Sube al coche como cada mañana y cierra la puerta de golpe.Sentada en el espacio cálido que le ofrece el auto se siente protegida, respira profundo, se mira al espejo y se peina un poco el flequillo con los dedos, luego pone la música. Tiene la mirada cansada de sueño y los ojos líquidos de mirar al infinito. Mientras, el día despunta con una luz húmeda y resbaladiza.
“El destino no existe
-le dijo."
El destino no existe
pero tú y yo no hacemos mas que cruzarnos ,chocar ,derrapar ..en esta carrera
sin sentido que llamamos vida.”
Permanece quieta ,muy
quieta, agarrada al volante cual salvavidas,como hipnotizada por la luz roja del
semáforo.Le gusta ese momento del trayecto hacia el trabajo, porque así huye del
silencio que la abofetea y la golpea el alma cada hora que vive a solas en su
piso, ese piso que heredó de la abuela, con su olor a casa vacía, a humedad, a
legiones de ácaros y que a pesar de sus arreglos y sus muebles nuevos, nunca
desapareció.No soporta el silencio porque se escucha por dentro con una voz que
no es la suya, y que sin darse cuenta, le dice cosas despiadadas, le dice
que es inútil insistir, que todo es surrealista , que nada encaja..Por eso
sube mucho el volumen de la música dentro de su coche como si subiera a su vez el ruido de dentro de su cabeza, para no oírse más, para
oírse menos.
La sobresalta el pitido rabioso de una bocina a su espalda.En esta ciudad enloquecida por la prisa no nos perdonan un segundo de indecisión y como respuesta pisa el acelerador con rabia .Cruzando la Gran Vía se siente invadida por un desamparo cósmico. Las caras dormidas de los transeúntes son como sombras que bostezan juntas, los carteles de los teatros a los que ya nunca va, ese caos de tráfico, le reconforta por lo familiar, la triste y repetitiva rutina le amortigua el dolor.
Afuera, el cielo parece dilatarse y comienza a llover. Llevando la contraria baja la ventanilla para que el olor a mojado le enturbie el pensamiento. Todo parece temblar en cuanto las gotas de lluvia se adueñan de la luna delantera , pero no le impide circular, a posta tarda en activar el limpiaparabrisas, como si quisiera que el coche llorara lo que ella ya no puede y que así los recuerdos fueran arrastrados por el desagüe del hueco de alguna alcantarilla.Por unos instantes el espacio,las calles,los edificios...se derriten con el sonido del agua.
Ya enfila la arteria de asfalto que la expulsa de la ciudad, y es entonces cuando siente un zarpazo de sol en los ojos. Todavía el telón del negro plomizo que habita entre los edificios no ha ganado la batalla al tímido sol de la mañana y pronto el arcoíris la recibirá en su huida .
“Madura Irene-le dijo- tienes ya 41 años, no puedes seguir creyendo en los mismos cuentos que cuando tenías 15 “ Y se quedó ahí, mirándole sin poder contestar, porque se le llenó la boca de un regusto amargo a moho ,que no la dejó decir nada.
Siguen esas palabras resonando en sus oídos como una taladradora. Lo ultimo que le escuchó antes de darse la vuelta y escapar con grandes zancadas . Por el espejo retrovisor lo vio alejarse hacia el portal de su casa mientras se hacía pequeño, lo veía empequeñecerse, como se ve encoger a la gente que se queda en la orilla cuando zarpa un barco. Y supo que era la última vez que le vería. Lo supo porque fue un acto consciente, una proposición firme y robusta. De eso hace ya más de 4 meses.
La sobresalta el pitido rabioso de una bocina a su espalda.En esta ciudad enloquecida por la prisa no nos perdonan un segundo de indecisión y como respuesta pisa el acelerador con rabia .Cruzando la Gran Vía se siente invadida por un desamparo cósmico. Las caras dormidas de los transeúntes son como sombras que bostezan juntas, los carteles de los teatros a los que ya nunca va, ese caos de tráfico, le reconforta por lo familiar, la triste y repetitiva rutina le amortigua el dolor.
Afuera, el cielo parece dilatarse y comienza a llover. Llevando la contraria baja la ventanilla para que el olor a mojado le enturbie el pensamiento. Todo parece temblar en cuanto las gotas de lluvia se adueñan de la luna delantera , pero no le impide circular, a posta tarda en activar el limpiaparabrisas, como si quisiera que el coche llorara lo que ella ya no puede y que así los recuerdos fueran arrastrados por el desagüe del hueco de alguna alcantarilla.Por unos instantes el espacio,las calles,los edificios...se derriten con el sonido del agua.
Ya enfila la arteria de asfalto que la expulsa de la ciudad, y es entonces cuando siente un zarpazo de sol en los ojos. Todavía el telón del negro plomizo que habita entre los edificios no ha ganado la batalla al tímido sol de la mañana y pronto el arcoíris la recibirá en su huida .
“Madura Irene-le dijo- tienes ya 41 años, no puedes seguir creyendo en los mismos cuentos que cuando tenías 15 “ Y se quedó ahí, mirándole sin poder contestar, porque se le llenó la boca de un regusto amargo a moho ,que no la dejó decir nada.
Siguen esas palabras resonando en sus oídos como una taladradora. Lo ultimo que le escuchó antes de darse la vuelta y escapar con grandes zancadas . Por el espejo retrovisor lo vio alejarse hacia el portal de su casa mientras se hacía pequeño, lo veía empequeñecerse, como se ve encoger a la gente que se queda en la orilla cuando zarpa un barco. Y supo que era la última vez que le vería. Lo supo porque fue un acto consciente, una proposición firme y robusta. De eso hace ya más de 4 meses.
Y se puede, con un poco de firmeza, desahuciar a una persona de tu vida. Aunque luego vuelva en cada gota de lluvia..
ResponderEliminarHola Ehse, gracias por tu comentario..me he pasado por tu blog y tu texto de presentación sobre no hay norte me ha impresionado..
ResponderEliminarVuelve cuando quieras.. te sigo!
Si madurar es pasar del verde al gris, que maduren los demás...
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