MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

RESEÑA DE LA SEMANA

12.02.2009


Gabriela Wiener
Nueve lunas
Mondadori, Barcelona. 2009. 158 páginas


UNA MUJER EXPUESTA

Una inmigrante en Barcelona está en el primer trimestre de su embarazo y se entretiene buscando páginas de excesos en internet. La última frontera es la fotografía de un hombre devorándose, bien asado, a un bebé recién nacido. No parece una imagen típica para el libro de una mujer explorando los nueve meses de su embarazo, pero sí una imagen real, concreta, para explicar el contenido de Nueva lunas de Gabriela Wiener: un libro-exploración en el que las dudas, el temor, la ilusión y el intento de comprender in situ el proceso natural del embarazo van de la mano con una historia de exilio, de inmigrantes, de economías inestables y de recuperación del pasado familiar. La primera frase del libro, en palabras de una cronista gonzo tan exitosa como Gabriela Wiener (autora del estupendo Sexografías), suena a provocación: “En estos últimos meses, nueve, para ser exactos, he llegado a pensar que el placer y el dolor siempre tienen que ver con cosas que entran y salen del cuerpo”. Estamos tentados a pensar que Wiener se ha introducido algo en el cuerpo para sentir placer y dolor, y experimentar con ambos, libreta de notas en mano. Quizá la Wiener de Sexografías no hubiera dudado en exponerse. Y es que ¿acaso no sería genial una periodista que decidiese tener un hijo, al mismo tiempo que se queda desempleada en un país extranjero y trata de sobrevivir a todo ello para escribir una crónica en New York Times y un bestseller que le interese a Hollywood? Yo Fui Madre Inmigrante, podría titularse. Puede suceder. Pero da la casualidad de que las cosas no han sido tan calculadas ni tan gonzo sino más bien, se han dado de forma natural e incluso inesperada. En el exilio, Gabriela se entera casi al mismo tiempo de que tiene que ser operada de glándulas mamarias excedentes, que su padre ha sufrido una operación de cáncer al colon, que una de sus mejores amigas se ha arrojado al vacío desde un cuarto de hotel en Lima, que acaban de cerrar a revista literaria en la que ella y su esposo trabajaban en Barcelona y, además, de que el coitus interruptus no es el método anticonceptivo más confiable.

