Fue una de esas curiosidades de cine que Nelson Mandela perdiera la vida prácticamente al tiempo que se producía la premiere de Mandela: del mito al hombre, basada en el libro escrito por el propio ex presidente sudafricano. Y es una afortunada coincidencia que se pueda repasar en el cine la vida de un hombre trascendental para el siglo XXI justo cuando la noticia de su muerte hará que muchos se den cuenta de lo poco que sabían sobre él, más allá de lo que el mismo cine, especialmente a través de Invictus, ya había enseñado. Por hablar en términos cinematográficos, y si se permite la licencia, Mandela es casi la precuela de Invictus, es el recorrido por toda su vida adulta hasta que se convierte en presidente de su país. Como biopic, Justin Chadwick logra una película buena, correcta, pero que claramente va de menos a más y que cuenta como su mejor baza con el fantástico trabajo de un Idris Elba que, como la película, va haciéndose con el personaje poco a poco hasta llegar a un final espléndido.
Esto, los altibajos y un actor protagonista en estado de gracia, suele ser una constante en las películas biográficas. El ansia de contarlo absolutamente todo, algo que se multiplica cuando el relato procede además de un original literario como es este caso, hace que el ritmo se resienta. Es prácticamente inevitable y la única diferencia en ese sentido que ofrecen los distintos biopics está en cuándo decae la narración. Afortunadamente, en Mandela eso sucede en su primer tramo, lo que hace que se termine la película con un gran sabor de boca. Sin embargo, esa concepción lastra bastante y es la principal causa de que la película se extienda hasta los 141 minutos. De haberse recortado con más habilidad artística o, quizá, menos presiones desde los despachos (de quien sea: los editores del libro, los personajes implicados, los productores de la película...) habrían deparado una película mucho más trascendente.
A esa sensación, la de que hay un buen material y la de que el final sea aún mejor, contribuye decisivamente el gran trabajo de Elba dando vida a Mandela. Es verdad que hay un claro salto entre la primera y la segunda mitad de la película también en este sentido, incluso con un maquillaje a veces discutible por artificial, pero es que todo parece cobrar sentido cuando Mandela es encarcelado. Lo mejor de la película en todos los sentidos está a partir de ahí. Lo mejor de Idris Elba, lo mejor de su conflicto con Winnie Mandela (muy interesante en el papel Naomie Harris, la última chica Bond en Skyfall), lo mejor del auténtico retrato de una Sudáfrica angustiada, las mejores escenas de masas y lo más humano del relato. A Chadwick, autor de Las hermanas Bolena, se le nota la pretensión de buscar planos bonitos para enriquecer la historia, cuando es la propia historia lo que le da la posibilidad de lucirse con mucha más naturalidad, filmando a Idris Elba al recibir en prisión un telegrama o o en su salida al balcón para ser aclamado como presidente.
Es curioso que sea con esa sencillez cuando Mandela cobra la trascendencia que exige el personaje. Es más evidente que al abordar las escenas de alta política es cuando la película llega a sus cotas más altas. Le sobra metraje y los historiadores podrán discutir la veracidad de los detalles de lo que se cuenta, puesto que la única fuente es el libro escrito por el propio Mandela. En ese sentido, se nota que en algunos momentos se quiere deslizar algún aspecto que rompa una imagen inmaculada de Mandela, que le coloque como el ser humano que en realidad fue, más allá del mito, pero es un héroe casi intachable, el que requiere la historia. Y aunque suena más adecuado el título original de la película (Long Way to Freedom, El largo camino a la libertad, la de Mandela y la de Sudáfrica) que el que tendremos aquí en España, lo cierto es que el filme deja un sabor de boca agradable. Quizá más que por los méritos cinematográficos por sí solos sea por la propia historia, una que tendría que servir de referente para la política actual pero que a día de hoy parece una hermosa ficción.