Es habitual escuchar y leer que los lobos (y otras especies que entran en conflicto con los intereses humanos, principalmente otros carnívoros) deben ser gestionados y controlados para que sus poblaciones no se disparen y no supongan una amenaza para el resto de los seres con los que comparten hábitats (incluso a veces se les achaca sin argumentos de suponer una amenaza para la integridad física humana).
Pero más allá de esas aseveraciones está la discutible premisa de que la caza reduce los conflictos con el hombre (por ejemplo, los daños al ganado). Presumiblemente, dado el fuerte e incondicional apoyo de nuestros políticos a la caza podríamos suponer que existen numerosas evidencias científicas que tratan de demostrar que la caza reduce los ataques al ganado y mejora las poblaciones de las presas, (siendo una herramienta de gestión adecuada para especies como el lobo).
Desafortunadamente, existen pocas investigaciones para poner a prueba esas asunciones y zanjar estos reiterados debates. Por otra parte, una mayor cuantía de evidencias sugieren que el control indiscriminado de predadores por caza deportiva (como los campeonatos del zorro en Galicia o los cupos de lobos que establece la Junta de Castilla y León) o por controles (como los llevados a cabo por el Principado de Asturias y avalados en su Plan de Gestión del Lobo) tienen incluso el efecto contrario e incrementan los conflictos entre humanos y predadores.
Por ejemplo, Adrian Treves realizó una revisión sobre los efectos de la caza en los grandes carnívoros en The Journal of Applied Ecology concluyendo que "el impacto directo de la caza en los conflictos entre los carnívoros y la especies cinegéticas o los daños al ganado es confuso e incluso dudoso dada la incapacidad y falta de voluntad de los cazadores para eliminar individuos seleccionados específicamente". En otras palabras, la caza, aún funcionando correctamente, sería una herramienta muy contundente e inefectiva para aliviar los conflictos reales y/o percibidos entre hombres y carnívoros.
Otro estudio revisó la caza de osos en 5 Estados de los EEUU y una provincia de Canadá y señaló que un mayor número de osos muere a raíz de la aprobación de normativas cinegéticas más liberales que a raiz de conflictos reales con humanos (equiparable a lo que nos sucede con los lobos en la península ibérica). En comparativa, los autores revisaron los conflictos entre humanos y osos en poblaciones no sometidas a la caza donde la educación y los cambios en el comportamiento humano fueron complementados con modificaciones en la gestión de los residuos orgánicos y su acceso por parte de los osos (algo interesante para aplicar en los conflictos relacionados con el aumento de las gaviotas, siendo una medida que debería anteponerse a su control poblacional) y hallaron que incluso aumentando el número de osos, los conflictos disminuyeron significativamente. Concluyeron que la caza de osos fue estadísticamente inefectiva para reducir dicho conflicto.
Puma o León de Montaña Puma oncolor
Quizás, la mejor documentación existente sobre los efectos de la caza en los conflictos predador-hombre procede de California. En 1991, los votantes californianos aprobaron una iniciativa que ilegalizaba la caza de pumas. En la actualidad, en California viven más pumas (sobre 6.000) que en cualquier otro Estado del oeste y aún así, sigue siendo el que tiene la menor tasa de ataques de puma de todo el oeste. En otras palabras, en Estados donde los pumas son cazados y que presumiblemente tienen más "miedo al hombre", hay más ataques de puma que en California (a pesar de que en California hay más gente y más pumas que en cualquier otro Estado) lo que estadísticamente hablando significa una menor tasa de ataques de puma dónde estos no son cazados.
California también tiene una de las menores pérdidas de ganado atribuidas a pumas de todo el oeste. Lo que, a su vez, sugiere que la caza es ineficaz para reducir conflictos con la ganadería (a ver si lo tienen en cuenta nuestros gestores aquí). Es más, las evidencias sugieren que actualmente, la caza incrementa las pérdidas de ganado en muchos casos.
En las estadísticas de los últimos años (2009), el Departamento de Caza y Pesca de California mató sólo 42 pumas en todo el Estado (de una población de 6.000); lo que es una decisión muy conservadora si la comparamos con los cientos matados anualmente en otros estados del oeste que tienen además poblaciones del felino mucho más reducidas. Por ejemplo, los cazadores en Oregon mataron 247 pumas en 2009, sin incluir todos los pumas muertos por el servicio de fauna salvaje para disminuir los daños al ganado y/o alegando razones de seguridad humana. Incluso Oregon, con una población de la décima parte de California posee muchos más conflictos entre pumas y hombres que California.