Cuando una madre cuenta los trámites de su "dulce espera", ya sea en un baby shower o un libro, debemos estar advertidos de que oiremos o leeremos sobre búsquedas en internet del nombre del bebé; comentarios sobre los cambios hormonales, los vómitos, las veces que debe ir al baño y quejas por la ropa sexy que no podrá ponerse en un tiempo; sobre los juguetes, los stores y el color elegido para decorar la habitación del bebé; y paranoicas conversaciones sobre los temores a enfermedades mortales hasta la inofensiva ictericia. Si piensan que Gabriela Wiener (la chica osada y algo freak que se dejó latiguear por una dominatriz en un escenario, que comparte a su esposo en un bar de swingers o le muestra a un mega actriz porno su vagina sin afeitar para cumplirle el deseo) escapa a ello se equivocan. Todos esos temas aparecen en Nueve lunas. Pero eso no significa que sea un libro ñoño o predecible. Por el contrario, es un libro inteligente, lúcido, honesto y tremendamente tierno. Es un libro sobre sentirse vulnerable. Es un libro sobre el amor. Desde los primeros momentos, en que el temor al compromiso la hace sentir fantasías abortivas, hasta los últimos, en que lo único que quiere la madre en los dolores de parto es que le coloquen la epidural y expulsen el “alien” de su interior, poniendo fin de una vez a la llamada “dulce espera”, Wiener es una mujer expuesta. Expuesta a las náuseas existenciales que tienen ecos en las náuseas reales. Expuesta a sus sentimientos encontrados, expuesta a lo que espera de ella y de su futuro, expuesta a los dolores y al placer de las cosas que entran y salen del cuerpo, expuesta al mundo exterior que se le presenta adverso. En ese sentido, el acierto de la carátula de Mondadori es estupendo. Una niña a punto de arrojarse a una piscina. Sostenida aún de la baranda, mirándola con desconfianza, atenta a su sombre reflejada en esa profundidad azul que puede ser la vida. Y es que, aunque el libro se presenta como una crónica de no-ficción, no podemos dejar de notar el simbolismo que la atraviesa de cabo a rabo. ¿Acaso no es simbólico que la mujer que se extirpó semanas antes, y sin motivo aparente, las glándulas mamarias secundarias estuviese preparándose, sin saberlo, para amamantar? ¿Acaso no es simbólico que el cáncer de su padre y el suicidio de su amiga le recuerden la existencia de la muerte en el mundo donde ella engendrará vida? Siguiendo esa lógica, el punto culminante de la crónica sucede cuando la autora y su esposo hacen un viaje (previsto con anterioridad, sin saber las condiciones de futuros padres) a Lima. Se alojan en la casa familiar, en el cuarto que ella compartió con su hermana de niña, bajo el amparo por la madre protectora y el olor a la comida casera. Sin embargo, este retorno al útero –si me permiten ponerme antipáticamente simbólico- es una despedida. La futura madre va a despedirse de su condición de hija. Un cambio de piel que se sella cuando ella y su esposo hacen el amor, espléndidamente además, en la cama de niña de la autora. No hay vuelta hacia atrás y solo queda enfrentar los hechos. Aquel guisante cuya forma nadie puede identificar con certeza en una ecografía hecha por la Asistencia Social (las tridimensionales son engreimientos que no pueden permitirse) está viva y ella, quien cuenta esta historia, será su madre.

De regreso a Barcelona, con el último trimestre y una maleta llena de roponcitos para el nonato a cuestas, la narradora tiene que enfrentarse al mundo con su nueva condición, la de madre, absolutamente asumida. Entonces, el exterior toma preponderancia en la novela y en su vida, desplazando las dudas. Barcelona es una ciudad hostil, las enfermeras (algunas de ellas inmigrantes como ella) la tratan mal, debe conseguir un trabajo mal pagado para subsistir en vez de descansar, los taxis no se apiadan de ella cuando la ven a punto de parir para que no le ensucien el tapiz. Y ella, con naturaleza instintiva de madre, decide abandonar su buhardilla bohemia llena de caca de paloma hacia una casa más segura, más higiénica y con más habitaciones, y preparar así un nido (o útero, para seguir con el símbolo) donde amparará a la criatura que vendrá. Ciertamente, al cambiar la perspectiva interior de la mayor parte del libro hacia la del mundo que la rodea en esta tercera y última parte, para mí el libro pierde intensidad e incluso interés. Se convierte más en una crónica predecible con anécdotas sobre la inmigración y maltratos y deja de lado aquel penetrante buceo hacia el interior y los temores físicos y mentales que me capturó al principio. Y es que, ante la inminencia del nacimiento, no hay tiempo para dudas y solo queda la realidad que, como un tobogán, nos conduce al desenlace esperado: el nacimiento de una niña llamada Lena.

Durante años, las narradoras mujeres peruanas podían ser contadas con los dedos de la mano y había que ser muy concesivo para encontrar algún interés en la mayoría. En estas últimas décadas, en cambio, la situación ha cambiado mucho y cada vez hay más y mejores narradoras. Podríamos decir que Gabriela Wiener confirma con este libro que está a la cabeza de esa promoción de escritoras mujeres; pero eso sería ser innecesariamente considerado con las valoraciones de “género”. Por eso, simplemente concluyo la reseña con una verdad comprobable después de leer Nueve lunas: Gabriela Wiener es una de las mejores noticias que le ha ocurrido a la literatura enn castellano última, sin distinción de género ni de nacionalidad.

