Resulta que leo que el tipo iba a comer a este restaurante, bueno, a un bar que servía comida que decía ser casera, algún bocadillo, café malo y cerveza sin espuma, uno de esos bares que abundan en Palma. El caso: leo que el tipo no tenía blanca, ni un duro, era un poeta de esos jóvenes, embriagado de si mismo y embriagado de vino dulzón (sobre como los artistas jóvenes siempre que recuerdan su juventud la rememoran como una eterna búsqueda de monedas, un mendigar de tragos, un suplicar por besos de pago ya hablaremos en otro momento) un niño-hombre vestido con gabán negro, de gesto atribulado que iba a este restaurante a comer era de lo que estaba hablando, pues este tipo, hoy un reconocido y bien pagado escritor, decía que en medio de sus lecturas (libros de bolsillo, doblados y siempre, siempre, siempre robados: de este recuerdo común a todos los artistas consagrados ya hablaremos) vio aparecer a otro poeta mayor, un poeta extraño, un poeta de algo "así como cincuenta años", un poeta que parecía no estar enamorado, ni llorar con los atardeceres, un poeta risueño que entro al bar con una barra de pan gigantesca que repartió entre risas (suyas) y asombro (clientes del bar y algún alemán despistado que andaría buscando la ciudad real) Aquella anécdota me saco de la rutina de no hacer nada en la que andaba sumido. Me dije que era necesario encontrar ese bar. En el artículo/columna donde contaba la historia no solo detallaba muy bien la calle si no que estaba el nombre de la calle, una calle cercana a la mía: no tenía excusa: camine por las estrechas calles, calles pequeñas cuyos edificios parecen unirse en las alturas, por calles donde solo pega el sol una hora al día, calles donde la luz es densa y el azul del cielo es solo un borrón, calles empedradas, calles con nombres y nombres que nadie recuerda ya. Al fin llegue a la dirección: no había nada más que una casa antigua, inmensa, con entrada de carruajes, una casa donde nunca hubo un bar, un comedero, un escenario para perfomances panaderas por poetas que no lo parecían. Me di la vuelta, extrañado de que el hoy afamado escritor me la hubiese jugado así. Al menos tengo pan, trate de consolarme con ese pensamiento, mientras trataba de tragar algo de la miga de la barra que jamás repartí.
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