Otro reciente estudio sobre pumas en Washington encontró una relación similar. La caza del puma fue intensificada por la agencia estatal de fauna salvaje y los investigadores pudieron documentar que la población de puma estaba en severa disminución. A pesar de ello, las reclamaciones y los conflictos entre hombres y pumas siguieron incrementándose.
¿Entonces, qué sucede aquí?
Pues que la caza indiscriminada perturba la estructura social de estos predadores creando un caos social. Algo similar a lo que sucede con los humanos que viven en una zona con guerra y recurren a soluciones desesperadas para sobrevivir (como el robo, el comercio ilegal, etc.). En ese sentido, estos carnívoros responden a estas perturbaciones sociales (en forma de caza) en un aumento de los conflictos con humanos (ataques, daños al ganado, etc). Una explicación es que la caza influye en la estructura de las poblaciones enjuveneciendolas. Los ejemplares jóvenes son cazadores menos hábiles y más proclives a recorrer grandes distancias para cazar o buscar un territorio propio, lo que incrementa el potencial conflicto con los humanos.
Las administraciones tratan de tranquilizar a los ciudadanos afirmando que controlarán las poblaciones de carnívoros pero, desconocen por completo la ecología social de estos predadores. Es posible que a pesar de crear ese caos social derivado de la caza deportiva, se mantengan los números de depredadores (aunque alterando su estructura de edades y sexos, entre otros factores). Por ejemplo, las manadas de lobos no sometidas a explotación cinegética suelen ser más estables y tener una mayor tasa de adultos que jóvenes o cachorros. Una manada estable de lobos con más cazadores maduros y experimentados es más efectiva buscando presas. Cuanto mayor sea el tamaño de la manada, con mayor facilidad podrá mantener y proteger un amplio territorio, lo que significa que la presión predadora global hacia las presas menguará a raíz de que algunas porciones de dicha área sufran menor presión y propicien un refugio para las presas.
Joven lobo abatido en controles por daños en Picos de Europa, el único Parque Nacional con presencia de la especie.
Sin embargo, en poblaciones de lobos severamente cazadas el tamaño de grupo suele ser menor,con menos cazadores adultos experimentados y una mayor proporción de cachorros a alimentar (lo que supone menos éxito en la caza de presas grandes y más dificiles de abatir). Cuanto menores sean los grupos, más complicado será defender un territorio estable. De este modo, será más probable cazar en un territorio desconocido (adentrarse en sus límites para cazar). Con más manadas presentes, se puede hacer una cobertura más efectiva de un área geográfica determinada lo que aumenta la presión depredadora sobre las presas. Esto se traduce en más grupos con una proporción menor de adultos y mayor de cachorros a alimentar cubriendo la misma superficie, lo que desemboca en una mayor depredación (más daños al ganado) .
Para ilustrar lo anterior expuesto, imaginad una población de lobos no sometida a caza con 15 ejemplares compuestos por 10 adultos y 5 cachorros del año ocupando un territorio de 500 hectáreas. Los 10 adultos pueden facilmente alimentar a los 5 cachorros y además hacerse con un territorio y defenderlo.
En una población sometida a caza podrías tener los mismos 15 lobos cazando en las mismas 500 hectáreas, pero quizás escindidos en 3 grupos de cinco lobos compuestos por 2 adultos y 3 jóvenes cada uno. La media de edad de los lobos en poblaciones cazadas es considerablemente más joven que en poblaciones no cazadas (entre 2 a 6 años frente a entre 7 a 10 años respectivamente). Los lobos jóvenes son cazadores menos experimentados de modo que son más proclives a cazar presas fáciles (como ganado en extensivo sin ningún tipo de protección). Además, los tres grupos pueden patrullar con más regularidad las 500 hectáreas del territorio ocupado, de modo que dejan menores áreas de refugio a las presas.
Nuestras imaginarias manadas sometidas a caza se componen de dos adultos por grupo. Eses dos adultos tienen una mayor dificultad temporal para proporcionar alimento a los cachorros que los 10 adultos del grupo no cazado, especialmente teniendo en cuenta que un adulto permanece con la prole mientras que el otro está cazando. Un único lobo es incapaz de abatir grandes presas (por ejemplo ciervos o jabalies adultos). Como consecuencia de ello, los grupos de lobos sometidos a explotación cinegética tienen más probabilidades de matar presas fáciles como el ganado (y más si está en regimen extensivo y sin protección).