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Wiener entrevistada

10.06.2009
Gabriela Wiener. Fuente:Roser Villalonga revistañ

Hace unas semanas recibí un libro desde España: Nueve lunas, editado por Mondadori, cuya autora es Gabriela Wiener. Aún no he podido leerlo, pese a la felicidad que me dio recibirlo, pero sí estoy muy pendiente de lo que está pasando con mi querida Gabriela que me parece una de las mejores cronistas del castellano. Por eso me alegra verla entrevistada en Revista Ñ acerca de esta novela/crónica o como quieran llamarla. Dice así:


¿La maternidad era como esperaba?
Era lo que me temía. Exposiciones, cine, teatro... es lo primero que pierdes. La vida social se ve enormemente alterada.

¿Su literatura es tan destructiva porque, en el fondo, es una gran sentimental y no quiere que se note?
Pues sí. Y extremadamente tímida. En el libro no hago más que resistirme al embobamiento ante un bebé hasta que caigo conquistada por la experiencia.

¿Irónica como protección?
Y algo cínica. En mi obra siempre hay una parte de exhibición de mi intimidad, de decir "esta soy yo, ¡mátenme ya!". Ahora he querido abordar el mundo oscuro de la maternidad, cosas de las que nadie quiere hablar. Siempre he rechazado el lugar común.

¿Tiene algún límite verbal?
Buena acotación: límite sí, verbal no. Cuento lo que me ocurre y mi límite sería mentir. Siempre fui narradora oral de mis experiencias hasta que me di cuenta de que no podía contarle todo a mi compañero. Escribir fue la llave.

El título, Nueve lunas, le apareció en una web de sexo.
Nadie habla de eso, pero existe, es el género porno para embarazadas. La embarazada siempre es vista como algo sagrado, virtuoso, nadie cuenta que también te masturbas y haces el amor. Bien, yo reconozco que me excitaba viendo a otras mujeres embarazadas por la pantalla.

También considera la lactancia como un acto sexual.
Dar el pecho es eminentemente físico, te vuelve loca, a mí me tenía absolutamente erotizada. Eso es porno doméstico.

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Sr.Chinarro escritor

9.11.2009
Antonio Luque. Fuente: muzikalia

"Me llamo Antonio Luque y nací en Sevilla en 1970. Por suerte vivo en Málaga y escribo canciones. Si escribo otras cosas es sólo para que se conozcan más las canciones" Así se presenta Antonio Luque, el líder del grupo indie español Sr. Chinarro, en su Clubcultural blog. Pues esas "otras cosas" que escribe han rendido un fruto inesperado: un libro de relatos titulado Socorrismo (Alpha Decay) sobre los que indaga Gabriela Wienner en EP3 de El País. Algunas preguntas:

EP3. De pequeño tuvo algo así como una sobredosis de Mortadelo y Filemón. ¿Se siente más cerca de Ibáñez o de Lorca?
Antonio Luque. He hojeado libros de Lorca. Pero he disfrutado más con Ibáñez. Me parece más sensato. Pobre Lorca.

EP3. La poeta Elena Medel dice que usted no es un músico que escribe de vez en cuando, sino un escritor que a veces hace música. ¿Está de acuerdo?
A. L. Espero que no inventen una ley de incompatibilidades que me obligue a levantarme temprano para cavar zanjas o hacer carreteras, trabajos que, aún hoy, mucha gente sigue considerando como los únicos verdaderos. Hago lo que puedo. Pero, sí, me gusta que me digan que soy más un escritor que hace canciones. No sé qué soy. Confío en los críticos.

EP3. Para escribir así tiene que haber leído, y mucho. ¿Cuáles son sus lecturas?
A. L. Leí bastante cuando era un veinteañero. Luego lo dejé. Me estaba pasando como al Quijote con sus libros (lo sé por los dibujos; aún no he leído el Quijote). ¡Y yo tenía el barbero cerca! Total, que Proust, Kerouac, Balzac, Kafka, lo que caía en mis manos.

