y lo hace todo el mundo; bueno pues estaba por la noche en mi habitación de hotel, cansando, agotado por la multitud de entrevistas, a lo que había que sumar el jetlag (vuelve a pronunciar en inglés) y que estaba comiendo techo, cansado y aburrido pero sin poder dormir; así que aburrido, abrí el cajón y encontré la Biblia y me puse a hojearla y me di cuenta de que en toda la Biblia no había alusión a ruidos o música y que claro, que hay estaba el germen de todo, lógicamente.
Me levante por la tercera cerveza sabiendo que no iba a volver a mi sitio. Antes de salir de la librería me mira el dueño. Ladeé la cabeza como diciéndole que quién coño es capaz de leerse la biblia entera en una noche de cansancio y jetlag; quién coño viaja a La City sin un libro que leer, sin un Ipad, un móvil; ¿qué Joven Escritor Abanderado de la Modernidad haría eso? Él ladeo la cabeza también, como si me hubiese robado el pensamiento.
Me fui hasta casa con mi litro de Mahou en el pecho pensando en todas las preguntas mentirosas que me hago, en todas las preguntas que ya llevan la respuesta.
Me fui hasta casa con mi litro de Mahou en el pecho pensando en todas las preguntas mentirosas que me hago, en todas las preguntas que ya llevan la respuesta.
(y ese libro que se fue al Limbo y del que hable al comienzo ¿qué pasó con él? ¿dónde estará? ¿por qué lo nombro si no tiene importancia en el relato?)
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jueves, 17 de octubre de 2013
jueves, 10 de octubre de 2013
Enmascarado
Hace unos años un Mago Enmascarado se dedico a mostrar los entresijos y la tramoya detrás de cada truco de magia, de ilusionismo. Sin embargo hubo uno que no pudo desvelar, el truco definitivo, uno que aúna conocimientos ancestrales, concentración y maquinaria moderna: conducir con los ojos vendados. El Mago Enmascarado no pudo revelarlo por una sencilla razón: no conocía la autoescuela Boned.
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