Las historias de supervivencia afrontan un reto adicional al de cualquier otro tipo de historias. Han de ser creíbles para el espectador. Y no solo por el escenario, sino por la forma en que los protagonistas superan o sucumben a dicho escenario. La montaña entre nosotros supera solo la mitad de ese reto. Su escenario, modélico y bien construido. Sin explicaciones innecesarias y sometiéndose a un azar realista que convence, sobre todo porque Hany Abu-Assad, sorprendente elección la suya siendo un director que destaca por un cine mucho más profundo que este como evidencia Paradise Now, encuentra una forma muy imaginativa de rodar el accidente de avión que da inicio a la trama. Porque eso es lo que se nos cuenta, un cirujano y una fotoperiodista que no se conocen de nada hacen frente a la cancelación de su vuelo comercial alquilando una avioneta que se estrella en la montaña del título y les obliga a luchar por sus propias vidas en un entorno hostil.
La cuestión es que la historia se va inventando obstáculos que aparecen casi por azar, sin demasiada explicación, y que se disuelven casi de la misma manera. No los impone casi nunca el escenario, sino la necesidad de establecer nuevos cimientos para lo siguiente que nos venga. Y eso hace que la película se alargue en exceso en esta sufrida parte. Una de esas soluciones surgidas de la nada hace además que la película cambie radicalmente de planteamiento, deja de ser, al menos en su fondo, una historia de supervivencia para convertirse en otra cosa. No hay que echarle demasiada imaginación para saber en qué se convierte, pero apostaremos a la ingenuidad del espectador para no analizarlo aquí. ¿Convence ese cambio? La verdad es que no demasiado. Un poco más en el epílogo, porque ahí sí regresa al menos al terreno de la verosimilitud realista, pero aún así no termina de convencer.
¿Que queda entonces? Pues disfrutar de las vistas, rodadas de una manera algo impersonal por Abu-Assad, lo que sorprende de manera negativa viendo sus ganas de ser creativo en la mencionada escena del accidente, y admirar los buenos recursos de los dos protagonistas y casi actores únicos de la cinta, Idris Elba y Kate Winslet, entre los que se establece una química bastante agradable que casi permite olvidarse, al menos por momentos, de los problemas que tiene la película. Ninguno de los dos siente la necesidad de mostrarnos un sufrimiento extremo e imposible a lo Leonardo Di Caprio en El renacido, pero sí sabe cómo ponernos en la piel de sus respectivos personajes. Y eso que juegan con un elemento importante en contra, y es que tantos sus diálogos como la misma historia les llevan con demasiada frecuencia a situaciones bastante previsibles.
La montaña entre nosotros se convierte así en una aceptable historia de supervivencia con actores notables, pero que se conforma con ser simplemente eso. No termina de acertar en las explicaciones a los escollos que se encuentran los protagonistas ni tampoco en la forma en que los resuelve, sumando contratiempos casi porque sí, no mide bien los tiempos porque la película se alarga demasiado en su cuerpo central sin tener necesidad para ello, ni por lo que enseña ni por lo que construye narrativamente, y se rinde, sin más, a lo que puedan hacer los actores. Pero como Winslet y Elba dan mucho, la película pasa con cierto agrado. Ellos acumulan casi todos los méritos de La montaña entre nosotros, porque juntan dos miradas increíbles y porque se mantienen fieles a sus personajes en los diferentes momentos de su odisea.