EP3. Qué me dice de las groupies literarias, ¿son más guapas que las rockeras?
A. L. Agradeceré mucho que en el ámbito literario no haya focos que me impidan disfrutar de las vistas más allá de las primeras filas. ¡Pero con media primera fila puedo llegar a conformarme! Es broma, es broma. Yo no tengo groupies.

EP3. ¿Cree que intentarán etiquetarlo como indie también en literatura?
A. L. Si no venden muchos libros míos, sí, claro. No pasaría nada, estoy habituado.

EP3. ¿Qué es lo más detestable de los escritores? ¿Y de los músicos?
A. L. El aire cultureta en unos y el afán por la embriaguez en los otros. No son excluyentes, tendré cuidado.

EP3. Hay quienes lo consideran un dios, y otros, directamente, un coñazo. ¿Por qué levanta pasiones tan encontradas?
A. L. Yo mismo soy capaz de verme de las dos maneras. A decir verdad, me resulta más fácil verme como un coñazo, no me veo capaz de hacer milagros.

EP3. ¿Qué refrán se aplica sí mismo?
A. L. Me encanta ése de explicación no pedida, culpa manifiesta. Con ése me podrían poner en un apuro mil veces.

EP3. ¿Su libro nos hará reír?
A. L. A veces se oyen mis carcajadas en mitad de la noche, cuando escribo. No sé si seré capaz de transmitir ese estado al lector. Puede que sea una risa nerviosa.

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Los disfraces de Gabriela Wiener

1.19.2009
Gabriela Wiener disfrazada de Gatúbela, según Andreas. Fuente: Planeta

Hoy Andreas se levantó, cogió uno de los libros que estaban sobre la mesa de noche y me preguntó: “¿Quién es ella?” Pasé saliva. Pensé que por culpa de Gabriela Wiener y su libro Sexografías, y en especial por su foto de contratapa (que ilustra este post), iba a tener que darle a mi hijo (seis años cumplidos el lunes pasado) un curso acelerado de sexo, empezando por la historia de las abejitas hasta llegar a eso de los swingers. Felizmente, antes de empezar se me ocurrió preguntarle: “¿Por qué?” Me respondió: “Porque parece Gatúbela”. Pude sonreír aliviado (hasta que el psicoanálisis no diga lo contrario). Gabriela con lentes oscuros, pelo lacio y largo como cascada sobre medio rostro, escote y short jumper es demasiado hasta para un niño. No sé si a ella le gustaría ser Gatúbela, no creo que le disgustaría en todo caso, pero lo que sí sé que le van bien los disfraces.

Sexografías es un libro de disfraces. En una lectura rápida, uno podría pensar que Gabriela se está exponiendo demasiado, incluso ofreciendo su propio cuerpo como carnada para una crónica. Pero eso no es necesariamente cierto. Salvo en el último relato (titulado “Babies” y en el que habla de la maternidad), en todos los demás Gabriela está disfrazada. A veces ese disfraz incluye, además, un traje. En la mayoría, solo es la voz apenas modulada, la actitud agresiva y en especial la mirada la que va encubierta. Gabriela es una cronista distante y aguda que se disfraza de periodista–gonzo-con-ganas-de-vivir-la-vida-loca para que le hagan más caso y obtener toda la información que, de otro modo, no podría obtener. Juego y provocación, dos elementos químicos altamente explosivos mezclados en el tubo de ensayo una y otra vez. A veces, el resultado es una prosa demasiado snob y pretendidamente “ingeniosa” para ser realmente filosa (hablando del gurú y multiesposo Badani dice “Si Badani fuera un electrodoméstico, sería uno que corta, pica y raya a su interlocutor a miles de revoluciones por segundo.” Y estamos solo en la primera frase del primer texto). Pero en la mayoría de casos, Gabriela consigue lo que busca: entender el sexo no como un casillero aparte en la vida de todos nosotros sino como un tema complejo, sofisticado incluso en su crueldad y en sus posibles variaciones, ambiguo y siempre excitante, como la vida misma debería serlo. A veces hay que dejar que un actor porno derrame un poco de semen en tu zapato para comprobar que el sexo, al fin y al cabo, no es necesariamente eso. Todas las historias del libro, por más escabrosas, confusas o raras que parezcan, nos conducen siempre al final: una mujer embarazada que lleva en su vientre al “futuro”. Los freaks, al fin y al cabo, son los demás. Los que no entienden eso y piensan que el sexo es un ente autónomo alejado de la vida. Los que no son capaces de descubrir que una mujer embarazada, (aunque se masturbe de vez en cuando viendo un canal cutre de sexo o quizá, justamente, porque lo hace), es una celebración de la vida adquieriendo cada día sentido. Un sentido que luego se desmonta para volver a reformularse al día siguiente, siempre el mismo pero siempre distinto.