Lo que es peor aún para estos cazadores (los lobos) es que las manadas pequeñas no pueden consumir una presa de gran tamaño en una sola noche y por su menor tamaño de grupo pueden tener más dificultades para defenderla, por lo que es más probable que carroñeros como zorros, osos, buitres, cuervos y jabalies puedan arrebatarles la misma (o parte de ella) obligando al grupo a salir y cazar otra vez. Mientras que una manada más grande puede más facilmente protegerla y alimentarse de la misma por completo.
Además, los cachorros en crecimiento consumen sorprendentemente una gran cantidad de alimento en relación a su tamaño. Los 15 lobos sometidos a caza y divididos en tres grupos tienen 9 cachorros que alimentar en comparación a los 5 cachorros de la población no explotada cinegéticamente. De modo que tendrán que cazar más y obtener más biomasa para mantener a sus cachorros que una población estable y no cazada (con todas las complicaciones para abatir grandes presas mencionadas anteriormente y debiéndose centrar en las pequeñas).
Finalmente, aseveraciones por parte de los cazadores como que los predadores destruirán la caza (ciervos, corzos, conejos, liebres etc.) son pretenciosas y exageradas. Si bien no cabe duda que los lobos y otros predadores pueden reducir las poblaciones cinegéticas en algunos casos, tales declinaciones de la población no suponen una amenaza para la caza. En Minnesota, viven entre 3.000 y 3.500 lobos. Estos números han sido considerados desde hace mucho tiempo demasiado altos por este gremio. En dicho Estado existe más de un millón de ciervos, de los cuales, los cazadores matan entre 150.000 y 200.000 anualmente. Obviamente, los datos demuestran que la caza no va a desaparecer en Minnesota a consecuencia de la predación lobuna.
Los grandes carnívoros como el lobo ejercen una regulación poblacional más eficiente y selectiva de los ungulados silvestres que la caza deportiva.
Incluso dónde y cuando los predadores parecen reducir los números de ungulados podría no caracterizarse por ser un problema tal y como es comunmente representado por las administraciones o las asociaciones de cazadores. Recientes investigaciones sobre el efecto de los lobos y otros carnívoros en los números de ciervos y otros herbívoros sugieren que los predadores pueden a veces cambiar el uso del hábitat por parte de estas especies (además de mejorar su salud en términos poblacionales). Sin embargo, el efecto global es a menudo positivo para el paisaje. Una reducción de la presión herbívora resulta en un incremento de arbustos como sauces y álamos, mejorando el hábitat para los paseriformes, contribuyendo a la restauración ribereña para una mayor estabilidad del cauce fluvial lo que, mejora el hábitat de la trucha y del castor. Asombroso, ¿verdad?
La presencia de lobos puede también influenciar y condicionar las población de otros predadores (como los zorros). Por ejemplo, los coyotes son el mayor depredador de los cervatillos de Berrendo Antilocapra americana, un incremento de los lobos resultó en una mayor superviviencia de los juveniles de esta especie. Estos son cambios positivos (y muchos otros que probablemente ni siquiera conozcamos) que demuestran la importancia de la presencia de los predadores. En otras palabras, si queremos lobos para tener ecosistemas funcionales, debemos gestionar los predadores en poblaciones máximas, no bajo números mínimos como ha sido defendido por muchas organizaciones cinegéticas y apoyado por las administraciones.
Resumiendo, la caza no es significativamente efectiva para reducir los conflictos hombre-predador. De hecho, un creciente número de investigaciones científicas (a menudo ignoradas por las administraciones) sugieren que la gestión estandarizada y simplista basada en la caza deportiva incrementa los conflictos entre el hombre y los carnívoros y amenaza a largo término la salud de los ecosistemas. No se pueden gestionar los lobos como cualquier otra fauna salvaje (ni ningún otro gran carnívoro). De hecho, queda ampliamente demostrado que la mejor gestión de carnívoros que se puede hacer es no matándolos en absoluto (excepto quizás la extracción de algunos ocasionales ejemplares habituados crónicamente a depredar sobre el ganado).
Este artículo es una traducción aproximada y adaptada de otro publicado en esta web.