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viernes, mayo 22, 2015

'Poltergeist', la deriva del cine de terror

Habrá que suponer que el cine de terror de nuestros días es algo como Poltergeist, porque de lo contrario es difícil entender qué ha pasado para que este género ya no sólo no dé miedo, algo que se podría atribuir a la mayor o menos calidad de cada película individual, sino para que el tono y la forma en la que se hacen los filmes sea tan soso e industrial. El problema está en que ahora se cogen historias clásicas, de la que sí daban miedo, se les pasa un filtropseudo cómico, se le añaden los resultados de un par de estudios de mercado y se les dan a directores de relativa poca experiencia con el fin de ganar unos pocos dólares que justifiquen la inversión, normalmente entre quienes no sepan nada de la película original o entre quienes tengan curiosidad de ver qué han hecho con ella para actualizarla. No es especialmente buena ni tampoco es un desastre insalvable, pero es un mal síntoma de los tiempos por los que pasa el género.

Lo más reprochable de este nuevo Poltergeist es que, en realidad, le preocupa poco su referente. No quiere contar una historia del mismo tono que la que plantearon Tobe Hooper y Steven Spielberg y no busca los mismos objetivos que el memorable filme de 1982, simplemente aprovecha la base para que en su metraje aparezcan las escenas y frases más emblemáticas, adecua lo que le interesa a estos tiempos políticamente más correctos (el cementerio ya no es indio, hay que incluir una hija adolescente para atraer a ese tipo de público, la medium ya no es aquella mujer enana sino casi una especie de telepredicador) e introduce un tono amable de comedia bastante incomprensible. Lo hace a lo largo de toda la película, pero si puede quedar alguna duda hay una secuencia detrás de la primera parte de los créditos finales que termina de despejar las dudas.

La comparación entre película original y remake es, obviamente, imposible. Gana con mucho la original, porque aquella provocaba auténtico terror, terminaba y la experiencia era tan intensa como la que vivía la familia protagonista. Aquí, incluso admitiendo esa nueva forma de entender el género, la película no da nunca la impresión de arrancar. El terror, que realmente no hay, es muy previsible, muy simple, muy fácil. Y la imaginería digital no consigue ni la décima parte del efecto que podrían los efectos especiales que se rodaban en cámara o de una forma mucho más artesanal hace ya más de 30 años. Como este Poltergeist no despierta las mismas emociones que el de Hooper, no entusiasma visualmente como aquella y no está tan bien llevada como la cinta que pretende reimaginar, es obvio que el remake es una pérdida de tiempo, más allá de comprobar que una niña que no se llama Carol Anne sino Madison dice aquello de "ya están aquí".

En realidad, la película de Gil Kenan (¿cómo interpretar que sea también el director de la más que interesante cinta de animación Monster House?) se sostiene mínimamente por dos razones. La primera, que la base argumental es atractiva, por mucho que tratar de copiar por encima lo que se hizo en 1982 no baste para convencer a un público que ya ha visto demasiadas películas de este estilo desde entonces. La segunda, que el reparto hace lo imposible por meterse en sus papeles, sobre todo Sam Rockwell y la por desgracia no demasiado valorada Rosemarie Dewitt, que están muy por encima del nivel de la película. Esas dos cosas no bastan para que este Poltergeist sea una película que merezca la pena, ni como filme ni como remake, pero sí hacen que no sea un desastre. Simplemente es un síntoma de que hoy en día hay mucho cine que se hace de esta manera.

'Caza al asesino', los misteriosos caminos hasta el despropósito

Hay muchas formas de convertir una película en un despropósito y Caza al asesino parece que se ha dedicado a coleccionarlas. La película es, efectivamente, un auténtico despropósito. Arranca con ideas que podrían haber dado para un interesante thriller político de denuncia, que es probablemente lo que explica la presencia de Sean Penn, pero eso acaba tan diluido que apenas llega a la categoría de McGuffin. Pasa así a ser una película de acción, que es lo que justifica que Penn se haya musculado hasta el punto de parecer un trasunto de Sylvester Stallone, algo tan innecesario como muchas de las escenas de la película con las que se justifica su habilidad para ser el perfecto asesino sin corazón o ese rocambolesco triángulo amoroso sencillamente imposible de creer. Y finaliza siendo una postal turística, en este caso de Barcelona, que termina en el más inverosímil de los escenarios, hasta el punto de que en los créditos hay que introducir una nota que actúa como enmienda a la totalidad y colofón al enorme despropósito que es el filme.
 
La verdad es que da pena que la película de Pierre Moral, director de Venganza, sea tan deficiente porque en la película había elementos interesantes, incluso partiendo del inevitable cliché del agente (a uno u otro lado de la ley) que se ve obligado a retomar su actividad por los ecos del pasado. Pero el problema es que todo es superfluo. Se toma como base el conflicto en la República Democrática del Congo, pero eso pierde tanto interés que desaparece hasta una nota final, una tardía llamada a la reflexión por cuestiones que la película no quiere aprovechar. Y el clímax acontece en Barcelona, pasando antes por Londres y Gibraltar, y no en cualquier otro lugar del mundo probablemente porque es la ciudad que ofrecía unas condiciones interesantes para rodar (económicas, por supuesto, y no hay más que ver el rótulo de neón que se atisba desde la habitación del personaje de Penn o cierto lugar emblemático iluminado de noche como quien no quiere la cosa).
 
Todo es tan conveniente para los propósitos puntuales de la historia que excede claramente la ingenuidad, pide demasiado al espectador para lo poco trabajado que parece todo. Sin más consideración, cada elemento que se ve es terriblemente simplista, desde la insinuación en la primera parte de la película de un triángulo amoroso entre los personajes de Sean Penn, Javier Bardem y Jasmine Trinca hasta la forma en que se resuelve la historia, pasando por la participación de dos secundarios sin apenas papel como Ray Winstone o Idris Elba (¡que incluso aparece en el cartel a pesar del mínimo tiempo que tiene en pantalla!) o la ejecución de algunas secuencias que no tienen mucho sentido. En ese terreno, ni siquiera las escasas escenas de acción parecen bien rodadas o culminadas, y los actores no parecen saber qué hacer tampoco con sus personajes. Penn mantiene mínimamente el tipo, aunque por momentos dé la impresión de que sólo pretende lucir musculatura a su edad, y Bardem es quien mejor ejemplifica la falta de sutileza que afecta a toda la película.

 
Caza al asesino tiene además otro defecto demasiado habitual en el cine de este estilo, y es su duración. Rondando las dos horas, ni siquiera es capaz de ofrecer una historia atractiva. Los pocos elementos que tenía interesantes se van pasada la primera media hora y por mucho esfuerzo que se ponga en aceptar la poca verosimilitud de la película es imposible aceptar nada de lo que sucede a partir de la necesidad de hacer hablar a Bardem en inglés en una conferencia en la que le han hecho una pregunta en español simplemente para que Penn le pueda interrumpir o con ese viaje casi instantáneo entre Barcelona y Gibraltar por carretera, de noche y con un personaje enfermo al volante. Esas son las anécdotas, pero ilustran a la perfección la enorme cantidad de cosas que no se han pensado antes de llevarlas no ya al montaje final de la película sino incluso a su mismo rodaje. Qué fácil resulta en nuestros días hacer mal las cosas en el thriller de acción.