¿Esa fue la intención de Gabriela? No tiene importancia si a fin de cuentas eso es lo que dice el libro. Detenerse en lo anecdótico de un bar de swingers o del látigo de Lady Monique, seguir la ruta de los transexuales en Lima, aprender palabras nuevas como “Furrymanía” o “Metapornosis”, y descubrir que Gabriela era una freak hasta que se operó los sobacos resulta atractivo, pero no es suficiente. Entender que Gabriela y no el sexo, en realidad, es la auténtica protagonista de estas historias -¿gabygrafías?- tampoco es tan importante. Rodrigo Fresán la llama “suerte de Marco Polo hembra y X-rated”; he ahí una frase ingeniosa. Gabriela tiene varias por el estilo, extraordinarias, pero ni siquiera es eso lo que convierte este libro en un texto notable. Lo que sucede en realidad en Sexografías es que Gabriela, al igual que el depresivo David Foster Wallace (o hipotéticamente su ídola Louise Lane), también es capaz de convertir algo tan ridículo como el mundo de los cruceros mastodónticos –en su caso, por ejemplo, la existencia de dealers pornográficos o las muñecas de la infancia- en una interrogante sobre la condición humana.

Gabriela Wienner es la chica en medio de toda esa legión de falocéntricos y casi misóginos cronistas brillantes que apareció en Etiqueta Negra, con el maestro Julio Villanueva Chang a la cabeza. Como sabe todo aquel que ha visto Seinfeld, la presencia de una chica en medio de un grupo de hombres es fundamental. No es solo una adición más, sino un factor que cambia completamente la ecuación. Gabriela ha llegado más lejos que ninguno de sus compañeros, ha sido más osada en su lenguaje, más malcriada, más despeinada, más X-rated, más divertida. Mientras que todos los demás intentan ser inteligentes y agudos (a veces con éxito), Gabriela simplemente lo es, aunque a costa de ciertas imperfecciones de estilo y boutades. Mientras los otros investigan en hemerotecas, Gabriela parece ser más onda Google y lentes oscuros para entrar a los bares de single acompañada de J., su héroe enmascarado justamente. Gabriela es la hermanita menor y descarada en medio de tanto joven turco que sueña con publicar en The New Yorker o pisar las huellas dejadas por Kapuscinski por todo el planeta. Qué suerte que existe una Gaby para que existan, en su exacta dimensión y diferencia, los demás.

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Underwood coleccionable

11.30.2008
Colección Underwood. Fuente: moleskine

Desde que consiguió su primera computadora, una cafetera 386 y una impresora láser que no sé de dónde se consiguió, Ricardo Sumalavia nunca ha estado quieto. Es un fascinado por editar sus propios libros, por hacer diseños, por imprimir boletines, libritos de poemas suyos al estilo haiku (que solo sus amigos hemos leído), etc. Inquieto como siempre, desde su oficina en la PUCP empezó a diseñar una revista llamada Colección Underwood (homenaje a su héroe literario Martín Adán) sin ayuda de nadie. Eran hojitas de papel engrapadas donde aparecieron relatos o poemas de sus estudiantes. Luego se fue a Francia pero la colección fue heredada por nuevas manos, que tiene a Julio del Valle como responsable, Mateo Millones, Joel Anicama y Antonio Tuya como editores y a Estrella Guerra como coordinadora administrativa. Y han empezado además a diagramas la revista con un gusto excepcional.


