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martes, 11 de junio de 2013

Ayer volví a Londres

A golpe de portada cambié los jardines del buen Retiro por los pasillos del Barbican Centre. Esa imagen poderosa de mujer, o de mujer poderosa, que ambas serían propias, con el cuerpo tenso, firme y las manos estratégicamente colocadas, me trasladó en un momento a la primavera tardía de 2001.
Recuerdo la cara de los que allí estábamos en el periodo de intercambio, y especialmente los ojos almendrados, abiertos como platos de Lola, erguida como una diosa de ébano recién llegada de Nigeria con su pasaporte británico. Trabajaría entre ellas pero pedirle además que le gustase ya era, como diría Sabina, pedirle demasiado. No entendía mi entusiasmo pero había asumido sin más el extra de pasión que en ocasiones me da por imprimir a la vida, como parte de ese Spain is different tan manido.
La inauguración del evento era diferente, había que quedarse hasta las 9, pero no importaba si tenía la oportunidad de ver a aquel señor que debía tener algo especial en la mirada. Corría el champagne y aquel vino espumoso dulzón que tanto gusta a los ingleses.
"Disculpe, no está permitido fumar en la galería"… "for fuck's sake this is not a pub", rumiaba Andrew, mientras me mostraba con resignación la enorme cantidad de cigarrillos confiscados. Tras mi regreso, no volví a saber de él, era pintor y lo más cerca que había conseguido estar, hasta entonces, de lo que deseaba era aquel espacio que al menos, le permitía soñar con ver su arte colgado en The Curve algún día. 
Seguía sin verlo, en realidad nada me garantizaba que pudiese hacerlo. El sonido de cristal haciéndose añicos me hizo correr para informar por aquella odiosa radio y responder con el “Roger” que tanta vergüenza me daba y cuya omisión exasperaba a David, jefe de seguridad.
Entonces lo vi, estaba sentado, a escasos pasos de mi, "such a mess" o algo así le creí entender mientras me sonreía tras aquellas curiosas gafas. Casi me caigo al suelo. No duró más, en seguida se lo llevaron entre unos y otros.
Estaba mayor, más de lo que esperaba aun sabiendo su edad. Quizás semejante derroche de fuerza, carácter y erotismo en su trabajo me hizo imaginarlo aun enérgico, vital y tremendamente sensual como sus fotos, no el personaje débil y visiblemente cansado que encontré en aquella sala atestada de gente. No volví a verlo ya que, a pesar de mi esperanza nunca volvió a pasar por allí.
Pocos años después informaban de su muerte y yo volvía a golpe de titular a Londres, a esos pasillos a aquel día...