Me gustan los aeropuertos, es de los pocos sitios donde no me importa esperar, con medida claro. Cinco horas por huelgas sin certeza de partir o aquellas interminables esperas, cuando una compañía abocada a la quiebra unificaba vuelos y convertía mis ansiados Madrid - Barcelona en algo más propio de un Madrid - Buenos Aires, no me agradan nada.
Pero si es razonable, reconozco cierto disfrute en los pasillos de esta especie de delegación de la ONU donde se comparte aire, asientos, intenciones y en muchos casos ilusiones. Me gusta mirar, observo con la curiosidad y el descaro de un niño, osadía que me permito por lo fugaz de los momentos.
Sonrío al tipo que facturó delante de mí y que casi se lleva por error mi bolsa, esos dos segundos de confusión nos han convertido en algo así como la cara amiga, cruzando miradas y compartiendo simpatía antes de despedirnos para siempre cuando cada uno siga su rumbo.
Pienso que tiene una bonita sonrisa que despliega ladeando la cabeza al paso de la imponente rubia de piernas infinitas que cruza delante de nuestras miradas. Anda un poco raro, como una de esas máquinas con cabeza y patas que recorrían la luna de Endor en El Retoro del Jedi. Los tacones más altos jamás calzados son los culpables de que las rodillas se doblen dando ese aspecto extraño. “No sé cómo puede sostenerse...'' murmura mirándome (cara amiga). Me limito a sonreír y levantar las cejas, mientras miro mis sandalias planas y siento lo que debe ser un leve pellizco de admiración y envidia hacia esas magnificas piernas y la destreza al manejar los tacones. Nadie las quita ojo, solo mi cara amiga que vuelve a sonreírme y regresa a su revista.
Tras el embarque le pierdo la pista, hasta aquí ha llegado nuestra fugaz relación, pienso mientras extiendo mis desvaríos a aquellas personas con las que he tenido algún tipo de acercamiento fugaz, espontáneo, raro o atípico. He intentado, sin mucho éxito recordar a algunas de ellas. Seguía madejando estos pensamientos cuando tomamos tierra.
“Uuff qué calor!”, volví a sonreír, mi cara amiga se situaba a mi lado en el autobús que acerca a la terminal. No sé muy bien por qué me alegré enormemente de volver a verlo. “Sí”, respondí, “pero aquí no hay playa a la que ir”...típicas conversaciones de ascensor, de tiempos o espacios cortos... Mientras esperábamos el equipaje, comentamos lo rápido que fue el vuelo y lo mucho que en proporción tardaban las maletas...era una conversación relajada, amable y cálida. “Por fin...esa es la mía”, me ayudó a bajarla de la cinta y nos quedamos en una extraña quietud mientras me preparaba para salir. “Bueno, espero que la tuya no tarde”, sonrisa, “sí, yo también”, sonrisa,...silencio...doble sonrisa...”bueno, adiós”...sonrisa...”adiós”...
No miré más hacia atrás, ese sí era el final. Mi cara amiga no volvería a sonreírme, al menos no esta.
Mientras recorro los pasillos buscando la salida pienso en la curiosa necesidad de relacionarnos, de tener un amable aliado, aunque solo sea para unos minutos, alguien que nos sirva de referencia, como un sutil punto de apoyo. Entonces veo a mi hermano con aspecto despistado esperando y claro,sonrío.
Tras el embarque le pierdo la pista, hasta aquí ha llegado nuestra fugaz relación, pienso mientras extiendo mis desvaríos a aquellas personas con las que he tenido algún tipo de acercamiento fugaz, espontáneo, raro o atípico. He intentado, sin mucho éxito recordar a algunas de ellas. Seguía madejando estos pensamientos cuando tomamos tierra.
“Uuff qué calor!”, volví a sonreír, mi cara amiga se situaba a mi lado en el autobús que acerca a la terminal. No sé muy bien por qué me alegré enormemente de volver a verlo. “Sí”, respondí, “pero aquí no hay playa a la que ir”...típicas conversaciones de ascensor, de tiempos o espacios cortos... Mientras esperábamos el equipaje, comentamos lo rápido que fue el vuelo y lo mucho que en proporción tardaban las maletas...era una conversación relajada, amable y cálida. “Por fin...esa es la mía”, me ayudó a bajarla de la cinta y nos quedamos en una extraña quietud mientras me preparaba para salir. “Bueno, espero que la tuya no tarde”, sonrisa, “sí, yo también”, sonrisa,...silencio...doble sonrisa...”bueno, adiós”...sonrisa...”adiós”...
No miré más hacia atrás, ese sí era el final. Mi cara amiga no volvería a sonreírme, al menos no esta.
Mientras recorro los pasillos buscando la salida pienso en la curiosa necesidad de relacionarnos, de tener un amable aliado, aunque solo sea para unos minutos, alguien que nos sirva de referencia, como un sutil punto de apoyo. Entonces veo a mi hermano con aspecto despistado esperando y claro,sonrío.