Como algunos de sus libros habían desaparecido, la colección Underwood acaba de reeditar sus once títulos que incluye algunos tan notables como Lo raro es ser un escritor raro, de Mario Bellatin; Playas de Carlos Calderón Fajardo; Cosas que deja la gente cuando se va, de Gabriela Wiener; y su última adquisición, Excursión a Huampaní, de Siu Kam Wen. Yo tenía varios desperdigados, ahora tengo todos en orden. Si los quieren conseguir, vayan corriendo a la Feria de Libro de Miraflores porque antes del fin de semana algunos títulos -estoy seguro- se habrán agotado.

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Cronistas en América Latina

7.13.2008
Las manos del "gurú" Villanueva Chang en plena acción en Cartagena. Fuente: moleskinephotos

El fenómeno de los cronistas literarios, que en América Latina ha tenido inusitado éxito, es tomado en cuenta este fin de semana por el suplemento "Babelia". Un extenso y documentado artículo que comenta la influencia, el ascenso y el futuro de esta forma literaria de "inventar la realidad". Varios cronistas peruanos, todos vinculados a la gran revista Etiqueta Negra, son mencionados en el artículo: Julio Villanueva Chang (el famoso "maestro Chang" del B39, ascendido ahora a "gurú"), Toño Angulo, Gabriela Wiener (cuyo libro "Sexografías" es un éxito en España... no dejen de pasar por su blog), Juan Manuel Robles, Marco Avilés, Sergio Vilela y Daniel Titinger son comentados (además de una mención a Daniel Alarcón y Santiago Roncagliolo). Dice la nota sobre el maestro Chang:
Frente al pánico propiciado por las cábalas apocalípticas que anuncian la muerte del periodismo a manos del "monstruo" internet, la crónica periodística ofrece a los lectores una voz que, en lugar de informar, cuenta Julio Villanueva Chang, cronista y fundador de Etiqueta Negra, afirma que "la gente no busca historias porque quiere leer, la gente busca experiencias". Villanueva Chang viene a ser para esta generación algo así como el gurú-editor y su proyecto de revista ha logrado enganchar -de gratis- a colaboradores de la talla de Jon Lee Anderson, Alma Guillermoprieto, Francisco Goldman o Susan Orleans, habituales de The New Yorker

Por otra parte, también mencionan al chileno Juan Pablo Meneses, su libro La vida de una vaca, y sus significativos proyectos en internet.

Juan Pablo Meneses se ha autodenominado "periodista portátil". Con la filosofía de "monto mi oficina en un cibercafé" publicó en 2005 el libro Equipaje de mano (Planeta/Seix Barral), una serie de crónicas de viajes que tecleó en cibers de Estambul, Barcelona, Vietnam y Buenos Aires. Y de periodista experimental se podría calificar también a este chileno, de 38 años, que acaba de publicar el libro La vida de una vaca (Planeta/Seix Barral), en el que a partir de las experiencias con su propio rumiante -se compró una vaca a la que llamó La Negra- hace un recorrido por el significado de este animal, su carne, su piel y sobre todo su arraigo en el imaginario argentino. Una curiosidad: estas vivencias fueron seguidas por sus lectores en tiempo real desde un blog, que Meneses actualizaba diariamente y en el que recibía la retroalimentación de sus lectores.

El suplemento "Babelia" también trae una crónica de Daniel Titinger a manera de ejemplo, titulada "La última parábola del niño predicador".

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